Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

sábado, 28 de junio de 2008

San Telmo, Dulwich Hill, Gaudí, Polanco


"Celebraríamos nuestro próximo aniversario habiendo decentralizado el proceso de soñar la ciudad."








Quien visita la ciudad de Gardel menciona “Buenos Aires” solo al momento de comprar el pasaje. Al aterrizar, es San Telmo, La Boca, Palermo, Recoleta. Llegar a San Francisco es visitar Haight Ashbury, The Mission, Chinatown o Fisherman’s Wharf. En Manhattan está de moda ir al Meatpackers District. Las mejores galerías están en Soho o Greenwich Village. Después, se come en Little Italy.

El futuro de Valparaíso está en sus barrios.

Valparaíso cumple 5 años codeándose con el Cuzco, Estambul, Praga y Venecia. Hay logros, por cierto. Llegan inmigrantes nuevos de los cinco continentes. El turismo crece a dos dígitos. Algunos barrios lucen pintados. Cada día aparece un nuevo hotel, café o restaurante. Reconozcámoslo: la inversión privada ha cumplido.

Pero los ciudadanos reclaman su espacio. Líderes de peso denuncian el ninguneo. En Cerro Concepción, la falta de un Plan Maestro tiene a todos amotinados. ¿Lo bueno? La mística de Valparaíso sigue creciendo en el mundo. ¿Lo malo? Crece la frustración. Se ha esfumado la exuberancia.

El futuro de Valparaíso está en sus barrios.

Así, en este quinto aniversario desde la declaración en París, propongo algo diferente. Un renacer desde adentro hacia afuera. Un proyecto de ciudad a partir de nuestros vecindarios.
Podríamos partir escogiendo diez. ¿Sabía Ud. que Polanco fue el Cerro de los italianos? ¿Qué los británicos llamaban el Alegre “Pleasant Hill”? ¿Concepción? Obvio. La Matriz. Claro. ¿Un Museo a Cielo Abierto que se extiende desde la Plaza de los Sueños hasta La Sebastiana? Aprobado. Artillería. “La República Independiente”. El Puerto. ¿Por qué no un par de comodines? Esperanza, Barón, O´Higgins, Lecheros o Santa Elena.

Escogidos los barrios, firmaríamos convenio con diez Facultades de Arquitectura nacionales. Luego, un sorteo. ¿La UCV ganó Cerro Polanco? Bien. ¿La Chile en Playa Ancha? Perfecto. Ahora, durante un año, alumnos y profesores trabajarían codo a codo en talleres con residentes, artistas y empresarios vecinales. Estudiarían casos internacionales: En Barcelona hay un barrio cuyo eje nace a partir de un arquitecto, “El Gaudí”. ¿Por qué no un cerro de las flores? En Sydney esta “Dulwich Hill”, un barrio que renació a partir de sus panaderías artesanales.

Los alumnos se dividirían en grupos, culminando con una docena de propuestas de Plan Maestro para cada barrio. Los mismos vecinos escogerían un ganador asesorado por los profesores. Un año después, tendríamos 10 Planes Maestro para 10 barrios porteños.

El GORE, IMV, CORFO y MINVIU inventarían un paquete de incentivos para los 5 mejores proyectos. Sería una tarjeta de presentación para universidades y la “competencia sana” sería… interesante. ¿La cobertura nacional? Espectacular.

No es panacea. No va a resolver de un brochazo ni los perros callejeros o la inseguridad. Pero celebraríamos nuestro próximo aniversario habiendo descentralizado el proceso de soñar la ciudad. Y tal vez con un puñado de barrios convertidos en hitos internacionales.

sábado, 21 de junio de 2008

Arthur P. Ziegler





Los innumerables cerros de Pittsburgh no fueron esculpidos por acción del mar, sino por los meandros de tres hermosos efluentes —los ríos Monongahella, Allegheny y Ohio. Por sus aguas pasó gran parte del acero mundial, despachado por las fundiciones gigantescas de Bethlehem, Republic y US Steel. Entre las familias más poderosas de la historia hay varios de Pittsburgh: los Carnegie, Mellon, Frick, Heinz, Westinghouse. La ciudad poseía el ingreso per cápita más alto de EE.UU. Contaba con 12 funiculares. Más que San Francisco, Pittsburgh es la ciudad gringa más parecida a Valparaíso.

Todo bien hasta que se agotó el mineral. Ahí, Pittsburgh entró en decadencia. Tras décadas de abandono, la otrora capital del hierro parecía una ciudad fantasma. Perdió 10 de sus 12 ascensores. Sus bordes fluviales eran páramos industriales.

Entra Arthur P. Ziegler. Durante los ’60, este veinteañero se inició como activista empeñado en salvar los barrios históricos. Fundó la Pittsburgh Historical Landmarks Foundation (PHLF), la primera de su género en USA. ¿Su primera jugada? Convencer a un filántropo a donarle el dinero necesario para adquirir una estación de ferrocarriles abandonada, la Lake Erie Railroad. PHLF la convertiría en un centro cultural con oficinas y, luego, un hotel. Era el primer proyecto de su género en EE.UU. Sin saberlo, el joven Arthur había inventado el preservacionismo estadounidense.


