Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

sábado, 28 de marzo de 2009

Las águilas no comen maíz


En el pueblo navajo se cuenta la siguiente leyenda: Un bravo, hijo del cacique, parte a escalar los altos acantilados del desierto. Allí, en la cumbre de una gigantesca roca, encuentra un nido de águilas. ¿Adentro? Un huevo.

Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.

Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.

Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.

Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?

La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.

Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?

Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.

Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.

Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.

Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.

Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.

domingo, 22 de marzo de 2009

Un gringo màs, un gringo menos

Durante una soleada tarde de 2000, El Presidente Lagos subió a un improvisado podio rodeado por 2 mil porteños en el sector del espigón. Prometió apoyar con todo la postulación ante la UNESCO. Se explayó sobre el proyecto Merval. Adelantó la recuperación de la Avenida Altamirano y el Paseo Wheelwright. Finalmente, miró hacía el sector Barón y extendió su famoso dedo. Argumentó que si Barcelona, Buenos Aires, Baltimore y Ciudad de Cabo podían reinventar sus bordes costeros, ¿por qué no podía hacerlo Valparaíso? Prometió que antes de terminar su mandato, Valparaíso se reencontraría con el mar en el sector Barón. El público aplaudió a rabiar.

La EPV licitó el Plan Maestro. El consorcio ganador trabajó con autoridades ministeriales y municipales. Convocó “focus groups” con gremios, ONGs, juntas vecinales y ciudadanos. Se debatió sobre las alturas, los posibles usos, la inclusión o no de viviendas, si valía la pena o no recuperar la bodega Simón Bolívar, etc. Al fin, se entregó un Plan Maestro.

La EPV recibió el estudio e hizo algunas modificaciones. Al fin se preparó una licitación, que fue postergada una y otra vez.

Termina Lagos. Entra Bachelet. Por fin se licita. La Presidenta, acompañada por el alcalde Cornejo, anuncia a los ganadores: el Grupo Plaza. No habría rascacielos. Sí habría comercio, hotel, paseos, plazas y explanadas. Se prometió 2.500 puestos de trabajo. Puros aplausos y abrazos.

¿El problema? Se había tardado 6 años en diseñar y licitar la transformación más ambiciosa de los últimos 50 años en Valparaíso. En el entretanto, la dinámica había cambiado. Atrás quedaba la ciudad “unida” tras la postulación UNESCO. En su lugar quedó un complejo mosaico de agrupaciones con ideologías cruzadas. Hoy, cada vez que se intenta mover una piedra en el Puerto aparecen 3 grupos para defenderla.

Mientras la convivencia porteña se volvía cada vez más hostil, veíamos a Aldo Cornejo absolutamente sobrepasado. Su discurso sobre Puerto Barón (PB) se hundía en un mar de matices. Al fin, nadie supo si estaba a favor o en contra. Así, nadie se sorprendía cuando la votación se postergaba una y otra vez.

Mientras las sesiones del Concejo se deterioraban por los gritos de los ciudadanos a favor y “la señora que tira huevos”, parecía que los más adultos en este proceso eran el Grupo Plaza. Les han dicho de todo. Les han pedido mil y un cambios. Han hecho mil y un cambios. Dicen estar expuestos a mil cambios más. Sólo necesitan una cosa: un metro ochenta más de altura.

Yo mido un metro ochenta y uno. El Grupo Plaza necesita menos de “un gringo” más. ¿Lo más loco de todo? PB ya ha sido aprobado. Lo que se está votando ahora no es PB. Lo que se está votando es un metro ochenta más.

Estimados concejales: Sabemos que hay 100 argumentos a favor y 100 argumentos en contra. Nadie les dijo que sería fácil. Pero nadie les obligó a postularse tampoco. Ha llegado el momento de votar. O están a favor o están en contra. ¿Abstenerse? No es una opción.

domingo, 15 de marzo de 2009

Trece maneras de mirar a Valparaíso

De las innumerables descripciones que se escuchan en referencia a Valparaíso, hay dos que no soporto: “ciudad poética” y “ciudad mágica”. Cualquiera de las dos me pone los pelos de punta. Me hace extrañar aún más nuestro Nobel del cerro Bellavista. Si escucho “ciudad poética” una vez más te juro… Voy a “ir por las calles con un cuchillo verde/ y dando gritos hasta morir de frío”.

“Ciudad poética” es un verso escrito por funcionarios. Habla de poesía pero no la tiene. Es el equivalente de la empresa Nike haciendo la siguiente campaña de marketing: “buenos zapatos”. Impresentable.

No me digas que Valparaíso tiene poesía. Muéstramelo.

Al inaugurar el portal “ciudaddevalparaiso”, Agustín Squella nos recordó una anécdota de Manuel Peña, la del inmigrante alemán que compró su casa en cerro Alegre porque “se había enamorado de una puerta.” Eso sí es lindo. Mi señora me reta por repetir demasiado: “Valparaíso es la única ciudad donde, día por medio, hay un burro estacionado debajo del letrero que dice ‘Reservado Gerente Bolsa de Valores’”. Me gusta. Sobre Valparaíso se pueden decir miles de cosas bellas.

