Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

sábado, 28 de febrero de 2009

"Joie de Vivre"

Mi diccionario define “inmigrante” como “una persona que llega a un país o región diferente de su lugar de origen”. A nivel mundial, un 95% de estos caben en dos categorías: los refugiados y los marginados. Los primeros escapan de la persecución étnica, ideológica o religiosa; los segundos, de la pobreza endémica.

Curioso. Valparaíso es la ciudad chilena de inmigrantes por excelencia. Pero la mayoría de los nuestros no son ni de uno ni del otro tipo. Los nuestros son el 5%. ¿Qué caracteriza a los inmigrantes porteños?

En primer lugar, son aventureros. Sus pioneros imaginaron la “Joya del Pacífico” como una especie de “Far West” al fin del mundo. Un lugar lleno de intriga y oportunidades. ¿De qué otra manera se explica que, hace 190 años, se estableciera en el cerro Cordillera la familia noruega de los Lund?

Otra característica es la pasión que les nace por su nuevo hogar. Mi amigo Pablo Peragallo es así. Proviene de varias generaciones de ligures. Es camogliano de tomo y lomo. Pero su ciudad es Valparaíso. Vive en una casa diseñada por Barison y Schiavon. De allí no lo sacas. Nunca.
¿Tercero? No se contentan con asimilarse. Quieren apoyar; quieren hacer ciudad. Construyen casas, colegios, iglesias, miradores, restaurantes y hoteles; obras de beneficencia, universidades, hospitales.

En el caso de mis compatriotas, los estadounidenses, se han destacado en áreas tan diversas como el comercio (Wheelwright), la arquitectura (Harrington), la educación (Trumbull) y la filantropía (Brown Duffin).

La última característica que define nuestro inmigrante porteño es lo más importante: su “Joie de Vivre”: llegan y se quedan. Están fascinados con su Puerto. Están felices aquí. Era así hace 200 años. Es así hoy en día.
Pregúntenle a Anne Hansen, la danesa que aterrizó en el cerro Alegre para fundar la Biblioteca Nórdica Infantil. O al fascinante arquitecto austriaco Michel Bier.

La próxima vez que te hablen del “poeta gringo” no asumas que sea quien escribe estas líneas. Puede ser Ken Rivkin, un canadiense que, hace años, organiza eventos literarios en los pubs universitarios.

Y no nos olvidemos de nuestros normandos ilustres: el “Loro Coirón”, cuyos grabados desnudan la universalidad de los habitantes del barrio Puerto; y Philipe Grande George, quien no se cansa de deleitarnos con sus maravillas culinarias a un precio regalado. ¡Viva “Le Filou de Montpellier”!
En el cerro Artillería se encuentra “The Yellow House”. Su propietario es Martin Turner, un australiano. Renunció a una exitosa carrera como alto ejecutivo en una multinacional. Hoy se dedica a Valparaíso. Le pregunté: “¿Sabes que difícilmente ganarás tanta plata en tu B & B como la que ganabas antes”. Me contestó: “Hay cosas más importantes que el dinero, Todd”.

¿Qué dices? ¿No sabes dónde están “The Yellow House” o “Le Filou de Montpellier”? No hay ningún problema. Pregúntale al director del Departamento de Turismo de la Municipalidad. Se llama Milos, un serbio a servicio de tu ciudad.

domingo, 15 de febrero de 2009

Carta a Eduardo Frei y Sebastian Piñera

Estimados:

No soy experto en historia de la Ciudad Jardín ni pretendo serlo. Sin embargo, es indiscutible reconocer que en algún momento del siglo XX apareció la idea de “tomarse” esa apacible ciudad dormitorio, 10 minutos hacia el norte de Valparaíso, y posicionarla como un balneario internacional capaz de competir con Punta del Este y Mar de Plata.

Durante la segunda mitad de dicho siglo, Chile entero se entusiasmó con tal idea. Viña se convertiría en un proyecto país, un orgullo nacional. Como hubo voluntad política, se pudo inventar los instrumentos necesarios (casino, festival, concesiones, etc.) que permitirían financiar un proyecto ambicioso. Hoy, Viña tiene a su disposición una caja extra de aproximadamente US$ 33 millones al año, aparte de lo que recauda por permisos de construcción, patentes comerciales, etc. Es decir, tiene US$ 33 millones al año MÁS de lo que tiene su vecino. Bien por Viña.

Pero ahora Chile tiene otro proyecto, otra ciudad que se perfila como orgullo nacional, otra urbe ad portas de convertirse en ícono mundial. Se llama Valparaíso. Es patrimonio de la humanidad, capital cultural, capital legislativa. Según estadísticas del INE, durante los últimos 3 años, la tasa del crecimiento del turismo de larga distancia hacia Valparaíso es casi el doble de la tasa nacional.
Pensar que Valparaíso pueda competir con ciudades patrimoniales de la talla de Estambul, Praga, Budapest o San Petersburgo, con los recursos que recauda vía las patentes que pagan la panadería “Guria” y la fiambrería “Sethmacher”… Pensar que Valparaíso puede preservar su entorno patrimonial resistiendo la tentación de vender su alma a los grandes grupos inmobiliarios… Pensar que Valparaíso pueda aprovechar sus inmensas oportunidades turísticas con las migajas de presupuesto que tiene, es condenar a la ciudad chilena más valorada por los extranjeros al fracaso perpetuo.

