Es difícil recapitular la historia detrás de la postulación de Valparaíso ante la Unesco. Deberíamos partir con la solitaria lucha, desde los ’80, de la gran Myriam Weisberg. Libros como "La Arquitectura Religiosa de Valparaíso Siglos XIV a XIX" y "La Vivienda de Fines de Siglo XIX en Playa Ancha" abrieron camino. Otro hito fue la primera encarnación de "Ciudadanos por Valparaíso" creado en 1995. Sus fundadores incluyeron a Raúl Alcázar, Nelson Morgado y Jorge Coulon. Se constituyó para evitar la demolición del edificio Luis Cousiño y su posterior reemplazo con una torre que habría liquidado el Paseo Gervasoni. Años más tarde, los fundadores dejarían el grupo, pero mantendrían su lucha.
Otro paso ocurriría en ‘96 cuando nuestros ascensores fueron incluidos en el World Monuments Watch, premio que busca proteger los "100 tesoros mundiales en mayor peligro de extinción". Tras este logro, gestado por los arquitectos Antonino Pirrozi y Jaime Migone, empezó a sonar la idea de postular a nuestros funiculares a la Unesco en la categoría monumentos. Tal idea inspiró a doña Marta Cruz Coke, entonces directora de la Dibam, a iniciar contactos con París. Estos le habrían entablado en una férrea disputa con el ex-alcalde Hernán Pinto, quien aún no estaba convencido.
Otra leyenda cuenta que fue el prestigioso arquitecto ecuatoriano, Hernán Crespo Toral, una de las máximas autoridades de la Unesco, quien convenció, en ’97, a las autoridades chilenas que "no habría que postular sólo a los ascensores, sino a toda la ciudad".
A estas alturas, fueron muchos los arquitectos, arqueólogos e historiadores que golpeaban las puertas del municipio y escribían cartas a los diarios. Personajes como José de Nordenflytch, Archibaldo Peralta, Samuel León, Marcela Hurtado, Juan Mastrantonio, entre muchos otros, dieron seriedad a los debates. Dentro de la Dirección de Obras, la arquitecta Cecilia Jiménez, discípula de Weisberg, se convertía en otro pilar fundamental.
La Fundación Valparaíso, creada por quien escribe, con el apoyo del empresario Eduardo Elberg, empezó a gestarse el mismo ‘97. En ‘98, el alcalde Pinto y doña Marta limaron sus asperezas y se inició, al fin, el primer expediente de postulación con Cecilia Jiménez a cargo de los aspectos técnicos.
En esta época Ciudadanos por Valparaíso se reformó con especial énfasis en los temas de la autenticidad y el patrimonio social. Dios sabe que mi convivencia con ellos no siempre ha sido fácil, pero su aporte en estas áreas es indiscutible.
En fin, ha pasado mucha agua bajo el puente. Hoy, nuestro alcalde lucha con dos espantosas herencias: una gigantesca deuda financiera y una aun más gigantesca desconfianza generada por las promesas incumplidas de sus antecesores. Más que nunca, hay que apoyarlo para sacar adelante la Ley Valparaíso.
Está claro, con la posible excepción de Weisberg, nadie puede reclamar autoría absoluta de la postulación ante la Unesco, pero todos podemos apoyar en salvarla
domingo, 12 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
Desde Puebla al Puerto
Si algún día el Congreso llegase a aprobar una Ley Valparaíso ya tengo claro lo que habrá sido mi mejor contribución sobre el tema: un pollo al mole.
Hace un mes, Juan Carlos García, director regional del MOP, me comentó su intención de juntar a nuestros dos senadores para conversar el tema. El 20 de noviembre, sonó mi celular. "Está todo listo. Habrá una comida en mi casa el 27". "¿Traigo algo?" le pregunté. "Solo tu pasión por Valparaíso". Estaba un poco desilusionado. Me encanta cocinar.
La mañana del 27 me volvió a llamar. "Se han sumado algunos otros personajes clave. ¿Puedes ayudar con el aperitivo?" "Cuenta conmigo" le dije.
Aunque tres regiones de México -Oaxaca, Tlaxcala, y Puebla- disputan ser la "cuna del mole", encuentro más creíble la paternidad de la última. Según la leyenda, un monje nombrado Fray Pascual preparaba una comida para el arzobispo de la ciudad. Quería convencer al eclesiástico de promover algunas transformaciones para el pueblo. Pero Pascual era pobre. En su mueble, quedaban solo algunas especies, un par de ajís tipo poblano y chipotle, nueces, pan añejo, y chocolate. Se frustró. Dio una vuelta por el pueblo. En su ausencia, hubo una tormenta de viento. Cuando regresó, todos los ingredientes habían sido mezclados. Un signo de Dios. El fraile lo sirvió como salsa acompañando un pavo. El arzobispo quedó tan extasiado que concedió todas las transformaciones que el monje solicitara.
Así, tenía claro mi aperitivo para salvar a Valparaíso. Primero, salteé el pollo en ajo y merquén para darle un toque chileno. Después, al mole, agregué un poco de tomate y miel, truco de las indígenas de la zona de Oaxaca. Le da más complejidad y asegura el efecto narcótico deseado.
El primero en probarlo era el senador Lagos Weber, seguido por Juan Carlos, su señora Xochitl, y Ramón de la Torre, Premio Nacional de Ciencias. Mientras todos atacábamos al mole, mi segundo aperitivo, unos tomates cherry con mozzarella y pesto, me miró con tristeza. Nadie lo pescaba.
Sonó el celular de Juan Carlos. Salió a la cocina a contestarlo. Ricardo Lagos, quien, aun sin mole es un hombre muy divertido, ya acercaba una lucidez sin precedentes. "Es Pancho Chahuán" bromeaba. "Llama a pedir disculpas porque recién sale de una reunión con unas señoras en el cerro y llegará atrasado."
Juan Carlos regresa: "El senador Chahuán recién sale de una reunión en el cerro y va llegando. " Todos moríamos de la risa.
Quedaban 5 pedazos de pollo al mole. Los guardábamos para Chahuán. Dos horas después, habiendo devorado la deliciosa tilapia y fondue de chocolate preparado por nuestros anfitriones, nos concentramos en los obstáculos que complican el proyecto, entre ellos, ¿Cómo generar un movimiento ciudadano masivo en una ciudad cuya sociedad civil está tan fragmentada y desconfiada?
¿Mis conclusiones? Tenemos dos senadores, de veredas distintas, 100% matriculados. Ahora solo falta sumar y sumar. A trabajar señores. Yo traigo el mole.
Hace un mes, Juan Carlos García, director regional del MOP, me comentó su intención de juntar a nuestros dos senadores para conversar el tema. El 20 de noviembre, sonó mi celular. "Está todo listo. Habrá una comida en mi casa el 27". "¿Traigo algo?" le pregunté. "Solo tu pasión por Valparaíso". Estaba un poco desilusionado. Me encanta cocinar.
La mañana del 27 me volvió a llamar. "Se han sumado algunos otros personajes clave. ¿Puedes ayudar con el aperitivo?" "Cuenta conmigo" le dije.
Aunque tres regiones de México -Oaxaca, Tlaxcala, y Puebla- disputan ser la "cuna del mole", encuentro más creíble la paternidad de la última. Según la leyenda, un monje nombrado Fray Pascual preparaba una comida para el arzobispo de la ciudad. Quería convencer al eclesiástico de promover algunas transformaciones para el pueblo. Pero Pascual era pobre. En su mueble, quedaban solo algunas especies, un par de ajís tipo poblano y chipotle, nueces, pan añejo, y chocolate. Se frustró. Dio una vuelta por el pueblo. En su ausencia, hubo una tormenta de viento. Cuando regresó, todos los ingredientes habían sido mezclados. Un signo de Dios. El fraile lo sirvió como salsa acompañando un pavo. El arzobispo quedó tan extasiado que concedió todas las transformaciones que el monje solicitara.
Así, tenía claro mi aperitivo para salvar a Valparaíso. Primero, salteé el pollo en ajo y merquén para darle un toque chileno. Después, al mole, agregué un poco de tomate y miel, truco de las indígenas de la zona de Oaxaca. Le da más complejidad y asegura el efecto narcótico deseado.
El primero en probarlo era el senador Lagos Weber, seguido por Juan Carlos, su señora Xochitl, y Ramón de la Torre, Premio Nacional de Ciencias. Mientras todos atacábamos al mole, mi segundo aperitivo, unos tomates cherry con mozzarella y pesto, me miró con tristeza. Nadie lo pescaba.
Sonó el celular de Juan Carlos. Salió a la cocina a contestarlo. Ricardo Lagos, quien, aun sin mole es un hombre muy divertido, ya acercaba una lucidez sin precedentes. "Es Pancho Chahuán" bromeaba. "Llama a pedir disculpas porque recién sale de una reunión con unas señoras en el cerro y llegará atrasado."
Juan Carlos regresa: "El senador Chahuán recién sale de una reunión en el cerro y va llegando. " Todos moríamos de la risa.
Quedaban 5 pedazos de pollo al mole. Los guardábamos para Chahuán. Dos horas después, habiendo devorado la deliciosa tilapia y fondue de chocolate preparado por nuestros anfitriones, nos concentramos en los obstáculos que complican el proyecto, entre ellos, ¿Cómo generar un movimiento ciudadano masivo en una ciudad cuya sociedad civil está tan fragmentada y desconfiada?
¿Mis conclusiones? Tenemos dos senadores, de veredas distintas, 100% matriculados. Ahora solo falta sumar y sumar. A trabajar señores. Yo traigo el mole.
domingo, 21 de noviembre de 2010
Para ti
El lunes a las 19:20. Habíamos visto 142 de los 143 jardines participantes en el concurso “Un Jardín para Valparaíso”. Solo faltaba uno, el de don Osvaldo Abdul Nieto, población Villa Esmeralda Manzana H, cerro Mariposas.
A esta altura, habíamos calificado jardines en escaleras, pasajes, plazas, sitios eriazos, bandejones, techos, muros, y debajo ascensores. Habíamos visto jardines hechos con neumáticos, rosas vigilados por gnomos, y maceteros construidos con desechos reciclados. Habíamos visitado un verdadero parque atendido por un abuelito con muletas y un mirador transformado en paraíso por niños con Síndrome de Down y otras necesidades especiales. Habíamos descubierto dos jardines con tinas y otro donde los pájaros chapoteaban en un viejo lavamanos convertido en pileta.
Así, no les voy a mentir: el lunes más de un miembro del jurado pensaba que el 143 sería un saludo a la bandera. ¿Qué más podemos ver? ¿Qué puede haber allá, “en la punta del cerro”?
Habíamos intentado visitar el jardín de don Osvaldo en dos ocasiones. Desde Avenida Alemania tratamos de subir por Galleguillos y Pedro de Ona. Pero cada vez nos perdimos. Cuando la señorita del almacén de la calle Alberti dijo “No tengo idea”, nos rendimos.
Pero esta vez veníamos preparados. Habíamos hablado con don Osvaldo y nos dio las siguientes instrucciones: “Sube por la subestación Chilquinta hasta la punta del cerro. Cuando llega a la bifurcación toma al a izquierda. Cuando vean el pasaje El Rudo sube hasta que termine el pavimento”.
Llegamos hasta que terminara el pavimento. Habíamos arribado hasta la última casa del cerro Mariposas. “¿Dónde está el jardín?”
“Pasado la última casa a la derecha” nos contaron unos niños. Allí descubrimos una reja, de gran extensión, construido con tablas sobre la quebrada. Había una puerta de entrada rústica, con un letrero escrito a mano, “Santuario El Encanto, Un Jardín para Valparaíso”. Pasamos. Dos miembros del jurado, Héctor Correa y Juan Pablo Álvarez, dijeron: “No lo puedo creer”. Empezamos a descender un sendero, hecho a mano por don Osvaldo, que zigzagueaba por los pinos y eucaliptos, hasta la profundidad de la quebrada. En el camino, había pequeños descansos, miradores, una variedad de arreglos florales, y hasta una mini cancha de futbol para los niñitos del barrio.
A continuación los datos duros: Subimos de 78 a 143 jardines. Triplicamos los jardines en espacios públicos. Quintuplicamos la participación de colegios y jardines infantiles. Logramos entregar 39 premios, incluyendo varios que tuvimos que inventar al último momento para abarcar todos los casos especiales, como el de don Osvaldo, que desbordaron los parámetros originales del concurso.
Mi hija pregunta, “¿Papá, harás otra columna sobre jardines? Hace tiempo que no escribes sobre mi”. “Es que estos jardines son para ti, mi amor. Para ti y para todos los niñitos de Valparaíso. Desde la Escalera ’El Membrillo’ hasta la punta del cerro”.
A esta altura, habíamos calificado jardines en escaleras, pasajes, plazas, sitios eriazos, bandejones, techos, muros, y debajo ascensores. Habíamos visto jardines hechos con neumáticos, rosas vigilados por gnomos, y maceteros construidos con desechos reciclados. Habíamos visitado un verdadero parque atendido por un abuelito con muletas y un mirador transformado en paraíso por niños con Síndrome de Down y otras necesidades especiales. Habíamos descubierto dos jardines con tinas y otro donde los pájaros chapoteaban en un viejo lavamanos convertido en pileta.
Así, no les voy a mentir: el lunes más de un miembro del jurado pensaba que el 143 sería un saludo a la bandera. ¿Qué más podemos ver? ¿Qué puede haber allá, “en la punta del cerro”?
Habíamos intentado visitar el jardín de don Osvaldo en dos ocasiones. Desde Avenida Alemania tratamos de subir por Galleguillos y Pedro de Ona. Pero cada vez nos perdimos. Cuando la señorita del almacén de la calle Alberti dijo “No tengo idea”, nos rendimos.
Pero esta vez veníamos preparados. Habíamos hablado con don Osvaldo y nos dio las siguientes instrucciones: “Sube por la subestación Chilquinta hasta la punta del cerro. Cuando llega a la bifurcación toma al a izquierda. Cuando vean el pasaje El Rudo sube hasta que termine el pavimento”.
Llegamos hasta que terminara el pavimento. Habíamos arribado hasta la última casa del cerro Mariposas. “¿Dónde está el jardín?”
“Pasado la última casa a la derecha” nos contaron unos niños. Allí descubrimos una reja, de gran extensión, construido con tablas sobre la quebrada. Había una puerta de entrada rústica, con un letrero escrito a mano, “Santuario El Encanto, Un Jardín para Valparaíso”. Pasamos. Dos miembros del jurado, Héctor Correa y Juan Pablo Álvarez, dijeron: “No lo puedo creer”. Empezamos a descender un sendero, hecho a mano por don Osvaldo, que zigzagueaba por los pinos y eucaliptos, hasta la profundidad de la quebrada. En el camino, había pequeños descansos, miradores, una variedad de arreglos florales, y hasta una mini cancha de futbol para los niñitos del barrio.
A continuación los datos duros: Subimos de 78 a 143 jardines. Triplicamos los jardines en espacios públicos. Quintuplicamos la participación de colegios y jardines infantiles. Logramos entregar 39 premios, incluyendo varios que tuvimos que inventar al último momento para abarcar todos los casos especiales, como el de don Osvaldo, que desbordaron los parámetros originales del concurso.
Mi hija pregunta, “¿Papá, harás otra columna sobre jardines? Hace tiempo que no escribes sobre mi”. “Es que estos jardines son para ti, mi amor. Para ti y para todos los niñitos de Valparaíso. Desde la Escalera ’El Membrillo’ hasta la punta del cerro”.
martes, 16 de noviembre de 2010
Secretos de golondrinas
El lunes 8, el jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso” inició su segunda jornada en los cerros Esperanza, Placeres, Barón, Polanco, y Rodelillo. En 2009, este trayecto nos regaló dos campeones: “La Plaza Petrohue” del Rodelillo, mejor jardín en espacio público hecho por una institución, y don Roberto Pérez Espejo, cerro Placeres, quien, con sus esculturas florales tipo “Eduardo Manos de Tijera”, fue flamante ganador del mejor jardín en espacio público apadrinado por un individuo.
¿Les cuento un secreto de golondrinas?
Moriré en Valparaíso, pero pueda que jubile en la Villa Berlín del cerro Placeres. Los cerros Alegre y Concepción se lo llevan en el turismo patrimonial, pero, si existiera un “turismo de la felicidad”, la Villa Berlín sería su epicentro. Sus pequeñas casitas emanan una paz infinita. Con más de un centenar de antejardines, esta villa es todo el furor entre las aves porteños. Venimos a ver jardines en la calles Essen, Encinas, y Limarí. Todos preciosos. Si te pierdas, siga a los colibrís, y si esto te falla, pregunta a cualquier vecino. Todos los habitantes de este barrio son un verdadero encanto.
En la Plaza María Eisler, (dobla a la izquierda subiendo Ave. Matta frente al almacén “La Chacrita”) llegamos la escuela especial F-288 “Luz de Esperanza”. Otra vez, descubrimos que “Un Jardín para Valparaíso” es mucho más que un concurso de flores. Es una visita al corazón del Valparaíso profundo, un brotar de la espiritualidad latente escondida en cada rincón del Pancho.
Almorzamos haciendo picnic en la “Plaza del Mercado” del cerro Barón. Se lo recomiendo. Tras recorrer los demás cerros antemencionados, terminamos la segunda jornada en el cerro Cordillera, donde Rayen Scherping se convirtió en nuestra concursante titular más joven (8 años). Es más, les adelanto que la Plaza Eleuterio Ramírez luce absolutamente renovada. ¿Otra sorpresa? El recóndito pasaje Neptuno. Allí, una quincena de vecinos creó “un taller de reciclaje” construyendo docenas de maceteros utilizando materiales en desecho. Hermoso.
. . .
“Buenos días, les estaba esperando”, nos dijo la Señora Gloria Fuentes de la Calle Teniente Pinto del cerro Mariposas el viernes a las 8:40 de la mañana. Así, partió nuestra tercera jornada, la más loca de todas, pues, habíamos dejado para este todos los jardines más rebuscados, incluyendo Ramaditas, Placilla, Laguna Verde, y el enorme depositario de fanaticismo verde (¿jardines o Wanderers?) que es la República Independiente de Playa Ancha.
¡Qué emoción nos brindaron los 30 niñitos del Jardín Infantil Sol y Luna! El viernes, otros héroes incluyeron los repartidores de balones de gas, sin los cuales jamás habríamos encontrado joyas tan valiosas como los jardines de don Alejandro Pereira o el de doña María Georgina Céspedes, pasaje Jamaica con Detective Barahona.
Este jueves 18, en el DUOC UC, anunciaremos a los ganadores. ¿Quieres un adelanto? Pregúntales a las golondrinas.
¿Les cuento un secreto de golondrinas?
Moriré en Valparaíso, pero pueda que jubile en la Villa Berlín del cerro Placeres. Los cerros Alegre y Concepción se lo llevan en el turismo patrimonial, pero, si existiera un “turismo de la felicidad”, la Villa Berlín sería su epicentro. Sus pequeñas casitas emanan una paz infinita. Con más de un centenar de antejardines, esta villa es todo el furor entre las aves porteños. Venimos a ver jardines en la calles Essen, Encinas, y Limarí. Todos preciosos. Si te pierdas, siga a los colibrís, y si esto te falla, pregunta a cualquier vecino. Todos los habitantes de este barrio son un verdadero encanto.
En la Plaza María Eisler, (dobla a la izquierda subiendo Ave. Matta frente al almacén “La Chacrita”) llegamos la escuela especial F-288 “Luz de Esperanza”. Otra vez, descubrimos que “Un Jardín para Valparaíso” es mucho más que un concurso de flores. Es una visita al corazón del Valparaíso profundo, un brotar de la espiritualidad latente escondida en cada rincón del Pancho.
Almorzamos haciendo picnic en la “Plaza del Mercado” del cerro Barón. Se lo recomiendo. Tras recorrer los demás cerros antemencionados, terminamos la segunda jornada en el cerro Cordillera, donde Rayen Scherping se convirtió en nuestra concursante titular más joven (8 años). Es más, les adelanto que la Plaza Eleuterio Ramírez luce absolutamente renovada. ¿Otra sorpresa? El recóndito pasaje Neptuno. Allí, una quincena de vecinos creó “un taller de reciclaje” construyendo docenas de maceteros utilizando materiales en desecho. Hermoso.
. . .
“Buenos días, les estaba esperando”, nos dijo la Señora Gloria Fuentes de la Calle Teniente Pinto del cerro Mariposas el viernes a las 8:40 de la mañana. Así, partió nuestra tercera jornada, la más loca de todas, pues, habíamos dejado para este todos los jardines más rebuscados, incluyendo Ramaditas, Placilla, Laguna Verde, y el enorme depositario de fanaticismo verde (¿jardines o Wanderers?) que es la República Independiente de Playa Ancha.
¡Qué emoción nos brindaron los 30 niñitos del Jardín Infantil Sol y Luna! El viernes, otros héroes incluyeron los repartidores de balones de gas, sin los cuales jamás habríamos encontrado joyas tan valiosas como los jardines de don Alejandro Pereira o el de doña María Georgina Céspedes, pasaje Jamaica con Detective Barahona.
