Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

domingo, 12 de diciembre de 2010

Herencias

Es difícil recapitular la historia detrás de la postulación de Valparaíso ante la Unesco. Deberíamos partir con la solitaria lucha, desde los ’80, de la gran Myriam Weisberg. Libros como "La Arquitectura Religiosa de Valparaíso Siglos XIV a XIX" y "La Vivienda de Fines de Siglo XIX en Playa Ancha" abrieron camino. Otro hito fue la primera encarnación de "Ciudadanos por Valparaíso" creado en 1995. Sus fundadores incluyeron a Raúl Alcázar, Nelson Morgado y Jorge Coulon. Se constituyó para evitar la demolición del edificio Luis Cousiño y su posterior reemplazo con una torre que habría liquidado el Paseo Gervasoni. Años más tarde, los fundadores dejarían el grupo, pero mantendrían su lucha.

Otro paso ocurriría en ‘96 cuando nuestros ascensores fueron incluidos en el World Monuments Watch, premio que busca proteger los "100 tesoros mundiales en mayor peligro de extinción". Tras este logro, gestado por los arquitectos Antonino Pirrozi y Jaime Migone, empezó a sonar la idea de postular a nuestros funiculares a la Unesco en la categoría monumentos. Tal idea inspiró a doña Marta Cruz Coke, entonces directora de la Dibam, a iniciar contactos con París. Estos le habrían entablado en una férrea disputa con el ex-alcalde Hernán Pinto, quien aún no estaba convencido.

Otra leyenda cuenta que fue el prestigioso arquitecto ecuatoriano, Hernán Crespo Toral, una de las máximas autoridades de la Unesco, quien convenció, en ’97, a las autoridades chilenas que "no habría que postular sólo a los ascensores, sino a toda la ciudad".

A estas alturas, fueron muchos los arquitectos, arqueólogos e historiadores que golpeaban las puertas del municipio y escribían cartas a los diarios. Personajes como José de Nordenflytch, Archibaldo Peralta, Samuel León, Marcela Hurtado, Juan Mastrantonio, entre muchos otros, dieron seriedad a los debates. Dentro de la Dirección de Obras, la arquitecta Cecilia Jiménez, discípula de Weisberg, se convertía en otro pilar fundamental.

La Fundación Valparaíso, creada por quien escribe, con el apoyo del empresario Eduardo Elberg, empezó a gestarse el mismo ‘97. En ‘98, el alcalde Pinto y doña Marta limaron sus asperezas y se inició, al fin, el primer expediente de postulación con Cecilia Jiménez a cargo de los aspectos técnicos.

En esta época Ciudadanos por Valparaíso se reformó con especial énfasis en los temas de la autenticidad y el patrimonio social. Dios sabe que mi convivencia con ellos no siempre ha sido fácil, pero su aporte en estas áreas es indiscutible.

En fin, ha pasado mucha agua bajo el puente. Hoy, nuestro alcalde lucha con dos espantosas herencias: una gigantesca deuda financiera y una aun más gigantesca desconfianza generada por las promesas incumplidas de sus antecesores. Más que nunca, hay que apoyarlo para sacar adelante la Ley Valparaíso.

Está claro, con la posible excepción de Weisberg, nadie puede reclamar autoría absoluta de la postulación ante la Unesco, pero todos podemos apoyar en salvarla

martes, 7 de diciembre de 2010

Desde Puebla al Puerto

Si algún día el Congreso llegase a aprobar una Ley Valparaíso ya tengo claro lo que habrá sido mi mejor contribución sobre el tema: un pollo al mole.

Hace un mes, Juan Carlos García, director regional del MOP, me comentó su intención de juntar a nuestros dos senadores para conversar el tema. El 20 de noviembre, sonó mi celular. "Está todo listo. Habrá una comida en mi casa el 27". "¿Traigo algo?" le pregunté. "Solo tu pasión por Valparaíso". Estaba un poco desilusionado. Me encanta cocinar.

La mañana del 27 me volvió a llamar. "Se han sumado algunos otros personajes clave. ¿Puedes ayudar con el aperitivo?" "Cuenta conmigo" le dije.

Aunque tres regiones de México -Oaxaca, Tlaxcala, y Puebla- disputan ser la "cuna del mole", encuentro más creíble la paternidad de la última. Según la leyenda, un monje nombrado Fray Pascual preparaba una comida para el arzobispo de la ciudad. Quería convencer al eclesiástico de promover algunas transformaciones para el pueblo. Pero Pascual era pobre. En su mueble, quedaban solo algunas especies, un par de ajís tipo poblano y chipotle, nueces, pan añejo, y chocolate. Se frustró. Dio una vuelta por el pueblo. En su ausencia, hubo una tormenta de viento. Cuando regresó, todos los ingredientes habían sido mezclados. Un signo de Dios. El fraile lo sirvió como salsa acompañando un pavo. El arzobispo quedó tan extasiado que concedió todas las transformaciones que el monje solicitara.

Así, tenía claro mi aperitivo para salvar a Valparaíso. Primero, salteé el pollo en ajo y merquén para darle un toque chileno. Después, al mole, agregué un poco de tomate y miel, truco de las indígenas de la zona de Oaxaca. Le da más complejidad y asegura el efecto narcótico deseado.

El primero en probarlo era el senador Lagos Weber, seguido por Juan Carlos, su señora Xochitl, y Ramón de la Torre, Premio Nacional de Ciencias. Mientras todos atacábamos al mole, mi segundo aperitivo, unos tomates cherry con mozzarella y pesto, me miró con tristeza. Nadie lo pescaba.

Sonó el celular de Juan Carlos. Salió a la cocina a contestarlo. Ricardo Lagos, quien, aun sin mole es un hombre muy divertido, ya acercaba una lucidez sin precedentes. "Es Pancho Chahuán" bromeaba. "Llama a pedir disculpas porque recién sale de una reunión con unas señoras en el cerro y llegará atrasado."

Juan Carlos regresa: "El senador Chahuán recién sale de una reunión en el cerro y va llegando. " Todos moríamos de la risa.

Quedaban 5 pedazos de pollo al mole. Los guardábamos para Chahuán. Dos horas después, habiendo devorado la deliciosa tilapia y fondue de chocolate preparado por nuestros anfitriones, nos concentramos en los obstáculos que complican el proyecto, entre ellos, ¿Cómo generar un movimiento ciudadano masivo en una ciudad cuya sociedad civil está tan fragmentada y desconfiada?

¿Mis conclusiones? Tenemos dos senadores, de veredas distintas, 100% matriculados. Ahora solo falta sumar y sumar. A trabajar señores. Yo traigo el mole.