Ha llegado la hora de invertir en Valparaíso. Ha llegado la hora de presentar al Congreso una “Ley Valparaíso”, un subsidio estatal que garantice a esta ciudad puerto un ingreso extraordinario anual equivalente a lo que recauda Viña del Mar.
Sé que algunos parlamentarios rechazarán tal idea. ¿Por qué Valparaíso? ¿Por qué no Temuco, Chillán, Valdivia?

Consideremos la Amazonia. El mundo reclama: “Protejámosla. De ella depende el oxígeno mundial.” Brasil dice: “Ok. Páguennos por preservarla. Compénsenos por lo que no recaudaremos al no explotar dicho recurso”.

Los chilenos dicen: “Protejamos el anfiteatro porteño. No lo llenemos de torres ni de grandes centros comerciales”. De acuerdo. Pero, ¿quién compensa al municipio por no recaudar recursos que sí pueden aprovechar los demás municipios de Chile?

Señores candidatos presidenciales, sabemos que estas elecciones serán reñidas. Sabemos que, electoralmente, Valparaíso está en juego. Así, concluyo esta carta con una sola pregunta:

¿Ustedes están o no de acuerdo o con una “Ley Valparaíso”?

Los porteños estarán atentos a su respuesta.

domingo, 8 de febrero de 2009

33 "palos verdes"


En una carta titulada “Marcadas diferencias”, un lector lamenta el deterioro de Valparaíso y lo compara con una Viña del Mar “moderna y futurista”. Concluye que Viña, a diferencia de Valparaíso, ha tenido buenas autoridades, quienes han optado por la modernidad. Termina recomendando la demolición de los inmuebles antiguos de Valparaíso a favor de nuevas construcciones “acordes al siglo que vivimos”.

Se le olvidó un pequeño detalle: los 33 “palos verdes”. Es lo que Viña recauda cada año por motivo del casino, las concesiones hoteleras y el Festival de la Canción. Quitémosle esta plata a la Ciudad Jardín durante 5 años e imaginemos si se vería tan bonita como hoy.


Ahora, ¿qué podría hacer Valparaíso con 33 “palos verdes” anuales? Hagamos un ejercicio a 5 años.

Primero, restaurar los 15 ascensores, más otros 5 abandonados hace décadas (13 US M).


Segundo, volar el Nudo Barón y hundir Errázuriz entre la Avenida Argentina y calle Edwards, creando un parque entre el barrio Brasil y el borde mar. (20 US M).


Tercero, crear un subsidio de 300 UF, con 2 mil cupos, para propietarios que arreglen sus casas y renueven sus sistemas eléctricos (20 US M).


Cuarto, potenciar el Festival de Cine y crear 3 bienales latinoamericanas nuevas —de literatura, arquitectura y plástica—, cada una capaz de copar nuestros hoteles y restaurantes durante 10 días cada año (7,5 US M).


Quinto, comprar, arreglar y equipar el Teatro Municipal (7 US M).


Sexto, transformar la Avenida Alemania desde el cerro Monjas hasta el cerro Alegre, plantando 500 árboles maduros, construyendo 5 miradores nuevos y convirtiendo la Plaza Bismark en un rosedal (10 US M).


Séptimo, inaugurar un nuevo mirador por año en otros cerros, con terminaciones al nivel del Gervasoni (10 US M).


Octavo, transformar la Avenida Argentina en el “Parque Bicentenario”, con esculturas monumentales, jardines y fuentes (12 US M).


Noveno, comprar un sitio aledaño a dicha avenida para reinstalar la feria con la infraestructura que corresponde (6 US M).


Décimo, reemplazar tierra por césped en el Parque Alejo Barrios para crear un pulmón verde en Playa Ancha (0,5 US M).


Undécimo, subsidiar la inversión en los sectores salud y educación media, para que la clase profesional del Puerto no necesite emigrar a Viña para contar con dichos servicios (7 US M).


Duodécimo, financiar 30 recitales anuales de la filarmónica regional en el Puerto (2 US M).


Decimotercero, abrir oficinas en EE.UU. y Europa para promover la ciudad (5 US M).


Decimocuarto, terminar la señalética turística del proyecto “Sendero Bicentenario”, que quedó extrañamente en el olvido (0,5 US M).


Decimoquinto, restaurar las iglesias de St. Paul, San Francisco y la Matriz (15 US M).


Decimosexto, transformar algún sitio eriazo en un centro deportivo de alto rendimiento (US 15 M).


Decimoséptimo, destinar 3 US M al año a paliar la pobreza…

Vaya. La columna se acabó, y aún nos quedan 10 “palos” para gastar. Invirtámoslos en Inverlink, pues.