Este jueves 18, en el DUOC UC, anunciaremos a los ganadores. ¿Quieres un adelanto? Pregúntales a las golondrinas.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Sobre descansos y alcayotas
El viernes a las 5:18 pm, bajando a pie por la calle Atahualpa desde la Plaza Bismark hasta la calle Elías, acompañado por los miembros del jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso”, me detuve debajo de una gigantesca alcayota.
Nos habíamos juntados a las 8:30 am. Conociendo a mis jueces—curiosos, juguetones y buenos para la talla—les tuve que rayar la cancha: Dado la enorme cantidad de jardines postulados, 143, el plan era promediar 4 jardines por hora durante 11 horas repetido por 3 días. Esto significa no quedarnos mucho rato copuchando con cada jardinero.
Sin embargo, bastaba una media hora para quedarnos absolutamente encaprichado, por ejemplo, con el nuevo parquecito hecho por José Ignacio Rubio debajo del Paseo Dimalow. En Montealegre 487, saludamos de paso a una de nuestros ganadores del año pasado en la categoría de balcones. “Hola Silvana, ¿Cómo está el gato? El balcón se ve precioso.” Seguimos corriendo. Sin embargo, al llegar a la Plazuela San Luis, las cosas cambiaron. Un grupo de alumnos del Colegio Luis Galdames, bajo la supervisión de la profesora María Loreto Fuentes González, habían construido un muro verde con materiales reciclados. Vaya a verlo.
Mientras avanzaba la tarde disipaba nuestra disciplina. Cuando descubrimos que Úrsula Franco Mayorga había limpiado todo el basural de la escalera Rudolph del Museo a Cielo Abierto, sembrando un jardín de excelente factura frente al mural de Nemesio Antúnez, no había otra opción. Había que entrar su restaurant, el Amaya, a saludarla.
En el pasaje Dighero, Avenida Alemania a la altura del cerro La Loma, descubrimos a don Hipólito Morales, otro quijote que hace pebre a aquella narrativa que dice: “Los porteños no cuidan Valparaíso”. Hace años don Hipólito ha transformado su pasaje en un santuario de la naturaleza. Ahora, basta que el municipio venga a instalar un par de bancas y Valparaíso tendrá un nuevo mirador de excelente factura.
Llegamos por fin a la Plaza de Descanso, cerro Cárcel. Para ser justo, esto es mucho más que un jardín. Es de los proyectos urbanos más estimulantes que se ha hecho. Y no me refiero a Valparaíso sino al país entero. Aquí, aproximadamente 700 jóvenes, leyeron bien, 700, bajo la conducción del Rodrigo Burgos Loyola, han transformado una plazuela abandonada en un gigantesco mosaico. Rodrigo, uno de los principales autores de otro de las grandes hazañas urbanas de los últimos tiempos, la Plaza de los Sueños, es un personaje que vale la pena descubrir. Su metodología de trabajo comunitario no solo transforma los espacios, sino hace que la comunidad se impregna de ellas. Para mí, es hijo ilustre.
A las 5:17, habíamos visto 39 de los 143 jardines y nuestro éxtasis ya era incontenible. “¿Que sorpresa nos espera la próxima semana?” pensaba. Justo apareció la alcayota de la calle Atahualpa, colgando desde 5 metros de altura. “Amo mi vida”, pensé. Nada más que decir.
Nos habíamos juntados a las 8:30 am. Conociendo a mis jueces—curiosos, juguetones y buenos para la talla—les tuve que rayar la cancha: Dado la enorme cantidad de jardines postulados, 143, el plan era promediar 4 jardines por hora durante 11 horas repetido por 3 días. Esto significa no quedarnos mucho rato copuchando con cada jardinero.
Sin embargo, bastaba una media hora para quedarnos absolutamente encaprichado, por ejemplo, con el nuevo parquecito hecho por José Ignacio Rubio debajo del Paseo Dimalow. En Montealegre 487, saludamos de paso a una de nuestros ganadores del año pasado en la categoría de balcones. “Hola Silvana, ¿Cómo está el gato? El balcón se ve precioso.” Seguimos corriendo. Sin embargo, al llegar a la Plazuela San Luis, las cosas cambiaron. Un grupo de alumnos del Colegio Luis Galdames, bajo la supervisión de la profesora María Loreto Fuentes González, habían construido un muro verde con materiales reciclados. Vaya a verlo.
Mientras avanzaba la tarde disipaba nuestra disciplina. Cuando descubrimos que Úrsula Franco Mayorga había limpiado todo el basural de la escalera Rudolph del Museo a Cielo Abierto, sembrando un jardín de excelente factura frente al mural de Nemesio Antúnez, no había otra opción. Había que entrar su restaurant, el Amaya, a saludarla.
En el pasaje Dighero, Avenida Alemania a la altura del cerro La Loma, descubrimos a don Hipólito Morales, otro quijote que hace pebre a aquella narrativa que dice: “Los porteños no cuidan Valparaíso”. Hace años don Hipólito ha transformado su pasaje en un santuario de la naturaleza. Ahora, basta que el municipio venga a instalar un par de bancas y Valparaíso tendrá un nuevo mirador de excelente factura.
Llegamos por fin a la Plaza de Descanso, cerro Cárcel. Para ser justo, esto es mucho más que un jardín. Es de los proyectos urbanos más estimulantes que se ha hecho. Y no me refiero a Valparaíso sino al país entero. Aquí, aproximadamente 700 jóvenes, leyeron bien, 700, bajo la conducción del Rodrigo Burgos Loyola, han transformado una plazuela abandonada en un gigantesco mosaico. Rodrigo, uno de los principales autores de otro de las grandes hazañas urbanas de los últimos tiempos, la Plaza de los Sueños, es un personaje que vale la pena descubrir. Su metodología de trabajo comunitario no solo transforma los espacios, sino hace que la comunidad se impregna de ellas. Para mí, es hijo ilustre.
A las 5:17, habíamos visto 39 de los 143 jardines y nuestro éxtasis ya era incontenible. “¿Que sorpresa nos espera la próxima semana?” pensaba. Justo apareció la alcayota de la calle Atahualpa, colgando desde 5 metros de altura. “Amo mi vida”, pensé. Nada más que decir.
domingo, 24 de octubre de 2010
Valparaíso presente
Viernes al anochecer en la Plaza Sotomayor. Luna llena. Viento revuelto. Miles de porteños repletando las graderías. Los carabineros ordenan el tránsito. La empresa de seguridad revisa las credenciales. Desde el martes, los porteños habíamos observado con asombro el montaje del lujoso escenario con su espalda a la ex Intendencia Regional, con dos pantallas de 6 por 4 metros y una gigantesca grúa de 7 pisos. Ahora ha llegado la hora. Nuestras autoridades llegan en trole desde el Congreso. A su lado, la directiva de la Fundación Fórum. Sentados en el piso, un mar de periodistas. Tras bambalinas, esperan más de veinticinco músicos y actores, junto a la directora artística, Aliki Constancio. A los dos costados, se estiran la treintena de bailarines y acróbatas; los demás actores, la comparsa, los cantantes. Corren los tramoyistas. Los iluminadores y sonidistas afinan sus perillas.
Solo falta el perro.
Llegó el perro. Justo cuando los primeros bailarines entraban en escena, cuando la cantante Lorna Guzmán hacía su triunfal entrada con prosa de Pablo Neruda aludiendo a Neptuno, escoltado en su trono de mar y viento, apareció un perro en la primera fila de la Plaza Sotomayor.
Hace 4 años, cuando se decretó que la Joya del Pacífico sucedería a Barcelona y Monterrey como sede del Fórum Universal de las Culturas, se descorcharon el champagne en el Palacio de La Moneda. En Valparaíso, se anunció: Chile montaría una verdadera "olimpiada de las artes". El Puerto recibiría el Mundo con nuevos espacios culturales, como la Tornamesa y el Centro Cultural de la ex Cárcel. Para la inauguración, se hablaba de un desfile de presidentes y primeros ministros, todos reunidos para presenciar un espectáculo protagonizado por artistas chilenos de exportación mundial, como Beto Cuevas, Verónica Villarroel, y Cristina Gallardo Domas.
Ya sabemos el cuento: la Concertación perdió la alcaldía y se lavó las manos del Fórum. El nuevo Presidente prometió su apoyo, pero el terremoto...
Igual hubo pequeños aportes: la Subdere y el FNDR. En total, el presupuesto del tercer Fórum sería aproximadamente 1,5% del primero y menos de 2,5% del segundo. Chile, otra vez, había dejado a Valparaíso solo. Pero no digas esto al alcalde. No digas esto al centenar de artistas porteños que dejó su alma en la Plaza Sotomayor el viernes en la noche.
Volvemos al perro. Cuando entró sentí un leve pánico entre los asistentes. Pero mi señora y yo teníamos una sonrisa de oreja a oreja. "Valparaíso está presente", le dije. Es más, ¿Dónde estaban las máximas autoridades del país? El Presidente había postergado su viaje a Europa por los mineros. Lo perdonamos. ¿Pero los ministros? ¿Y los cuatro parlamentarios para Valparaíso? Estaba Pancho Chahuán. Grande Chahuán. ¿Y los demás?
Durante 45 días Valparaíso recibirá el mundo. Y lo hará solo. Da lo mismo. Nos quedaremos más unidos y brindaremos un digno espectáculo. Viva Valparaíso. ¿Y los críticos?
Me quedo con el perro.
Solo falta el perro.
Llegó el perro. Justo cuando los primeros bailarines entraban en escena, cuando la cantante Lorna Guzmán hacía su triunfal entrada con prosa de Pablo Neruda aludiendo a Neptuno, escoltado en su trono de mar y viento, apareció un perro en la primera fila de la Plaza Sotomayor.
Hace 4 años, cuando se decretó que la Joya del Pacífico sucedería a Barcelona y Monterrey como sede del Fórum Universal de las Culturas, se descorcharon el champagne en el Palacio de La Moneda. En Valparaíso, se anunció: Chile montaría una verdadera "olimpiada de las artes". El Puerto recibiría el Mundo con nuevos espacios culturales, como la Tornamesa y el Centro Cultural de la ex Cárcel. Para la inauguración, se hablaba de un desfile de presidentes y primeros ministros, todos reunidos para presenciar un espectáculo protagonizado por artistas chilenos de exportación mundial, como Beto Cuevas, Verónica Villarroel, y Cristina Gallardo Domas.
Ya sabemos el cuento: la Concertación perdió la alcaldía y se lavó las manos del Fórum. El nuevo Presidente prometió su apoyo, pero el terremoto...
Igual hubo pequeños aportes: la Subdere y el FNDR. En total, el presupuesto del tercer Fórum sería aproximadamente 1,5% del primero y menos de 2,5% del segundo. Chile, otra vez, había dejado a Valparaíso solo. Pero no digas esto al alcalde. No digas esto al centenar de artistas porteños que dejó su alma en la Plaza Sotomayor el viernes en la noche.
Volvemos al perro. Cuando entró sentí un leve pánico entre los asistentes. Pero mi señora y yo teníamos una sonrisa de oreja a oreja. "Valparaíso está presente", le dije. Es más, ¿Dónde estaban las máximas autoridades del país? El Presidente había postergado su viaje a Europa por los mineros. Lo perdonamos. ¿Pero los ministros? ¿Y los cuatro parlamentarios para Valparaíso? Estaba Pancho Chahuán. Grande Chahuán. ¿Y los demás?
Durante 45 días Valparaíso recibirá el mundo. Y lo hará solo. Da lo mismo. Nos quedaremos más unidos y brindaremos un digno espectáculo. Viva Valparaíso. ¿Y los críticos?
Me quedo con el perro.
domingo, 17 de octubre de 2010
Entre hortensias y nísperos
“¿Te has dado cuenta que la calle Dinamarca no es de adoquín? Es de piedra. Lo hicimos nosotros, como parte del acuerdo que permitiera, al fin, la adquisición de este terreno en 1825.” Las palabras son de Esteban Collins, Director del Cementerio de Disidentes, al iniciar nuestra caminata al cielo, entre hortensias y nísperos.
No es la primera vez que vengo, obvio. Pero nunca había entrado por Dinamarca 14, el portón patrimonial, con su escalera de mármol en forma de caracol, vigilado por misteriosos búhos esculpidos en piedra. “Durante más de un siglo”, continuaba Esteban, “nuestra convivencia fue difícil. A pocos años de abrir las puertas, hubo un terremoto. La iglesia nos echó la culpa, ‘los herejes’ y gran parte del pueblo les creyó”.
A los chilenos, les incomodan los cementerios. A mí, me fascinan. Pienso, inmediatamente, en uno de mis poemas favoritos, “Los Niños”, de William Carlos Williams (1883-1963):
De vez en cuando
encontrábamos un claro
de violetas amarrillas
no muchos
pero grandes
azules y grandes
en el bosque del cementerio
recogíamos
varios
había una familia llamado Foltette
una familia grande
con muchas tumbas de niños
así recogíamos ramos de violetas
y dejábamos uno
en cada lápida
¿Y de qué color son las violetas, después de todo? ¿Amarillas, púrpuras, o azules? No tengo idea. ¿Y cuáles son los niños referidos en el título? ¿Los Foltette? ¿O los que juegan, inocentemente, en el bosque? Nadie sabe. Gozamos el círculo de la vida. No hay porqué explicarla.
Los cementerios desnudan nuestras ambiciones. Nos vacían de ruido interno. Nos limpian por dentro y por fuera.
Pero el Cementerio de Disidentes es diferente. Es un monumento a la lucha por la libertad, un testimonio a la tolerancia y la diversidad. Aquí descansan nuestros mártires y aquellos que, habiendo nacido en tierras tan lejanas como impronunciables, optaron por morir aquí, en el último confín del mundo.
Aun así, me es difícil explicar el misterioso poder narcótico de este lugar. Tal vez, igual como en “Los Niños”, no es necesario. Basta deambular entre los apellidos Mackay, Garland, Sutherland, Hucke, Porter, Trumbull, etc. Cada vez que vengo, vuelo. Siento como si hubiera entrado a un boticario del siglo 19, con sus repisos de roble repletos de botellas cuyas etiquetas amarillentas, escritas en inglés y alemán, narran fabulosas fábulas de antaño. Y, de repente, siento que he llegado al pasillo de los perfumes, apenas perceptibles tras siglos de abandono, pero que pegan igual, fuerte, con su golpe de melancolía extraído del silencio.
No es la primera vez que vengo, obvio. Pero nunca había entrado por Dinamarca 14, el portón patrimonial, con su escalera de mármol en forma de caracol, vigilado por misteriosos búhos esculpidos en piedra. “Durante más de un siglo”, continuaba Esteban, “nuestra convivencia fue difícil. A pocos años de abrir las puertas, hubo un terremoto. La iglesia nos echó la culpa, ‘los herejes’ y gran parte del pueblo les creyó”.
A los chilenos, les incomodan los cementerios. A mí, me fascinan. Pienso, inmediatamente, en uno de mis poemas favoritos, “Los Niños”, de William Carlos Williams (1883-1963):
De vez en cuando
encontrábamos un claro
de violetas amarrillas
no muchos
pero grandes
azules y grandes
en el bosque del cementerio
recogíamos
varios
había una familia llamado Foltette
una familia grande
con muchas tumbas de niños
así recogíamos ramos de violetas
y dejábamos uno
en cada lápida
¿Y de qué color son las violetas, después de todo? ¿Amarillas, púrpuras, o azules? No tengo idea. ¿Y cuáles son los niños referidos en el título? ¿Los Foltette? ¿O los que juegan, inocentemente, en el bosque? Nadie sabe. Gozamos el círculo de la vida. No hay porqué explicarla.
Los cementerios desnudan nuestras ambiciones. Nos vacían de ruido interno. Nos limpian por dentro y por fuera.
Pero el Cementerio de Disidentes es diferente. Es un monumento a la lucha por la libertad, un testimonio a la tolerancia y la diversidad. Aquí descansan nuestros mártires y aquellos que, habiendo nacido en tierras tan lejanas como impronunciables, optaron por morir aquí, en el último confín del mundo.
Aun así, me es difícil explicar el misterioso poder narcótico de este lugar. Tal vez, igual como en “Los Niños”, no es necesario. Basta deambular entre los apellidos Mackay, Garland, Sutherland, Hucke, Porter, Trumbull, etc. Cada vez que vengo, vuelo. Siento como si hubiera entrado a un boticario del siglo 19, con sus repisos de roble repletos de botellas cuyas etiquetas amarillentas, escritas en inglés y alemán, narran fabulosas fábulas de antaño. Y, de repente, siento que he llegado al pasillo de los perfumes, apenas perceptibles tras siglos de abandono, pero que pegan igual, fuerte, con su golpe de melancolía extraído del silencio.
domingo, 3 de octubre de 2010
Escalando
El domingo pasado, a las 23:00, mientras veía “Tolerancia Cero”, envié un mensaje vía twitter: “Busco la escalera más larga de Valpo. Favor nomina su favorita con cantidad de peldaños.”
En segundos, las redes se iluminaron. Llegaron un par de nominaciones para la “Cienfuegos”, que une Serrano con la Plaza Eleuterio Ramírez. Contesté: “Sé que existe un mito que sea el más largo, pero no creo. ¿Cuántos peldaños, please? Veamos.”
Nadie sabía. Daba lo mismo. La cosa venía entretenida. Afuera, llovía a cántaros. En ciberespacio, porteños desde Suecia, Temuco, y Antofagasta nominaban sus escaleras regalones: La subida Pasteur, la Santa Margarita, la San José del cerro Larraín, la Harrington del Panteón. Sobre este último contesté: “¿Se acuerda una escena de ‘Amnesia’ de Justiniano con Julio Jung subiendo allí? Memorable. Qué lugar más maravilloso.”
María Fernanda vive en Santiago pero estudió diseño en el Puerto. Ofreció: “Como alumna subía mucho a Cienfuegos y Carampangue. Carampangue es más larga”. Otro nominó Cabritería. Pero aun no había cifras oficiales. A las 1:15 me quedé dormido.
Amanecí el lunes y revisé. Tenía un montón de mensajes en bandeja. “Cienfuegos tiene 166, Carampangue 194.” Un grupo de alumnos de la UFSTM querían saber: ¿Vale la escalera de nuestra universidad? Después de un intercambio, a favor y en contra, yo contesté: “UFSTM es patrimonio importante de Valpo. Vale.” Los alumnos, felices, reportaron: “Entonces tenemos 210 peldaños. Vamos ganando.”
Pero su alegría no duró mucho. Media hora después, la Pasteur fue confirmada en 212.
El martes había un mensaje de un periodista de La Tercera y dos mensajes de un par de diarios electrónicos. “Todd, supimos que estas organizando un concurso de escaleras, ¿podemos hacer un reportaje?” Sorprendente este twitter.
El miércoles amaneció con nuevo líder: “El Teniente Bello”. Parte en la calle Lastra y sube Mariposas. Es fantástico. Y, es más, tiene 230 peldaños confirmados.
Víctor Estivales, licenciado en literatura de la PUCV que cursa un postgrado en Santiago, me asegura: “la escalera que une Jorge Washington con Ibsen tiene más de 300.” ¿Su problema? “La única que puede confirmar es mi hermana, pero está a punto de hacerme tío.”
El jueves ardía otra polémica. ¿Los peldaños tienen que ser continuos? La decisión de aceptar descansos animó a un ex – residente del cerro Las Cañas. “La escalera de la muerte”—lo que los vecinos llaman aquella que colinda con su ascensor abandonado. “Estoy seguro que tiene, al menos, 400 peldaños”, escribía. “Necesito que me lo confirmas, amigo”, contesté. “No puedo. Estoy estudiando en el Sur.” Mandó una imagen desde Google Earth. “Trampa” respondió otro.
Se me ocurre que quienes pontifican la muerte del Puerto, una e otra vez, desconocen un detalle importante: la pasión de su gente. ¿El desafío? Saber encausarla. Los críticos me dicen, “Cuesta arriba, gringo.” Da lo mismo. La fuerza viva de Valpo vive escalando.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Anomalías: "A Change Is Gonna Come"
El gran himno de la música soul, “A Change Is Gonna Come”, compuesto y grabado por Sam Cooke en 1965, es considerado uno de los clásicos de la música contemporánea. Inspiró a Ray Charles, Otis Redding, Al Green, James Brown, Marvin Gaye, Steve Wonder, Aretha Franklin, y legiones de otras leyendas. Según el crítico Greil Marcus, se trata de la canción más importante de su género. Pero, en 1965, año de las protestas por los derechos civiles en Selma, año de los motines de Watts en Los Angeles, año en lo cual las tropas estadounidenses en Vietnam aumentaron desde 30 mil a 170 mil, “A Change Is Gonna Come” no superó el puesto 31 en el ranking. ¿Más extraño aun? Fue lanzado póstumamente, pues, Sam Cooke—cuyas canciones han sido cubiertas desde entonces por centenares de artistas, incluyendo a John Lennon, Simon y Garfunkel, Cat Stevens, Rod Stewart, Van Morrison, y todas las leyendas afroamericanas antes mencionadas, había sido asesinado el mes anterior por la manager de un hotel en Los Angeles.
Volveré a Sam Cooke en un momento. Ahora, un par de observaciones sobre el bicentenario.
Mientras Chile, con sus 200 años a cuestas, mira el futuro con pavoneo y un deslumbrante optimismo, Valparaíso lo enfrenta con trepidación.
