Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

domingo, 29 de noviembre de 2009

Inmortales

En 1990, don Salvador del Carmen Abarca plantó sus primeras rosas y cardenales en la calle Beethoven del cerro Concepción. Poco a poco, el pequeño jardín empezó a crecer. Los vecinos reaccionaron con asombro y admiración. 5 años después, el jardín alcanzaba la mitad de la cuadra. Aparecieron bancas, esculturas, piedras, barquitos, figuras.


Los pocos turistas que ambulaban por el Puerto en esos días asumieron que el parque era municipal. Al toparse con el abuelito picando y escarbando la tierra se preguntaron: ¿Será funcionario público?

Para don Salvador no tenía ninguna importancia; no buscaba ni fama ni gloria. Sencillamente, le encantan las flores. 19 años después, su jardín llega casi hasta la subida Almirante Montt. Una maravilla. Nada de esto sorprenderá a mis lectores. Saben de Valparaíso, saben del “abuelito de la calle Beethoven”. Es una leyenda.

Así, cuando constituimos el jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso”, la lógica indicaba que en la categoría 3, “mejor jardín en espacio público hecho por un particular”, la pelea sería por el segundo lugar. ¿Encontraríamos jardines fabulosos? Ojalá. ¿Descubriríamos a otro Salvador del Carmen Abarca? Difícil.

Recorrimos los cerros y encontramos cosas increíbles. Unos 6 jardines fueron sembrados en lugares donde antes había basurales. En la plaza Eleuterio Ramírez los residentes del cerro regaban las plantas con botellas. Descubrimos un dragón rojo que apareció de la nada en el cerro San Juan de Dios. Pero aun así la candidatura de don Salvador no temblaba.

De repente nuestro minivan se detuvo frente a una pequeña capilla en la Población “Héroes del Mar” del cerro Placeres. Bastó ver las caras de los primeros miembros del jurado bajando del vehículo. Sencillamente, no podían creer lo que veían, ni donde lo vieron.

Es un jardín de gran extensión, con arbustos y arbolitos meticulosamente esculpidos. Tales esculturas se entretejían con coloridos arreglos florales de numerosos especies. Parecía sacado de la película “Eduardo manos de tijera”. Es más, el jardín se encontraba en medio de un ruidoso barrio popular donde el olor a polvo embriaga, levantado por el centenar de micros que pasan a cada hora.

Acto seguido, apareció don Roberto Pérez. Nos encantó su sencillez, su humildad, su persistencia. Horas después, los 9 jueces entregaron su puntaje para cada uno de los numerosos jardines visitados.

¿Cómo se elige entre un Van Gogh y un Monet? Los dos son diferentes, los dos son inmortales.

Al día siguiente el jurado se reunió para analizar los resultados. Se ratificaron rápidamente los primeros 30 premiados. Quedó lo más difícil: determinar el ganador de la categoría 3. Don Roberto, la revelación, había superado a don Salvador, la leyenda, por dos décimas. Es un cliché: los dos merecían ganar; pero es la pura verdad.

Bueno, el concurso 2009 ya es historia; el concurso 2010 ya empezó. Ya sabemos: tenemos un Monet y un Van Gogh. ¿Aparecerá un Cezanne en el cerro Mariposas?

domingo, 22 de noviembre de 2009

Historias de jardines

Don Guillermo vive en la calle Los Chirimoyos 615 de cerro Esperanza. ¿El primer problema? La calle no aparece en el mapa oficial de la municipalidad. Llamamos al número que aparece en el formulario de postulación del concurso. Contesta una francesa. "Soy Todd Temkin del concurso 'Un Jardín para Valparaíso", le digo.

"¿Sabes con quién hablas?", me pregunta. Su voz me pareció familiar. "Soy la mamá de la Rayén."

Genial. Nuestros hijos eran amigos hace años en el jardín infantil. Pensé que se habían mudado a Europa. Estas cosas solo pasan en Valparaíso. "Natalie", le digo, "Como llegamos a tu casa".

"La casa es de mi suegro", me dice. "Busca la plaza. Allí, toma la calle a la derecha. Después, hay una calle que sube. No sé como se llama. Después, hay una calla que baja. Tampoco sé como se llama. Después baja otra vez. Por allí está la casa de mi suegro".

Felíz por haberme reencontrado con Natalie, y después de una media hora dando vueltas, llegamos a la calle Los Chirimoyos. ¿Nuestro premio por tanto esfuerzo? Una espléndida y sorprendente vista. "Ahora, solo hay que encontrar el 615", le dijo a Ignacio, el joven arquitecto que me acompañaba.

Caminamos la calle Los Chirimoyos de punta a punta. Parte con el número 39; Termina en el 476. Ignacio se rasca la ceja. "Esto parece un dibujo de Lukas", le digo. Preguntamos a los vecinos. ¿Existe el 615? Nadie sabía. Era más facil encontrar el Caleuche.

"¿Por qué no buscamos el jardín mejor?", sugiere Ignacio. Y allí lo encontramos. Los Chirimoyos 615. Anidado entre el 387 y el 415. ¿El jardín? Super lindo. Vigilado por un simpatico gato gris, guatón. Allí apareció don Guillermo. Tierno. Amoroso. Nos mostró todo, con atención especial a sus copihues.

Postularon 78 jardines este primer año del concurso "Un Jardín para Valparaíso". Detrás de cada jardín, hay una historia. Después de recorrerlos todos, nos quedamos convencidos. Dentro de dos años, este concurso llegará a los 300 jardines.

¿Cual es el cerro con la mayor cantidad de jardines? "¿Concepción?", me dices. ¿Alegre? Es cierto. La mayor cantidad de postulantes venían de estos dos cerros. Pero donde vimos la mayor cantidad de jardines fue en cerro Placeres. Impresionante. Sobre todo en las villas de la parte alta del cerro. Hay muchos jardines hermosos. La mayoria no sabían del concurso. Ahora si.

Descubrimos jardines en los lugares más recónditos. Al lado de la vírgen en el cerro Mercéd. En la cuesta Colorado del cerro Las Delicias. En el pasaje General Jofré, arriba de la calle Progreso. Bajando por El Litre. Y, por supuesto, uno de los jardines que más nos encantó, la exquisita y adorable "Plaza Petrohue", hecho por la Junta de Vecinos de Rodelillo.

En Playa Ancha nos enamoramos de la escalera El Membrillo. Le falta unas plantas, si, pero el lugar es hermoso y lo han hecho con harto cariño y empeño. En un par de años, esto puede ser un verdadero jardín botántico. Una atracción turística de gran envergadura.

Este jueves premiaremos a nuestros primeros ganadores. Habrán sopresas. Y, lo que es más importante, habrán jardines para rato.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Jugando naipe bajo el sol

A raíz del concurso "Un Jardín para Valparaíso", volví al cerro Polanco. Hace más de un año que no iba a ese cerro. ¿Acaso había olvidado de sus encantos? ¿Los peldaños que desembocan en la callecita Bilbao? ¿El adoquinado del pasaje Pastene? No.

Pero no querría volver. Me hace mal. Me trastorna. No lo aguanto.

Partamos del inicio. No hay un barrio más lindo que el Polanco. Ni en Valparaíso. Ni en Chile. Ni en Sudamérica. ¿En Marruecos? Tal vez. Pero lo desconozco.

Olvidémonos, por un segundo, de su glorioso ascensor, este magnífico invento del gringo Federico Page. Olvidémonos que hay solo tres ascensores en el mundo con sus características. Olvidémonos que, si estuviéramos en Italia, el ascensor Polanco sería tratado de igual a la "Torre de Pisa".

Subimos a pie por la calle Recreo. Estos adoquines gastados, sobrevivientes de dos siglos de terremotos, deben ser de los más antiguos en el Puerto. Imposible no sentirse emocionado, transportado al cielo. En Recreo 171, un poco más arriba de la calle Roberto Chapi, descubrimos los balcones más impresionantes de la ciudad. Son tres pisos de balaustres. Ignoro de que madera son. Da lo mismo. Son humildes, austeros, maravillosos.

Este impresionante sector, con su olor a burro, tomó su nombre del regidor Santiago Polanco. Por estas calles han desfilado importantes personajes del Puerto: Juan Brown, Federico Costa, Mary Graham. A pocas cuadres de aqui, en la calle Manuel Valledor, se estableció Colombo Solari, patriarca de la comunidad Italiana de Valparaíso. En estas calles nació don Elias Figueroa.

Pero aqui estamos. Ad portas al bicentenario, a cinco cuadras del Congreso Nacional de la República de Chile, a seis años de la declaración UNESCO. Cerro Polanco, este impresionante patrimonio que Chile custodia para el mundo entero, esta botado. Absolutamente botado. ¿Cuantos senadores y diputados han paseado por cerro Polanco? Cuantos saben que existe, a 2 minutos de su despacho, este maravilla que se llama cerro Polanco?

Pero no le cuentan nada de esto a Cecilia Fernández, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Hace años, Cecilia hace milagros con las fuerzas vivas del sector. Les anima a no rendirse antes la delicuencia; les inspira a no bajar los brazos ante la indiferencia.

"Estamos buscando un jardín", le preguntamos a una señorita. "¿El de la Señora Cecilia?" nos preguntó de vuelta. Como la quieren. Juntos, hermosean pasajes, peldaños, plazuelas. Y hay otra artista importante en el barrio: Isabel Klotz, quien ha convertido su casa en un importante centro de tertulias.

A ver estos heroicos personajes abandonados a su suerte, no me puedo quedar indiferente. Volver a cerro Polanco me recuerda, por enésima vez, que Chile no esta a las alturas de Valparaíso. Para Chile, Valparaíso le quedó grande.

Hay un extasis que siento en este mítico lugar. Pero no lo aguanto. Como lo sufro. Como me hace mal. ¿Por qué tuve que volver a pisar estos pasajes de ensueño? ¿Por qué me perdí, otra vez, en su laberíntica escalera al cielo? ¿ Por qué me quede congelado, otra vez, debajo de su Torre de Pisa? Chau. Me voy. No me quedaré ni un minuto más. Bueno, tal vez un minuto. Un minuto a conversar con don Lucho, un viejito con sombrero de gaucho, que juega naipe bajo el sol.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Leyendo a "Li Po" en el cerro Panteón

El ex -Canciller, Alejandro Foxley, siempre se ha destacado por lo ecúanime y lo bien templado. Instalado hace un año como "Senior Fellow" del prestigioso centro de estudios "Carnegie Endowment", Foxley se declara asombrado con lo violento que es el tono de la política estadounidense. "Es terriblemente confrontacional", dijo en La Segunda hace unos días, "La oposición republicana es implacable con Obama...un factor negativo no solo para EE.UU sino para la mejor convivencia internacional".

Totalmente de acuerdo. Para quienes no siguen de cerca los vaivenes de la política de mi país, les resumo la táctica de la oposición republicana: Primero, un comité de elites determina tres o cuarto puntos donde creen poder tergivisar la opinion pública (por ejemplo: una provisión del proyecto de ley de reforma de salud que incentiva y subsidia la redacción de un testimonio le daría a Obama el poder de decidir si tu abuela vive o muere). Segundo, estos puntos, que ellos denominan "talking points", se distribuyen entre toda la delegación parlementaria y unos 300 "periodistas" cómplices. Tercero, durante meses, 24 horas del día, 7 días de la semana, en medios como "Fox News" y los shows de Glen Beck y Rush Limbaugh, se repite centenares de veces, con todos sus senadores y diputados como invitados, "Obama quiere matar a tu abuela. ¿Por qué Obama quiere matar a tu abuela?" Nadie se desvia del guión.

