Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

domingo, 20 de julio de 2008

Otro dia en Valparaíso, mi ciudad

El martes, me encontraba en el Emporio “La Bodega Valparaíso” de la Calle Chacabuco. Había acudido al lugar para comprarle comida a Mischa, mi gatito siamés regalón, pero me distrajo el espectáculo de texturas y olores a mí alrededor: sacos de hongos secos, té en hoja, gigantescos palitos de canela, ciruelas, lentejas verdes, pasas rubias, huesillos, ají de color. A mi lado, una Señora discutía los méritos de unos porotos granados con un caballero en delantal. Con su mano izquierda, el señor exponía entre sus dedos las virtudes de dichas legumbres. Su brazo derecho estaba enterrado hasta el codo en avena tostada.

Otro día en Valparaíso. Mi ciudad.

Muchas veces me he preguntado que habría sido de mi vida si el destino no me hubiera conducido hasta este lugar. Probablemente estaría pasando mis tardes tomando café latte en un sucursal de la cadena Starbucks, un cómodo Profesor de Poesía anidado en algún bucólico pueblo universitario gringo, tipo Vermont o Massachusetts. Me veo revisando los versos de alumnos seudo-atormentados, dibujando los márgenes con tinta roja, entre sorbeteos: “mostrar, no contar”; o “te estás escondiendo detrás de tanta abstracción”, “toma un riesgo, por favor”. Pero la vida me salvó y me trajo hasta “La Bodega”.

Mucho se ha hablado sobre un verso de Gonzalo Rojas con respecto al Puerto. “No basta con amar a Valparaíso, hay que merecerlo.” Pero yo me quedo con dos versos de Ranier María Rilke.

El primero es de “El Hombre que Nos Mira”:

Luchamos con algo tan pequeño.
Lo que lucha con nosotros es tan grande.

Quien no entiende lo anterior puede que hable bien de Valparaíso, pero apuesto a que no está comprando sus porotos en “La Bodega Valparaíso.” Es que la ciudad es más grande que tú o yo. En un mundo que pasa a mil por hora, Valparaíso nos aterriza. Basta una “empanada famosa” o el olor emanando de los hornos de la Panadería Guria cualquier viernes en la tarde.

Puede que Viña encante, pero Valparaíso despierta.

El futuro de Valparaíso no se va a definir por que haya o no una obra de Oscar Niemeyer en la vieja cárcel. Este puede que alimente nuestro insaciable apetito por discusiones bizantinas. Pero, una vez entregada, será un tópico. Una invitación a conversar. No creo que afecte tanto el quehacer de la bodega. Señora Lorena y Don Sergio. Discutiendo sin rencor los méritos de unos porotos granados. Eso es lo que me trajo desde EE.UU.

Así, señores y autoridades, les ofrezco una idea fuerza para promover nuestra ciudad: Valparaíso. Ven a despertar.

Lo cual me trae al segundo verso de Rilke, este de “Tronco Arcaico de Apolo”: “Aquí, no hay ningún lugar que no te mira. Hay que cambiar tu vida.”

Es que hoy es otro día en Valparaíso. Mi ciudad.

viernes, 11 de julio de 2008

Las Tres Preguntas

En los diez años de la Fundación Valparaíso he concedido innumerables entrevistas, principalmente sobre nuestra ciudad. Curiosamente, cuando de medios nacionales se trata, las primeras tres preguntas son siempre las mismas: ¿Por qué tenía que ser un gringo el creador de la Fundación Valparaíso? ¿Tienes alguna relación con Tompkins?, y ¿Vives en Valparaíso?

La primera pregunta pareciera inocente, pero no lo es. De un pincelazo, el periodista está lanzando a la mesa una hipótesis basada en un cliché. Este dice que los chilenos no saben valorar lo que tienen y que aunque lo hicieran nadie los tomaría en cuenta porque son chilenos. Subyace bajo esta pregunta una trampa sutil: El periodista quiere saber si estoy frustrado con el medio. ¿Aprovecharé la entrevista para lavar ropa sucia?

Chile, como cualquier otro país, tiene gente brillante y otra no tanto. Con Valparaíso tuve la suerte de estar en el lugar correcto en el momento correcto. Punto. Tenía la pasión y la formación para hacerlo. ¿Hay chilenos que podrían haber hecho lo mismo? Sí.

Segunda pregunta.

Lo de Tompkins, independiente de lo que uno piense de él, es una pregunta abiertamente malintencionada. Cinco años en la universidad bastan y sobran para saber que apellidos parecidos no indican parentesco. Matta no es Matte. Pero el periodista está lanzando un anzuelo. Quiere inducir alguna declaración incendiaria, a favor o en contra, y quiere ver si hay algún gato encerrado. A lo menos quiere saber cuántas veces me han hecho la misma pregunta (muchas), y sugiere que lo anterior confirma su propia tesis sobre la "incultura de sus compatriotas".