Por su parte, Chile está a punto de lograr su anhelado “desacoplamiento”. Ya no depende, exclusivamente, de las vicisitudes de la economía norteamericana. Crece a tasas envidiables aunque el país del norte se mantenga postrado en la UTI.
Valparaíso, por su parte, da la bienvenida al tercer siglo de Chile con un suspiro de alivio: “que sea mejor que el segundo” decimos todos. El siglo 1910-2010 partió con la apertura del canal de Panamá y la caída del negocio salitrero. Desde allí en adelante más bien parecía una letanía de chistes de mal gusto: desastres, explosiones, incendios, aluviones, terremotos, todo lo anterior culminando en el despoblamiento de su casco histórico y el desprestigio de la ciudad en los ojos de gran parte del país. Todo esto, se puntualizó, de forma magistral, con el cierre de varios ascensores y el dantesco incendio que destruyo nuestro querido “Pancho” a pocos días de llegar al bicentenario.
Para Valparaíso, “A Change Is Gonna Come”, sería un himno apropiado.
Así, volvemos a Sam Cooke. Mientras uno de los mejores discos de todos los tiempos languideció sin poder superar el puesto 31 de ventas, ¿cuál fue el número 1? “Downtown”, de Petulia Clark. Se trata de una canción pegajosa, pero poco transcendente en la vida de las personas. Hoy, 45 años más tarde, “A Change Is Gonna Come” crece en estatura, influyendo cada nueva generación. “Downtown”, una vez una superventas, quedó en el olvido.
La anterior me parece un interesante espejo para ver la difícil relación entre Chile y su capital cultural. En pocos días inauguraremos aquí el Fórum de las Culturas. El mundo entero celebrará su amor por Valparaíso.
Chile, al parecer, estará en otra.
Volveré a Sam Cooke en un momento. Ahora, un par de observaciones sobre el bicentenario.
Mientras Chile, con sus 200 años a cuestas, mira el futuro con pavoneo y un deslumbrante optimismo, Valparaíso lo enfrenta con trepidación.
Por su parte, Chile está a punto de lograr su anhelado “desacoplamiento”. Ya no depende, exclusivamente, de las vicisitudes de la economía norteamericana. Crece a tasas envidiables aunque el país del norte se mantenga postrado en la UTI.
Valparaíso, por su parte, da la bienvenida al tercer siglo de Chile con un suspiro de alivio: “que sea mejor que el segundo” decimos todos. El siglo 1910-2010 partió con la apertura del canal de Panamá y la caída del negocio salitrero. Desde allí en adelante más bien parecía una letanía de chistes de mal gusto: desastres, explosiones, incendios, aluviones, terremotos, todo lo anterior culminando en el despoblamiento de su casco histórico y el desprestigio de la ciudad en los ojos de gran parte del país. Todo esto, se puntualizó, de forma magistral, con el cierre de varios ascensores y el dantesco incendio que destruyo nuestro querido “Pancho” a pocos días de llegar al bicentenario.
Para Valparaíso, “A Change Is Gonna Come”, sería un himno apropiado.
Así, volvemos a Sam Cooke. Mientras uno de los mejores discos de todos los tiempos languideció sin poder superar el puesto 31 de ventas, ¿cuál fue el número 1? “Downtown”, de Petulia Clark. Se trata de una canción pegajosa, pero poco transcendente en la vida de las personas. Hoy, 45 años más tarde, “A Change Is Gonna Come” crece en estatura, influyendo cada nueva generación. “Downtown”, una vez una superventas, quedó en el olvido.
La anterior me parece un interesante espejo para ver la difícil relación entre Chile y su capital cultural. En pocos días inauguraremos aquí el Fórum de las Culturas. El mundo entero celebrará su amor por Valparaíso.
Chile, al parecer, estará en otra.
domingo, 5 de septiembre de 2010
Aullido
Aquel nefasto 31 de julio apenas descansaban los carros tras la última bajada del ascensor Cordillera -los 51 segundos más tristes de los que se tenga memoria- cuando mi celular empezó a sonar. A poco andar tenía mensajes de dos matutinos capitalinos más CHV, TVN, y CNN Chile.
Llegó el primer periodista. ¿Primera pregunta? "Da la sensación que los porteños no cuidan a su patrimonio, ¿Qué opinas?" Bastó el frío fruncir de mis cejas rusas para que entendiera que no mordería tal venenosa carnada. Es más, durante 20 minutos, hice lo posible para convencerle que la pregunta estaba mal planteada. Me explayé en como la recuperación de otras ciudades patrimoniales de la misma categoría de Valparaíso viene fuertemente subsidiados por sus respectivos gobiernos. Expliqué que más del 60% de las casas de Valparaíso están exentas de pago de contribución por lo antiguas. Ninguna otra ciudad chilena tiene esta mochila. Le recordé que la ciudad, con su asombroso laberinto de calles, escaleras, y callejones, tiene tres veces más estructura vial per cápita que cualquier otra ciudad de Chile. Le informé que los ascensores requieren 15 veces más inversión de lo que venden. "No lo que rentan", le dije. "Lo que venden".
"El gobierno de Ecuador", continuaba, "invierte US $50 millones al año para la recuperación patrimonial de Quito."
Repetí más o menos el mismo guión con los demás periodistas. Todos parecieron impresionados. Pero no es fácil revertir una narrativa cuando viene incubándose hace años. Es más, para los santiaguinos, el cliché, "los porteños no saben cuidar su patrimonio", es conveniente. Les permite lavarse las manos. Así, imagínense mi disolución cuando los 5 reportajes salieron con la narrativa de siempre.
Lo cual nos trae al dantesco acontecimiento del jueves pasado.
El terremoto, el fraude, el cierre de los ascensores. Ahora esto. No se puede creer. En Valparaíso, cualquier columna de humo negro provoca pánico. Pero, para miles, la imagen de llamas emanando desde el reloj de nuestro "Pancho" era diferente. Era demasiado. Ninguna ciudad puede tener tan mala suerte. Me acosté con ganas de vomitar.
Pero el viernes amaneció con otra vibra. La empresa constructora, al parecer, tendría seguros y capaz que éstos alcancen para reconstruir todo. Es más, tanto el intendente como el alcalde parecen haber encontrado su voz. No solamente reconstruiremos la iglesia. Recuperaremos el barrio. Este mismo día empezó a dibujarse una solución temporal para reabrir algunos ascensores.
El viernes en la tarde, tomando la temperatura del ánimo porteño en Twitter, me nació la siguiente idea: El próximo 4 de octubre, día de "San Francisco de Asís", armemos una gran fiesta en la calle Setimio frente a la Iglesia. Apoyemos a la congregación y las monjas. Llevemos nuestras mascotas. Pero, más importante, demostremos a todo Chile quienes somos. No se trata de una letanía de amargura, sino una señal de unidad. Nosotros, los porteños, no seremos vencidos.
Llegó el primer periodista. ¿Primera pregunta? "Da la sensación que los porteños no cuidan a su patrimonio, ¿Qué opinas?" Bastó el frío fruncir de mis cejas rusas para que entendiera que no mordería tal venenosa carnada. Es más, durante 20 minutos, hice lo posible para convencerle que la pregunta estaba mal planteada. Me explayé en como la recuperación de otras ciudades patrimoniales de la misma categoría de Valparaíso viene fuertemente subsidiados por sus respectivos gobiernos. Expliqué que más del 60% de las casas de Valparaíso están exentas de pago de contribución por lo antiguas. Ninguna otra ciudad chilena tiene esta mochila. Le recordé que la ciudad, con su asombroso laberinto de calles, escaleras, y callejones, tiene tres veces más estructura vial per cápita que cualquier otra ciudad de Chile. Le informé que los ascensores requieren 15 veces más inversión de lo que venden. "No lo que rentan", le dije. "Lo que venden".
"El gobierno de Ecuador", continuaba, "invierte US $50 millones al año para la recuperación patrimonial de Quito."
Repetí más o menos el mismo guión con los demás periodistas. Todos parecieron impresionados. Pero no es fácil revertir una narrativa cuando viene incubándose hace años. Es más, para los santiaguinos, el cliché, "los porteños no saben cuidar su patrimonio", es conveniente. Les permite lavarse las manos. Así, imagínense mi disolución cuando los 5 reportajes salieron con la narrativa de siempre.
Lo cual nos trae al dantesco acontecimiento del jueves pasado.
El terremoto, el fraude, el cierre de los ascensores. Ahora esto. No se puede creer. En Valparaíso, cualquier columna de humo negro provoca pánico. Pero, para miles, la imagen de llamas emanando desde el reloj de nuestro "Pancho" era diferente. Era demasiado. Ninguna ciudad puede tener tan mala suerte. Me acosté con ganas de vomitar.
Pero el viernes amaneció con otra vibra. La empresa constructora, al parecer, tendría seguros y capaz que éstos alcancen para reconstruir todo. Es más, tanto el intendente como el alcalde parecen haber encontrado su voz. No solamente reconstruiremos la iglesia. Recuperaremos el barrio. Este mismo día empezó a dibujarse una solución temporal para reabrir algunos ascensores.
El viernes en la tarde, tomando la temperatura del ánimo porteño en Twitter, me nació la siguiente idea: El próximo 4 de octubre, día de "San Francisco de Asís", armemos una gran fiesta en la calle Setimio frente a la Iglesia. Apoyemos a la congregación y las monjas. Llevemos nuestras mascotas. Pero, más importante, demostremos a todo Chile quienes somos. No se trata de una letanía de amargura, sino una señal de unidad. Nosotros, los porteños, no seremos vencidos.
domingo, 22 de agosto de 2010
Un tren puede esconder a otro tren
Se trata de un poema del estadounidense Kenneth Koch (1925-2002), inspirado en un letrero que el poeta vio en Kenia. Parte:
En un poema, un verso puede esconder a otro verso,
De la misma manera que, en un cruce,
Un tren puede esconder a otro tren.
Así, si pretendes cruzar
La línea férrea espera un buen momento
Hasta que pase el primero. Y cuando leas
Espera hasta que hayas leído el próximo verso—
Allí, recién, sabrás si estás a salvo.
En una familia, una hermana puede ocultar a otra.
Así, cuando estés cortejando, mejor tenlas todas a la vista,
Pues, si no, al seducir una, podrías terminar
Enamorado de la otra.
¿Y en Valparaíso? Un cerro puede esconder a otro cerro. Tomemos el caso de Barón. ¿Cuándo es la última vez que llevaste tu señora a pololear allí? Recomiendo que lo hagas de inmediato.
Supongo que el mirador Portales, nombrado en honor al inquilino más famoso del cerro, sería un lugar obvio para partir. Así, no lo hagas. Parte, mejor, en la calle Setimio, el Montmarte porteño.
Caminar cualquier cerro porteño siempre trae una yapa. Está el paseo que ves y el otro que borbotea por dentro. Son dos paseos en uno. Un tren esconde a otro tren.
Setimio, por su parte, es de las pocas calles de cerro que hay en Valparaíso que siempre fue concebida como bulevar. Así, fue en 1845 cuando se colocó la primera piedra del convento de la orden Franciscana. ¿Que nosotros jamás hayamos cumplido tal mandato? Esto es otro problema.
Les invito a imaginar la cara de don Eduardo Provasoli cuando llegó por vez primera en 1890. El afamado arquitecto italiano, que, años después, levantaría la icónica Catedral de Castro en Chiloé, sería el encargado de construir aquí el torreón más famoso de Chile. Por mi parte, me es imposible caminar la calle Setimio sin imaginar cafés al aire libre y su bandejón central lleno de cerezos y almendros en flor.
Pero estar parado debajo de la Iglesia San Francisco al atardecer no requiere imaginación ninguna. Es una experiencia sin igual. El tiempo se detiene. ¿Cuántos personajes, llegando a vapor desde Europa tras navegar Cabo de Hornos, tuvieron su primera imagen de Valparaíso mirando hacía aquí? Está el convento con sus jardines y sus adoquines. Todo un paseo en si mismo. Maravilloso.
Doblando a la derecha por la calle Blanco Viel y ambulando por calles como Tocornal, Acevedo, y General Belgrano, nos entramos en el corazón del cerro Barón, un típico barrio porteño lleno de casitas de adobe y estucado, todas de fachada continua, con mucha vida de vereda. Cada esquina nos trae una tienda de empanadas o un almacén.
Subiendo el cerro, se llega a una pequeña plaza edificada por los mismos vecinos. El jardín es formidable. La vista del torreón insuperable. Desde este lugar, se descubre otro Valparaíso.
O, según Kenneth Koch: “Puede que sea importante/ haber esperado un momento/ a ver lo que siempre estuvo allí.
En un poema, un verso puede esconder a otro verso,
De la misma manera que, en un cruce,
Un tren puede esconder a otro tren.
Así, si pretendes cruzar
La línea férrea espera un buen momento
Hasta que pase el primero. Y cuando leas
Espera hasta que hayas leído el próximo verso—
Allí, recién, sabrás si estás a salvo.
En una familia, una hermana puede ocultar a otra.
Así, cuando estés cortejando, mejor tenlas todas a la vista,
Pues, si no, al seducir una, podrías terminar
Enamorado de la otra.
¿Y en Valparaíso? Un cerro puede esconder a otro cerro. Tomemos el caso de Barón. ¿Cuándo es la última vez que llevaste tu señora a pololear allí? Recomiendo que lo hagas de inmediato.
Supongo que el mirador Portales, nombrado en honor al inquilino más famoso del cerro, sería un lugar obvio para partir. Así, no lo hagas. Parte, mejor, en la calle Setimio, el Montmarte porteño.
Caminar cualquier cerro porteño siempre trae una yapa. Está el paseo que ves y el otro que borbotea por dentro. Son dos paseos en uno. Un tren esconde a otro tren.
Setimio, por su parte, es de las pocas calles de cerro que hay en Valparaíso que siempre fue concebida como bulevar. Así, fue en 1845 cuando se colocó la primera piedra del convento de la orden Franciscana. ¿Que nosotros jamás hayamos cumplido tal mandato? Esto es otro problema.
Les invito a imaginar la cara de don Eduardo Provasoli cuando llegó por vez primera en 1890. El afamado arquitecto italiano, que, años después, levantaría la icónica Catedral de Castro en Chiloé, sería el encargado de construir aquí el torreón más famoso de Chile. Por mi parte, me es imposible caminar la calle Setimio sin imaginar cafés al aire libre y su bandejón central lleno de cerezos y almendros en flor.
Pero estar parado debajo de la Iglesia San Francisco al atardecer no requiere imaginación ninguna. Es una experiencia sin igual. El tiempo se detiene. ¿Cuántos personajes, llegando a vapor desde Europa tras navegar Cabo de Hornos, tuvieron su primera imagen de Valparaíso mirando hacía aquí? Está el convento con sus jardines y sus adoquines. Todo un paseo en si mismo. Maravilloso.
Doblando a la derecha por la calle Blanco Viel y ambulando por calles como Tocornal, Acevedo, y General Belgrano, nos entramos en el corazón del cerro Barón, un típico barrio porteño lleno de casitas de adobe y estucado, todas de fachada continua, con mucha vida de vereda. Cada esquina nos trae una tienda de empanadas o un almacén.
Subiendo el cerro, se llega a una pequeña plaza edificada por los mismos vecinos. El jardín es formidable. La vista del torreón insuperable. Desde este lugar, se descubre otro Valparaíso.
O, según Kenneth Koch: “Puede que sea importante/ haber esperado un momento/ a ver lo que siempre estuvo allí.
domingo, 15 de agosto de 2010
Valparaíso, fuera del cuadrado
A un conocido sicólogo, especialista en tratar a los mejores golfistas del mundo, le gusta presentar a sus pupilos un famoso dibujo. Se trata de nueve puntitos ensamblados en forma de cuadrado. ¿El ejercicio? Conectar los nueve puntos utilizando sólo cuatro líneas rectas, sin levantar lápiz del papel.
El 99% de los que intentan terminan rindiéndose. "No se puede", dicen. ¿Su problema? Asumen que sus opciones se reducen al universo representado por el cuadrado. Si aceptas estas limitaciones, el puzle es imposible. ¿Y qué pasa con el 1%? Parten, como muchos, conectando el diagonal que pasa por el medio. Después, doblan por abajo. Pero cuando llegan al último puntito, en vez de doblar otra vez, siguen adelante en línea recta hasta encontrarse fuera del cuadrado. Desde esta perspectiva, descubren una nueva geometría. Los nueve puntos no necesariamente tienen por qué formar un cuadrado. ¿Por qué no pueden formar dos triángulos? La solución aparece. ¿El mensaje? Cuando la adversidad te embosca, hay que aprender a pensar fuera del cuadrado.
En 1988, Australia cumplió 200 años y celebró en grande con la Expo Mundial de Brisbane. Se reclamó un inmenso páramo de viejas bodegas e industrias en la ribera sur del rio Brisbane. Estas fueron transformadas en hoteles, loft, y restaurantes. Entre el borde fluvial y el recuperado patrimonio industrial, se despejó un predio de 20 hectáreas para la instalación de los 102 pabellones.
Pero la Expo duró solo 6 meses. Una vez terminada, se desmantelaron las exposiciones, dejando un vacío importante en el corazón de "la ribera sur".
Llovieron ofertas. ¿Vivienda? ¿Oficinas? ¿Comercio? ¿Un campus universitario?
La respuesta llegó gracias a la afamada firma de arquitectos, Denton Corker Marshall, de Melbourne, especialistas en "pensar fuera del cuadrado". Estos presentaron un Plan Maestro urbano que asombró por su simpleza, elegancia, y genialidad.
Se mandaron a construir 406 sinuosos zarcillos de fierro galvanizado. Cada poste medía 4,5 metros y constituía una verdadera escultura en sí. Los postes fueron erigidos en dos columnas paralelas de 203 zarcillos cada uno. Hubo intervalos de 5 metros entre cada poste. Al nivel de suelo, las dos columnas fueron separadas por 7 metros. Arriba se juntaron como tijeretas. En su conjunto, esta monumental estructura serpenteaba por un kilómetro. Desde el aire parecía el esqueleto de una gigantesca pitón.
Una vez erigido el casco, se juntaron los zarcillos con un sistema de alambres. Sobre estos, se plantaron miles de buganvilias color fucsia.
15 años después, el "Gran Parrón de Brisbane" destaca como un hito mundial del buen urbanismo. Seduce por su belleza escultural. Pero más impactante ha sido su glorioso impacto urbano. Articula, define, e integra todo la vida de la ribera sur.
Sus sinuosas curvas son perforadas por cinco calles rectas. Esta combinación deja espacios urbanos de distinta forma e índole, parecido al laberinto de Valparaíso. En algunos espacios, dejaron parques, fuentes, hasta una pequeña laguna con jardín japonés. Otros ostentan cafés, bibliotecas, galerías, y restaurantes. Los fines de semana se hace una feria de productos orgánicos.
No les voy a mentir. El primer día que caminaba debajo de esta maravillosa escultura tuve un solo pensamiento: "Quiero traerme tres a Valparaíso." Visualizaba uno para la Avenida Argentina, otro para la Avenida Brasil (zigzagueando entre las palmeras y los monumentos), y otro en la "Explanada del Mar" contemplado por Puerto Barón. Los tres constituirían un gran paseo de tres kilómetros que partiría en la entrada Valparaíso y culminaría en el edificio del Gobierno Regional.
Ay… Soñar es gratis. Pero, mi punto es otro: Hace 20 años que nuestras autoridades viven de contingencia a contingencia. Que nos cierran ascensores, que los perros muerden a turistas. Cada día, hay que apagar algún incendio. Valparaíso es un puzle de nueve puntos. Si sacas la basura de un lugar, reaparece en otro. Los nueve puntos jamás se pueden unir mientras sigamos viviendo dentro de nuestro pequeño cuadrado.
El Fórum de las Culturas habría sido el escenario ideal para traer maestros talla mundial a enseñarnos a soñar más allá de tales limitaciones. Pero cuando el gobierno anterior dejó botado el Fórum, esta histórica oportunidad se convirtió en otro incendio más.
Pero no todo está perdido. Recomiendo que el Gobierno Regional, en conjunto con el CNCA, invite cinco grandes urbanistas mundiales a Valparaíso de la envergadura de aquellos que idearon el Gran Parrón de Brisbane. Puede que cinco grandes simposios, dictados por genios que viven lejos de nuestro sofocante mundo de prejuicios y limitaciones, sea justo el golpe que necesitamos para despabilarnos de la pesadilla de nuestro pequeño mundo donde todo nos parece imposible.
El 99% de los que intentan terminan rindiéndose. "No se puede", dicen. ¿Su problema? Asumen que sus opciones se reducen al universo representado por el cuadrado. Si aceptas estas limitaciones, el puzle es imposible. ¿Y qué pasa con el 1%? Parten, como muchos, conectando el diagonal que pasa por el medio. Después, doblan por abajo. Pero cuando llegan al último puntito, en vez de doblar otra vez, siguen adelante en línea recta hasta encontrarse fuera del cuadrado. Desde esta perspectiva, descubren una nueva geometría. Los nueve puntos no necesariamente tienen por qué formar un cuadrado. ¿Por qué no pueden formar dos triángulos? La solución aparece. ¿El mensaje? Cuando la adversidad te embosca, hay que aprender a pensar fuera del cuadrado.