La situación me desvela. El mundo ama a Obama, pero, en EE.UU, gracias a la violencia antemenionada, su popularidad cae. Es más, el estilo pugnaz del partido del elefante ha abrumado a los demócratas, quienes, una e otra vez, caen en la trampa de creer que se puede negociar con una oposición que solo quiere deslegitimizar y no tiene ninguna intención de llegar a un acuerdo.

Sé que no me puede involucrar emocionalmente en esto. Sé que me hace mal. Pero no hay caso. Soy adicto. Soy un analista política frustrado.

Así, el otro día, mi cabeza zumbaba a mil. No me pude tranquilizar. Estaba contaminado. Hasta la soledad del Puerto no me entraba. Así, apague el internet, fui a mi biblioteca, y saque un libro: 100 Poems Chinos, escogido por Kenneth Rexroth. Un clásico.

Me despedí del gato y empecé a caminar. ¿Donde? No sabía. Mejor así. Una cuadra arriba de mi casa, en la esquina de Vicente Padín, vive el poeta Enrique Moro. ¿Estará? No estaba. Así, segui caminado. Bajé. Subí. Pareciera que mis pies buscaban un cementerio. Llegue, al fin, a la Calle Dinamarca. ¿Cual cementerio? Entré al Uno.

Allí, otro aire. La pesadilla descrita por mi amigo Foxley empezó a disiparse en el atardecer. Navigue los pasillos hasta llegar al mirador del costado poniente. Allí, bajo la silueta de la torre de la Iglesia Luterana, abrí mi libro y escogí un poema del gran Li Po (701-762):


Bebo solo, pues, no tengo ningún amigo alrededor.

Mi copa en la mano, le invito la luna

A mi fiesta. Ella y mi sombra. Seremos tres.

Pero la luna no toma vino.

Y mi sombra, disilusionada, se esconde.

domingo, 18 de octubre de 2009

El retorno del Jedi

La declaración de quiebre de los ascensores Monjas, Florida, y Mariposa rompió el espíritu de muchos, quienes ven en ella una metáfora de años de promesas no cumplidas. Un empresario me lo resumió así: “No estoy convencido que haya sido beneficioso para Valparaíso haber sido nombrado Patrimonio de la Humanidad.”

Cara de palo. A todos mis amigos, y a todos quienes aun no los son, les suplico: nos se desanimen. No podemos entender el renacimiento de Valparaíso como si fuera una línea recta o una simple curva siempre ascendiente. Esto no es una película, es una trilogía.

La primera entrega se llamó “La Postulación”. Se refiere a los años 1998-2003. Me encantó. En esta película, la ciudad de Valparaíso, sumergido en un trance de fatalismo y decadencia total, encarcelado por el abandono y el centralismo, empieza a despertar. Ya en ’98, surgieron las primeras notas en revistas y periódicos Santiaguinos: “Valparaíso sueña con ser Patrimonio de la Humanidad.” Los Santiaguinos se rieron a carcajadas. ¿Valparaíso en la misma lista de Praga, París, Venecia, y San Petersburgo? “Un bluf”, dijeron.

Pero poco a poco, la película “La Postulación” encontró sus personajes, sus héroes, su voz, su sueño. Se trató de una película épica, quijotesca, transversal. ¿Lo más lindo? Sus protagonistas no pertenecieron a ningún sector político ni a ninguna ideología en particular. Poco a poco, se conquistaría la imaginación de una ciudad, de un Presidente (Lagos), de un país.

Me encantó esta película. Terminó aquel mítico día de 2003, con los bocinazos de los barcos, con los fuegos artificiales. George Lucas no podría haberlo hecho mejor.

La segunda entrega de nuestra trilogía se llamó “La Desidia Contraataca”. Abre con un sorpresivo episodio: la caída de un alcalde todopoderoso. Llegaría un nuevo equipo al poder. Este prometería “borrón y cuenta nueva”. Pero, de a poco, se abrirían los apetitos y las ambiciones personales. Se daría la espalda a muchos héroes de la primera película. ¿Los pocos que quedaron? Se dividirían en distintas bandas. Esta película no es de mis favoritos. Pero era necesaria. Sin esta difícil segunda entrega, no habría sido posible llegar a la culminación que hoy día nos convoca.

Así, mis amigos porteños: no se desesperen. Estamos recién entrando la parte más importante de nuestra trilogía. Está llegando nuestro gran momento. La gran pelea nos acerca.

Nuestra tercera película se llamará “La Lucha para la Ley Valparaíso”. Se trata de convencer el país, ad portas del bicentenario de la nación, que Valparaíso, y no Santiago, está llamado a llevar Chile donde quiere ir. Inspirado por “La Joya del Pacífico”, veremos un Chile que no se define exclusivamente por la arrogancia del poder económico; veremos un Chile que se define por su alma, su gente, su historia, su espíritu, su ser. Chile, país marítima, será liderado una vez más por su Alma porteña. Así, ánimo compañeros. Estamos llamados a hacer historia.

Esta película recién comienza.

domingo, 11 de octubre de 2009

El pecado de no soñar

En ’93, mis amigos santiaguinos me informaron: “Si vas a vivir en Chile, tienes que tener un equipo de futbol”. Todos eran de Colo Colo, la Católica o la U. Así, en protesta, escogí a Deportes Temuco. Mis amigos se reían a carcajadas.

En esta época, había un solo torneo largo. Así, durante 6 meses, fui víctima de las embestidas, bromas, y tallas de amigos que se deleitaban en verme sufrir. Mi pobre equipo, que no contaba con ninguna figura relevante, agonizaba semana tras semana, tratando de meterse en la parte media de la tabla.

De repente, un milagro. Faltando 7 fechas, la defensa de Temuco se convirtió en una muralla imbatible. Pasaron 1, 2, 3, 4 partidos sin que les metieran un solo gol. Mis amigos no lo podían creer. El pequeño Deportes Temuco, “mi Deportes Temuco”, subía en la tabla. Faltando dos fechas, quedaba una leve chance matemática para clasificar a la liguilla de la Copa Libertadores. Temuco ganó las dos: 1-0 y 1-0. Clasificó. Mis amigos incrédulos. Disputaríamos un cupo en la Copa. ¿El rival? El poderoso Universidad Católica, finalista continental el año anterior.

Mi polola, Pilar, hoy día mi señora, me llevó al estadio San Carlos de Apoquindo. Me compré una pequeña bandera verde.

Durante 85 minutos, nos atacaban por todas las frentes. Temuco aguantaba. Yo sufría. Mientras nos acercábamos a los penales, me ilusionaba con ver la cara de mis amigos cuando apareciera el lunes en la Sala de Profesores con un diario en la mano: ¿El titular? “David derrota a Goliat”.

Pero en el minuto ’87 llegó el gol de la Católica. Allí, aprendí una lección que me sigue inspirando hasta hoy: En futbol, como en la vida, el equipo que se dedica a defender, termina perdiendo.

Sé que suena superficial, pero me marcó. 5 años después, en 1998, durante mi primera entrevista tras crear la Fundación Valparaíso, dije: “Valparaíso me parece un equipo de futbol que se dedica a defender. Defendemos al Edificio Cousiño. Defendemos a los troles. Defendemos los ascensores. Es importante saber defender. Agradecemos a los defensores. Pero no se puede vivir defendiendo. Se agota. Hay que elaborar sueños, buscar recursos, gestar proyectos. Hay que salir a la cancha a marcar goles.”

Veamos el caso ascensores. La gran vergüenza de Chile no es no haberlos defendido. La gran vergüenza de Chile es no haberlos “soñado”, no haber entendido lo que pueden significar. Para Chile, los ascensores de Valparaíso deben ser Machu Pichu, la Torre de Pisa, el puente Golden Gate. En el caso ascensores, a Chile le faltó marcar el gol en la puerta del arco.

Una anécdota final: En ‘95, ya viviendo en el Puerto, fui a Playa Ancha para un partido Temuco-Wanderers. Durante el segundo tiempo, se anunció el ingresó de un jugador. El público aplaudió a rabiar. “¿Qué pasa?” pregunté a un amigo. “El cabro que acaba de ingresar es juvenil. Tiene 16 años”, me dijo. Era David Pizarro. Mi aventura con Temuco se acabó allí mismo.

Viva el Wanderito.

domingo, 4 de octubre de 2009

¿Que diría don Fernando?

Conocí a don Fernando Friedmann en 2000, cuando propuse regalarle un estudio integral sobre sus 9 funiculares. La idea era la siguiente: Hacer un diagnóstico sobre la condición de cada ascensor; calcular la inversión que se requería para la restauración integral; catastrar los bienes y activos asociados; entregar un diagnóstico financiero; desarrollar un plan de negocios sostenible; elaborar ante-proyectos para la recuperación de las estaciones; estudiar la factibilidad de negocios turísticos complementarios y, finalmente, explorar vías de financiamiento para implementar dicho plan.

“¿Y esta maravilla, cuánto me va a costar?”, me preguntó don Fernando. Con 90 años a cuestas, no tenía un pelo de tonto. “Cero”, le dije. Postularíamos a fondos CORFO por la mitad, Fundación Valparaíso (FV) la otra.

Con su visto bueno, armamos un equipo de 7 profesionales. Seis meses después entregamos nuestro informe de más de 300 páginas. ¿Conclusiones? Los funiculares tenían un potencial interesante. Pero la empresa estaba “patas pa’ arriba”. Por su avanzada edad, don Fernando se había alejado del día a día de la compañía. A consecuencia, el sindicato, representando a unos 70 empleados, virtualmente controlaba la empresa. Después de estudiar los acuerdos de negociación colectiva con empresarios expertos en la materia, llegamos a la conclusión de que ningún inversionista serio daría un peso por el negocio.

¿Peor aun? A pesar de ser 9 monumentos nacionales reconocidos como “uno de los 100 tesoros de la humanidad en mayor peligro de desaparecer”, ningún filántropo, ni ninguna fundación extranjera, podrían inyectarles recursos, aunque quisieran. ¿Por qué? Porque no se puede donar a empresas privadas; sólo a instituciones sin fines de lucro reconocidas como tales. Así, le propuse a don Fernando: “Si Ud. estuviera de acuerdo, yo podría explorar la factibilidad de que FV se hiciera cargo”. “Hágalo”, me dijo.

Trabajé codo a codo con el Comité Calificador de Donaciones del MINEDUC para conseguir la aprobación y adquirir los ascensores vía Ley de Donaciones Culturales: un proyecto sui generis. Se portaron un siete. Después de unos meses, tuvimos la aprobación en la mano. Viajé a Miami, Nueva York, San Francisco, Los Angeles y Chicago, apoyado por los cónsules respectivos. Me reuní con filántropos y chilenos exitosos, y fui sumando apoyos. En el camino logré atraer el interés de empresarios locales para gestar proyectos turísticos complementarios. Después de 2 años, 20 mil kilómetros recorridos y unas mil horas de trabajo ad honorem, le hice una oferta para que FV adquiriera sus 9 ascensores.

“Estoy de acuerdo”, me dijo, “sólo falta la opinión de mis yernos”. Estos me dijeron: “Gracias, pero no. Nosotros nos vamos a hacer cargo”. Sentí una pena indescriptible, una pena que, 8 años después, vuelve a surgir. Don Fernando se nos fue. Ahora pido que el gobierno intervenga, para que los ascensores Florida, Villaseca, Monjas, y Mariposas no le sigan.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Valparaíso florido


En 1962, el afamado paisajista inglés Roy Hay (1910-1989) se encontraba de vacaciones en Francia. Allí quedó maravillado por la cantidad de flores que crecían en el campo. Tras indagar sobre el origen de dicho fenómeno, descubrió que 3 años antes, el Presidente De Gualle había iniciado la campaña “Le Fleurissement de France”. Al terminar sus vacaciones, el paisajista se obsesionó con replicar la experiencia en Gran Bretaña.