Pero “ciudad poética” no es una de ellas. En el marketing, al igual como en el buen verso, si tienes que explicarme lo que debo sentir, fracasaste.

Voy a mi biblioteca y saco “Trece maneras de mirar a un mirlo” de Wallace Stevens (1875-1959). Se trata de un poema de calidad universal, de aquellos capaces de transformar nuestra vida en un instante:

1
Entre veinte cerros nevados
lo único que se movía
era el ojo de un mirlo.

2
Yo era de tres pareceres,
como un árbol
en el que hay tres mirlos.

3
En el viento de otoño giraba el mirlo.
Tenía un papel muy breve en la pantomima.

4
Un hombre y una mujerson uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
son uno.

5
Yo no sé cuál prefiero:
la belleza de las inflexiones
o la belleza de las insinuaciones,
el mirlo silbando
o después.

Ya tienes la idea. Son 13 esbozos. Sumando uno al otro, se abre un universo. Cuando algo es bueno, es bueno. No hay que discutirlo. Este poema estará vigente siglos después de que tú y yo ya no estemos.

Es lo que deseo para Valparaíso. Una campaña que haga respirar nuestra poesía sin anunciarlo; que capte nuestra universalidad sin decir “somos universales”.

domingo, 8 de marzo de 2009

Sueños

No le tengo miedo a la muerte. Para mí, es un sueño más. Otro paso en nuestro largo viaje de muchas estaciones.

Lo que sí temo es que no alcance a descifrar los sueños despiertos. Estos son los milagros, los “sincronismos” que nos rodean en cada momento. Ojalá que no esté tan enganchado con lo frívolo como para que tales milagros pasen inadvertidos.

Un sueño despierto puede ser sutil o violento. Por ejemplo, estás pensando en alguien que no has visto por mucho tiempo y justo tal persona te llama. O mientras haces la cola en el banco piensas en alguien y, dos minutos después, esta persona se te cruza en la calle. Pero también hay sueños violentos, como el que le tocó a mi familia durante la primavera de 1981, cuando los médicos nos revelaron que la tos que afligía mi hermana Robyn no era una neumonía, como se pensaba, sino un melanoma maligno muy avanzado. Robyn tenía 22 años. Alcanzó a vivir 3 meses más.

El impacto de este sueño despierto, llamémoslo “pesadilla”, casi nos aplastaría. Durante años, mi mamá, mi papá, mi otra hermana y yo andábamos a la deriva. Pero logramos reconstruir nuestras vidas y, en honor a Robyn, cada uno ha transformado lo suyo en algo especial. Si no fuese por Robyn, yo no habría “despertado” a buscar otros caminos. No habría encontrado la poesía, la filosofía de los sueños, Valparaíso.

Ahora, ¿fue una casualidad que, varios días antes de la tragedia de Pensacola, el embajador de EE.UU. me llamara desde su celular personal para invitarme a almorzar? No creo.

El viernes después de la tragedia, mi celular volvió a sonar. Otra vez era el embajador. Estaba en camino de visitar a los padres de Racine Balbontín, que viven en el Pasaje Harrington. Estaban perdidos. Supongo que un porteño en mil sabe dónde está el Pasaje Harrington. Es pequeñito. Pero yo sí sé. Me tocó visitarlo cuando la Fundación desarrollaba el Sendero Bicentenario. Me enamoré del pasaje desde el primer momento. “Sí, embajador, conozco el pasaje; está en Playa Ancha, al lado de la avenida Gran Bretaña, frente al ex Hospital Naval”.

¿Casualidad? No. ¿Sueño despierto? Sí. Pero esta historia tiene más vueltas. Los sueños despiertos, igual como Valparaíso, son un laberinto complejo de descifrar.

La tragedia de Pensacola me impactó, pero me pilló con mi propio sueño. He estado preocupado por mi padre. Está muy enfermo. Estoy tan distraído que no alcancé a fijarme en todos los nombres afectados por la tragedia.

Tuve que viajar a EE.UU., a estar con mi papá. Allá, me suena, otra vez, el celular. Es mi señora: “Todd, el pololo de la Racine era Francisco Cofré”. Me quedé congelado. Conozco a Francisco. Sus padres, Lucy y Mario, aparecen en el primer poema de mi libro. Pilar continúa: “Lucy ha tenido problemas con la visa para viajar”. No lo puedo creer. Pilar me recuerda: “Todd, tienes el número del embajador en tu Blackberry”...

A todos los afectados por este desastre, un abrazo eterno. A los familiares: que la pesadilla no los aplaste. Aguanten. Los sueños despiertos son aquellos momentos cuando la vida nos invita a despertar.