En 1988, Australia cumplió 200 años y celebró en grande con la Expo Mundial de Brisbane. Se reclamó un inmenso páramo de viejas bodegas e industrias en la ribera sur del rio Brisbane. Estas fueron transformadas en hoteles, loft, y restaurantes. Entre el borde fluvial y el recuperado patrimonio industrial, se despejó un predio de 20 hectáreas para la instalación de los 102 pabellones.
Pero la Expo duró solo 6 meses. Una vez terminada, se desmantelaron las exposiciones, dejando un vacío importante en el corazón de "la ribera sur".
Llovieron ofertas. ¿Vivienda? ¿Oficinas? ¿Comercio? ¿Un campus universitario?
La respuesta llegó gracias a la afamada firma de arquitectos, Denton Corker Marshall, de Melbourne, especialistas en "pensar fuera del cuadrado". Estos presentaron un Plan Maestro urbano que asombró por su simpleza, elegancia, y genialidad.
Se mandaron a construir 406 sinuosos zarcillos de fierro galvanizado. Cada poste medía 4,5 metros y constituía una verdadera escultura en sí. Los postes fueron erigidos en dos columnas paralelas de 203 zarcillos cada uno. Hubo intervalos de 5 metros entre cada poste. Al nivel de suelo, las dos columnas fueron separadas por 7 metros. Arriba se juntaron como tijeretas. En su conjunto, esta monumental estructura serpenteaba por un kilómetro. Desde el aire parecía el esqueleto de una gigantesca pitón.
Una vez erigido el casco, se juntaron los zarcillos con un sistema de alambres. Sobre estos, se plantaron miles de buganvilias color fucsia.
15 años después, el "Gran Parrón de Brisbane" destaca como un hito mundial del buen urbanismo. Seduce por su belleza escultural. Pero más impactante ha sido su glorioso impacto urbano. Articula, define, e integra todo la vida de la ribera sur.
Sus sinuosas curvas son perforadas por cinco calles rectas. Esta combinación deja espacios urbanos de distinta forma e índole, parecido al laberinto de Valparaíso. En algunos espacios, dejaron parques, fuentes, hasta una pequeña laguna con jardín japonés. Otros ostentan cafés, bibliotecas, galerías, y restaurantes. Los fines de semana se hace una feria de productos orgánicos.
No les voy a mentir. El primer día que caminaba debajo de esta maravillosa escultura tuve un solo pensamiento: "Quiero traerme tres a Valparaíso." Visualizaba uno para la Avenida Argentina, otro para la Avenida Brasil (zigzagueando entre las palmeras y los monumentos), y otro en la "Explanada del Mar" contemplado por Puerto Barón. Los tres constituirían un gran paseo de tres kilómetros que partiría en la entrada Valparaíso y culminaría en el edificio del Gobierno Regional.
Ay… Soñar es gratis. Pero, mi punto es otro: Hace 20 años que nuestras autoridades viven de contingencia a contingencia. Que nos cierran ascensores, que los perros muerden a turistas. Cada día, hay que apagar algún incendio. Valparaíso es un puzle de nueve puntos. Si sacas la basura de un lugar, reaparece en otro. Los nueve puntos jamás se pueden unir mientras sigamos viviendo dentro de nuestro pequeño cuadrado.
El Fórum de las Culturas habría sido el escenario ideal para traer maestros talla mundial a enseñarnos a soñar más allá de tales limitaciones. Pero cuando el gobierno anterior dejó botado el Fórum, esta histórica oportunidad se convirtió en otro incendio más.
Pero no todo está perdido. Recomiendo que el Gobierno Regional, en conjunto con el CNCA, invite cinco grandes urbanistas mundiales a Valparaíso de la envergadura de aquellos que idearon el Gran Parrón de Brisbane. Puede que cinco grandes simposios, dictados por genios que viven lejos de nuestro sofocante mundo de prejuicios y limitaciones, sea justo el golpe que necesitamos para despabilarnos de la pesadilla de nuestro pequeño mundo donde todo nos parece imposible.
domingo, 1 de agosto de 2010
Efímera Eternidad
Mi hija pregunta: "¿Qué hace el ratón Pérez con tantos dientes?".
"Esto, junto con cómo construyeron los pirámides, son los dos grandes misterios del universo", le digo.
Se estudia meticulosamente en el espejo, fascinada por el inflamado hueco de encía que queda en el lugar donde una vez hubo una paleta. Hoy, domingo, tendrá su segundo recital de ballet en la Aula Magna de la UTFSM. Será una gatita. Una gatita que le falta un diente.
El martes, cuando me tocaba recogerla en su academia, hice una maldad. Llegué cinco minutos antes. Me escondí tras una pequeña apertura de la puerta para espiarla ensayando sus pasos. Adentro, la profesora gritaba indicaciones: El domingo, si se les cae el colet, ¿lo van a recoger? "¡No!" contestaron 10 gatitas preciosas. ¿Y si se les cae un botón? "No." ¿Si se les caen la cola? "No."
Por un instante, se me olvidó el caso corrupción, las elecciones internas de los partidos políticos, los números de la encuesta CEP, los ascensores oxidándose en sus rieles. Por un instante, estaba feliz.
Ay, la felicidad. Esta efímera eternidad. Hoy día, en las grandes universidades norteamericanas, se puede estudiar cualquier cosa -desde una deconstrucción marxista de la canción "Like a Virgen" hasta "cómo ganar más dinero utilizando Facebook y Twitter", pasando por "si existe o no un gen de la bisexualidad en los crustáceos". Pero no existe ni una licenciatura ni un magíster en alegría. Basta escuchar un par de minutos nuestro debate político para saber lo poco que se sabe de este último.
En una entrevista en 1981, un periodista le preguntó a Bob Dylan qué le motivaba seguir reinventándose, una y otra vez: "No necesitas ni la fama ni el dinero. Artísticamente, no te queda nada para lograr, pues, tienes docenas de canciones inmortales. Has ganado tu lugar en la historia. ¿Por qué no descansas y disfrutas lo que has hecho?".
Dylan contestó: "Existen industrias enteras dedicadas a enfermarnos, a perpetuar nuestra enfermedad. Permea el cine, la televisión, propaganda, farándula, los letreros en la carretera. Si yo no pensara que mi música pudiese ayudar a que alguien fuera feliz, no estaría cantando. Estaría navegando en un bote, o caminado por el bosque".
En términos de liderazgo, ser una persona feliz tiene muchos beneficios. "La gente no nos sigue por lo que decimos", dijo Sun Tzu, "la gente nos sigue por lo que somos". En el Oriente llaman esto "La ley del esfuerzo invertido". Mientras más desesperadamente buscamos algo, más nos alejamos de ello.
Uno de los grandes secretos de la mística que se sentía en Valparaíso entre 1998-2003 fue precisamente eso. Por un instante, los porteños olvidaron sus penas. Dejaron de ser víctimas. Se reenamoraron de su ciudad. Redescubrieron la alegría de ser porteño. Lo demás llegaba solo.
Así, por un día, me perdonarán si no hablo ni del desempleo, ni del Mercado Puerto, ni de los perros callejeros. Hoy día voy al ballet. A bailar señores.
"Esto, junto con cómo construyeron los pirámides, son los dos grandes misterios del universo", le digo.
Se estudia meticulosamente en el espejo, fascinada por el inflamado hueco de encía que queda en el lugar donde una vez hubo una paleta. Hoy, domingo, tendrá su segundo recital de ballet en la Aula Magna de la UTFSM. Será una gatita. Una gatita que le falta un diente.
El martes, cuando me tocaba recogerla en su academia, hice una maldad. Llegué cinco minutos antes. Me escondí tras una pequeña apertura de la puerta para espiarla ensayando sus pasos. Adentro, la profesora gritaba indicaciones: El domingo, si se les cae el colet, ¿lo van a recoger? "¡No!" contestaron 10 gatitas preciosas. ¿Y si se les cae un botón? "No." ¿Si se les caen la cola? "No."
Por un instante, se me olvidó el caso corrupción, las elecciones internas de los partidos políticos, los números de la encuesta CEP, los ascensores oxidándose en sus rieles. Por un instante, estaba feliz.
Ay, la felicidad. Esta efímera eternidad. Hoy día, en las grandes universidades norteamericanas, se puede estudiar cualquier cosa -desde una deconstrucción marxista de la canción "Like a Virgen" hasta "cómo ganar más dinero utilizando Facebook y Twitter", pasando por "si existe o no un gen de la bisexualidad en los crustáceos". Pero no existe ni una licenciatura ni un magíster en alegría. Basta escuchar un par de minutos nuestro debate político para saber lo poco que se sabe de este último.
En una entrevista en 1981, un periodista le preguntó a Bob Dylan qué le motivaba seguir reinventándose, una y otra vez: "No necesitas ni la fama ni el dinero. Artísticamente, no te queda nada para lograr, pues, tienes docenas de canciones inmortales. Has ganado tu lugar en la historia. ¿Por qué no descansas y disfrutas lo que has hecho?".
Dylan contestó: "Existen industrias enteras dedicadas a enfermarnos, a perpetuar nuestra enfermedad. Permea el cine, la televisión, propaganda, farándula, los letreros en la carretera. Si yo no pensara que mi música pudiese ayudar a que alguien fuera feliz, no estaría cantando. Estaría navegando en un bote, o caminado por el bosque".
En términos de liderazgo, ser una persona feliz tiene muchos beneficios. "La gente no nos sigue por lo que decimos", dijo Sun Tzu, "la gente nos sigue por lo que somos". En el Oriente llaman esto "La ley del esfuerzo invertido". Mientras más desesperadamente buscamos algo, más nos alejamos de ello.
Uno de los grandes secretos de la mística que se sentía en Valparaíso entre 1998-2003 fue precisamente eso. Por un instante, los porteños olvidaron sus penas. Dejaron de ser víctimas. Se reenamoraron de su ciudad. Redescubrieron la alegría de ser porteño. Lo demás llegaba solo.
Así, por un día, me perdonarán si no hablo ni del desempleo, ni del Mercado Puerto, ni de los perros callejeros. Hoy día voy al ballet. A bailar señores.
domingo, 25 de julio de 2010
Zeitgeist
Aproximadamente 6 cuadras arriba de la Avenida Alemania por la calle Alquiles Ramírez, pasado la calle Progreso, pasado el pasaje “23”, acercando la cumbre del cerro San Juan de Dios, se encuentra el colegio San Tadeo. En este lugar, se marea un poco. El pendiente del cerro es fuerte. ¿El paisaje? Típico de la parte alta de nuestra ciudad. Una mezcla de viejas tomas que, con el pasar de los años, se han ido consolidando con olor a barrio. Frente al colegio, costado poniente, se abre un pequeño pasaje sin nombre. Entramos.
La vista es impresionante. Las casas emanan dignidad y esfuerzo. A la mitad, hay un boliche que vende escarolas, papas, cebollas, tomates. Pasado el almacén, el carácter del pasaje cambia. Se acaba el hormigón. Empieza el zigzagueo, los peldaños, los pasamanos, las tablas de madera atravesando el cerro. Todo improvisado con mucho cariño por los propios vecinos. Y de repente, llegamos. Vislumbramos lo que venimos a descubrir. Bodhisattva. Shangri-la. Nirvana.
Descubrimos un parque. Un hermoso parque. Hay un cauce con una cascada natural que cae de la roca del cerro, vaciándose en un pequeño edén que los mismos vecinos han transformado en un anfiteatro. Imposible que visite un lugar así sin que me caigan las lágrimas. Aparezca el urbanista frustrado que soy. “Si yo hubiera descubierto este lugar hace 12 años podría haber hecho milagros aquí”, pienso. Claro, hace 12 años, hubo un zeitgeist distinto.
Zeitgeist es alemán por “el espíritu del momento”. Explica cómo es posible que, en París, entre 1869-1885, aparecieran pintores de la talla de Monet, Cezanne, Renoir, Manet, Pisarro, y Degas. El zeitgeist es lo que el joven Bob Dylan supo aprovechar cuando llegó a Greenwich Village en 1962. Es lo que inspiró al joven John Lennon a tocar con su vecino, Paul, en Liverpool el mismo año.
Y hubo un zeitgeist en Valparaíso entre 1998-2003. Era una ventana histórica que se abrió. Y pasaron cosas increíbles. Valparaíso patrimonio de la humanidad. Valparaíso Capital Cultural. Era un tiempo místico. Se soñaba en grande.
No quiero ahondar en los factores que cerraron esta ventana. Sería otra columna. Lo importante es que, con el Foro de las Culturas, hay una linda oportunidad de abrirla de nuevo.
Para que pase esto, hay que replantear el Foro. No puede tratarse, exclusivamente, de un evento cultural que “se produce”. No basta con teatro, música, poesía, y arte. Hay que invitar a grandes pensadores. Arquitectos, urbanistas, filósofos. Hay que generar condiciones para que gente brillante venga a Valparaíso a trabajar, soñar, inspirarse, y dialogar. Y no solo hay que traerlos al Paseo Yugoslavo o Gervasoni. Hay que invitarles a lugares diversos, como el parque del pasaje frente al colegio San Tadeo.
El foro no se trata de mostrarse. Se trata de reflexionar, meditar, y salir de nuestra zona de comodidad. Se trata de capturar un relámpago en una botella. Se trata de seducir el zeitgeist de nuevo.
La vista es impresionante. Las casas emanan dignidad y esfuerzo. A la mitad, hay un boliche que vende escarolas, papas, cebollas, tomates. Pasado el almacén, el carácter del pasaje cambia. Se acaba el hormigón. Empieza el zigzagueo, los peldaños, los pasamanos, las tablas de madera atravesando el cerro. Todo improvisado con mucho cariño por los propios vecinos. Y de repente, llegamos. Vislumbramos lo que venimos a descubrir. Bodhisattva. Shangri-la. Nirvana.
Descubrimos un parque. Un hermoso parque. Hay un cauce con una cascada natural que cae de la roca del cerro, vaciándose en un pequeño edén que los mismos vecinos han transformado en un anfiteatro. Imposible que visite un lugar así sin que me caigan las lágrimas. Aparezca el urbanista frustrado que soy. “Si yo hubiera descubierto este lugar hace 12 años podría haber hecho milagros aquí”, pienso. Claro, hace 12 años, hubo un zeitgeist distinto.
Zeitgeist es alemán por “el espíritu del momento”. Explica cómo es posible que, en París, entre 1869-1885, aparecieran pintores de la talla de Monet, Cezanne, Renoir, Manet, Pisarro, y Degas. El zeitgeist es lo que el joven Bob Dylan supo aprovechar cuando llegó a Greenwich Village en 1962. Es lo que inspiró al joven John Lennon a tocar con su vecino, Paul, en Liverpool el mismo año.
Y hubo un zeitgeist en Valparaíso entre 1998-2003. Era una ventana histórica que se abrió. Y pasaron cosas increíbles. Valparaíso patrimonio de la humanidad. Valparaíso Capital Cultural. Era un tiempo místico. Se soñaba en grande.
No quiero ahondar en los factores que cerraron esta ventana. Sería otra columna. Lo importante es que, con el Foro de las Culturas, hay una linda oportunidad de abrirla de nuevo.
Para que pase esto, hay que replantear el Foro. No puede tratarse, exclusivamente, de un evento cultural que “se produce”. No basta con teatro, música, poesía, y arte. Hay que invitar a grandes pensadores. Arquitectos, urbanistas, filósofos. Hay que generar condiciones para que gente brillante venga a Valparaíso a trabajar, soñar, inspirarse, y dialogar. Y no solo hay que traerlos al Paseo Yugoslavo o Gervasoni. Hay que invitarles a lugares diversos, como el parque del pasaje frente al colegio San Tadeo.
El foro no se trata de mostrarse. Se trata de reflexionar, meditar, y salir de nuestra zona de comodidad. Se trata de capturar un relámpago en una botella. Se trata de seducir el zeitgeist de nuevo.
domingo, 11 de julio de 2010
Si Valparaíso dejara de existir
Primero, una joya. El poema, “Hombre haciendo dedo”, de Galway Kinnell (1927-):
Después de un silencio, el conductor, un vendedor
de la Compañía de Seguros Travellers en camino
a Topeka, me preguntó, “¿Qué fue eso?”
Yo, vestido en mi uniforme naval, útil
para hacer dedo aunque la guerra ya había terminado,
dije, “Parece que atropellaste a un hombre.”
De hecho lo sabía. Su cara redonda se abrió
con sorpresa mientras rebotaba contra
el parachoques. Me miró desde la oscuridad.
“¿Por qué no dijiste algo?”. El vendedor dio un frenazo.
“Pensé que lo habías visto”, le dije.
No sé por qué, pero sé me ocurrió
que habría sido capaz de acompañar a este hombre
todo el camino hasta Topeka
sin haberlo mencionado.
Abrió su puerta y miró para atrás.
Yo hice lo mismo. Atrás, tirado sobre una berma,
bajo el brillo de un viejo farol, lucía un cuerpo.
Otro hombre lo revisaba. Por un instante,
era yo, en otra época, doblado sobre
el cuerpo de mi padre. El hombre se paró
y gritó: “Olvídenlo. A este le atropellan
a cada rato”. Era un borracho.
Qué alivio. Todo el resto del camino,
hasta el amanecer sobre Kansas,
nadie dijo siquiera una palabra, hasta que
el vendedor me dejó en mi puerta.
“Gracias”, le dije.
“De nada”.
Una obra maestra. Tiene oficio, drama, humor, sorpresa, riesgo, y vulnerabilidad. Hace tiempo que no lo leía. Pero el jueves lo necesitaba. Miraba el Cementerio No. 1 desde mi oficina., pensando en los grandes personajes enterrados allí. Detrás, el torreón de la Iglesia Luterana con su crucifijo de bronce, que, justo en este momento, portaba un pájaro de plumaje desconocido. A su izquierda, el rascacielos más imponente del casco histórico: la araucaria del Instituto de Música de la PUCV. Sobre mi escritorio, un reportaje: las revelaciones del caso fraude al fisco.
El poema se trata, entre otras cosas, de silencios cómplices. Como los seres humanos reaccionamos cuando nadie nos está mirando. No emite juicios. En el caso GORE, dejemos esto a la auditoría y los tribunales. Sin embargo, me pregunto si hombres educados se levantan, de un día para otro, y deciden, “Voy a ser un delincuente”. Intuyo que el proceso sea más sutil, el resultado de un largo proceso de ambiciones frustradas y sueños pisoteados.
Y no es el único caso. Desde los años ’90, hemos visto como la Municipalidad de Valparaíso se convertía en una caja de favores. “¿Tu hijo necesita un trabajo? Haré lo que pueda. Gracias por tu voto”. Como herencia a estos años de silencios cómplices, nuestro alcalde actual recibió un municipio que emplea 1200 personas.
No basta con indignarse con estos hechos. Todos hemos tomado atajos cuando nadie nos mira. Si queremos que Valparaíso se levante, si queremos dejar de ser la capital de la sinvergüencería, si queremos estar a la altura de los grandes personajes del cementerio, hay que partir por dentro.
Después de un silencio, el conductor, un vendedor
de la Compañía de Seguros Travellers en camino
a Topeka, me preguntó, “¿Qué fue eso?”
Yo, vestido en mi uniforme naval, útil
para hacer dedo aunque la guerra ya había terminado,
dije, “Parece que atropellaste a un hombre.”
De hecho lo sabía. Su cara redonda se abrió
con sorpresa mientras rebotaba contra
el parachoques. Me miró desde la oscuridad.
“¿Por qué no dijiste algo?”. El vendedor dio un frenazo.
“Pensé que lo habías visto”, le dije.
No sé por qué, pero sé me ocurrió
que habría sido capaz de acompañar a este hombre
todo el camino hasta Topeka
sin haberlo mencionado.
Abrió su puerta y miró para atrás.
Yo hice lo mismo. Atrás, tirado sobre una berma,
bajo el brillo de un viejo farol, lucía un cuerpo.
Otro hombre lo revisaba. Por un instante,
era yo, en otra época, doblado sobre
el cuerpo de mi padre. El hombre se paró
y gritó: “Olvídenlo. A este le atropellan
a cada rato”. Era un borracho.
Qué alivio. Todo el resto del camino,
hasta el amanecer sobre Kansas,
nadie dijo siquiera una palabra, hasta que
el vendedor me dejó en mi puerta.
“Gracias”, le dije.
“De nada”.
Una obra maestra. Tiene oficio, drama, humor, sorpresa, riesgo, y vulnerabilidad. Hace tiempo que no lo leía. Pero el jueves lo necesitaba. Miraba el Cementerio No. 1 desde mi oficina., pensando en los grandes personajes enterrados allí. Detrás, el torreón de la Iglesia Luterana con su crucifijo de bronce, que, justo en este momento, portaba un pájaro de plumaje desconocido. A su izquierda, el rascacielos más imponente del casco histórico: la araucaria del Instituto de Música de la PUCV. Sobre mi escritorio, un reportaje: las revelaciones del caso fraude al fisco.
El poema se trata, entre otras cosas, de silencios cómplices. Como los seres humanos reaccionamos cuando nadie nos está mirando. No emite juicios. En el caso GORE, dejemos esto a la auditoría y los tribunales. Sin embargo, me pregunto si hombres educados se levantan, de un día para otro, y deciden, “Voy a ser un delincuente”. Intuyo que el proceso sea más sutil, el resultado de un largo proceso de ambiciones frustradas y sueños pisoteados.