Inevitablemente, aprovecho la oportunidad para contar mi experiencia de haber sido huésped de Douglas durante tres días a las orillas del fiordo Reñihué del Parque Pumalín. Lo visto retrata a un personaje de película, uno que inspira amor y odio, alguien que no cabe dentro de estereotipos fáciles. Douglas es complejo, fascinante. Lleno de matices.

Compartimos la pasión por Bob Dylan, pero nos enganchamos discutiendo el significado del arte. ¿Raya para la suma? Lo admiro. Pero me da susto su fundamentalismo ideológico.

Tercera pregunta: ¿Vives en Valparaíso?

Esta pregunta revela el cinismo que aún existe en el medio con respeto a nuestra ciudad. ¿Es posible que "el gringo de la Fundación Valparaíso", en realidad, viva en Viña del Mar?

Detrás de ésta y las demás preguntas se esconde algo más profundo. Lo que realmente quieren saber es: ¿Soy héroe o impostor? ¿Soy el típico idealista gringo que llega como oveja y termina siendo devorado por los lobos? O ¿Soy un yanqui imperialista escondido en un Caballo de Troya?
Así, no les doy en el gusto. Por supuesto que vivo en Valparaíso. Feliz, compadre. Feliz. Con esto, el periodista, inevitablemente, deja escapar una mueca de aprobación y asombro.

He aprobado el examen de las tres preguntas. Ahora empiece la entrevista de verdad. Ahora hablemos de Valparaíso.

domingo, 6 de julio de 2008

Tipo Valparaíso, Tipo Abu Dabi









A lo largo, las grandes urbes tienden hacia una de dos realidades: Las "tipo Abu Dabi" y las "tipo Valparaíso".

Las primeras tienen plata y las segundas tienen alma. Las que tienen plata quieren alma, y las que tienen alma quieren plata. Las ciudades que saben lo que son, emprenden vuelo. Las que tratan de transformarse en algo que no son y se encuentran atrapadas en una pesadilla sinfin. Luchar contra su propia naturaleza es caer bajo el peso de la gravedad. Es una Labor de Sísifo.

Los Abu Dabi carecen de autenticidad, pero no les molesta. Se quitan la pena levantando el edificio más alto o el mall más grande. Santiago es un Abu Dabi latinoamericano y—ojo—eso no es malo. Es lo que es. En su máxima expresión, estas ciudades son capaces de transformar un desierto en oasis. Fabrican islas en el mar. ¿Quieres construir una cancha de esquí bajo techo? Permiso concedido.

Compran cada Da Vinci, Goya, Picasso, o Van Gogh que aparece en el mercado. Después, los exhiben en edificios diseñados por Frank Gehry, Santiago Calatrava, Rem Koolhaas o Daniel Libeskind. Vale la pena visitar una ciudad tipo Abu Dabi.

Pero nuestro karma es administrar una ciudad tipo Valparaíso. Estas tienen carácter. Tienen alma. Tienen personajes como la Sra. Ximena, que tiene 93 años y aunque sus hijos llevan años tratando de llevarla a Viña, insiste, "No mi h’ijita. Moriré en Valparaíso."Están llenas de filósofos, escritores, arquitectos, y pintores—la mayoría de estos frustrados—que se juntan en boliches y trasnochan fusilando a las autoridades de turno. Cada uno tiene teoría propia sobre la génesis del "embrujo" que produce su ciudad. Son ciudades vivas.

Y están llenas de cachos. Cuando tratas de resolver un problema en una ciudad tipo Valparaíso, inevitablemente desencadenas treinta problemas más.

Mi teoría es que las ciudades tipo Valparaíso nacieron—casi en su totalidad—mal concebidas. ¿A quién se le ocurrió fundar Venecia en una laguna? No fue muy inteligente. Luchar durante siglos para defender semejante tontera… Eso si es carácter. Eso es arte. Y, en el caso nuestro, ¿Por qué hacer un puerto en una bahía desprotegida, donde, más encima no hay espacio de crecer, y—peoraún—para llevar la carga al capital hay que subir tres cuestas en carreta?

Las nuestras son ciudades testarudas. Nuestra alma, nuestro carácter, nace de nuestra lucha contra nuestra propia tontera. Encanto nacido del esfuerzo. Lo anterior explica porque, tarde o temprano, todo emprendedor porteño termina identificándose con Sísifo, el rey que se creó un Dios. ¿Su castigo? Empujar una roca hacia la cumbre de un cerro. ¿El problema? Los dioses hancalculado el peso de la roca para que esta caiga, justo, cuando el pobre cree haber llegado a la meta.

Lo más asombroso es que puede que—en 200 años más—las Abu Dabi terminen siendociudades tipo Valparaíso. Nacieron insultando a los Dioses. ¿Un oasis en el desierto? Es la misma tontera de nuestros ancestros porteños, quienes pensaron edificar una virtual "ciudadela europea" en el inhóspito pacífico sur.