Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

domingo, 14 de diciembre de 2008

Desnudo

Ser poeta en Valparaíso es más que escribir sobre escaleras, calaminas, ropa tendida. En un mundo cada vez más cínico, más hostil, Valparaíso humaniza. Me quita capas. Me desafía a ser más honesto conmigo. Me transparenta. Me desnuda.

Es que yo no soy de estos poetas que supieron su vocación desde niño. Aquellos, que a los 5, ya andaban con un croquis en la mano. No. Soy lo que los gringos llaman un “late bloomer”, un árbol que tardó en brotar. En el colegio me hicieron leer a Shakespeare, Chaucer, y “La Tierra Baldía” de T.S. Eliot. No entendí nada. No quise, tampoco. Era fiestero.

Mi primera llamada despertadora vendría a los 16, el 28 de Mayo, 1981, para ser preciso, el día que nos revelaron que mi hermana mayor, Robyn, padecía de melanoma maligno. Tenía 22 años. Moriría 10 semanas después.

Mis amigos se matricularon en una universidad, yo en otra. Quería partir de cero. Estudié sicología, la historia del arte. Leí filosofía oriental. Me hice rockero.

A los 24, ya me había cambiado de ciudad 5 veces. Editaba artículos para una revista “new-age”. Un día una amiga poetisa me pasó, “La Rama No Quebrará”, de James Wright (1927-1980). Marcaría un antes y después en mi vida; mi paso definitivo hacia la poesía, y, ¿Por qué no?, hacia el Puerto.

Muchos poemas allí tenían títulos larguísimos. Locos. El primero era “Tirado en una Hamaca en la Granja de William Duffy en la Isla de Pinos, Minnesota”. Va así:

Arriba de mi cabeza, veo la mariposa de bronce
Tomando siesta sobre el tronco negro
Soplando como una hoja en la sombra verde.
Desde el riachuelo detrás de la casa abandonada,
Sigo el tintineo de los cencerros
Persiguiéndose en las distancias de la tarde.
A mi derecha,
Dentro de un rayo de sol que cae dentro de dos pinos
Los desperdicios de los caballos del ataño
Arden, transformándose en piedras de oro.
Descanso. Atardece.
Un gavilán revolotea, buscando su hogar.
He desperdiciado mi vida.

Leí el libro entero durante una tarde. En poema tras poema, quedé impactado por la escasez de palabrería, la desnudez, la ausencia total de poses falsas, la honestidad.

Otro poema me dejó sin habla. Se llamaba “Soy un Guerrero Sioux, Me Dijo en Minneapolis”. Jamás había visto un título así. El poema era aun más asombroso, de pocas líneas:

Está borracho. No hay nada más que decir.
No sabe más que yo
Cuáles son las aguas verdaderas que se enlutan
O que palabras hay que cantar al morir.

Esto no era Shakespeare. No era “La Tierra Baldía”. Pero me calzó perfecto. Así, me hice poeta con un solo propósito: tocar a otras personas como Wright me había tocado a mí.

Han pasado los años. He dedicado mi vida a esto. He leído miles de versos y escrito centenares más. Y he aprendido. Ser poeta abarca 2 elementos principales: oficio y voz. El primero se enseña. El segundo no. Para eso, hay que escavar. Profundo. Hay que ser honesto con uno mismo. Hay que aprender a andar desnudo. Allí entra Valparaíso. Calza perfecto.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Los Jacarandás

¿Se acuerdan de los Ejes Transversales?

Fue el proyecto estrella del gobierno del Presidente Frei Ruiz Tagle para Valparaíso. Según lo anunciado, cambiarían la cara del Puerto. Se proyectaban 6 intervenciones urbanas integrales. De éstas se alcanzó a ejecutar poco más de la mitad.

El más bullado era el Eje Avenida Argentina. Se dijo que transformaría la entrada al Puerto. Quedó en el olvido. No se ejecutó. Lo reemplazó un proyecto tras otro, impulsados, en primer lugar, por Hernán Pinto, y después por Aldo Cornejo. Al principio, estos proyectos contemplaban el traslado de la feria. Tras el pataleo de los feriantes, se cedió. Sólo la hermosearían. Pero, hasta la fecha, ni lo uno ni lo otro.
Del Eje Uruguay ni hablar. Contemplaba una “manito de gato” en la Plaza O’Higgins, además del hermoseamiento de las veredas, bandejones y estacionamientos de dicha avenida, desde Brasil hasta el Parque el Litre. A los ambulantes les encantó. Tras su inauguración, se demoraron 3 días en tomar por completo todos los espacios mejorados. El entorno del Mercado Cardonal, por su parte, sencillamente no acusó recibo. Sigue tan colapsado como siempre.
En el Eje Sotomayor se invirtieron varios palos verdes. Las baldosas —conocidas por algunos como las “res-baldosas”— se transformaron en la pesadilla de las mujeres. Otras terminaciones no duraron ni un año. Estéticamente fue tan poco valorado que hoy, apenas 10 años después, se ha relicitado su rediseño por completo.
Pero no todo fue malo. Está el Eje Bellavista. En mi opinión, el más exitoso de todos. Nos dejó varios legados interesantes: una Plaza Lord Cochrane que ha sido bastante valorada por la ciudadanía. Además está la Plaza Cívica, que conecta dicho lugar con la Plaza Aníbal Pinto; el mejoramiento paisajístico que dio continuación a la Avenida Brasil, permitiendo que este se proyecte como el espacio público vital que es. Hubo un intento de hermosear la Plazuela Ecuador (tampoco acusó recibo); y unos toquecitos en el Museo a Cielo Abierto.
Y nos dejó unos hermosos jacarandás.
En principio se había plantado un centenar de árboles de distintas especies: almendros, jacarandás, plátanos orientales. Todos sufrieron ignominias innombrables. Han sido atacados, tallados y quemados. Han sido orinados, vomitados y ensangrentados. Han sido víctimas de burla: ¿Y este arbolito, qué quiere ser cuando grande? Perdimos más de la mitad.
Pero los jacarandás prosperaron. Hoy, 12 años después, están floreciendo. Son espectaculares.
Son un testimonio de la Labor de Sísifo que es el acto de soñar Valparaíso. Puede que nos ninguneen. Puede que nos den más de un portazo. No importa. Aquí estaremos. Soñando Valparaíso. Sobreviviremos. Brotaremos un poco cada primavera. Un día verás. Floreceremos.
A mis amigos quijotes porteños, los mismos que tanto han sufrido durante años, les recomiendo dar una vuelta por el sector de la Plaza Lord Cochrane. A gozar los jacarandás. Los sobrevivientes.