Cuando propuso su idea a la Autoridad Turística Británica (BTA), ésta la apoyó a medias. “Estaríamos encantados de promover la idea de una ‘Inglaterra florida’”, le habrían dicho, “pero no contamos con presupuesto para financiar jardines”. Hay tendría que convencer a sus conciudadanos a asumir el trabajo. ¿Su idea? Un concurso, “Britain in Bloom”. Cada pueblo incentivaría a sus habitantes a mantener jardines. Daba lo mismo el método que cada alcalde empleara para dicho fin: premios, rifas, eliminación de cobros de aseo, etc. Lo importante era que, a fin de cada año, se destacaría a un pueblo como “el más florido de Inglaterra”. En el primer concurso, en 1963, participaron 14 ciudades.

47 años después, participan más de 400. Cada municipalidad pelea a muerte el título. Miles de turistas llegan a las ciudades ganadores en distintas categorías. Se calcula el aporte anual de “Britian in Bloom” a la economía nacional en más de mil millones de euros. Por algo, en 1970 Roy Hay fue condecorado con la “Orden al Mérito del Imperio Británico”, oportunidad en la cual se destacó su papel por “aumentar el orgullo cívico de centenares de pueblos británicos, logrando así una mejor convivencia entre los vecinos y un notable mejoramiento en el ornato nacional”. Antes de su muerte, Hay fue nombrado “Oficier de Merite Agricole” por los gobiernos de Bélgica y Francia.

Así, me enorgullece anunciar que a partir de mañana, 28 de septiembre de 2009, a las 12:30, nuestro Puerto Patrimonial contará con su propia versión de dicho concurso, bautizado “Un Jardín para Valparaíso”. El proyecto, ideado por la Fundación Valparaíso y organizado en conjunto con la Ilustre Municipalidad, TPS, DuocUC y El Mercurio de Valparaíso, repartirá una bolsa de 14 millones de pesos para los mejores jardines emplazados en los 42 cerros y el plan de nuestra ciudad. Los premios serán otorgados en 4 categorías, pudiendo participar agrupaciones comunitarias, colegios, jardines infantiles y simples vecinos. La invitación es a intervenir pasajes, paseos, quebradas, escaleras, plazas de los cerros y otras. Habrá sub-categorías para los más hermosos antejardines y balcones.

Esperamos que “Un Jardín para Valparaíso” se constituya rápidamente en un evento anual, un hito país y una tradición que devuelva a Valparaíso su orgullo de antaño.

Quienes no puedan asistir el lanzamiento en la Municipalidad, pueden retirar las bases, a partir del martes, en la oficina de Gestión Patrimonial, o en los sitios web: fundacionvalparaiso.org; munivalpo.cl, y jardinparavalparaíso.cl.

Que ganen los mejores.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Aldea universal

El miércoles, mi hija bailó su última cueca como alumna del Jardín Ave Fénix del cerro Alegre. Se veía tan guapa vestida de huasa elegante… En fiestas patrias anteriores, le había tocado bailar de chilota, tirana, y pascuense. Son 5 años que se me fueron volando. Después de aquellos zapateos exquisitos, sé que hubo, por lo menos, un gringo lagrimoso en “Pleasant Hill”. El próximo año, Elyse va al colegio.

Me pregunto, ¿cuando mis hijos tengan 30, o 40, o 50 años, cuáles serán sus recuerdos de haberse criado en Valparaíso? ¿Qué valor les habrá agregado?

No olvidaré nunca el día que mi hija trató de informarme de la muerte del famoso “pimiento” del Paseo Yugoslavo. Tenía 3 años. Cuando llegué a la casa me trató de explicar: “Murió un árbol papá. Todas las tías y mis compañeros estamos muy tristes”. No entendí de qué árbol se trataba. Tal vez, un árbol en el patio del jardín, sospeché. “Si, mi amor”, la consolaba, “todos los días mueren arboles”. Pero, una semana después, me tocó llevar unos parlamentarios suizos en un paseo por el cerro Alegre. Al bajar del Ascensor Peral, vi inmediatamente de qué árbol se trataba. No lo pude creer. ¿El pimiento? ¿Este pimiento? ¿El árbol más famoso de Valparaíso? ¿El árbol de las 8 generaciones de pololeos porteños? ¿Muerto? No puede ser.

Mi hijo, por su parte, me pregunta, por lo menos 2 veces al mes, cuando nos toca la próxima “fiesta de San Juan”, todo un acontecimiento en nuestro cerro del mismo nombre. Se trata de una fiesta pequeña, pero transversal. Participan todos, sin barrera de edad. Nadie es aislado por su filosofía, su estilo de vida, su religión. Y los damascos secos que prepara mi vecina son espectaculares.

Mis amigos Viñamarinos admiran mi pasión por el Puerto, pero se preguntan si realmente vale la pena criar mi familia aquí. Me recuerdan: “los colegios top de Valparaíso hoy día están en la Ciudad Jardín”. “Aquí están las mejores clínicas y hospitales”. Otros abogan que Viña está más tranquila, que no tiene “perros feos” en todas partes, que los niños juegan tranquilos en las calles, En los barrios de mayor plusvalía, me han dicho, “encuentras todo la infraestructura que necesitas para criar una familia feliz.”

Puede que así sea, pero estamos convencidos que criar a mis hijos en Valparaíso es el mejor regalo que les puedo dar, aunque me cueste explicar exactamente por qué.

Igual, tengo mis teorías. Por ejemplo: Que vivir rodeado por valores universales enriquece el espíritu. ¿Otra? Que Valparaíso nos enseña que uno es rico no por lo que tiene; sino por lo que es. ¿Otra? Que, en Valparaíso, es imposible vivir abstraído del sufrimiento de los demás. Cuando muere la señora de un vecino, como nos tocó hace 2 años, todo el cerro sufre. Cuando se nos fue aquel árbol, no solo lloró mi hija. Lloraron miles de porteños en todo el mundo: en Toronto, Nueva York, Barcelona, Estocolmo, Sydney. Es el poder de un pimiento, el poder de vivir en una aldea universal.

lunes, 14 de septiembre de 2009

10 mil porteños a la Plaza de la Constituciòn

Nuestro Valparaíso se ha convertido en una tentación irresistible para los candidatos presidenciales. ¿Las razones? Que la ciudad tiene necesidades singulares. Que representa un orgullo nacional. Que se presta para la foto. Pero más importante es que la Joya del Pacífico está en juego. A diferencia de Vitacura o La Pintana o Viña del Mar, el Puerto no tiene un comportamiento electoral predecible. Aquí puede pasar cualquier cosa.

Bienvenidos, señores candidatos presidenciales, a la ciudad más heterogénea de Chile. Desde los burreros de Yerbas Buenas hasta los gastrónomos del cerro Concepción; desde los universitarios croqueando iglesias hasta las madres esperando la Esmeralda con su guagua en brazos.

Somos la Capital Cultural, por cierto, con toda nuestra casta de artistas e intelectuales. Pero también somos “la ciudad de los abuelitos”, aquellos tiernos personajes con los cuales compartimos el descanso en la escalera. Valparaíso con sus apellidos croatas, alemanes, escoceses y ligures. Valparaíso con sus encapuchados del 21 de Mayo. Valparaíso, sede de la Armada de Chile.

En otras urbes, pobres y ricos viven segregados. En Valparaíso compartimos la vereda, el vecindario, el anfiteatro.

Tal diversidad enloquece a los gurús políticos. Hace poco, éstos hablaban de la “imbatible máquina DC” montado por Hernán Pinto. 6 años después, la DC no tiene ni alcalde ni diputado ni senador en el Puerto. Es que Valparaíso tiene un espíritu indomable. Coqueteamos con todos, pero no pertenecemos a nadie.

Así mis queridos co-ciudadanos, les ruego, les imploro, les suplico: Independiente de quien sea tu candidato, no dejemos pasar en vano nuestros 15 minutos de fama. Hay que saber sacarles provecho. Hay que exigirles un compromiso con firma y timbre.

Pero esta vez no desparramemos los esfuerzos lloriqueando por lo de siempre. Los perros, el desempleo, los ascensores, el aseo, la seguridad. Importantes todos. Pero cuando uno reclama por todo, no escuchan nada. Este año hay que hacer algo diferente. Hay que consensuar nuestro pedido. Y esto, mis amigos, se resume en 6 palabras. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso.

No pierda ninguna oportunidad de exigirlo a gritos. Valparaíso, la única ciudad chilena que comparte categoría con Praga, Venecia, Cuzco, Budapest y Estambul, no puede cumplir con sus compromisos sociales, culturales y patrimoniales con las migajas que le llegan. No señor. Valparaíso exige un subsidio anual no menor a lo que recauda Viña por el casino, el Festival y las concesiones hoteleras. Son entre US$30 y 40 millones anuales. Sí señor.

Y no basta con exigirles un compromiso. Hay que mandar un mensaje: “Una vez instalados en el Patio de los Naranjos, nosotros, los porteños, les damos 7 meses. Si no hay proyecto de ley presentado al Congreso, tendrán 10 mil porteños —burreros, universitarios, abuelitos, madres, artistas, todos— acampados en la Plaza de la Constitución.

domingo, 30 de agosto de 2009

Gato encerrado

Un lector reclama: “¿A qué intereses representa Ud.? Con una columna semanal ocupa más espacio que todas las organizaciones a las cuales denosta.”

Tiene toda la razón.

Me recuerda un viejo chiste del Medio Este de EE.UU. En ello, un hombre, llamémoslo Pepe, devastado por una ruptura amorosa, se prepara para lanzarse de un puente al vacio. Se le acerca otro hombre, Mario, intento a salvarlo. “¿Ud. cree en Dios?” pregunta Mario al sufrido. “Si”, contesta Pepe, “soy cristiano”. “Yo también”, dice Mario, “¿Cual es su credo?”

“Soy protestante”, afirma Pepe. “¡Qué emoción!” contesta Mario, “yo también. ¿A qué iglesia pertenece?” “La luterana”, contesta Pepe. “No lo puedo creer”, dice Mario emocionado. “Yo, también soy luterano. ¿Qué corriente enseña su pastor?”

“Se bautizó en el Sínodo de Missouri”. A esta altura, Mario no puede creer su suerte. Se le caen las lágrimas. “¡La mía también es del Sínodo de Missouri, hermano!” Los dos se abrazan.

Al Mario le queda una sola pregunta: “¿Su Sínodo es el de la primera o segunda revisión?”
“Segunda”, contesta Pepe.

“Traidor”, dice Mario y empuja a Pepe al río.

Mis amigos protestantes me perdonarán, pero no se me ocurre otra anécdota para ilustrar las pequeñeces que separan tanta gente valiosa en Valparaíso.

Hoy, no basta haber trabajado codo a codo para sacar adelante la postulación ante la UNESCO; no basta haber compartido en simposios, conferencias, y programas de televisión. No basta haber luchado juntos, durante años, en un sinnúmero de causas. No basta haber gestado docenas de proyectos en beneficio del Puerto. Hoy, todo esto no vale. Solo importa que uno, tras larga contemplación, haya llegado a una conclusión distinta en uno de los proyectos emblemáticos que caracterizan nuestro debate. Basta con eso. Ya eres un vendido. Un traidor.

¿Lo más triste? Valparaíso necesita a todos sus luchadores. No sobra ninguno. El problema no es el diálogo. Es el tono. Es el apuro de descalificar.