Y no es el único caso. Desde los años ’90, hemos visto como la Municipalidad de Valparaíso se convertía en una caja de favores. “¿Tu hijo necesita un trabajo? Haré lo que pueda. Gracias por tu voto”. Como herencia a estos años de silencios cómplices, nuestro alcalde actual recibió un municipio que emplea 1200 personas.
No basta con indignarse con estos hechos. Todos hemos tomado atajos cuando nadie nos mira. Si queremos que Valparaíso se levante, si queremos dejar de ser la capital de la sinvergüencería, si queremos estar a la altura de los grandes personajes del cementerio, hay que partir por dentro.
domingo, 20 de junio de 2010
Ciudad de sufrimiento
Tras varios años escondiendo lo obvio, me siento obligado a confesar mi secreto mejor guardado.
Soy fanático del golf. A través de este deporte voy aprendiendo mejor como manejar mis emociones. Junto con dicha revelación, debo mencionar mi agradecimiento para aquellos socios asiduos del Club de Campo Granadilla, quienes, habiendo sido testigos, en incontables ocasiones, del deplorable escándalo del “gringo” tirando sus palos y gritando al cielo, han conspirado entre si para mantener tales pataletas en secreto. Saben que aun perdura, en ciertos círculos, una imagen positiva de quien escribe como hombre serio, sabio, tranquilo, y contemplativo.
“No sufras tanto, Todd”, me han dicho una y otra vez. “Es solo un juego”. Pero no puedo dejar de sufrir. Es que ellos son Viñamarinos. Yo soy porteño.
El sufrimiento es parte integral de la experiencia porteña. Y no me refiero, exclusivamente, a los más de 450 años de terremotos, temporales, incendios, aluviones, socavones, bombardeos, plagas y explosiones que nos han asediado. Me refiero a las décadas de abandono y el fatalismo que este ha engendrado. Me refiero a la ilusión que, de repente, sentimos y que nos quitan a cada rato. Me refiero a los proyectos que presidente tras presidente anuncia sin que aparezca ninguno. Me refiero a los 30 años que hay que aguantar, en promedio, entre títulos del Wanderito.
Sufrimiento es lo que muchos sintieron tras el cierre del Café Vienes, el Riquet, el Emporio Echaurren. Es el frío que trae el viento norte. Es la lluvia que nos envuelve mientras el agua corre cerro abajo. Es el vacio que nos provoca descubrir que la casa donde pololearon nuestros abuelos haya sido demolida para construir un edificio. Es la sombra reflejada en la cara del bombero desfilando debajo de su antorcha.
Todo esto está en nuestro ADN. Nos da carácter. Identidad. Me gusta que sea así. No lo cambio por nada.
Mientras la mayoría de las ciudades modernas optan por el modelo yanqui del “ocio y el esparcimiento”, Valparaíso sigue siendo el auténtico pueblo idóneo para trabajar, contemplar, amar, y llorar. El carácter del porteño tiene su origen en el esfuerzo: nuestra permanente guerra contra la gravedad, y el espíritu de solidaridad que esto nos inspira.
Viña del Mar, por su parte, es una típica ciudad “gringa” dedicada al tiempo libre. Su maravillosa cancha de golf, (una de las 10 mejores de Sudamérica, por si acaso), es un verdadero paraíso. La seguiré visitando. Y les pido disculpas a mis amigos golfistas si, de repente, contamino su silencio con mis agónicos gritos que perturban los pinos y espantan a las loicas mientras cantan su opera prima al aire. Grito. Celebro. Reclamo. Sufro. Gozo. Soy porteño. Soy así.
Soy fanático del golf. A través de este deporte voy aprendiendo mejor como manejar mis emociones. Junto con dicha revelación, debo mencionar mi agradecimiento para aquellos socios asiduos del Club de Campo Granadilla, quienes, habiendo sido testigos, en incontables ocasiones, del deplorable escándalo del “gringo” tirando sus palos y gritando al cielo, han conspirado entre si para mantener tales pataletas en secreto. Saben que aun perdura, en ciertos círculos, una imagen positiva de quien escribe como hombre serio, sabio, tranquilo, y contemplativo.
“No sufras tanto, Todd”, me han dicho una y otra vez. “Es solo un juego”. Pero no puedo dejar de sufrir. Es que ellos son Viñamarinos. Yo soy porteño.
El sufrimiento es parte integral de la experiencia porteña. Y no me refiero, exclusivamente, a los más de 450 años de terremotos, temporales, incendios, aluviones, socavones, bombardeos, plagas y explosiones que nos han asediado. Me refiero a las décadas de abandono y el fatalismo que este ha engendrado. Me refiero a la ilusión que, de repente, sentimos y que nos quitan a cada rato. Me refiero a los proyectos que presidente tras presidente anuncia sin que aparezca ninguno. Me refiero a los 30 años que hay que aguantar, en promedio, entre títulos del Wanderito.
Sufrimiento es lo que muchos sintieron tras el cierre del Café Vienes, el Riquet, el Emporio Echaurren. Es el frío que trae el viento norte. Es la lluvia que nos envuelve mientras el agua corre cerro abajo. Es el vacio que nos provoca descubrir que la casa donde pololearon nuestros abuelos haya sido demolida para construir un edificio. Es la sombra reflejada en la cara del bombero desfilando debajo de su antorcha.
Todo esto está en nuestro ADN. Nos da carácter. Identidad. Me gusta que sea así. No lo cambio por nada.
Mientras la mayoría de las ciudades modernas optan por el modelo yanqui del “ocio y el esparcimiento”, Valparaíso sigue siendo el auténtico pueblo idóneo para trabajar, contemplar, amar, y llorar. El carácter del porteño tiene su origen en el esfuerzo: nuestra permanente guerra contra la gravedad, y el espíritu de solidaridad que esto nos inspira.
Viña del Mar, por su parte, es una típica ciudad “gringa” dedicada al tiempo libre. Su maravillosa cancha de golf, (una de las 10 mejores de Sudamérica, por si acaso), es un verdadero paraíso. La seguiré visitando. Y les pido disculpas a mis amigos golfistas si, de repente, contamino su silencio con mis agónicos gritos que perturban los pinos y espantan a las loicas mientras cantan su opera prima al aire. Grito. Celebro. Reclamo. Sufro. Gozo. Soy porteño. Soy así.
domingo, 23 de mayo de 2010
Chile contra Chile
En 1994, para conmemorar el éxito de "Il Postino", el estudio Miramax editó un disco con Glenn Close, Julia Roberts, Madonna, Samuel L. Jackson, y Willem Dafoe recitando, cada uno, su poema favorito de Pablo Neruda.
Muy lindo. Nuestro vate ha sido traducido en más de 20 idiomas. Sus versos han inspirado piezas de jazz, blues, folk y lírica. Lo estudian en más de 5 mil universidades en unos 200 países. Si vas a EE.UU. y preguntas a los últimos 30 ganadores del Premio Pulitzer en Poesía, más de la mitad nombrarían al autor del "Canto General" entre sus influencias.
Un gringo que quiere leer "20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada" en inglés puede escoger entre seis traducciones distintas. Todas han agotado su primera edición y varias van en la quinta para arriba. Si prefieres "Obras Elementales" o "Residencia en la Tierra" el fenómeno se repite. Según Alistair Reid: "Neruda es el poeta más leído desde Shakespeare". Cada año, miles de peregrinos extranjeros ingresan al país exclusivamente para contemplar, tocar, oler y respirar a su poeta favorito. Muchos chilenos aún se niegan a verlo, pero el hijo de Parral inspira una devoción mundial reservada para figuras de la talla de Cervantes, Chaucer, Whitman, Rilke y Yeats.
Todo lo cual explica mi desesperación al pensar en los 44 honorables que derrotaron una de las grandes ideas de nuestros tiempos: la de rebautizar la principal entrada a Chile "Aeropuerto Internacional Pablo Neruda".
"Pablo Neruda" y "Valparaíso" son dos de las marcas más importantes que tiene Chile. Si agregas valor a estas marcas, enalteces la imagen del país. Fomentas nuestra universalidad. Chile crece. Por dentro y por fuera.
Lamentablemente, cada vez que alguien se atreve, aparece el tiro por la culata. La mitad de Chile lo sabotea.
Sencillamente, no lo entiendo. ¿Por el bien de tu país, cómo no vas a poder ver más allá de tus viejas rencillas? Les juro, cada vez que escucho el siútico argumento que "a Neruda le dieron el Nobel sólo porque era comunista", rezo por el alma de este país que tanto quiero.
Veamos el caso de nuestra otra gran marca: Valparaíso. Hace 12 años, un 90% de los chilenos no nos habría visitado aun si les pagaras el viaje.
12 años después, la única ciudad chilena protegida en la misma lista con Praga, Venecia, Budapest, y Cuzco, está de moda. Ahora sí, miles de chilenos vienen a pasear. Sin embargo, cada vez que uno de estos declara su amor al Puerto, en seguida aparece el "pero". Pero la basura. Pero los hoyos. Pero los porteños. Pero los perros.
Olvidémonos por un momento, de la obviedad de que Chile, si quisiera, podría invertir en Valparaíso para que estuviera a la altura de su investidura. El punto es otro. El punto es que una parte importante de Chile no quiere. Una parte importante preferiría no celebrar ni a Pablo Neruda ni a Valparaíso.
Así lo ve este extranjero que vino a Chile por Neruda, que se quedó por Valparaíso.
Muy lindo. Nuestro vate ha sido traducido en más de 20 idiomas. Sus versos han inspirado piezas de jazz, blues, folk y lírica. Lo estudian en más de 5 mil universidades en unos 200 países. Si vas a EE.UU. y preguntas a los últimos 30 ganadores del Premio Pulitzer en Poesía, más de la mitad nombrarían al autor del "Canto General" entre sus influencias.
Un gringo que quiere leer "20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada" en inglés puede escoger entre seis traducciones distintas. Todas han agotado su primera edición y varias van en la quinta para arriba. Si prefieres "Obras Elementales" o "Residencia en la Tierra" el fenómeno se repite. Según Alistair Reid: "Neruda es el poeta más leído desde Shakespeare". Cada año, miles de peregrinos extranjeros ingresan al país exclusivamente para contemplar, tocar, oler y respirar a su poeta favorito. Muchos chilenos aún se niegan a verlo, pero el hijo de Parral inspira una devoción mundial reservada para figuras de la talla de Cervantes, Chaucer, Whitman, Rilke y Yeats.
Todo lo cual explica mi desesperación al pensar en los 44 honorables que derrotaron una de las grandes ideas de nuestros tiempos: la de rebautizar la principal entrada a Chile "Aeropuerto Internacional Pablo Neruda".
"Pablo Neruda" y "Valparaíso" son dos de las marcas más importantes que tiene Chile. Si agregas valor a estas marcas, enalteces la imagen del país. Fomentas nuestra universalidad. Chile crece. Por dentro y por fuera.
Lamentablemente, cada vez que alguien se atreve, aparece el tiro por la culata. La mitad de Chile lo sabotea.
Sencillamente, no lo entiendo. ¿Por el bien de tu país, cómo no vas a poder ver más allá de tus viejas rencillas? Les juro, cada vez que escucho el siútico argumento que "a Neruda le dieron el Nobel sólo porque era comunista", rezo por el alma de este país que tanto quiero.
Veamos el caso de nuestra otra gran marca: Valparaíso. Hace 12 años, un 90% de los chilenos no nos habría visitado aun si les pagaras el viaje.
12 años después, la única ciudad chilena protegida en la misma lista con Praga, Venecia, Budapest, y Cuzco, está de moda. Ahora sí, miles de chilenos vienen a pasear. Sin embargo, cada vez que uno de estos declara su amor al Puerto, en seguida aparece el "pero". Pero la basura. Pero los hoyos. Pero los porteños. Pero los perros.
Olvidémonos por un momento, de la obviedad de que Chile, si quisiera, podría invertir en Valparaíso para que estuviera a la altura de su investidura. El punto es otro. El punto es que una parte importante de Chile no quiere. Una parte importante preferiría no celebrar ni a Pablo Neruda ni a Valparaíso.
Así lo ve este extranjero que vino a Chile por Neruda, que se quedó por Valparaíso.
jueves, 6 de mayo de 2010
Tom's Burned-Down Café
Como alumno de la U. de Minnesota, solía escapar a la isla Madeline. Este pequeño islote sirve como puerta de entrada del Parque Nacional "Archipiélago Islas Apostales", en el Lago Superior, tres horas al norte de Minneapolis. Su pueblo está constituido de tres calles pobladas por artistas, pescadores, y granjeros. Como el parque nacional es cotizado por practicantes de vela y kayak, hay una pequeña marina y un terminal para el barquito que transporta los habitantes al continente.
Durante mis primeros veranos en la isla, frecuentaba a "Tom´s Café", un boliche lleno de curiosos adornos estilo "J.Cruz". En Tom’s se reunían las principales figuras de la fauna artística de la isla. Pero en 1990, una amiga me contó algo terrible. Tom´s se había incendiado.
El verano siguiente volví a la isla. Bajé del barquito. En el camino a mi hospedaje, me topé con una sorpresa. Efectivamente, donde una vez estaba Tom’s ya había sólo un casco carbonizado. Pero, al lado, había una docena de mesas al aire libre. Tirado entre las mesas, se encontraban todos los curiosos adornos rescatados del incendio: letreros de neón, botellas, instrumentos musicales, bancas de madera con miles de nombres tallados con cuchillo. Para entrar, había que pasar una reja de madera. Sobre la madera colgaban dos letreros escritos a mano. El primero decía "Tom’s Burn Down Café" (El café incendiado de Tom). ¿El otro? "Abierto". Estaba repleto.
Todo el verano las mesas estuvieron copadas. ¿La onda? Increíble. Sin saberlo, Tom había transformado su desastre en un golpe de marketing. 20 años después, "Tom’s Burned Down Café" sigue igual. Es grito y plata. Es legendario. Tom ha agregado un centro cultural que recibe importantes escritores nacionales. Tocan legendarios músicos de blues de Chicago.
Pensé en Tom hace unos días, mientras caminaba desde el cerro Santo Domingo hasta Prat por calle Serrano. Allí, frente a la panadería del mismo nombre, me detuve. "Esta calle", pensé, "aún con su sitio eriazo y su casco incendiado, es hermosa". Me enamoré de ella por enésima vez.
Hace tiempo, un centenar de personajes se congregó en el Centro de Estudios de Desarrollo Urbano Contemporáneo (DUC) para discutir el futuro de esta transcendental artería. Expusieron representantes de cuatro universidades, la IMV, ICOMOS, y el Consejo de Monumentos.
¿Mi conclusión? Esta calle inspira grandes pasiones. Sin embargo, sin desmerecer la urgencia de contar con una solución urbana definitiva, me pregunto: ¿No sería posible buscar un destino tipo "Tom’s" mientras?
¿Por qué no dedicar el último viernes del mes para montar allí, en plena calle, una gran exposición de artistas porteños? Otro día se podría montar una feria de productos orgánicos elaborados por agricultores regionales. De a poco llegarían hordas de personas que, hoy día, sólo conocen el lugar por sus titulares tristes. Descubrirían un lugar chispeante, lleno de vida. Allí, entre las cenizas, aparecería un futuro diferente, deslumbrante.
Durante mis primeros veranos en la isla, frecuentaba a "Tom´s Café", un boliche lleno de curiosos adornos estilo "J.Cruz". En Tom’s se reunían las principales figuras de la fauna artística de la isla. Pero en 1990, una amiga me contó algo terrible. Tom´s se había incendiado.
El verano siguiente volví a la isla. Bajé del barquito. En el camino a mi hospedaje, me topé con una sorpresa. Efectivamente, donde una vez estaba Tom’s ya había sólo un casco carbonizado. Pero, al lado, había una docena de mesas al aire libre. Tirado entre las mesas, se encontraban todos los curiosos adornos rescatados del incendio: letreros de neón, botellas, instrumentos musicales, bancas de madera con miles de nombres tallados con cuchillo. Para entrar, había que pasar una reja de madera. Sobre la madera colgaban dos letreros escritos a mano. El primero decía "Tom’s Burn Down Café" (El café incendiado de Tom). ¿El otro? "Abierto". Estaba repleto.
Todo el verano las mesas estuvieron copadas. ¿La onda? Increíble. Sin saberlo, Tom había transformado su desastre en un golpe de marketing. 20 años después, "Tom’s Burned Down Café" sigue igual. Es grito y plata. Es legendario. Tom ha agregado un centro cultural que recibe importantes escritores nacionales. Tocan legendarios músicos de blues de Chicago.
Pensé en Tom hace unos días, mientras caminaba desde el cerro Santo Domingo hasta Prat por calle Serrano. Allí, frente a la panadería del mismo nombre, me detuve. "Esta calle", pensé, "aún con su sitio eriazo y su casco incendiado, es hermosa". Me enamoré de ella por enésima vez.
Hace tiempo, un centenar de personajes se congregó en el Centro de Estudios de Desarrollo Urbano Contemporáneo (DUC) para discutir el futuro de esta transcendental artería. Expusieron representantes de cuatro universidades, la IMV, ICOMOS, y el Consejo de Monumentos.
¿Mi conclusión? Esta calle inspira grandes pasiones. Sin embargo, sin desmerecer la urgencia de contar con una solución urbana definitiva, me pregunto: ¿No sería posible buscar un destino tipo "Tom’s" mientras?
¿Por qué no dedicar el último viernes del mes para montar allí, en plena calle, una gran exposición de artistas porteños? Otro día se podría montar una feria de productos orgánicos elaborados por agricultores regionales. De a poco llegarían hordas de personas que, hoy día, sólo conocen el lugar por sus titulares tristes. Descubrirían un lugar chispeante, lleno de vida. Allí, entre las cenizas, aparecería un futuro diferente, deslumbrante.
lunes, 26 de abril de 2010
No todos los días se recibe un regalo como este
En 1869, Federico Santa María asistió a un remate junto con su socio, Jorge Ross. Tenía 24 años. ¿El objeto del remate? Un predio de 894 hectáreas ubicado hacia el norte del faro Punta Ángeles. Se trataba de un hermoso bosque de peumos, eucaliptus y matorrales; bordeado por inmensos acantilados; poblado por lagartos y conejos; sobrevolado por peucos. Los jóvenes se lo adjudicaron.
En los años siguientes, el empresario agregaría otros paños aledaños, sumando 1.400 hectáreas desde la Quebrada "Los Lúcumos" hasta la playa de Laguna Verde.
Después, F.S.M. se instalaría en París. Su olfato empresarial lo convertiría en uno de los empresarios azucareros más importantes del mundo. Pero, tras la irrupción de la primera guerra mundial, este gran porteño se retiró de los negocios.
En 1915, cinco años antes de redactar el testamento que daría vida a la UTFSM, Federico Santa María redactó otro testamento. En él, acordó donar la totalidad de sus 1.400 hectáreas, bajo el nombre Fundo Quebrada Verde, a la "Junta de Beneficencia de la Ciudad de Valparaíso". ¿El propósito? Crear un gran parque para la Joya del Pacífico. Según el testamento: "Que este parque se convierta en un verdadero bosque, a semejanza de las grandes ciudades de Europa."
Durante décadas, más de la mitad del predio se perdió por urbanizaciones formales e informales. ¿Lo que quedaba? Era un cacho. Su administración fue traspasada, una y otra vez, desde distintos estamentos municipales y estatales, recayendo, finalmente, en Fonasa.
A estas alturas, casi nadie sabía el origen del fundo. Muchos menos recordaban el deseo del benefactor.
Pero hace dos años llegó una noticia que pasó completamente desapercibida. Fonasa daría cumplimiento, por fin, al deseo de Federico Santa María. 93 años después de su testamento, se crearía en el Fundo Quebrada Verde, un gran parque para Valparaíso.
Hace unos días, mis hijos y yo fuimos a explorarlo. Es maravilloso. Sé que en Chile no se acostumbra a pensar en el largo plazo. Así, muchos llegarán al nuevo parque y lo "pelarán". Criticarán que quedan muchas zonas baldías. Dirán que el proyecto para crear tres lagunas no ha sido bien logrado.
¿Pero cuántos años se demoraron en madurar el Central Park de Manhattan, el Royal Botanical Garden de Sydney o el Boston Common? Aproximadamente medio siglo cada uno. Así, hay que visitar nuestro nuevo parque con otra actitud. Hay que gozar su exuberante naturaleza, por cierto. Pero más importante, hay que soñar el regalo que podemos sembrar allí para futuras generaciones.
En primer lugar, los porteños debemos asumir la propiedad del predio. Hasta ahora no lo hemos hecho. Hay que aprender su historia. Hay que descubrir su flora y fauna. Es más, los colegios municipales deben participar. Que hagan visitas guiadas, que adopten espacios, que siembren jardines, que ayuden a hacer senderos. Que nuestros empresarios donen plantas y árboles maduros.
No todos los días se recibe un regalo como este.
En los años siguientes, el empresario agregaría otros paños aledaños, sumando 1.400 hectáreas desde la Quebrada "Los Lúcumos" hasta la playa de Laguna Verde.