Hoy, 40 años después, PHLF ha recuperado gran parte de los bordes fluviales. Ha reciclado tesoros industriales. Además, innovó el proyecto “Ciudad de Vecindarios”, para fortalecer la identidad de 58 comunidades dentro de un Pittsburgh que, hoy, luce absolutamente transformado.

En varios casos, los alcaldes ponían los terrenos y PHLF buscaba los inversionistas. Tanto la ciudad como la fundación quedaban con una porción accionaria. PHLF definió los criterios de reciclaje patrimonial, aunque, al inicio, el concepto apenas existía. Hoy no solamente ha renacido Pittsburgh, sino que ha patrimonializado la institución. PHLF no depende de la política contingente. Emprende agenda cultural propia. Es una incubadora, una editorial, un referente para la recuperación del patrimonio urbano e industrial.

Don Arthur ha sido condecorado por reyes y presidentes; toda una eminencia que tuve el honor de conocer en 2005, cuando el PHLF me invitó a dictar una conferencia, “Valparaíso y sus Ascensores”, en el Museo Carnegie Mellon.

A sus 71 años sigue siendo un genio loco. Cuando entré a su oficina apenas levantó su cabeza, pues arreglaba los detalles de un proyecto que iluminaría 36 puentes de acero que cruzan los 3 ríos que definen la ciudad.

Tras mi conferencia y el cóctel partimos a una cena privada. Allí le pregunté: “Arthur, llevo apenas 7 años en esto, y tanto la burocracia como el chaqueteo ya me tienen agotado. No sé si doy más. Ud. lleva 40 años y sigue como nunca. ¿Cómo?” Me dijo: “Tengo una filosofía urbana definida y siempre he sido fiel a ella. No cambies tu filosofía. Hay políticos buenos y malos. Nunca cambies tus principios por complacer a quien esté de turno. Sé fiel a tu proyecto. Si es bueno, estarás de pie cuando los demás se hayan ido.”

domingo, 15 de junio de 2008

Todo Pasa y Todo Queda


Una de mis primeras gestiones al mando de la Fundación Valparaíso fue visitar a Jaime Migone y Antonino Pirrozi. ¿No sabes quiénes son? No te preocupes. Tampoco lo saben la mayoría de nuestras autoridades, historiadores y activistas patrimoniales. Hace 10 años que no reciben siquiera una tarjeta de navidad desde Valparaíso. Una pena. Si no fuera por ellos, puede que ni siquiera seamos patrimonio de la humanidad.

Corría 1994 y Valparaíso pasaba por un trance de fatalismo total. San Antonio nos superaba por primera vez en tonelaje. El desempleo alcanzaba dos dígitos. Una generación de jóvenes profesionales abandonaba la ciudad en busca de mayores oportunidades en otra parte.

La palabra patrimonio aun no cruzaba los labios de nuestras máximas autoridades, pero en la oficina de dos arquitectos italo-chilenos sigilosamente se gestaba uno de las hazañas más geniales de nuestra historia cultural. Jaime y Antonino, titulado en patrimonio en el país del Dante, habían estado en conversaciones con la fundación World Monuments Fund en Nueva York.

El WMF publica cada dos años el World Monuments Watch, documentando los “100 Tesoros Mundiales en Mayor Peligro de Desaparecer”. Es un verdadero Premio Nobel del patrimonio. Un referente mundial. Una punta de lanza para postulaciones ante la UNESCO.

¿Qué cocinaban Antonio y Jaime? Incluir a los ascensores de Valparaíso en el listado WMW de 1996. Cuando el hito se consagró fue recibido por los medios locales con asombro y curiosidad. Era Gabriela Mistral otra vez ganando el Premio Nobel sin haber recibido el Premio Nacional. ¿Los ascensores de Valparaíso uno de los 100 tesoros más importantes del mundo? En Chile apenas les prestaban atención.

El premio otorgaba aproximadamente US $40 mil dólares para un estudio sobre la historia de nuestros funiculares, los factores que los amenazaban, y una tesis de desarrollo sustentable. Sabiendo que los activistas porteños tenían fama de xenófobos, Jaime y Antonino armaron un equipo de académicos 100% locales. Más importante aún, produjeron un espléndido compendio de más de 200 páginas sobre cada uno de nuestros ascensores y muchos que ya se nos fueron. ¿Quiere saber sobre el abandonado Ascensor El Litre? ¿Qué pasó con lo del Cerro Santo Domingo? Está todo allí. Un verdadero tesoro. Una de mis primeras biblias sobre el patrimonio local.

Así fue que Jaime y Antonino me recibieron en su taller, ubicado en una de las pocas casonas que se salvaba en la zona oriente de Santiago. Sobre té y galletas, me contaron sus experiencias y les conté mis sueños para Valparaíso. Nos hicimos amigos de inmediato.

Al final de la visita, Jaime me ofreció el siguiente consejo: “Cuando ganamos el WMF teníamos un poco de plata. Los porteños nos querían y las puertas estaban abiertas. Pero una vez gastada la plata nuestro teléfono sencillamente dejó de sonar. Nadie nos invitó a participar en nada. No queremos que te pase lo mismo.”

Han pasado 16 años desde la hazaña y hoy Valparaíso tiene más ascensores “en panne” que en cualquier momento de su historia. Un triste legado de una ciudad que, al parecer, no sabe cuidar a sus héroes.