Así, a mi lector descontento, le ahorraré un mal rato. No hace falta investigar “el gato encerrado” del Gringo. Aquí va. Los intereses que represento: A Isaac Newton, por haber descubierto, matemáticamente, la arquitectura invisible del universo. A Shakespeare, por Falstaff. A Mark Twain, por Huckleberry Finn. A Bob Dylan, por enseñarme que se pueden vivir docenas de vidas en una sola encarnación. A “Le Pont de Avignon”, por su crema de la estación. Al ingeniero Federico Page, por el Ascensor Polanco. A Rilke por haber escrito “El Hombre que Nos Mira”. Y a Copérnico, a quien, una vez, dedique los siguientes versos torpes: “es mejor ser un miracielos insignificante,/ un punto más dentro de la infinitud,/ la capital de nada, que aferrarse a ilusiones/ que desvanecen ante el impasible fulgor de las estrellas.”

sábado, 15 de agosto de 2009

La lluvia de Valparaíso

Esta semana preparaba un escrito sobre el Congreso y los dichos del ministro del Interior, el que defiende a los parlamentarios de la pistola acusatoria del juez de Casablanca. El que dice: “El Congreso no ha hecho nada por Valparaíso”.

“Estoy completamente de acuerdo”, había escrito. A continuación elaboré una seguidilla de insultos; pero justo me interrumpió la lluvia. La lluvia de Valparaíso.

Es que mis dos lluvias favoritas son la de Puyehue y la de Valparaíso. En la primera se escucha el murmullo de tepas, ulmos, mañíos y coigües. Se imagina el cantar de los musgos. Se siente la sangre crecer como las cascadas buscando el río. Las lluvias porteñas son diferentes. Parten anunciadas por el viento norte. De repente se siente chillar las bisagras, temblar los cristales, y llueve.

Caídas las primeras gotas, el viento vuelve cruzado. Hay un zumbido que huele a soliloquio: Algún marinero perdido; alguna mujer que éste dejó esperando en algún rincón del Puerto.
Hay algo sobre el tintineo de las gotas sobre los adoquines. Nos pone nostálgicos. En ello detecto el susurro de Pablo Neruda: “La mojada/ tarde me trae la voz, la voz deseada,/ de mi padre que vuelve y que no ha muerto”. Cuando llueve en el cerro San Juan de Dios dejan de cantar las avecillas. En su estruendoso vacío, siento los acordes de la guitarra del Gitano Rodríguez.
Imposible estar enojado cuando llueve en Valparaíso. La lluvia porteña nos limpia el cuerpo y el alma.

Así, volvamos a los parlamentarios, al ministro del Interior. Estimados honorables, señoras y señores… Les perdono. Les perdono que, en 20 años de sesionar en una de las ciudades más extraordinarias del mundo, no se hayan dado cuenta de nada. Lamento que no tengan idea de las maravillas que les envuelven. Su indiferencia es elocuente. Es obvio que no saben nada de Valparaíso.

No saben, por ejemplo, que el día después de la lluvia se ve el Aconcagua en todo su esplendor. Maria Graham lo vio. Igual Charles Darwin y Whistler, que lo pintó. Pero Uds. no lo han visto. Curioso. Tampoco han probado el salame polaco de “Sethmacher”, o hecho la fila para comprar en la “Guria”. No han visitado el taller del Loro Coirón, a tomar un café con él mientras atardece sobre la torre de la Matriz, que queda tan cerca de su balcón que da la sensación que puedes extender una mano y tocarla. No han vivido señores y señoras.

No conocen ningún ascensor que no lleve al “Turri”. Nunca han visto como la luna llena aparece anaranjada sobre el cerro Barón. No han pololeado en el jardín “Liguria”, debajo del mirador Camogli. En “La Mangiata”, no preparan ninguna pizza con sus nombres. Qué pena. Qué pena para Uds.

Pero hay esperanza, señores honorables. Sólo hay que bajar un poco “la velocidad” en la vida. La lluvia porteña les espera.

sábado, 1 de agosto de 2009

Escondites

¿Se acuerdan del banderero de la calle Villaseca? Lo extraño mucho. Nos veíamos cada vez que paseaba por Playa Ancha. Mi ruta contemplaba la Avenida Gran Bretaña con sus casas neogóticas y sus torreones “sombrero de bruja”. Estaba el pasaje Harrington, la casa del “Gitano”, el “Museo del Automóvil” y el inmenso nogal que vigila la casona construida por Luis Alberto González, el primer alcalde de Valparaíso. Pero lo que más me fascinaba era perderme entre las calles Necochea, Patricio Lynch, Santa María y Argomedo. Allí se encuentra la casa de los 8 querubines (Necochea 495). Llego al lugar y mi ajetreo mental se desvanece. ¿Problemas? ¿Estrés? Allí te envuelve la brisa que sube desde San Mateo. Tranquilidad total.

Es un barrio con muchas casitas de adobe, la mayoría de un piso y con fachada continua. Pero en la calle Santa María sorprenden los melancólicos caserones ingleses, sus antejardines guardados por pinos, araucarias y un par de matas de flor de la pluma. Postularía tales matas como monumentos nacionales.

Pero el progreso, dicen algunos, es inevitable. Oponerse a ello es como oponerse a la ley de gravedad. Así, cuando algún genio decidió que la calle Villaseca, tal vez mi calle favorita en Valparaíso, debía convertirse solamente en bajada, no recuerdo ningún escándalo en los diarios. Sencillamente, de un día para otro, apareció un letrero que decía “No doblar”, abajo, en la esquina de Taqueadero.

Tal vez era obvio. Es estrechísimo. Los adoquines no soportan más. La calle tiene más de 120 años. Serpentea entre los oxidados pilares de un funicular centenario. ¿Qué turista resistiría quedarse congelado admirando tal espectáculo? La posibilidad de un choque frontal es real.

Pero nunca pasaba nada, pues siempre tuvimos a nuestro fiel banderero acampado en la última curva, esperando a la sombra del ascensor. Por la módica suma de una sonrisa (y una moneda a elección), el desenlace feliz estaba asegurado.

Así, en honor a mi desaparecido amigo, propongo que cada porteño empiece a elaborar su propia lista de escondites: lugares mágicos, lugares que tengan un significado especial, lugares que no deberían desaparecer.

Ojalá que no sean tan obvios. ¿Paseo Yugoslavo? ¿Pasaje Bavestrello? ¿Atkinson y Gervasoni? Ya están protegidos. Pero Valparaíso tiene miles de escondites más.

Nuestro alcalde es un fiel admirador del gigantesco gomero de la Avenida Brasil, esquina Eleuterio Ramírez. Me parece fantástico. Tengo una vecina que cuida el pasaje Chopin. En la calle Prefecto Lazo del cerro Florida, todos los vecinos participan. Allí, las luces de Navidad son un espectáculo. Las flores cuelgan de cada balcón.

Ojalá que el progreso no descubra nunca la Plaza del Cerro Yungay, escondida entre Enrique Budge y Voltaire. ¡Que cada porteño plante una flor en este lugar!

El patrimonio se cuida mejor gozándolo. Así, adiós Sr. Banderero. Te extrañamos mucho. Dios está en los detalles.

sábado, 25 de julio de 2009

Símbolos

En Mayo 1994, tras un año y medio viviendo en Ñuñoa, me cambié definitivamente a Valparaíso. Aterricé en el segundo piso de una casa en la Subida Concepción. Un mes después, el 18 de Junio 1994 para ser preciso, tomaba siesta. De repente, me despertó un festín de bocinazos.

Desde mi ventana, vi a un remolcador nuevo escoltando a un remolcador viejo. Alrededor, 1, 2, 3, 4, 5 remolcadores más. Detrás, una buena cantidad de lanchas y muchos arreglos florales flotando en el agua. Tal procesión seguiría hasta que los dos primeros desaparecieron en el horizonte. En el sector del Muelle Prat, se vislumbraba una muchedumbre de gente. No entendí nada. ¿Acaso había muerto alguien importante?

Pasarían varios años hasta que entendiera lo que había visto.

En 1909, la Pacific Steam Navigation Company encargó la construcción de un remolcador de última generación para atender el creciente poderío portuario de Valparaíso. El contrato recayó en el astillero H & C Grayson Shipyards Ltda., el mismo que construyó el Titánic. Bautizado “el Poderoso”, la adquisición estrella zarparía desde Liverpool el 21 de Junio 1911, llegando a Valparaíso el 10 de Septiembre del mismo año. No demoró nada en demostrar que era el remolcador más potente del Pacífico Sur. Durante 7 décadas, sería pieza clave en la construcción de puertos y diques en todo el territorio marítimo chileno, prestando servicios de anclaje que ningún otro remolque podría soportar. Era el príncipe de la bahía de Valparaíso, un fiel compañero, fácilmente reconocido por marineros internacionales y generaciones de familias porteñas.

En 1988, “se jubila” del servicio activo, y, 2 años después, es declarado Monumento Nacional. No fueron pocos que abogaban por transformarlo en museo. Hermoso proyecto. Lamentablemente, en este momento, la palabra “patrimonio” era “persona non grata” por muchas autoridades, sinónimo de romanticismos; enemigo del progreso.

La ciudad vivía un trance total, líder indiscutido en cesantía, abandono, delincuencia. Sencillamente, no había inversión. No había plata. Para colmo, el EMPORCHI recién informaba que San Antonio había superado a Valparaíso en contendores movilizados. El auto-estima porteño estaba en el suelo.

Después de 4 años de infructuosas gestiones, apareció, al fin, un proyecto para restaurar el querido “Poderoso” ¡Desde Talcahuano! Así es que el 18 de Junio 1994, bajo un sol esplendoroso, apareció el remolcador escolta “Naguillán” a llevarnos el más fiel compañero que Valparaíso había conocido.

Han pasado 15 años. El fatalismo de los ’90 ha sido felizmente derrotado. Valparaíso revive. Llegan turistas del mundo entero. Hay 90 millones de dólares invertidos en restaurantes y hoteles. Si antes llegaba un buque día por medio, hoy arriban 5 en una tarde.

Con tanto poder hay que saber enmendar los errores del pasado. Una ciudad sin héroes, difícilmente traspasa su alma, sus valores, a los habitantes de mañana.

domingo, 19 de julio de 2009

El poder de una lágrima

En 1971 apareció una campaña publicitaria en EE.UU. que marcaría una generación. No era un aviso para Coca Cola ni nada parecido. El "spot" había sido encargado por la ONG Keep America Beautiful (KAB), fundada en 1953. Resulta que el ambicioso sistema de carreteras interestatales, construido bajo el mandato de Eisenhower, había dejado una secuela poca deseada. Una generación de compatriotas mías, mareada por el vertiginoso crecimiento económico que llegó con el término de la Segunda Guerra Mundial, estaba dejando la escoba. Las nuevas carreteras rapidamente se convirtieron en basurales.

Durante 18 años, KAB instigó una serie de campañas que no lograron cambiar el statu quo. Así, en 1971, encomendaron el desafío a la agencia Young & Rubicam de Chicago. El resultado fue un spot de 30 segundos. Mostraba un indio, interpretado por el actor Iron Eyes Cody, vestido en traje acestral. Remaba en canoa por un sigiloso río. Al llegar a la orilla, encuentra un basural. El indio desembarcaba. Subía una pequeña loma hasta llegar a la berma de una carretera. Justo pasaba un auto a alta velocidad, cuyo conductor tira por la ventana un puñado de asquerosidades, las cuales impactaban al indio justo en sus plumas ancestrales. ¿La última imagen? Una sola lágrima apareciendo en el ojo izquierdo de Iron Eyes Cody.