Después, F.S.M. se instalaría en París. Su olfato empresarial lo convertiría en uno de los empresarios azucareros más importantes del mundo. Pero, tras la irrupción de la primera guerra mundial, este gran porteño se retiró de los negocios.
En 1915, cinco años antes de redactar el testamento que daría vida a la UTFSM, Federico Santa María redactó otro testamento. En él, acordó donar la totalidad de sus 1.400 hectáreas, bajo el nombre Fundo Quebrada Verde, a la "Junta de Beneficencia de la Ciudad de Valparaíso". ¿El propósito? Crear un gran parque para la Joya del Pacífico. Según el testamento: "Que este parque se convierta en un verdadero bosque, a semejanza de las grandes ciudades de Europa."
Durante décadas, más de la mitad del predio se perdió por urbanizaciones formales e informales. ¿Lo que quedaba? Era un cacho. Su administración fue traspasada, una y otra vez, desde distintos estamentos municipales y estatales, recayendo, finalmente, en Fonasa.
A estas alturas, casi nadie sabía el origen del fundo. Muchos menos recordaban el deseo del benefactor.
Pero hace dos años llegó una noticia que pasó completamente desapercibida. Fonasa daría cumplimiento, por fin, al deseo de Federico Santa María. 93 años después de su testamento, se crearía en el Fundo Quebrada Verde, un gran parque para Valparaíso.
Hace unos días, mis hijos y yo fuimos a explorarlo. Es maravilloso. Sé que en Chile no se acostumbra a pensar en el largo plazo. Así, muchos llegarán al nuevo parque y lo "pelarán". Criticarán que quedan muchas zonas baldías. Dirán que el proyecto para crear tres lagunas no ha sido bien logrado.
¿Pero cuántos años se demoraron en madurar el Central Park de Manhattan, el Royal Botanical Garden de Sydney o el Boston Common? Aproximadamente medio siglo cada uno. Así, hay que visitar nuestro nuevo parque con otra actitud. Hay que gozar su exuberante naturaleza, por cierto. Pero más importante, hay que soñar el regalo que podemos sembrar allí para futuras generaciones.
En primer lugar, los porteños debemos asumir la propiedad del predio. Hasta ahora no lo hemos hecho. Hay que aprender su historia. Hay que descubrir su flora y fauna. Es más, los colegios municipales deben participar. Que hagan visitas guiadas, que adopten espacios, que siembren jardines, que ayuden a hacer senderos. Que nuestros empresarios donen plantas y árboles maduros.
No todos los días se recibe un regalo como este.
domingo, 18 de abril de 2010
El más rico del cementerio
Según Lao Tsé: “Quien habla no sabe. Quien sabe no habla”.
Hoy día, al reflexionar sobre lo anterior, pienso en mi “Tío Steve”, el papá del mejor amigo de mi niñez en Milwaukee.
Se trata de una de las familias más poderosas de nuestro estado. El teatro municipal de Milwaukee fue construido gracias a una donación de mi “Tío Steve”. El mismo donó un anfiteatro al aire libre para 40 mil personas al costado de Lago Michigan. Hace 15 años, cuando el Museo de Bellas Artes de Milwaukee necesitaba expandirse, mi tío juntó un grupo de sus pares empresarios y les habló: “Todos tenemos más de lo que necesitamos para ser felices. Tenemos garantizado la seguridad de nuestros hijos y nietos. No ganamos nada con ser el más rico del cementerio. Es el momento de devolverle la mano a nuestra comunidad”.
Se demoró 8 años en terminar la obra. Pero el nuevo edificio, “el pájaro de cristal” diseñado por Santiago Calatrava, se ha convertido en uno de los íconos arquitectónicos más importantes de EE.UU.
Mi tío Steve me marcó no solo por su generosidad, sino por su manera de ser. Entendió perfectamente bien el peso que llevaba su apellido en Milwaukee. Pero no quería que sus hijos fueron ni “creídos” ni arrogantes. El “tío” es austero, sencillo, agradecido, alegre.
Volvemos a Lao Tsé. Volvemos a Chile.
En 1960, el joven Ricardo Lagos Escobar se tituló de la Universidad de Chile gracias a su proyecto de título: “La Concentración del Poder Económico”. La obra concluyó lo siguiente: En la historia económica de Chile (1810-1960), los apellidos de las familias ricas suelen repetirse.
50 años después, vale la pena revisitar tal hipótesis, pues, en los últimos años, el mundo empresarial chileno ha experimentado una renovación espectacular. Hoy en día, más de la mitad—casi dos tercios—de las familias más ricas de Chile tienen menos de 3 generaciones.
En Chile, los ricos de hoy no son los ricos de antaño.
¿Qué importancia tiene esto? Mucha. Pues, los estudios indican que las fortunas nuevas tienen un perfil sicológico distinto de él de las fortunas viejas. Son más agradecidos. Menos prepotentes. Más filantrópicos. Más comprometidos. Basta pensar en Warren Buffet o Bill Gates. No es una casualidad que nuestro flamante presidente sea poseedor de una fortuna de primera generación.
La historia de Valparaíso confirma tal hipótesis. Según el estudio “La historia filantrópica de Chile”, publicado por la Fundación Pro Humana en 1999, 8 de las 10 donaciones más importantes de la historia de Chile ocurrieron en Valparaíso. ¿Los donantes? Las familias Ross, Edwards, Brown, Santa María, y Van Buren. Todos inmigrantes. Todos construyeron su fortuna en el momento de su máxima generosidad.
Así, ¿Nos encontramos, hoy día, ad portas a una nueva época dorada para la filantropía chilena?
Tal vez. Pero habrá que hablar menos y hacer más. La riqueza, “va por dentro” decía Lao Tsé, hombre recordado con una placa humilde, austera, visitado por multitudes.
Hoy día, al reflexionar sobre lo anterior, pienso en mi “Tío Steve”, el papá del mejor amigo de mi niñez en Milwaukee.
Se trata de una de las familias más poderosas de nuestro estado. El teatro municipal de Milwaukee fue construido gracias a una donación de mi “Tío Steve”. El mismo donó un anfiteatro al aire libre para 40 mil personas al costado de Lago Michigan. Hace 15 años, cuando el Museo de Bellas Artes de Milwaukee necesitaba expandirse, mi tío juntó un grupo de sus pares empresarios y les habló: “Todos tenemos más de lo que necesitamos para ser felices. Tenemos garantizado la seguridad de nuestros hijos y nietos. No ganamos nada con ser el más rico del cementerio. Es el momento de devolverle la mano a nuestra comunidad”.
Se demoró 8 años en terminar la obra. Pero el nuevo edificio, “el pájaro de cristal” diseñado por Santiago Calatrava, se ha convertido en uno de los íconos arquitectónicos más importantes de EE.UU.
Mi tío Steve me marcó no solo por su generosidad, sino por su manera de ser. Entendió perfectamente bien el peso que llevaba su apellido en Milwaukee. Pero no quería que sus hijos fueron ni “creídos” ni arrogantes. El “tío” es austero, sencillo, agradecido, alegre.
Volvemos a Lao Tsé. Volvemos a Chile.
En 1960, el joven Ricardo Lagos Escobar se tituló de la Universidad de Chile gracias a su proyecto de título: “La Concentración del Poder Económico”. La obra concluyó lo siguiente: En la historia económica de Chile (1810-1960), los apellidos de las familias ricas suelen repetirse.
50 años después, vale la pena revisitar tal hipótesis, pues, en los últimos años, el mundo empresarial chileno ha experimentado una renovación espectacular. Hoy en día, más de la mitad—casi dos tercios—de las familias más ricas de Chile tienen menos de 3 generaciones.
En Chile, los ricos de hoy no son los ricos de antaño.
¿Qué importancia tiene esto? Mucha. Pues, los estudios indican que las fortunas nuevas tienen un perfil sicológico distinto de él de las fortunas viejas. Son más agradecidos. Menos prepotentes. Más filantrópicos. Más comprometidos. Basta pensar en Warren Buffet o Bill Gates. No es una casualidad que nuestro flamante presidente sea poseedor de una fortuna de primera generación.
La historia de Valparaíso confirma tal hipótesis. Según el estudio “La historia filantrópica de Chile”, publicado por la Fundación Pro Humana en 1999, 8 de las 10 donaciones más importantes de la historia de Chile ocurrieron en Valparaíso. ¿Los donantes? Las familias Ross, Edwards, Brown, Santa María, y Van Buren. Todos inmigrantes. Todos construyeron su fortuna en el momento de su máxima generosidad.
Así, ¿Nos encontramos, hoy día, ad portas a una nueva época dorada para la filantropía chilena?
Tal vez. Pero habrá que hablar menos y hacer más. La riqueza, “va por dentro” decía Lao Tsé, hombre recordado con una placa humilde, austera, visitado por multitudes.
domingo, 4 de abril de 2010
Tertulia frente a los raviolis
Jueves en la tarde en un concurrido supermercado porteño. Inicio mi travesía en la sección de frutas y verduras. Selecciono unos kiwis que pretendo desayunar el próximo día cuando me despierte en la playa. De repente capto, de reojo, una silueta de un hombre conocido descifrando meticulosamente las virtudes de una escarola: Don Andrés Cáceres, director del departamento de literatura en la Facultad de Humanidades de la UPLA. “¿Qué tal Todd? ¿Todo bien? Es bueno saber que no soy el único hombre encargado de los labores domésticas” bromea.
Un par de pasillos más adelante, busco una salsa pesto para preparar mi vinagreta favorita. Allí, frente a los aceitunas verdes, me saluda un caballero con su señora e hijo con camiseta del Wanderers. “Extrañamos su columna el domingo pasado”, me dice. “Mi señora, no”, le digo. Más adelante, me vuelvo a topar con don Andrés. Le pregunto cuantas veces más nos volveremos a saludar antes de llegar al pasillo de los panes y quesos.
En el pasillo de las pastas, me saluda otra señora, diminuta, poderosa. “Me llamo Laura”, se presenta. “¿Le puedo robar un par de minutos? No creo que tenga otra oportunidad de hacerlo.”
“Aproveche”, le digo.
“En la calle Pedro Montt laboran unos costureros antiguos—estos mismos que casi no quedan en ninguna parte—y se encuentran trabajando con una precariedad impresionante. El edificio donde trabajan estaba a punto de caer ya antes del terremoto. Así, ahora, imagínate. En cualquier momento se quedarán absolutamente abandonados a su suerte”.
Se me ocurre que Laura asume que tengo alguna injerencia sobre estos asuntos. Contemplo si vale la pena o no romper su ilusión: en mi casa nadie me pesca, ni siquiera mi gato.
Justo en estos momentos, pasa por delante de nosotros la directora regional de Sernatur. Después de los besos “a la chilena” en las mejillas correspondientes, la autoridad sigue adelante empujando su carro mientras Laura continua su tertulia frente a los raviolis como si nada pasara.
“En la calle Edwards hay un destartalado edificio,” me dice, “En el tercer piso tiene unos ángeles de mármol preciosos. Están absolutamente botados. Nadie hace nada.”
“Mi punto señor Temkin es lo siguiente: Ud. siempre escribe sobre lo bonito. Lo hace muy bien. Tengo varias columnas suyas recortadas. Pero creo que hace falta que Ud. escriba sobre algo malo de Valparaíso.”
Le prometí que escribiría algo feo tan pronto me fuera posible. Y me despedí, topándome una vez más con Andrés al lado de los vinos.
De hecho, hay cosas atroces en el Pancho, pensé, mientras me escondí, esperando que nadie me viera, en el pasillo de las papas fritas. Estuve allí para buscar mi nuevo vicio—una marca de nachos mexicanos que vienen con sabor a ají y limón verde. Me pilló “in fraganti” la directora de Sernatur.
Jueves en la tarde en un concurrido supermercado porteño. Mármoles y costureros. Kiwis y escarolas. Conversaciones de pasillo. Vivencias transcendentales.
Un par de pasillos más adelante, busco una salsa pesto para preparar mi vinagreta favorita. Allí, frente a los aceitunas verdes, me saluda un caballero con su señora e hijo con camiseta del Wanderers. “Extrañamos su columna el domingo pasado”, me dice. “Mi señora, no”, le digo. Más adelante, me vuelvo a topar con don Andrés. Le pregunto cuantas veces más nos volveremos a saludar antes de llegar al pasillo de los panes y quesos.
En el pasillo de las pastas, me saluda otra señora, diminuta, poderosa. “Me llamo Laura”, se presenta. “¿Le puedo robar un par de minutos? No creo que tenga otra oportunidad de hacerlo.”
“Aproveche”, le digo.
“En la calle Pedro Montt laboran unos costureros antiguos—estos mismos que casi no quedan en ninguna parte—y se encuentran trabajando con una precariedad impresionante. El edificio donde trabajan estaba a punto de caer ya antes del terremoto. Así, ahora, imagínate. En cualquier momento se quedarán absolutamente abandonados a su suerte”.
Se me ocurre que Laura asume que tengo alguna injerencia sobre estos asuntos. Contemplo si vale la pena o no romper su ilusión: en mi casa nadie me pesca, ni siquiera mi gato.
Justo en estos momentos, pasa por delante de nosotros la directora regional de Sernatur. Después de los besos “a la chilena” en las mejillas correspondientes, la autoridad sigue adelante empujando su carro mientras Laura continua su tertulia frente a los raviolis como si nada pasara.
“En la calle Edwards hay un destartalado edificio,” me dice, “En el tercer piso tiene unos ángeles de mármol preciosos. Están absolutamente botados. Nadie hace nada.”
“Mi punto señor Temkin es lo siguiente: Ud. siempre escribe sobre lo bonito. Lo hace muy bien. Tengo varias columnas suyas recortadas. Pero creo que hace falta que Ud. escriba sobre algo malo de Valparaíso.”
Le prometí que escribiría algo feo tan pronto me fuera posible. Y me despedí, topándome una vez más con Andrés al lado de los vinos.
De hecho, hay cosas atroces en el Pancho, pensé, mientras me escondí, esperando que nadie me viera, en el pasillo de las papas fritas. Estuve allí para buscar mi nuevo vicio—una marca de nachos mexicanos que vienen con sabor a ají y limón verde. Me pilló “in fraganti” la directora de Sernatur.
Jueves en la tarde en un concurrido supermercado porteño. Mármoles y costureros. Kiwis y escarolas. Conversaciones de pasillo. Vivencias transcendentales.
domingo, 14 de marzo de 2010
Faltó el cafecito
En 2006, días antes del cambio de mando, el Presidente Lagos nos visitó en el Gato Tuerto. Tomamos un rico café conversado. Le regalé una edición de mis poemas y una copia del libro “El Sendero Bicentenario”. Tras hojear la guía, dijo, “Déjame comprar otra para Michelle. Se la voy a dejar en Cerro Castillo, para que te visite”.
Nunca me visitó.
No obstante, la ex – Presidenta entrega la piocha con un vertiginoso 84% de aprobación. 8 en 10 lectores míos la adoran. A mí, me cae muy bien. Pero tengo un dilema. Cuando me preguntan, ¿Cual fue el legado de Bachelet en Valparaíso?, no tengo respuesta.
Repasemos, un minuto, el legado de los dos presidentes anteriores:
Para mí, a Eduardo Frei (1994-2000) le faltó sensibilidad, pero hizo importantes obras de infraestructura. Licitó el acceso sur. Construyó la cárcel nueva. Y, más importante, echó adelante—contra viento y marea—una visionaria concesión portuaria. Aun así, cuando Frei hablaba sobre Valparaíso, nunca me convenció. A sus “Ejes Transversales” les falto audacia, visión. Cuando lo escuché presentarlos, tenía la sensación de que no conocía Valparaíso: su patrimonio, su gente, sus costumbres, su potencial turístico.
Lagos (2000-2006), por su parte, heredó una postulación ante la UNESCO escandalosamente “amateur”. Le dio investidura y peso de estado. Dispuso subsidios “a la medida” en MINVIU y CORFO. Así, despegó la renovación de los barrios patrimoniales e inició el boom de la inversión turística. Remodeló la Avenida Altamirano. Creó el Paseo Wheelwright. Proyectó la apertura del borde costero y la renovación de la ex – cárcel. Consiguió el crédito BID. Armó el Plan Valparaíso (ahora PRDUV). Creó el CNCA y lo instaló en la Plaza Sotomayor. Nos regaló los Carnavales Culturales y declaró Valparaíso “Capital Cultural”, entre otras cosas. Sé que muchos no le perdonan por entregar tanta obra inconclusa. Pero, para Valparaíso, Lagos fue un gran Presidente.
¿Y Michelle? Mantuvo el status quo con los subsidios MINVIU y CORFO. Y se hizo una buena inversión en los colegios. Pero se comprometió a adquirir los ascensores y prometió la reconstrucción de la Calle Serrano. No alcanzó. Bajo su mandato, el Plan Valparaíso se convirtió en “Valpo Mío”. Ahora, la PRDUV intenta renacer de las cenizas.
Felicito que se haya adjudicado el centro cultural “ex – cárcel”, (iniciado por Lagos), con un hermoso proyecto de consenso. Pero, seamos honestos: Mientras los porteños se sacaron los ojos discutiendo el proyecto Niemeyer, el liderazgo de la Presidenta brillaba por su ausencia.
El “Foro de las Culturas” podría haber sido el gran legado de Bachelet en Valparaíso. Pero, al parecer, cuando la concertación perdió la alcaldía, a la Presidenta, se le olvidó del Foro.
Aun así, le tengo gran aprecio a la Primera Presidenta de Chile. Imprimió un liderazgo cálido y muy humano. Inspiró a millones de chilenos. Solo le faltó un selló en Valparaíso. Y le faltó el cafecito, por cierto.
Nunca me visitó.
No obstante, la ex – Presidenta entrega la piocha con un vertiginoso 84% de aprobación. 8 en 10 lectores míos la adoran. A mí, me cae muy bien. Pero tengo un dilema. Cuando me preguntan, ¿Cual fue el legado de Bachelet en Valparaíso?, no tengo respuesta.
Repasemos, un minuto, el legado de los dos presidentes anteriores:
Para mí, a Eduardo Frei (1994-2000) le faltó sensibilidad, pero hizo importantes obras de infraestructura. Licitó el acceso sur. Construyó la cárcel nueva. Y, más importante, echó adelante—contra viento y marea—una visionaria concesión portuaria. Aun así, cuando Frei hablaba sobre Valparaíso, nunca me convenció. A sus “Ejes Transversales” les falto audacia, visión. Cuando lo escuché presentarlos, tenía la sensación de que no conocía Valparaíso: su patrimonio, su gente, sus costumbres, su potencial turístico.
Lagos (2000-2006), por su parte, heredó una postulación ante la UNESCO escandalosamente “amateur”. Le dio investidura y peso de estado. Dispuso subsidios “a la medida” en MINVIU y CORFO. Así, despegó la renovación de los barrios patrimoniales e inició el boom de la inversión turística. Remodeló la Avenida Altamirano. Creó el Paseo Wheelwright. Proyectó la apertura del borde costero y la renovación de la ex – cárcel. Consiguió el crédito BID. Armó el Plan Valparaíso (ahora PRDUV). Creó el CNCA y lo instaló en la Plaza Sotomayor. Nos regaló los Carnavales Culturales y declaró Valparaíso “Capital Cultural”, entre otras cosas. Sé que muchos no le perdonan por entregar tanta obra inconclusa. Pero, para Valparaíso, Lagos fue un gran Presidente.
¿Y Michelle? Mantuvo el status quo con los subsidios MINVIU y CORFO. Y se hizo una buena inversión en los colegios. Pero se comprometió a adquirir los ascensores y prometió la reconstrucción de la Calle Serrano. No alcanzó. Bajo su mandato, el Plan Valparaíso se convirtió en “Valpo Mío”. Ahora, la PRDUV intenta renacer de las cenizas.
Felicito que se haya adjudicado el centro cultural “ex – cárcel”, (iniciado por Lagos), con un hermoso proyecto de consenso. Pero, seamos honestos: Mientras los porteños se sacaron los ojos discutiendo el proyecto Niemeyer, el liderazgo de la Presidenta brillaba por su ausencia.
El “Foro de las Culturas” podría haber sido el gran legado de Bachelet en Valparaíso. Pero, al parecer, cuando la concertación perdió la alcaldía, a la Presidenta, se le olvidó del Foro.
Aun así, le tengo gran aprecio a la Primera Presidenta de Chile. Imprimió un liderazgo cálido y muy humano. Inspiró a millones de chilenos. Solo le faltó un selló en Valparaíso. Y le faltó el cafecito, por cierto.
domingo, 7 de marzo de 2010
Cuando la tierra nos llama
Parral, pueblo natal de Pablo Neruda, no pudo con el terremoto. San Carlos, cuna de Violeta Parra, tampoco. Ni preguntes a Lebu, aquel pueblito de la desembocadura del rio del mismo nombre. Durante más de un siglo, este poblado sacrificó miles de los suyos para abastecer a Chile con carbón escarbado desde las entrañas de Lota. Allí, nació el autor de “La miseria del hombre”, nuestro Premio Cervantes, Gonzalo Rojas.
Han pasado ochos días y aun no encuentro las palabras. Hasta la metáfora me falla. Ahora, si, entiendo lo que quería decir Neruda en “Explico algunas cosas”:
Por las calles la sangre de los niños
Corría simplemente, como sangre de niños.
A veces, no hay nada más que decir.
Lo cual no quiere decir que los poetas no hayan intentado. Sobre un fenómeno telúrico, el poeta Thomas Merton (1915-1968) escribió: “Dígale a la tierra que tiembla/ dígale al trueno/ que despierte el cielo”. Y Wallace Stevens (1879-1955) aportó: “Verano se convierte en invierno, los pequeños en viejos,/ El aire impregnado de niños, estatuas, techos, y polvo que cae como la nieve”.
Cuando de escribir sobre terremotos se trata, los más prolíficos, lejos, son los poetas persianos. Están Rumí, Kabir, Hafiz, entre otros. Les siguen los poetas chinos. Allí están representados grandes como Tu Fu y Wu Wei Yi, pero también hay versos de chinos menos famosos. El terremoto de 2008 en la provincia de Sichuan, por ejemplo, mató 69 mil personas. Su postal más emotiva, la búsqueda de 600 niños atrapados bajo los escombros del colegio Juyuan, inspiró numerosos poemas en todo el mundo.
Cuando la tierra nos llama, no es fácil. Nuestro pequeño mundo da vuelta. Por una parte, sabemos que la vida nos ha regalado una oportunidad, que nuestro viaje tendrá un “antes” y “después”. ¿Pero qué hacemos con este regalo? Es la gran incógnita.
Así, en honor a Parral, San Carlos, Lebu y docenas de otros pueblos cuyos poetas el mundo no conoce y no conocerá, les dejo con la última estrofa del poema “Formas Poderosas” de la estadounidense Brenda Hillman (1951- )
Da lo mismo como lo recordaremos más adelante
la tierra que amábamos sabrá la verdad
nos quiso de vuelta, nos quiso por si misma,
con nuestras formas poderosas y nuestros anhelos íntimos,
los quiso transformar en aire y fuego pero no lo logró
el cernícalo sobrevoló un pino
La loica juntó semilla en honor a su libertad.
Cuando temblaba, el muro soltó
su cuadro. Quedó el gancho y la huella del gancho
y el clavo que colocamos en la pared,
y la memoria de haberle colocado
esto también perdurará.
Han pasado ochos días y aun no encuentro las palabras. Hasta la metáfora me falla. Ahora, si, entiendo lo que quería decir Neruda en “Explico algunas cosas”:
Por las calles la sangre de los niños
Corría simplemente, como sangre de niños.
A veces, no hay nada más que decir.
Lo cual no quiere decir que los poetas no hayan intentado. Sobre un fenómeno telúrico, el poeta Thomas Merton (1915-1968) escribió: “Dígale a la tierra que tiembla/ dígale al trueno/ que despierte el cielo”. Y Wallace Stevens (1879-1955) aportó: “Verano se convierte en invierno, los pequeños en viejos,/ El aire impregnado de niños, estatuas, techos, y polvo que cae como la nieve”.
Cuando de escribir sobre terremotos se trata, los más prolíficos, lejos, son los poetas persianos. Están Rumí, Kabir, Hafiz, entre otros. Les siguen los poetas chinos. Allí están representados grandes como Tu Fu y Wu Wei Yi, pero también hay versos de chinos menos famosos. El terremoto de 2008 en la provincia de Sichuan, por ejemplo, mató 69 mil personas. Su postal más emotiva, la búsqueda de 600 niños atrapados bajo los escombros del colegio Juyuan, inspiró numerosos poemas en todo el mundo.
Cuando la tierra nos llama, no es fácil. Nuestro pequeño mundo da vuelta. Por una parte, sabemos que la vida nos ha regalado una oportunidad, que nuestro viaje tendrá un “antes” y “después”. ¿Pero qué hacemos con este regalo? Es la gran incógnita.
Así, en honor a Parral, San Carlos, Lebu y docenas de otros pueblos cuyos poetas el mundo no conoce y no conocerá, les dejo con la última estrofa del poema “Formas Poderosas” de la estadounidense Brenda Hillman (1951- )
Da lo mismo como lo recordaremos más adelante
la tierra que amábamos sabrá la verdad
nos quiso de vuelta, nos quiso por si misma,
con nuestras formas poderosas y nuestros anhelos íntimos,
los quiso transformar en aire y fuego pero no lo logró
el cernícalo sobrevoló un pino
La loica juntó semilla en honor a su libertad.
Cuando temblaba, el muro soltó
su cuadro. Quedó el gancho y la huella del gancho
y el clavo que colocamos en la pared,
y la memoria de haberle colocado
esto también perdurará.
viernes, 5 de marzo de 2010
Mi reino por un tomate
Estoy desesperado. No puedo encontrar un tomate. Por favor, no me digan que vaya a Limache ni al Jumbo ni al Mercado Cardenal. He ido. No hay.
He visto letreros que dicen "tomate". Debajo de estos hay algo que se ofrecen "400 x kilo" o "3 kilos x mil". Lamentablemente, estas "frutas" han sido tan genéticamente intervenidas que ya no merecen el calificativo de tomate. Son sucedáneos. Les quitaron el gen que les permite pudrirse, y, al lograr tal magna intervención, dejaron un cuerpo sin alma; algo pálido y arenoso; una "fruta" sin pulpa, sin sabor. No insultaría a las humitas de la Sra. Lorena acompañándolas de tales impostores.
Solidarizo con el científico californiano quien descubrió que era posible eliminar el gen del ablandamiento. Hasta imagino su deleite. "He descubierto un tomate capaz de sobrevivir un mes dentro de un barco sin cambiar de aspecto". ¿El problema? El momento de "ablandamiento", que da inicio al proceso de madurez, es justo cuando la fruta encuentra su sabor.
Igual, al ojo no experto, estos espejismos pintan como deliciosos.
Cuantas veces he llegado a mi casa emocionado: "es hora de preparar una ensalada caprese". Dejo sobre la mesa albahaca, queso mozzarella blanco, sal, aceite de oliva, un baguette de la "Guria" o "El Buen Gusto". Todo bien. Hasta que corto el primer "tomate". ¿Mi decepción? Inmediata e incontenible.
En EE.UU. están de moda los "orgánicos" y los "heirlooms". Los primeros han sido cultivados sin pesticidas y con procesos naturales. Está bien, pero si no puedes garantizar el origen de las semillas, da lo mismo el proceso. Los "heirlooms" son más interesantes. Son semillas cuya descendencia ha sido meticulosamente documentada. Son libres de intervención genética. Existen más de 30 razas de "heirlooms" en el mercado estadounidense—la mayoría cultivados por hippies y activistas. Así, les advierto: si, un día, mis lectores se espantan con un titular santiaguino "Gringo de Valparaíso arrestado en aeropuerto ingresando semillas para su huerta en cerro San Juan de Dios"—sabrán de lo que se trata.
El martes asistí a una degustación con micro-agricultores de la Región en la terraza del Hotel Gran Gervasoni. Había productores de quesos, hierbas, vinos orgánicos, longanizas caseras, huevos de codorniz, ajos, etc. Encuentro fascinante vincular a estos héroes del campo con nuestros héroes gastronómicos porteños. ¿El único problema? No había tomates.
Al sur oriente de Limache, en el camino a Huinganal, he visto un portón negro con un letrero que dice "tomates orgánicos". En tres ocasiones he parado para indagar. ¿Serían heirlooms originales? No hay timbre ni buzón. El letrero tampoco ofrece número telefónico. Escalo la reja, pero no veo ningún indicio de vida salvo un perro polvoriento que ladra sin cesar.
¿Cuándo volveré a mirar el atardecer sobre la iglesia Luterana con el jugo de un verdadero tomate corriendo por mi barbilla? Ayúdame, Dios. Mi reino por un tomate.
He visto letreros que dicen "tomate". Debajo de estos hay algo que se ofrecen "400 x kilo" o "3 kilos x mil". Lamentablemente, estas "frutas" han sido tan genéticamente intervenidas que ya no merecen el calificativo de tomate. Son sucedáneos. Les quitaron el gen que les permite pudrirse, y, al lograr tal magna intervención, dejaron un cuerpo sin alma; algo pálido y arenoso; una "fruta" sin pulpa, sin sabor. No insultaría a las humitas de la Sra. Lorena acompañándolas de tales impostores.
Solidarizo con el científico californiano quien descubrió que era posible eliminar el gen del ablandamiento. Hasta imagino su deleite. "He descubierto un tomate capaz de sobrevivir un mes dentro de un barco sin cambiar de aspecto". ¿El problema? El momento de "ablandamiento", que da inicio al proceso de madurez, es justo cuando la fruta encuentra su sabor.
Igual, al ojo no experto, estos espejismos pintan como deliciosos.
Cuantas veces he llegado a mi casa emocionado: "es hora de preparar una ensalada caprese". Dejo sobre la mesa albahaca, queso mozzarella blanco, sal, aceite de oliva, un baguette de la "Guria" o "El Buen Gusto". Todo bien. Hasta que corto el primer "tomate". ¿Mi decepción? Inmediata e incontenible.
En EE.UU. están de moda los "orgánicos" y los "heirlooms". Los primeros han sido cultivados sin pesticidas y con procesos naturales. Está bien, pero si no puedes garantizar el origen de las semillas, da lo mismo el proceso. Los "heirlooms" son más interesantes. Son semillas cuya descendencia ha sido meticulosamente documentada. Son libres de intervención genética. Existen más de 30 razas de "heirlooms" en el mercado estadounidense—la mayoría cultivados por hippies y activistas. Así, les advierto: si, un día, mis lectores se espantan con un titular santiaguino "Gringo de Valparaíso arrestado en aeropuerto ingresando semillas para su huerta en cerro San Juan de Dios"—sabrán de lo que se trata.
El martes asistí a una degustación con micro-agricultores de la Región en la terraza del Hotel Gran Gervasoni. Había productores de quesos, hierbas, vinos orgánicos, longanizas caseras, huevos de codorniz, ajos, etc. Encuentro fascinante vincular a estos héroes del campo con nuestros héroes gastronómicos porteños. ¿El único problema? No había tomates.
Al sur oriente de Limache, en el camino a Huinganal, he visto un portón negro con un letrero que dice "tomates orgánicos". En tres ocasiones he parado para indagar. ¿Serían heirlooms originales? No hay timbre ni buzón. El letrero tampoco ofrece número telefónico. Escalo la reja, pero no veo ningún indicio de vida salvo un perro polvoriento que ladra sin cesar.
¿Cuándo volveré a mirar el atardecer sobre la iglesia Luterana con el jugo de un verdadero tomate corriendo por mi barbilla? Ayúdame, Dios. Mi reino por un tomate.
domingo, 14 de febrero de 2010
Anoche soñé
Eran las 8 de la mañana, el 17 de Abril de 2012. Aniversario del primer cabildo. La ciudanía porteña desayunaba con calma. Era el día del primer plebiscito abierto desde que, en Marzo de 2011, el Congreso había promulgado la “Ley Valparaíso”. Los porteños se preparaban para votar.
Ya en agosto de 2011, en cumplimiento a lo estipulado por la ley, se había constituido “La Corporación Ley Valparaíso”, un ente público privado encargado de administrar los US $50 millones que el gobierno acordó aportar cada año por 15 años. En Septiembre, el directorio fue elegido tras un fuerte proceso de participación ciudadana. Se contrató la pequeña planta ejecutiva vía concurso público. Los estatutos estipulan: “el gasto administrativo de la corporación no puede superar el 4% del presupuesto anual”—un número extremadamente bajo—los cuales deben incluir viajes y viáticos.
Entre Septiembre 2011 y Marzo 2012 empezaron a llegar los proyectos. ¡Y qué manera de llegar proyectos! Se recibieron 54, de los cuales, más de la mitad (39) fueron avalados por el comité técnico. Estos 39 proyectos aparecerían en el balotaje de hoy.
Se habían recibido proyectos de 12 universidades, además de proyectos de corporaciones, tales como Ciudadanos por Valparaíso, el Comité Pro-Defensa de Valparaíso, la Junta de Vecinos del cerro Concepción, la del cerro Polanco, el Festival de Cine, la Fundación Neruda, la Fundación Valparaíso, y muchas más.
Había una propuesta para volar el Nudo Barón y hundir la Avenida Errazurriz entre Argentina y Edwards, creando un gran parque, avalado en US$ 18M. Otro restauraba los ascensores “Santo Domingo” y “El Litre” (US 2,5M). Otro: “Transformación de la Avenida Alemania con 500 árboles y 6 nuevos miradores”. Costaba US $4,1M.
Había proyectos para bienales internacionales de pintura, diseño, y arquitectura.
Para la Avenida Argentina se habían presentado 3 proyectos: El primero, promovido por los mismos feriantes, contemplaba el status quo con un leve upgrade cosmético. Estaba tasado en US $1,2M. El segundo abarcaba el traslado de la feria y lo reemplazaba con un bulevar bicentenario de jardines, fuentes, y esculturas. Se tasó en US $7,8M. El tercero reconocía el valor de la feria como patrimonio intangible, pero proyectaba una inversión importante para hermosearla, agregarle infraestructura, y transformarla en una atracción turística. Contemplaba estacionamiento subterráneo en el sector e incluía una solución subterránea integral para el abasto de los camiones. Costaba US $20M, pero la corporación financiaría solo 8,9, pues, habría un concesionario del estacionamiento.
Cada porteño votaría por 2 proyectos por categoría: patrimonio, obras viales, cultura, turismo, educación, etc. La corporación tendría 24 meses para implementar. El plebiscito se repetiría cada 2 años.
De repente, sentí unos lengüetazos. Era mi gato siamés. Me desperté.
Ya en agosto de 2011, en cumplimiento a lo estipulado por la ley, se había constituido “La Corporación Ley Valparaíso”, un ente público privado encargado de administrar los US $50 millones que el gobierno acordó aportar cada año por 15 años. En Septiembre, el directorio fue elegido tras un fuerte proceso de participación ciudadana. Se contrató la pequeña planta ejecutiva vía concurso público. Los estatutos estipulan: “el gasto administrativo de la corporación no puede superar el 4% del presupuesto anual”—un número extremadamente bajo—los cuales deben incluir viajes y viáticos.
Entre Septiembre 2011 y Marzo 2012 empezaron a llegar los proyectos. ¡Y qué manera de llegar proyectos! Se recibieron 54, de los cuales, más de la mitad (39) fueron avalados por el comité técnico. Estos 39 proyectos aparecerían en el balotaje de hoy.
Se habían recibido proyectos de 12 universidades, además de proyectos de corporaciones, tales como Ciudadanos por Valparaíso, el Comité Pro-Defensa de Valparaíso, la Junta de Vecinos del cerro Concepción, la del cerro Polanco, el Festival de Cine, la Fundación Neruda, la Fundación Valparaíso, y muchas más.
Había una propuesta para volar el Nudo Barón y hundir la Avenida Errazurriz entre Argentina y Edwards, creando un gran parque, avalado en US$ 18M. Otro restauraba los ascensores “Santo Domingo” y “El Litre” (US 2,5M). Otro: “Transformación de la Avenida Alemania con 500 árboles y 6 nuevos miradores”. Costaba US $4,1M.
Había proyectos para bienales internacionales de pintura, diseño, y arquitectura.
Para la Avenida Argentina se habían presentado 3 proyectos: El primero, promovido por los mismos feriantes, contemplaba el status quo con un leve upgrade cosmético. Estaba tasado en US $1,2M. El segundo abarcaba el traslado de la feria y lo reemplazaba con un bulevar bicentenario de jardines, fuentes, y esculturas. Se tasó en US $7,8M. El tercero reconocía el valor de la feria como patrimonio intangible, pero proyectaba una inversión importante para hermosearla, agregarle infraestructura, y transformarla en una atracción turística. Contemplaba estacionamiento subterráneo en el sector e incluía una solución subterránea integral para el abasto de los camiones. Costaba US $20M, pero la corporación financiaría solo 8,9, pues, habría un concesionario del estacionamiento.
Cada porteño votaría por 2 proyectos por categoría: patrimonio, obras viales, cultura, turismo, educación, etc. La corporación tendría 24 meses para implementar. El plebiscito se repetiría cada 2 años.
De repente, sentí unos lengüetazos. Era mi gato siamés. Me desperté.
domingo, 7 de febrero de 2010
Una caja de chocolates
La primera vez que recuerdo haber conocido a Pablo Peragallo fue el 2000. Pero como se trata de un personaje ubicuo en el paisaje porteño, es posible que lo haya conocido antes. Sólo recuerdo que un día de invierno compraba un diario bajo la sombra del Reloj Turri. Se me acerca un caballero. Me abraza como si me hubiera conocido mil años. "Cuando inaugures el nuevo campus de la Fundación te voy a visitar y te voy a regalar un pino. Es un ciprés que viene de Italia. Es primo directo de aquellos cipreses que vigilan el Cementerio No. 1 del cerro Panteón".
Me llegó el pino. Así, nació una linda amistad.
Pablo tiene 62 años, de los cuales 60 ha vivido en "La casa Peraga", el histórico castillo construido a pie del cerro Mariposas por Arnaldo Barison.
Allí están sus cuadros, recortes, libros, medallas, colecciones. Allí está el telegrama que redactó para Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov el 8 de octubre de 1986, enviado al hotel donde los dos se hospedaban durante su primera cumbre. Dice: "Mi amado Valparaíso cumple 450 años este año. No puedo imaginar un regalo más lindo para mi ciudad que un tratado de paz mundial. Les deseo suerte, Pablo Peragallo." Años después, la copia original del telegrama fue firmado por Gorbachov en Valparaíso.
En la misma casa están las fotos de Pablo con Luciano Benetton, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, y centenares de otros personajes. Allí está con el Dalai Lama. Me muestra una tela que el mismo tibetano le regaló, junto con un recorte de un diario internacional. En la foto, el Dalai Lama regala al Presidente Nicholas Sarkozy una tela idéntica a la que tiene Pablo.
En 1998, Pablo sufrió un cuádruple bypass. Estuvo inválido. Al borde de la muerte. Durante dos años vivió en absoluta soledad. Aprendió a hablar desde cero. Su mente es lúcida, pero habla pausado. Acusa dislexia. Emana una luz impresionante. Clave en tal milagro fue el amor de su polola eterna, Angélica Vera. Se casaron en la Iglesia las Carmelitas del cerro Bellavista. Pablo mandó a hacer una copa de bronce. Dice: "Pablo Jesús Peragallo Silva 1948-1998. Jubileo 2000". Pablo había renacido.
En la película "Forrest Gump" de Robert Zemeckis, Tom Hanks interpreta a un adulto que ve la vida con la inocencia de un niño. No es capaz ni de la manipulación ni de la mentira. Siempre busca lo bueno en las personas. Los termina enalteciendo. Su vida se convierte en un hilo de milagros y bendiciones.
El 31 de diciembre de 2009, Pablo Peragallo, Hijo Ilustre de nuestra ciudad, asistió a la fiesta oficial en el Museo Lord Cochrane. A las 12, se acerca a la mesa del alcalde Castro y Sebastián Piñera. Se saludan. De repente se prenden las cámaras. Piñera levanta una copa desde la mesa y entrega su primer brindis del Bicentenario. Les invito a revisar las imágenes de tal brindis que salió en la tele. En la mano del Presidente electo, está aquella mítica copa de bronce, la de Pablo Peragallo.
La vida es como una caja de chocolates.
Me llegó el pino. Así, nació una linda amistad.
Pablo tiene 62 años, de los cuales 60 ha vivido en "La casa Peraga", el histórico castillo construido a pie del cerro Mariposas por Arnaldo Barison.
Allí están sus cuadros, recortes, libros, medallas, colecciones. Allí está el telegrama que redactó para Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov el 8 de octubre de 1986, enviado al hotel donde los dos se hospedaban durante su primera cumbre. Dice: "Mi amado Valparaíso cumple 450 años este año. No puedo imaginar un regalo más lindo para mi ciudad que un tratado de paz mundial. Les deseo suerte, Pablo Peragallo." Años después, la copia original del telegrama fue firmado por Gorbachov en Valparaíso.
En la misma casa están las fotos de Pablo con Luciano Benetton, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, y centenares de otros personajes. Allí está con el Dalai Lama. Me muestra una tela que el mismo tibetano le regaló, junto con un recorte de un diario internacional. En la foto, el Dalai Lama regala al Presidente Nicholas Sarkozy una tela idéntica a la que tiene Pablo.
En 1998, Pablo sufrió un cuádruple bypass. Estuvo inválido. Al borde de la muerte. Durante dos años vivió en absoluta soledad. Aprendió a hablar desde cero. Su mente es lúcida, pero habla pausado. Acusa dislexia. Emana una luz impresionante. Clave en tal milagro fue el amor de su polola eterna, Angélica Vera. Se casaron en la Iglesia las Carmelitas del cerro Bellavista. Pablo mandó a hacer una copa de bronce. Dice: "Pablo Jesús Peragallo Silva 1948-1998. Jubileo 2000". Pablo había renacido.
En la película "Forrest Gump" de Robert Zemeckis, Tom Hanks interpreta a un adulto que ve la vida con la inocencia de un niño. No es capaz ni de la manipulación ni de la mentira. Siempre busca lo bueno en las personas. Los termina enalteciendo. Su vida se convierte en un hilo de milagros y bendiciones.