La primera vez que vi el "indio llorón" tenía 7 años. No pude contener mi llanto. Yo y millones de gringos más. El "indio llorón" se mantendría en circulación por 20 años. Hoy, 38 años después, sigue vigente gracias a millones de visitas en Youtube. Al alero de tal lágrima, KAB lanzaría el proyecto "Día de la Tierra", hoy convertido en hito mundial. Varios académicos sugieren que, gracias a la lágrima de Iron Eyes Cody, nació el ambientelismo estadounidense.

Inspirado en mis recuerdos del "indio llorón", hace 8 años, solicité una cita con el entonces director del Canal 13, Rodrigo Jordán. ¿Mi propósito? Aprovechar el lanzamiento de la telenovela "Cerro Alegre" y pedirle la ayuda del canal para crear un spot que conmoviera a los porteños y los instara a cuidar más a su ciudad. El famoso moñtanista me miró con una mezcla de desprecio y curiosidad. ¿Quién es este gringo? Como muchos, Rodrigo no creyó que fuese posible cambiar el comportamiento de algunos porteños. Nunca he estado de acuerdo.

Es cierto. Hemos visto muchas campañas pasar sin pena ni gloria. Quién puede olvidar "No confundir tu ciudad con suciedad"? Aparentamente, muchos. Ok. Apuntemos menos al intelecto y más a las emociones. Hay que encontrar nuestro "indio llorón".

¿Una idea? Que el alcalde hable con David Pizarro. La próxima vez que venga, organicemos una tarde donde se junte con alumnos de colegios municipalizados. ¿La actividad? Limpiar quebradas. De tal encuentro, un director hábil sacaría una serie de spots emotivos que se transmitirían repetitivamente en todos los noticieros regionales.

Que las futuras generaciones de porteños recuerden su día, el día que despertaron, al alero del poder de una lágrima.

sábado, 11 de julio de 2009

Días

El primer poema que leí de Pablo Neruda era “El Reloj Caído en el Mar”. Era 1989. Una fría tarde en Minneapolis. Tenía un par de horas entre clases. Así que tomé prestado una antología de poetas latinoamericanos traducido por Robert Bly, y me escondí en “El Riverside Café”.

Empecé a leer: “Es un día domingo detenido en el mar, /un día como un buque sumergido,/una gota de tiempo que asaltan las escamas/ferozmente vestidas de humedad transparente”.

Jamás había leído algo parecido. Al llegar a la tercera estrofa, mi éxtasis era incontenible. “Mesera”, dije, “tráeme un termo completo de café fuerte”. Me quedé leyendo aquella tercera estrofa toda la tarde.

“Hay meses seriamente acumulados en una vestidura
que queremos oler llorando con los ojos cerrados,
y hay años en un solo ciego signo del agua
depositada y verde,
hay la edad que los dedos ni la luz apresaron,
mucho más estimable que un abanico roto,
mucho más silenciosa que un pie desenterrado,
hay la nupcial edad de los días disueltos
en una triste tumba que los peces recorren.

El poema me impactó en varios niveles. Había un notable oficio, por cierto, una estructura en paralela que me olía a Walt Whitman: “hay días; hay meses; hay la edad; hay la nupcial edad”.

Pero había algo más. Algo más profundo. En su introducción, Bly observó, “Cuando los surrealistas franceses se sumergen en la profundidad de su subconsciente, se mantienen sumergidos solo un par de instantes. Anotan un par de imágenes y vuelvan rápidamente a la superficie. El Chileno Pablo Neruda es otra cosa. Es más bien parecido a una jaiba, capaz de mantenerse sumergido en el subconsciente por largos periodos, levantado rocas, caracoles, reportando todo lo que encuentra”.

Esta misma tarde, compré “Residencia en la Tierra”, “20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada”, y “Las Alturas de Machu Pichu”.

Volvemos a Valparaíso. Volvemos a los días. Sobre ellos, se han escrito muchas cosas. Por ejemplo, hay un lindo poema del inglés Philip Larkin (1925-1985):

¿Por que existen los días?
Días son donde vivimos.
Llegan, nos despiertan,
Una y otra vez.
Días son para alegrarse.
¿Cómo podemos vivir sin días?
Ay. Resolver esto
Y vendrán el sacerdote y el médico
Con sus trajes largos
Corriendo desde los bosques.

Es precioso. Pero yo me quedo con mi jaiba, con mi “día domingo detenido en el mar”, con mi día como “buque sumergido”. Así, este día vecino, lo dedicamos a ti, a tu “nupcial edad de los días disueltos/en una triste tumba que los peces recorren”.

Feliz cumpleaños, Don Pablo. Valparaíso te extraña. Y mucho.

domingo, 5 de julio de 2009

Que nazcan los elefantes

El viernes a las 21:15, degustaba un delicioso coctel celebrando el traspaso del edificio Cousiño desde el Municipio al DUOC UC. De repente se me acerca un conocido periodista. Me pregunta mí parecer sobre lo sucedido. “¿Qué simboliza esto para ti?”

Miré el micrófono y respiré hondo. No sabía que decir. Mi mente navegaba por un mar de imágenes.

Recordé una tarde en particular, 7 años y un par de alcaldes atrás. Mi amigo Jorge Martínez me había invitado a su oficina para presentarme un proyecto. Escuché atentamente. No quise decirle nada para no aguar su entusiasmo. Pero, para ser honesto, lo encontré una quijotada sin precedentes. ¿Comprar el edificio Cousiño? ¿Cómo vas a vender el proyecto a la plana mayor del DUOC UC en Santiago? ¿Cómo vas a convencerles a meterse en un proyecto fuera de su giro? Simultáneamente, habría que negociar con múltiples interlocutores. Habría que tratar en forma paralela con los múltiples dueños del edificio, el alcalde, y la directiva del Plan Valparaíso. Jorge no dudó. Así, partió el periplo de mi amigo.

Durante estos 7 años, Jorge me llamó en no menos de 10 ocasiones: “Está todo listo. Lo logramos”.

Pero siempre aparecería una nueva piedra en el camino. Con cada cambio de alcalde, se cambiaría los términos. Cuando se desmanteló el Plan Valparaíso, había que partir de cero con otra institucionalidad. Había que modificar la ley para permitir que la municipalidad adquiera el edificio. Eterno. Después, había que negociar con los dueños la otra parte. ¿Otro problema? Los dueños no eran uno sino varios. Cada vez que se llegaba a un acuerdo con uno, el otro cambiaba las reglas. Por fin, estaba listo. “¿Ahora qué puede pasar?” pensó Jorge.

Apareció otra empresa a solicitar el embargo del edificio.

Era Odiseo buscando a Ítaca. Pero mi amigo nunca bajaría los brazos. Ahora, 7 años más tarde, el DUOC UC recibe las llaves del edificio. Miré para un lado durante la ceremonia. Juro haber visto la mirada húmeda en los ojos de mi amigo, el siempre sobrio Jorge Martínez.
Aun no había contestado el periodista. ¿Qué simboliza todo esto?

“660 días”, le dije. “22 meses”. Me miró algo confuso. “Es lo que dura el embarazo de un elefante”, explique. “En cualquier ciudad, si quieres levantar un proyecto, es un parto. Es normal. Pero en Valparaíso, nuestros partos nunca son normales. Los nuestros son partos de elefantes”.

Pensé en otro amigo, Juan Carlos García, director del MOP de la quinta región. Este año se colocará la primera piedra del Centro Cultural de la ex – Cárcel. Se ha demorado 10 años. Parto de elefante. Otro amigo que vi en el coctel era Harald Jaeger, gerente general de la EPV. Este año se inicia la transformación del borde costero. Otros 10 años. Parto de elefante.

“Así”, le dije al periodista, “¿Quieres saber lo que significa esto para mí? Significa que, después de años de frustración, ha llegado la hora de Valparaíso. Que disfrutemos esto. Que nazcan los elefantes”.

sábado, 27 de junio de 2009

Perdido en Valparaíso

Esta semana partió el invierno en el Puerto. Sobrevivimos nuestro primer temporal, nuestras primeras noches de frío y nuestro primer socavón en la Avenida España. Nobleza obliga. Sobre este último, puedo decir que mi hijo y yo, camino a Viña, a las 7:30 a.m. el viernes, tuvimos un lindo paseo, juntos con otros mil autos y una similar cantidad de micros, pues, a Carabineros de Chile no se le ocurrió nada mejor que canalizar la totalidad del tránsito entre las dos ciudades más importantes de la Quinta Región, en hora peak, por la angosta bajada Placeres del mismo cerro.

Después de los primeros 10 minutos parados en la mitad de dicha avenida, el caballero de adelante, con su camioneta blanca desbordante de lechugas y acelgas, no aguantó más. Había descubierto —sin necesidad de un postgrado en física— que las tres micros delante de él, apiladas una al lado de la otra, en una pista con no más de 6 metros de ancho, jamás iban a pasar por el pequeño intersticio que es la curva de Placeres entre las calles Amalia Paz y Malfati. Así, nuestro héroe puso su camioneta en marcha atrás, generando mi asombro, el de mi hijo y el de los doscientos automovilistas que venían detrás.

Ya eran las 8:24. A mi hijo, de 7 años, se le ocurrió que habían pasado más minutos que metros avanzados. Le dije, “Falta sólo una hora para llegar a la panadería ‘Los Placeres’”. Es una cuadra más arriba. “Te pasaré 500 pesos para que bajes a comprarme un café y un par de panes batidos”. El Nico me contesta: “Papá, si tomas un café vas a tener que hacer pipí.” Mi hijo es muy inteligente. Por eso estaba muy desilusionado al descubrir que yo había estado bromeando, sin desmerecer que el pan de “Los Placeres”, cuando lo comes calentito durante la mañana en un frío día de invierno, es de lo mejor que hay en el Puerto.

Al llegar a la esquina de la pintoresca calle Juan Elkins, recordé una carta que recibí hace 6 meses de una señora Leticia, que reside allí. “Soy fiel lectora de su columna y me encanta todo lo que escribe sobre Valparaíso. ¿Por qué no escribe sobre el cerro Placeres?”.

Al pasar Juan Elkins llegamos por fin a la panadería. Ya se vislumbraba la Universidad Santa María asomándose en la distancia. Si hay un lugar más lindo en todo Chile, no lo conozco. Diez minutos más tarde, al llegar a la próxima esquina, la calle Valdés, recordé otra carta que recibí de un caballero que vivía en el sector, cerca del pasaje Vista Naves, recordándome la belleza de las antiguas construcciones tipo ligures que hay en el lugar, y preguntando si sabía que una vez hubo un ascensor allí.

Sí lo sabía. Minutos después llegamos al lugar donde fusilaron a Diego Portales. Cultura, arquitectura, historia. A las 9:10, Nico y yo regresamos, por fin, a la Avenida España. La señora Leticia tenía toda la razón. El caballero de las acelgas no sabe lo que se perdió. Este cerro es muy lindo.

domingo, 21 de junio de 2009

Jardineando

Un jardín es una metáfora para muchas cosas. El pasar de las estaciones. Nuestra humildad frente a la naturaleza. El círculo de la vida.

No es casualidad que personajes transcendentales como Ghandi, Da Vinci, Copérnico, Newton, Whitman, King, Churchill, Mandela, etc., jardineaban en su tiempo libre.
Ahora podemos agregar otro nombre a esta lista: Barack Obama. El 20 de marzo se inauguró la primera “hortaliza orgánica” en la Casa Blanca.

El proyecto nació gracias a la pasión de Alice Waters, dueña del legendario “Chez Panisse” en Berkeley, California. Waters es una apasionada proponente de la alimentación sana. Tal filosofía parte con en el uso de frutas, verduras y carnes libres de pesticidas, hormonas y antibióticos. Pero Waters va más allá. Promueve romper la barrera entre quienes producen la comida y quienes la consumen. En su restaurante agrega valor a sus platos destacando los granjeros, panaderos, cafeteros y ganaderos que la proveen, todos amigos de ella.

Ha creado huertos en una docena de colegios. Allí enseña las virtudes de escoger y cocinar lo que uno come. “La manera en que hemos estado comiendo nos está enfermando”, dice. En tales colegios ha bajado sustancialmente la obesidad. Pero no es ideóloga; es bon vivant. Cuando un tomate es verdadero—sin pesticidas ni transgénicos—lo mira como Van Gogh miraba la noche estrellada. Cuando camina por las calles de Berkeley, sus vecinos la acechan: una señora le muestra una baguette de higo y nueces, un caballero le regala un choclo.

Otro admirador es Gavin Newsome, alcalde de San Francisco. Le propuso crear una “Feria de comida sana” frente al municipio. Asistieron 85 mil personas. A partir de ahí era un paso lógico la creación del huerto orgánico municipal, predecesor del de Obama.

Ya saben a dónde voy. Quiero un huerto municipal para Valparaíso, y lo veo instalado en la Plaza Cívica. Es más, propongo que cada domingo se realice una feria orgánica en el lugar. Pongamos al seremi de Agricultura, Hugo Yávar, a elaborar una lista de proveedores orgánicos regionales: frutas, verduras, quesos, aceites, vinos, mieles, etc. Que nos señalen a aquellos microempresarios que producen pollos, cerdos, ovinos, jabalíes, avestruces sin químicos ni hormonas.

El Director de Sercotec, Washington Cárdenas, puede encargar un plan de negocios para la feria. Debe ser una atracción turística por supuesto. Pero más importante aún es que sea un encuentro entre quien produce nuestra comida y quien la consume. Gracias a tal encuentro, aparecerían paulatinamente, opciones más saludables en nuestros almacenes, panaderías y restaurantes.

Sé que a poco andar la “Feria Orgánica de Valparaíso” se convertiría en un fenómeno nacional. Agregaría vida, color y humanidad a la ciudad patrimonial.

Según Alice Waters, “hay que aprender a cultivar un paisaje comestible. Es un símbolo poderoso que demuestra cómo custodiaremos la tierra, cómo alimentaremos a la nación”.

sábado, 13 de junio de 2009

El sueño de los justos

Hace 7 años, Fundación Valparaíso y Eurochile se juntaron para crear el gran Sendero Bicentenario (SB) en Valparaíso.

En estos días, el departamento de turismo promovía 4 circuitos. El alcalde Pinto reconocía los defectos de tal sistema. Que faltaban recursos. Que no existía señalética. Que la folletería daba pena. Los turistas requerirían de un doctorado en cartografía para ubicarse. Es más, el sistema obligaba generar una marca distinta para cada ruta. ¿Lo peor de todo? Las rutas dejaron centenares de joyas fuera. Si personas de la Iglesia San Francisco o la Avenida Gran Bretaña reclamaban, la única respuesta era “hay que inventar otra ruta”. Caos total.

Así, cuando mostramos el boceto del SB al Alcalde Pinto, apareció una sonrisa de oreja a oreja. Se generaría una sola ruta que cubriría toda la ciudad, igual que Boston y San Francisco. Tendría más de 30 kilómetros de extensión. Partiría en Torpederas. Zigzaguearía por todos los cerros hasta llegar Cerro Esperanza, donde bajaría hasta la Caleta Portales para volver por el Paseo Wheelwright, el plan, y Avenida Altamirano. Se dividiría en 15 etapas que se podía caminar en 90 minutos cada uno. Habría una sola marca, una sola señalética, una sola folletería.

Antes, si alguien tenía un restaurant en Cerro Florida o un B & B en Cerro La Cruz, estaban abandonados a su suerte. Ahora, estarían en la misma ruta del Paseo Gervasoni o el Paseo 21 de Mayo. “Hostal la Payita, en Cerro Lecheros, a pasos del kilometro 17 del Sendero Bicentenario.”
El proyecto postuló el Fondo de Desarrollo e Innovación (FDI) de la CORFO. Ganó. Constituimos una mesa de trabajo con los directores de turismo y patrimonio, la dirección regional de Sernatur, y una docena de académicos y otras autoridades.

Se trazó una ruta que incluía todos los monumentos nacionales. Es más, introducíamos un sinnúmero de joyas totalmente desconocidas—pasajes, iglesias, cites, conventillos. Cuando se lanzó el texto oficial, en inglés y español, escrita por Manuel Peña y asesorado por el Premio Nacional Alfonso Calderón y quien escribe, el Intendente Guastavino dijo: “Este libro debe ser lectura obligatoria para todos los porteños.” Se llamó a concurso nacional para desarrollar la marca y la señalética.

Con las platas CORFO, se alcanzó a hacer todo esto. Se publicó el libro con 150 imágenes. Se creó un hermoso sitio web. Hasta se instaló señalética en 2 secciones. Se capacitó un centenar de pymes y guías. El Intendente Marcos Núñez se comprometió a financiar la señalética que faltaba. Luego, se recibió un respaldo similar de Luis Guastavino.

Todo bien hasta que cambió el alcalde. En 4 años, Don Aldo Cornejo no me recibió una sola vez. Fuentes dentro del municipio me explicaban: “El Alcalde quiere hacer borrón y cuenta nueva”. En su defensa, contrató buenos profesionales en turismo. Pero estos mismos, cuando les tocaba viajar a ferias internacionales, me pedían copias de la guía del SB. “Es la mejor que hay”, me decían.

lunes, 1 de junio de 2009

Monumentos a la soledad y la melancolia

Existe un centenar de edificios porteños que sufren una patología conocida. Nacieron bellos, pero el dueño falleció. ¿Los herederos? No están. O se pelearon. Paulatinamente, los inmuebles se fueron repartiendo en docenas de roles distintos.

Un vecino coloca una calamina de onda chica, otro una plancha de zinc cuadrado. Don Pepe instala ventanas de 2x3 con marco de fierro; la señora Gloria, quien tiene un sobrino regalón en la marina mercante, se inspira a colocar ventanas redondas tipo barco. De la misma manera van alterándose puertas, rejas y balcones. 30 años después, se requiere de un experto en arqueología urbana para detectar que, allí, escondido debajo de tal mosaico de calaminas torcidas, había una vez un inmueble noble y hermoso.

Cuelgan de los cerros. Enmarcan las quebradas. Todos los días, camino a mi casa en el cerro San Juan de Dios, veo un par de dichos inmuebles que dominan el paisaje debajo de la calle Dinamarca en el cerro Panteón. Sé que los has visto.

El gobierno ha hecho un interesante esfuerzo en Valparaíso. Pero ni los subsidios MINVU ni los aportes CORFO se aplican aquí. Hay demasiados roles. ¿Qué inversionista va a negociar con 20 vecinos distintos? Tampoco pueden hacerlo los propios vecinos. Tendrían que ponerse de acuerdo los 20. Imposible. Allí están, nuestros monumentos, pudriéndose cada día.

Uno de los primeros proyectos de la Fundación Valparaíso, en 1998, fue recuperar 3 inmuebles de este tipo. Decían que éramos locos. "¿Por qué invertir en hermosear inmuebles que no son tuyos?", nos preguntaron. "¿Cuál es el gato encerrado?"

Solo queríamos mostrar que, con creatividad, se puede. Intuíamos que, invirtiendo en un par de edificios emblemáticos, podíamos cambiar la fisonomía de la ciudad.

Los inmuebles escogidos se ubicaban en el sector del Museo a Cielo Abierto. El proyecto arquitectónico estuvo a cargo de Marcela Hurtado, Nina Hormazábal y Eduardo Emperanza. Participaron 23 familias y una treintena de obreros. Los días viernes, la señora Sofía, una de las vecinas, preparaba empanadas.

Una vez recuperadas las estructuras, invitamos a 81 alumnos de diseño de la Universidad de Valparaíso a competir para hacer un proyecto de colores. Se dividieron en 32 grupos. Un jurado redujo sus propuestas a 3 finalistas. Los vecinos escogieron al ganador.

La pintura fue donada por Tricolor. Un grupo de universitarios de intercambio de EE.UU se ofreció a pintar. ¿El precio del proyecto? Aproximadamente 100 millones de pesos.
Once años después, las casas pintadas del Museo a Cielo Abierto han dado la vuelta al mundo. Aparecen en postales y guías turísticas. La municipalidad coloca su imagen en letreros y campañas internacionales. Plata bien gastada.

Valparaíso es una ciudad diferente. Requiere soluciones diferentes. Así, pongámonos las pilas. Inventemos un instrumento que nos permita transformar, con la ayuda de todos, nuestros monumentos a la soledad y la melancolía

sábado, 2 de mayo de 2009

La oscuridad que nos rodea


El poeta estadounidense William Stafford (1914-1993) era famoso por muchas cosas, entre ellas por ser muy prolífico. “Escribo un poema todos los días”, solía a decir. “¿Y qué pasa si te levantas con migraña, de malas pulgas, o ganas de morir?” le preguntaron una vez. “Fácil”, contestó, “este día bajo mis expectativas”.

Es que hay días y días. Aún en Valparaíso.

Amo tanto a esta ciudad que 9 días en 10 no me afecta que me rayen el auto, dejen un grafiti en mi portón, o se roben mi contenedor de basura—como pasó hace 5 días. Podría ser peor. Podría vivir en Santiago. Pero siempre hay un décimo día, como miércoles. Tomaba mi café y hojeaba mi matutino. De repente veo que, después de ser gobernado 4 años por un alcalde que almorzaba semana por medio con la Presidenta en el Cerro Castillo, después de haber liquidado el ciclodromo y el Parque Quintil, la deuda de nuestra ciudad no bajó. Subió. Casi en diez mil millones.

Hay tantas personas que “se la juegan” por esta ciudad. Vienen desde los 5 continentes y de cada rincón de Chile. Llegan, parten de cero, y dejan sudor y lágrimas. A veces este país no ha estado a la altura de esta gente.

Minutos después me encuentro con una señora en el banco. “Qué maravilla sobre Valparaíso va a escribir este semana,” me pregunta. “No sé”, le dije. ¿Qué iba a decir? ¿Qué en este momento tenía ganas de mandar todo a la cresta?

Pero justo me vino a la mente un verso de William Stafford: “Si tú no sabes la persona que soy/ y yo no sé la persona que tú eres/ un patrón hecho por otros prevalecerá en el mundo/ y siguiendo el Dios equivocado a casa perderemos nuestra estrella”.

Pensé en la señora y me di cuenta: Valparaíso no morirá. Aunque el país nos mantenga en el abandono absoluto, Valparaíso no morirá. No morirá porque esta ciudad se conoce a sí misma. No morirá por la inmensa humanidad que tiene.

Lo cual me recuerda otra cosa notable de William Stafford: su humildad. Una amiga editaba una revista para alumnos del pre-grado de una pequeña universidad. Eran 50 hojas fotocopiadas y corcheteadas. Un día William Stafford vino a recibir un doctorado “Honoris Causa”. Mi amiga escuchó su clase magistral y se quedó hasta que firmara el último libro. Después, se lo acercó tímidamente. Le mostró su pequeña revista y le invitó a publicar algunos poemas allí. Stafford la miró con sus ojos inmensos. “Señorita, no ando con ningún poema nuevo. Déjame sus datos y le mandaré algo cuando termine mi gira y regrese a Oregón.”