El 31 de diciembre de 2009, Pablo Peragallo, Hijo Ilustre de nuestra ciudad, asistió a la fiesta oficial en el Museo Lord Cochrane. A las 12, se acerca a la mesa del alcalde Castro y Sebastián Piñera. Se saludan. De repente se prenden las cámaras. Piñera levanta una copa desde la mesa y entrega su primer brindis del Bicentenario. Les invito a revisar las imágenes de tal brindis que salió en la tele. En la mano del Presidente electo, está aquella mítica copa de bronce, la de Pablo Peragallo.
La vida es como una caja de chocolates.
domingo, 31 de enero de 2010
Dulce herida
En su introducción a la antología “Los Mejores Poemas Norteamericanos de 2009” el poeta David Lehman reflexiona sobre el guerrero Filoctetes. Su potencia superaba a Odiseo. Como poseía el arco de Hercúleo, era invencible. Así, los griegos lo enlistaron para el combate contra Troya. Pero un día una serpiente lo mordió y la herida se le infectó. Sus compañeros no soportaban el olor. Abandonaron a Filoctetes en la isla de Lemnos. 10 años después, un oráculo reveló que la guerra “no se puede ganar” sin las flechas de Filoctetes. Mandan un despacho a la isla, pero al héroe ya no le interesa.
Lehman cita el hermoso poema “Carta a una herida” de W.H. Auden: “Estás tan tranquilo estos días que me pongo nervioso. Quito tu vendaje. Estoy a salvo. Estás aún allí”. Tras 10 años de soledad, la herida de Filoctetes se había convertido en su único amigo.
Hace días, el Presidente electo se reunió con 200 personas en el Museo Lord Cochrane. Tomé un asiento atrás. Se acercó el jefe de Protocolo de la Municipalidad y me invitó a hacer una pregunta. ¿Sobre cualquier cosa? Le pregunto. “Lo que tú quieras”, contestó.
Me reubicaron en la primera fila. Empecé a ordenar mis pensamientos. ¿Qué decir? Tras un breve discurso del Presidente electo, se inician las preguntas. ¿La primera? Nuestro alcalde. Hace la que yo tenía preparada: la anhelada Ley Valparaíso. Fantástico; pero ahora, ¿qué pregunto yo? Las siguientes indagaciones vendrían por parte de los alcaldes de Quilpue y San Antonio. Después, hubo dos preguntas de representantes de la salud y de la educación.
Finalmente me invitan a tomar el micrófono. Aún no me sentía preparado; así, partí con un chiste. Todos se rieron. Inspirado, me lancé al vacío. Divagué un minuto sobre otras ciudades que comparten la categoría patrimonial de Valparaíso: Praga, Budapest, Estambul, San Petersburgo. Tiré algunas cifras sobre el porcentaje de la población peruana que vive en Cusco, relativo a su aporte a la economía nacional y a la imagen país. Recordé la inversión que requieren nuestros ascensores, comparado con lo poco que rentan. Reflexioné acerca de cómo Quito, capital de un país mucho más pobre que Chile, recibe un subsidio de unos 50 millones de dólares al año exclusivamente para el uso turístico y patrimonial. “Otros países entienden que ciudades de nuestra categoría compiten en las grandes ligas, y que para competir en estas ligas no se puede cargar el peso de tal inversión al municipio. Chile, al parecer, no ha entendido esto”.
Estaba desdoblado. Las 200 personas aplaudieron. El Presidente electo se vio un poco sorprendido. Se comprometió a estudiar el tema.
¿Y qué ocurrió con Filoctetes? Al fin, accedió a las súplicas. Volvió a la guerra y le dio muerte a Paris en el combate definitivo. Era su destino.
¿Y el destino de Valparaíso? Quién sabe. Solo sé que, igual a Filoctetes, algunos porteños han disfrutado de la compañía de sus heridas por demasiado tiempo.
Lehman cita el hermoso poema “Carta a una herida” de W.H. Auden: “Estás tan tranquilo estos días que me pongo nervioso. Quito tu vendaje. Estoy a salvo. Estás aún allí”. Tras 10 años de soledad, la herida de Filoctetes se había convertido en su único amigo.
Hace días, el Presidente electo se reunió con 200 personas en el Museo Lord Cochrane. Tomé un asiento atrás. Se acercó el jefe de Protocolo de la Municipalidad y me invitó a hacer una pregunta. ¿Sobre cualquier cosa? Le pregunto. “Lo que tú quieras”, contestó.
Me reubicaron en la primera fila. Empecé a ordenar mis pensamientos. ¿Qué decir? Tras un breve discurso del Presidente electo, se inician las preguntas. ¿La primera? Nuestro alcalde. Hace la que yo tenía preparada: la anhelada Ley Valparaíso. Fantástico; pero ahora, ¿qué pregunto yo? Las siguientes indagaciones vendrían por parte de los alcaldes de Quilpue y San Antonio. Después, hubo dos preguntas de representantes de la salud y de la educación.
Finalmente me invitan a tomar el micrófono. Aún no me sentía preparado; así, partí con un chiste. Todos se rieron. Inspirado, me lancé al vacío. Divagué un minuto sobre otras ciudades que comparten la categoría patrimonial de Valparaíso: Praga, Budapest, Estambul, San Petersburgo. Tiré algunas cifras sobre el porcentaje de la población peruana que vive en Cusco, relativo a su aporte a la economía nacional y a la imagen país. Recordé la inversión que requieren nuestros ascensores, comparado con lo poco que rentan. Reflexioné acerca de cómo Quito, capital de un país mucho más pobre que Chile, recibe un subsidio de unos 50 millones de dólares al año exclusivamente para el uso turístico y patrimonial. “Otros países entienden que ciudades de nuestra categoría compiten en las grandes ligas, y que para competir en estas ligas no se puede cargar el peso de tal inversión al municipio. Chile, al parecer, no ha entendido esto”.
Estaba desdoblado. Las 200 personas aplaudieron. El Presidente electo se vio un poco sorprendido. Se comprometió a estudiar el tema.
¿Y qué ocurrió con Filoctetes? Al fin, accedió a las súplicas. Volvió a la guerra y le dio muerte a Paris en el combate definitivo. Era su destino.
¿Y el destino de Valparaíso? Quién sabe. Solo sé que, igual a Filoctetes, algunos porteños han disfrutado de la compañía de sus heridas por demasiado tiempo.
domingo, 17 de enero de 2010
Un nuevo norte
El lunes en la tarde, el ex - Presidente Ricardo Lagos pareciera a punto de terminar su coloquio titulado “Valparaíso, ciudad entre dos siglos” en el Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso. Su discurso, hasta este momento, no me había deslumbrado. Durante media hora, Lagos repasó la apertura del Canal de Panamá, el impacto de la transformación del negocio marítimo a partir de los contenedores, el potencial del Puerto tras la declaración UNESCO. Ninguna novedad.
Pero el ex – Presidente tenía guardado un as bajo la manga. A las 14:25, recordó la visita de Stanford Ovshinsky a Chile. Ovshinsky, científico estadounidense, inventó la tecnología de los autos híbridos, una eminencia mundial del campo de las energías renovables. En su visita, visitó numerosas ciudades de Chile; entregó su opinión sobre la potencial solar del Atacama; y se reunió con sus pares nacionales. Al terminar su estadía, se reunió con Lagos.
“Sr. Ovshinsky”, Lagos le preguntó: “¿Ud. cree que podemos trabajar juntos con Chile?”.
“Si. Pero habría que partir con Valparaíso”, contestó el investigador.
“¿Por qué Valparaíso?” preguntó Lagos.
“Porque es una ciudad especial. Porque tiene una historia y un carácter patrimonial única. Y porque más de la mitad de los techos de la ciudad enfrentan al Norte. Valparaíso tiene una potencial espectacular para la energía solar. Por todo esto, Chile debe transformar a Valparaíso en la gran ciudad verde del hemisferio sur.”
Tras el discurso, fui a almorzar en el Bar Inglés. ¿Mi imaginación? Absolutamente prendida. Recordé numerosos talleres que había asistido cuando fui invitado a la conferencia de “Ciudades Sustentables” en Brisbane, Australia. Allí, la mayoría de los arquitectos estaban enfocados en tecnologías verdes, reciclaje de residuos, captación de aguas lluvias, muros verdes. Para estos innovadores, los techos no solamente servían para cubrir la casa. Servían para paneles solares, pero también para jardines y hortalizas orgánicas.
El próximo día fui a Santiago. El embajador de EE.UU. me había invitado a la recepción que organizaba para Arturo Valenzuela, chileno de nacimiento, y Subsecretario de Asuntos Hemisféricos del Presidente Obama. Allí, el embajador me presentó al subsecretario alabando mi trabajo en el Puerto. “¿Valparaíso?”, me dijo Arturo, sus ojos abiertos, “Valparaíso tiene el deber moral de transformarse en la primera ciudad verde de Chile.”
¿Sincronismo? No sé. Pero sentí escalofríos.
Así, hace 5 días, me mente no para. Revisito proyectos que me obsesionan hace años—el concurso de jardines, el “slow city”, una feria orgánica, la transformación del entorno del Mercado Cardinal en un barrio mayorista patrimonial y cultural (con estacionamiento y abasto subterráneo y con todos sus emporios restaurados)…
Valparaíso patrimonial. Valparaíso cultural. Valparaíso humano. Valparaíso universitario. Valparaíso turístico. Todo tendría nuevo sentido bajo el alero del proyecto Ciudad Verde.
¿Hoy? Chile elige a un Presidente. ¿Mañana? A trabajar señores.
domingo, 10 de enero de 2010
Sobre vates y demonios
¿Quieres ver sufrir a un poeta? Fácil. Pregúntale "¿sobre qué escribes?". De repente, desaparece el color de sus mejillas. Le empieza a doler la guata. Aparece el tic nervioso.
Quien comete tales crímenes contra nuestros vates no tiene idea de su pecado. Al contrario, se considera una persona educada, "polite". ¿Lo más probable? Nunca ha conocido un poeta de carne y hueso.
Tal vez recuerda haber visto una apolillada foto de William Butler Yeats mirando por la ventana de su casa de campo en las afueras de Dublín. La imagen demuestra al poeta hurgando la neblina por la palabra precisa, y, al encontrarla, mojando meticulosamente la punta de su pluma en un pozo de tinta. Dado tal contexto, "¿sobre qué escribes?" parecería una indagación lógica.
Pero para al poeta contemporáneo tal inocente interrogación le parece invasiva y espantosa. Se basa en un montón de supuestos incorrectos. ¿Lo más grave? Que los grandes poetas controlan sus escritos.
"Un poema es un niño", decía Michael Dennis Browne. "El poeta, igual como la mujer, tiene un huevo adentro. Pero el huevo no puede tomar vida si una fuerza externa no lo fertiliza. El poema, ya fertilizado, no le pertenece al poeta. Puede que éste le de forma; puede que lo guíe, pero no le pertenece."
Los grandes poetas ya no escriben sobre temáticas preconcebidas. Escriben imágenes. De tales imágenes nacen otras imágenes. ¿Y las imágenes? Se descubren con palabras.
"Las palabras hacen el amor como moscas en el sopor del verano", ha escrito Charles Simic,"el poeta es un mero espectador intrigado".
"Los pintores pintan colores, los poetas escriben palabras", ha dicho Donald Hall, otro grande. William Stafford comparó su proceso poético con "descubrir en la oscuridad un hilo dorado fino y delgado". Para Stafford, encontrar este hilo en la negrura del subconsciente constituía la primera tarea del poeta. ¿El segundo? Saber tirarla tan suavemente que avanzara hacía el, "sin que rompe y desaparece para siempre".
Me nacen estas reflexiones a partir de una interesante carta recibida. El lector, un tipo inteligente, rechaza "tanto el optimismo ciego (se entiende quien escribe) como el pesimismo a ultranza". Continúa: "Señor Temkin, su propia subjetividad, transida por la poesía del lugar, no es la medida para juzgar la realidad de Valparaíso".
Absolutamente de acuerdo. Sólo quisiera aclarar que no considero mí responsabilidad juzgar a Valparaíso. ¿Quién soy yo para juzgar a Valparaíso? Sólo escribo lo que me llega. Cada uno saca sus propias conclusiones.
Otra persona, al enterarse que un importante editorial publicará prontamente una colección de mis columnas en este Diario, me preguntó: "¿De qué se trata el libro?". "No tengo idea", le contesté. "No creo, de todos modos, que se trate sólo de Valparaíso". Solo sé que esta ciudad posee una extraña poder sobre mí. Encanta e hipnotiza. Asusta y espanta. En palabras del Gitano Rodríguez, "agarra como el hambre".
Quien comete tales crímenes contra nuestros vates no tiene idea de su pecado. Al contrario, se considera una persona educada, "polite". ¿Lo más probable? Nunca ha conocido un poeta de carne y hueso.
Tal vez recuerda haber visto una apolillada foto de William Butler Yeats mirando por la ventana de su casa de campo en las afueras de Dublín. La imagen demuestra al poeta hurgando la neblina por la palabra precisa, y, al encontrarla, mojando meticulosamente la punta de su pluma en un pozo de tinta. Dado tal contexto, "¿sobre qué escribes?" parecería una indagación lógica.
Pero para al poeta contemporáneo tal inocente interrogación le parece invasiva y espantosa. Se basa en un montón de supuestos incorrectos. ¿Lo más grave? Que los grandes poetas controlan sus escritos.
"Un poema es un niño", decía Michael Dennis Browne. "El poeta, igual como la mujer, tiene un huevo adentro. Pero el huevo no puede tomar vida si una fuerza externa no lo fertiliza. El poema, ya fertilizado, no le pertenece al poeta. Puede que éste le de forma; puede que lo guíe, pero no le pertenece."
Los grandes poetas ya no escriben sobre temáticas preconcebidas. Escriben imágenes. De tales imágenes nacen otras imágenes. ¿Y las imágenes? Se descubren con palabras.
"Las palabras hacen el amor como moscas en el sopor del verano", ha escrito Charles Simic,"el poeta es un mero espectador intrigado".
"Los pintores pintan colores, los poetas escriben palabras", ha dicho Donald Hall, otro grande. William Stafford comparó su proceso poético con "descubrir en la oscuridad un hilo dorado fino y delgado". Para Stafford, encontrar este hilo en la negrura del subconsciente constituía la primera tarea del poeta. ¿El segundo? Saber tirarla tan suavemente que avanzara hacía el, "sin que rompe y desaparece para siempre".
Me nacen estas reflexiones a partir de una interesante carta recibida. El lector, un tipo inteligente, rechaza "tanto el optimismo ciego (se entiende quien escribe) como el pesimismo a ultranza". Continúa: "Señor Temkin, su propia subjetividad, transida por la poesía del lugar, no es la medida para juzgar la realidad de Valparaíso".
Absolutamente de acuerdo. Sólo quisiera aclarar que no considero mí responsabilidad juzgar a Valparaíso. ¿Quién soy yo para juzgar a Valparaíso? Sólo escribo lo que me llega. Cada uno saca sus propias conclusiones.
Otra persona, al enterarse que un importante editorial publicará prontamente una colección de mis columnas en este Diario, me preguntó: "¿De qué se trata el libro?". "No tengo idea", le contesté. "No creo, de todos modos, que se trate sólo de Valparaíso". Solo sé que esta ciudad posee una extraña poder sobre mí. Encanta e hipnotiza. Asusta y espanta. En palabras del Gitano Rodríguez, "agarra como el hambre".
domingo, 3 de enero de 2010
Conversación en un ascensor
Esta semana recibí en el cerro San Juan de Dios un gran amigo de mi niñez, junto con su señora y tres hijos. Richard vive, hace 20 años, en San Francisco. El miércoles en la tarde, salimos a caminar por Pancho.
Faltaban 30 horas para la gran fiesta del bicentenario. El jolgorio ya se respiraba. Descendiendo por la escalera Placilla, desembocamos en una Subida Ecuador repleta de gente. Un joven le mostraba a su polola su nuevo peinado Mohawk. El hijo mayor de mi amigo se probó un batido en "La Campezana". Los demás compartimos damascos que se ofrecían "500 por kilo, 2 por 700" en la verdulería "La Esperanza".
La calle Pirámide, como es su costumbre, era un remolino de gente. Recuerdo haber visto numerosas cartas en este diario reclamando el caos de tal lugar. Pero el miércoles, por primera vez, solté a mis prejuicios. Lo vi a través de los ojos de mis amigos del otro Pancho, el Valparaíso del norte.
Wilma, la señora de Richard, me consultó por las longanizas colgando desde el cielo de la fiambrería "San Pancracio". Casi se tentó por una balanza de choritos que se pesaba en plena calle. Nos deslumbró un caballero fileteando una corvina.
Llegamos a la Plaza Lord Cochrane. En el Hamburgo, nos asomamos. Quisiera saludar a mis meseras regalonas, mostrarle a Richard la colección de campanas de barco, y darle un cariñito al gato. Estaba lleno. Es más, en tres mesas, me tope con gente conocida, una situación que se repetiría dos veces más mientras caminábamos los 100 metros del bulevar hasta la fuente Neptuno.
Bajo las palmeras de la plaza, mi hija buscaba peces que imaginaba escondidos bajo el tridente. Le mostré a Richard: "Puedes venir 10 veces a este plaza y verás siempre el mismo perro tomando siesta allí". Era una noche perfecta en Valparaíso. Lleno de estrellas. La gente contenta. Todos sus personajes presentes.
Subimos por la calle Cumming hasta el Pasaje Elías, depositando 8 monedas de 100 pesos sobre el mostrador del Ascensor Reina Victoria. El carro andaba lleno. Escuché a un par de señoras del cerro Concepción copuchando su desencanto por tanta gente dando vuelta. Al percatarse de la presencia de su humilde columnista, me saludaron tibiamente. "Ud. también tiene un grado de culpa por todo esto", me dice uno, "por promover tanto a Valparaíso en todo el mundo".
"Buenas tardes señoras", les dije. "Me encantaría conversar el tema con ustedes, pero temo que es demasiado complejo para abarcar en los 15 segundos que dura el ascensor".
Tras media hora disfrutando cuadros de artistas porteños como Ilabaca, Mena, y el Loro Coirón, nos instalamos en la Filou de Montpelier. Wilma probaba feliz cada plato en la mesa. Yo estaba silencioso. Tras haber visto miles de porteños y turistas gozando juntos, no pude dejar de sufrir por las dos señoras del ascensor. Richard, por su parte, mandaba un texto a otro amigo en USA, "Comiendo con Todd en Valparaíso. Esta ciudad es fantástica."
Faltaban 30 horas para la gran fiesta del bicentenario. El jolgorio ya se respiraba. Descendiendo por la escalera Placilla, desembocamos en una Subida Ecuador repleta de gente. Un joven le mostraba a su polola su nuevo peinado Mohawk. El hijo mayor de mi amigo se probó un batido en "La Campezana". Los demás compartimos damascos que se ofrecían "500 por kilo, 2 por 700" en la verdulería "La Esperanza".
La calle Pirámide, como es su costumbre, era un remolino de gente. Recuerdo haber visto numerosas cartas en este diario reclamando el caos de tal lugar. Pero el miércoles, por primera vez, solté a mis prejuicios. Lo vi a través de los ojos de mis amigos del otro Pancho, el Valparaíso del norte.
Wilma, la señora de Richard, me consultó por las longanizas colgando desde el cielo de la fiambrería "San Pancracio". Casi se tentó por una balanza de choritos que se pesaba en plena calle. Nos deslumbró un caballero fileteando una corvina.
Llegamos a la Plaza Lord Cochrane. En el Hamburgo, nos asomamos. Quisiera saludar a mis meseras regalonas, mostrarle a Richard la colección de campanas de barco, y darle un cariñito al gato. Estaba lleno. Es más, en tres mesas, me tope con gente conocida, una situación que se repetiría dos veces más mientras caminábamos los 100 metros del bulevar hasta la fuente Neptuno.
Bajo las palmeras de la plaza, mi hija buscaba peces que imaginaba escondidos bajo el tridente. Le mostré a Richard: "Puedes venir 10 veces a este plaza y verás siempre el mismo perro tomando siesta allí". Era una noche perfecta en Valparaíso. Lleno de estrellas. La gente contenta. Todos sus personajes presentes.
Subimos por la calle Cumming hasta el Pasaje Elías, depositando 8 monedas de 100 pesos sobre el mostrador del Ascensor Reina Victoria. El carro andaba lleno. Escuché a un par de señoras del cerro Concepción copuchando su desencanto por tanta gente dando vuelta. Al percatarse de la presencia de su humilde columnista, me saludaron tibiamente. "Ud. también tiene un grado de culpa por todo esto", me dice uno, "por promover tanto a Valparaíso en todo el mundo".
"Buenas tardes señoras", les dije. "Me encantaría conversar el tema con ustedes, pero temo que es demasiado complejo para abarcar en los 15 segundos que dura el ascensor".
Tras media hora disfrutando cuadros de artistas porteños como Ilabaca, Mena, y el Loro Coirón, nos instalamos en la Filou de Montpelier. Wilma probaba feliz cada plato en la mesa. Yo estaba silencioso. Tras haber visto miles de porteños y turistas gozando juntos, no pude dejar de sufrir por las dos señoras del ascensor. Richard, por su parte, mandaba un texto a otro amigo en USA, "Comiendo con Todd en Valparaíso. Esta ciudad es fantástica."
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