Sus amigos la aseguraban, “Jamás te escribirá”. Pero 3 semanas después, apareció un sobre en su casilla postal. Tenía 5 poemas inéditos de William Stafford y una nota escrita a mano: “Señorita, sé que todas las revistas tienen estandartes de calidad. Si estos poemas no le satisfacen te mandaré 5 más.”

Así, les dejo con otro verso de William Stafford: “Es importante que las personas despiertas se mantengan así/ la oscuridad que nos rodea es profunda.”

domingo, 19 de abril de 2009

De que hablamos cuando hablamos de Valparaíso

Un nuevo estudio gringo confirma lo que ya intuíamos: La mayoría de los personajes públicos sufren algún grado de narcisismo. Para validar su hipótesis, los sicólogos aplicaron un conocido test sobre la materia a actores, políticos, artistas, escritores, etc. Después, compararon los resultados contra aquellos sacados de personas “normales”. Los resultados fueron abrumadores.
Que los poetas sean incluidos en tal ignominiosa lista no sorprendió a mi señora. Me ama y me tolera. Pero sabe que, cuando de narcicismo se trata, el único Temkin que me hace peso es Mischa, nuestro gatito siamés. Basta ver que tenemos visita y este último salta a la mesa y empieza su rutina, “las 5 poses de los dioses egipcios”. No se detiene hasta que la conversación se centra en él. De tal palo tal astilla. Por lo menos Mischa puede morir en paz sabiendo que jamás se ha buscado en Google.

En mi defensa, sugiero que el narcicismo no solamente aflige a las personas. También caracteriza a ciertas ciudades. Los Neoyorkinos, por ejemplo. No los soporto. Mi mamá aún recuerda a cierta dama de Manhattan que le expresó su asombro al enterrarse que había una carretera que conecta Milwaukee, que tiene un millón y medio de habitantes, con Chicago, que tiene seis. “Por lo menos no te preguntó si tenemos luz y agua”, le dije.

Los de San Francisco no son mejores. Estos sí saben que hay otras ciudades. Sólo no creen que sea necesario bajar del Olimpo a conocerlas. “¿Has visto el atardecer sobre el Golden Gate?”, te preguntan. Que sea cierto no te da licencia a ser pedante. Así, tampoco los soporto.
Sobre el narcicismo parisino se ha escrito bastante. Y lo de otras ciudades también, lo cual me hace reflexionar: ¿existe algún narcismo porteño?, y si hay, ¿cómo se manifiesta?

Personalmente, creo que este aún está en formación. Para ser narcisista, hay que creerse el centro del Universo, como Mischa. El Puerto tiene gente narcisista, por cierto. Por ejemplo, están los empresarios gastronómicos que te dicen: “tal vez te tengo una mesa para 4 el 23 de abril. Pero en 2011”.

Aun así, Valparaíso, como ciudad, no cree su propio cuento. Ojalá que lo creyera.
Lo que sí hay son muchos incapaces de abstraerse de su propia Valparaíso. Es un narcicismo menos encantador, más peligroso. Vivir en una ciudad que tiene mil interpretaciones sería una virtud en cualquier parte. Pero, aquí, por alguna razón, siempre llegamos a combos.

Lo cual nos desemboca en el título de hoy, un “homenaje” a un cuento del gran Raymond Carver, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Cuatro personajes pasan una tarde conversando. Hay 2 botellas de Gin. Cada uno cuenta una experiencia que, se supone, ejemplifica el amor. Pero las historias sugieren más dudas que respuestas. A lo largo, se empieza a sospechar que ninguno de los cuatro sabe. Las botellas se vacían y el sol se pone. El cuento termina con los 4 personajes a oscuras.

domingo, 12 de abril de 2009

Otra vez el apocalipsis

En 1997, el Gobierno preparaba las licitaciones portuarias. Después de un exhaustivo análisis, optó por un sistema mono-operador. Se anunció el fin de mundo. Se tomaron el congreso. Colapsó la Avenida Pedro Montt. Día por medio, La Avenida Errazurriz amanecía debajo del humo de neumáticos quemados. “El Puerto”, decían, “morirá”.

Pero el Gobierno no pestañeó y, en ’99, un nuevo operador, TPS, asumió el control del Terminal 1. El concesionario adelantó sus inversiones. Llegaron 2 grúas pórtico y después 2 más. En 2004, vino una gestión que cambiaría la historia de Valparaíso, causando, a su vez, un terremoto en el mapa portuario nacional. Dos gigantescos armadores, MSC y Hamburg Sud, anunciaron que dejarían a San Antonio en favor de Valparaíso. De un pincelazo, Valparaíso sumaría más de 100 recaladas nuevas al año. El crecimiento del Puerto de Valparaíso duplicaría la tasa nacional. Hoy, lejos de “morir”, Valparaíso supera a San Antonio en contenedores movilizados. Es un verdadero milagro.

¿Y cómo se ha portado nuestro concesionario como ciudadano patrimonial?

Subsidia 15 colegios municipalizados. Entrega una impresionante cantidad de becas de educación superior a los hijos de portuarios. Está presente en todas las actividades deportivas. Ayudó a recuperar el Teatro Deutsches Haus en el Cerro Concepción. Ha financiado “La Pérgola de las Flores”, la “Opera en el Mar” y otros proyectos importantes. Cuando el Wanderito tocó suelo, se la jugó para levantarlo.

¿Y que pasa con aquellas personas que anunciaban el apocalipsis? ¿Acaso alguno ha dicho “me equivoque”? Ni uno. Dos años después de la “guerra portuaria” estaban en otra. Ya tenían otro “leitmotiv”: evitar a todo costo que se levantara un pequeño Santa Isabel cerca de la Iglesia de la Matriz.

Otra vez, la sangre llegó al río. Se anunciaba que, por culpa de dicho proyecto, moriría el Barrio Puerto. Reclamaban, “El historicismo falso transformaría a Valparaíso en una Disneylandia patrimonial”. Insistían, “Si se aprueba, ES SEGURO que la UNESCO le quitaría a Valparaíso su título patrimonial”.

Allí esta, hace 2 años, el pequeño supermercado. Ninguna de las “7 plagas de Egipto” nos ha caído. ¿Y sus detractores? Ni una palabra. Ya estaban en otra. Venía otro apocalipsis en el horizonte: Puerto Barón (PB).

Está bien. Hay que luchar por sus valores. Lo aplaudo. Pero si quieren mi respeto, hay que ser capaz de reconocer los errores. Hay que saber ganar y hay que saber perder.

TPS supo ganar con humildad. Entendió la importancia de hacer la ciudad “socia” de sus éxitos. En mi opinion, esto será el principal desafío del Grupo Plaza. Con PB, no bastará alcanzar a las expectativas. Hay que superarlas. Debe ser bello. Sus espacios públicos deben inspirar e invitar. Hay que redoblar la infraestructura cultural. Esta debe deleitarnos con alegría y arte.

Con buenas obras ganarán la confianza de 90% de la ciudad. ¿El 10% que falta?

No se preocupen. Encontrarán otro apocalipsis en el camino.

domingo, 5 de abril de 2009

Dios salve a Juanito

“Juanito” ama a Valparaíso. Apuesta por él y tiene un sueño, así que desarrolla un proyecto y va por conseguir financiamiento.

Presenta su joyita al alcalde. Al alcalde le encanta y deriva a Juanito al Departamento de Obras. Este pide el visto bueno de Patrimonio. Patrimonio hace un par de observaciones. “Encantado”, dice Juanito. “Lo que sea por el bien de mi ciudad”.

Una vez acogidas las observaciones de los departamentos de Obras y Patrimonio, Juanito lleva su carpeta al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). Este es un cuerpo colegiado, compuesto por individuos con criterios heterogéneos. Así, a Juanito le espera un contencioso debate. Tras varios meses e innumerables votaciones postergadas, el proyecto sale aprobado: 7 votos a favor, 5 en contra, una abstención. Pero le piden 2 cambios más.

No importa, dice Juanito. “Estoy herido, pero vivo”. Ahora viene el Concejo Municipal.
El pobre Juanito no tiene idea la pesadilla que le viene encima. ¿Por qué? Tanta discusión en el CMN ha despertado el interés de los “poderes fácticos”. Estos son grupos “ciudadanos” que se auto imponen la responsabilidad de hablar en nombre del resto.

Reconozco que soy amigo de varios de ellos. Son apasionados, cultos, interesantes. Manejan al dedillo el tema de Valparaíso. Tomar un capuchino con cualquiera es fascinante. ¿Pero si alguno de estos grupos decide que, por a, b, o c razón, el proyecto de Juanito no es de su gusto?
Que Dios salve a Juanito.

Los poderes fácticos tirarán un par de abogados “pro bono” encima. Harán una campaña en los diarios. Denunciarán sus intenciones; lo acusarán de trabajar de espaldas de la comunidad. Enturbiarán el ambiente.

A esta altura, la única esperanza que tiene nuestro amigo es que el Concejo Municipal apruebe su proyecto en primera instancia. Lamentablemente, cuando aparecen los poderes fácticos, la posibilidad de que esto ocurra disminuye sustancialmente.

El Concejo Municipal pide informar y, basado en dichos informes, que se demoran 5 meses, solicita 3 cambios al proyecto. A esta altura, Juanito se pregunta si no sería mejor llevar su joyita a Caleta Tortel o Panguipulli. Pero ama a Valparaíso, así que sigue adelante.

Incorpora las 3 observaciones solicitadas por el Concejo Municipal y asume, ingenuamente, que con esto se acabó el trámite. Pobre Juanito. No sabe que los poderes fácticos han mandado un informe técnico a 3 miembros del CMN que ellos consideran “influenciables”. Dicho oficio reclama: “el proyecto original ha sufrido tantos cambios que ya no corresponde al proyecto aprobado por Uds.” Si el CMN acoge esta idea, puede que Juanito tenga que volver a foja cero.

En 1999, Gonzalo Rojas, flamante Premio Cervantes, dijo: “No basta con amar a Valparaíso; hay que merecerlo”. ¿Pero qué pasa con Juanito? No le bastó amarlo ni merecerlo.

Dios salve a Juanito.

sábado, 28 de marzo de 2009

Las águilas no comen maíz


En el pueblo navajo se cuenta la siguiente leyenda: Un bravo, hijo del cacique, parte a escalar los altos acantilados del desierto. Allí, en la cumbre de una gigantesca roca, encuentra un nido de águilas. ¿Adentro? Un huevo.

Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.

Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.

Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.

Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?

La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.

Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?

Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.

Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.

Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.

Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.

Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.

domingo, 22 de marzo de 2009

Un gringo màs, un gringo menos

Durante una soleada tarde de 2000, El Presidente Lagos subió a un improvisado podio rodeado por 2 mil porteños en el sector del espigón. Prometió apoyar con todo la postulación ante la UNESCO. Se explayó sobre el proyecto Merval. Adelantó la recuperación de la Avenida Altamirano y el Paseo Wheelwright. Finalmente, miró hacía el sector Barón y extendió su famoso dedo. Argumentó que si Barcelona, Buenos Aires, Baltimore y Ciudad de Cabo podían reinventar sus bordes costeros, ¿por qué no podía hacerlo Valparaíso? Prometió que antes de terminar su mandato, Valparaíso se reencontraría con el mar en el sector Barón. El público aplaudió a rabiar.

La EPV licitó el Plan Maestro. El consorcio ganador trabajó con autoridades ministeriales y municipales. Convocó “focus groups” con gremios, ONGs, juntas vecinales y ciudadanos. Se debatió sobre las alturas, los posibles usos, la inclusión o no de viviendas, si valía la pena o no recuperar la bodega Simón Bolívar, etc. Al fin, se entregó un Plan Maestro.

La EPV recibió el estudio e hizo algunas modificaciones. Al fin se preparó una licitación, que fue postergada una y otra vez.

Termina Lagos. Entra Bachelet. Por fin se licita. La Presidenta, acompañada por el alcalde Cornejo, anuncia a los ganadores: el Grupo Plaza. No habría rascacielos. Sí habría comercio, hotel, paseos, plazas y explanadas. Se prometió 2.500 puestos de trabajo. Puros aplausos y abrazos.

¿El problema? Se había tardado 6 años en diseñar y licitar la transformación más ambiciosa de los últimos 50 años en Valparaíso. En el entretanto, la dinámica había cambiado. Atrás quedaba la ciudad “unida” tras la postulación UNESCO. En su lugar quedó un complejo mosaico de agrupaciones con ideologías cruzadas. Hoy, cada vez que se intenta mover una piedra en el Puerto aparecen 3 grupos para defenderla.

Mientras la convivencia porteña se volvía cada vez más hostil, veíamos a Aldo Cornejo absolutamente sobrepasado. Su discurso sobre Puerto Barón (PB) se hundía en un mar de matices. Al fin, nadie supo si estaba a favor o en contra. Así, nadie se sorprendía cuando la votación se postergaba una y otra vez.

Mientras las sesiones del Concejo se deterioraban por los gritos de los ciudadanos a favor y “la señora que tira huevos”, parecía que los más adultos en este proceso eran el Grupo Plaza. Les han dicho de todo. Les han pedido mil y un cambios. Han hecho mil y un cambios. Dicen estar expuestos a mil cambios más. Sólo necesitan una cosa: un metro ochenta más de altura.

Yo mido un metro ochenta y uno. El Grupo Plaza necesita menos de “un gringo” más. ¿Lo más loco de todo? PB ya ha sido aprobado. Lo que se está votando ahora no es PB. Lo que se está votando es un metro ochenta más.

Estimados concejales: Sabemos que hay 100 argumentos a favor y 100 argumentos en contra. Nadie les dijo que sería fácil. Pero nadie les obligó a postularse tampoco. Ha llegado el momento de votar. O están a favor o están en contra. ¿Abstenerse? No es una opción.

domingo, 15 de marzo de 2009

Trece maneras de mirar a Valparaíso

De las innumerables descripciones que se escuchan en referencia a Valparaíso, hay dos que no soporto: “ciudad poética” y “ciudad mágica”. Cualquiera de las dos me pone los pelos de punta. Me hace extrañar aún más nuestro Nobel del cerro Bellavista. Si escucho “ciudad poética” una vez más te juro… Voy a “ir por las calles con un cuchillo verde/ y dando gritos hasta morir de frío”.

“Ciudad poética” es un verso escrito por funcionarios. Habla de poesía pero no la tiene. Es el equivalente de la empresa Nike haciendo la siguiente campaña de marketing: “buenos zapatos”. Impresentable.

No me digas que Valparaíso tiene poesía. Muéstramelo.

Al inaugurar el portal “ciudaddevalparaiso”, Agustín Squella nos recordó una anécdota de Manuel Peña, la del inmigrante alemán que compró su casa en cerro Alegre porque “se había enamorado de una puerta.” Eso sí es lindo. Mi señora me reta por repetir demasiado: “Valparaíso es la única ciudad donde, día por medio, hay un burro estacionado debajo del letrero que dice ‘Reservado Gerente Bolsa de Valores’”. Me gusta. Sobre Valparaíso se pueden decir miles de cosas bellas.

Pero “ciudad poética” no es una de ellas. En el marketing, al igual como en el buen verso, si tienes que explicarme lo que debo sentir, fracasaste.

Voy a mi biblioteca y saco “Trece maneras de mirar a un mirlo” de Wallace Stevens (1875-1959). Se trata de un poema de calidad universal, de aquellos capaces de transformar nuestra vida en un instante:

1
Entre veinte cerros nevados
lo único que se movía
era el ojo de un mirlo.

2
Yo era de tres pareceres,
como un árbol
en el que hay tres mirlos.

3
En el viento de otoño giraba el mirlo.
Tenía un papel muy breve en la pantomima.

4
Un hombre y una mujerson uno.
Un hombre y una mujer y un mirlo
son uno.

5
Yo no sé cuál prefiero:
la belleza de las inflexiones
o la belleza de las insinuaciones,
el mirlo silbando
o después.

Ya tienes la idea. Son 13 esbozos. Sumando uno al otro, se abre un universo. Cuando algo es bueno, es bueno. No hay que discutirlo. Este poema estará vigente siglos después de que tú y yo ya no estemos.

Es lo que deseo para Valparaíso. Una campaña que haga respirar nuestra poesía sin anunciarlo; que capte nuestra universalidad sin decir “somos universales”.

domingo, 8 de marzo de 2009

Sueños

No le tengo miedo a la muerte. Para mí, es un sueño más. Otro paso en nuestro largo viaje de muchas estaciones.

Lo que sí temo es que no alcance a descifrar los sueños despiertos. Estos son los milagros, los “sincronismos” que nos rodean en cada momento. Ojalá que no esté tan enganchado con lo frívolo como para que tales milagros pasen inadvertidos.

Un sueño despierto puede ser sutil o violento. Por ejemplo, estás pensando en alguien que no has visto por mucho tiempo y justo tal persona te llama. O mientras haces la cola en el banco piensas en alguien y, dos minutos después, esta persona se te cruza en la calle. Pero también hay sueños violentos, como el que le tocó a mi familia durante la primavera de 1981, cuando los médicos nos revelaron que la tos que afligía mi hermana Robyn no era una neumonía, como se pensaba, sino un melanoma maligno muy avanzado. Robyn tenía 22 años. Alcanzó a vivir 3 meses más.

El impacto de este sueño despierto, llamémoslo “pesadilla”, casi nos aplastaría. Durante años, mi mamá, mi papá, mi otra hermana y yo andábamos a la deriva. Pero logramos reconstruir nuestras vidas y, en honor a Robyn, cada uno ha transformado lo suyo en algo especial. Si no fuese por Robyn, yo no habría “despertado” a buscar otros caminos. No habría encontrado la poesía, la filosofía de los sueños, Valparaíso.

Ahora, ¿fue una casualidad que, varios días antes de la tragedia de Pensacola, el embajador de EE.UU. me llamara desde su celular personal para invitarme a almorzar? No creo.

El viernes después de la tragedia, mi celular volvió a sonar. Otra vez era el embajador. Estaba en camino de visitar a los padres de Racine Balbontín, que viven en el Pasaje Harrington. Estaban perdidos. Supongo que un porteño en mil sabe dónde está el Pasaje Harrington. Es pequeñito. Pero yo sí sé. Me tocó visitarlo cuando la Fundación desarrollaba el Sendero Bicentenario. Me enamoré del pasaje desde el primer momento. “Sí, embajador, conozco el pasaje; está en Playa Ancha, al lado de la avenida Gran Bretaña, frente al ex Hospital Naval”.

¿Casualidad? No. ¿Sueño despierto? Sí. Pero esta historia tiene más vueltas. Los sueños despiertos, igual como Valparaíso, son un laberinto complejo de descifrar.

La tragedia de Pensacola me impactó, pero me pilló con mi propio sueño. He estado preocupado por mi padre. Está muy enfermo. Estoy tan distraído que no alcancé a fijarme en todos los nombres afectados por la tragedia.

Tuve que viajar a EE.UU., a estar con mi papá. Allá, me suena, otra vez, el celular. Es mi señora: “Todd, el pololo de la Racine era Francisco Cofré”. Me quedé congelado. Conozco a Francisco. Sus padres, Lucy y Mario, aparecen en el primer poema de mi libro. Pilar continúa: “Lucy ha tenido problemas con la visa para viajar”. No lo puedo creer. Pilar me recuerda: “Todd, tienes el número del embajador en tu Blackberry”...

A todos los afectados por este desastre, un abrazo eterno. A los familiares: que la pesadilla no los aplaste. Aguanten. Los sueños despiertos son aquellos momentos cuando la vida nos invita a despertar.

sábado, 28 de febrero de 2009

"Joie de Vivre"

Mi diccionario define “inmigrante” como “una persona que llega a un país o región diferente de su lugar de origen”. A nivel mundial, un 95% de estos caben en dos categorías: los refugiados y los marginados. Los primeros escapan de la persecución étnica, ideológica o religiosa; los segundos, de la pobreza endémica.

Curioso. Valparaíso es la ciudad chilena de inmigrantes por excelencia. Pero la mayoría de los nuestros no son ni de uno ni del otro tipo. Los nuestros son el 5%. ¿Qué caracteriza a los inmigrantes porteños?

En primer lugar, son aventureros. Sus pioneros imaginaron la “Joya del Pacífico” como una especie de “Far West” al fin del mundo. Un lugar lleno de intriga y oportunidades. ¿De qué otra manera se explica que, hace 190 años, se estableciera en el cerro Cordillera la familia noruega de los Lund?

Otra característica es la pasión que les nace por su nuevo hogar. Mi amigo Pablo Peragallo es así. Proviene de varias generaciones de ligures. Es camogliano de tomo y lomo. Pero su ciudad es Valparaíso. Vive en una casa diseñada por Barison y Schiavon. De allí no lo sacas. Nunca.
¿Tercero? No se contentan con asimilarse. Quieren apoyar; quieren hacer ciudad. Construyen casas, colegios, iglesias, miradores, restaurantes y hoteles; obras de beneficencia, universidades, hospitales.

En el caso de mis compatriotas, los estadounidenses, se han destacado en áreas tan diversas como el comercio (Wheelwright), la arquitectura (Harrington), la educación (Trumbull) y la filantropía (Brown Duffin).

La última característica que define nuestro inmigrante porteño es lo más importante: su “Joie de Vivre”: llegan y se quedan. Están fascinados con su Puerto. Están felices aquí. Era así hace 200 años. Es así hoy en día.
Pregúntenle a Anne Hansen, la danesa que aterrizó en el cerro Alegre para fundar la Biblioteca Nórdica Infantil. O al fascinante arquitecto austriaco Michel Bier.

La próxima vez que te hablen del “poeta gringo” no asumas que sea quien escribe estas líneas. Puede ser Ken Rivkin, un canadiense que, hace años, organiza eventos literarios en los pubs universitarios.

Y no nos olvidemos de nuestros normandos ilustres: el “Loro Coirón”, cuyos grabados desnudan la universalidad de los habitantes del barrio Puerto; y Philipe Grande George, quien no se cansa de deleitarnos con sus maravillas culinarias a un precio regalado. ¡Viva “Le Filou de Montpellier”!
En el cerro Artillería se encuentra “The Yellow House”. Su propietario es Martin Turner, un australiano. Renunció a una exitosa carrera como alto ejecutivo en una multinacional. Hoy se dedica a Valparaíso. Le pregunté: “¿Sabes que difícilmente ganarás tanta plata en tu B & B como la que ganabas antes”. Me contestó: “Hay cosas más importantes que el dinero, Todd”.

¿Qué dices? ¿No sabes dónde están “The Yellow House” o “Le Filou de Montpellier”? No hay ningún problema. Pregúntale al director del Departamento de Turismo de la Municipalidad. Se llama Milos, un serbio a servicio de tu ciudad.

domingo, 15 de febrero de 2009

Carta a Eduardo Frei y Sebastian Piñera

Estimados:

No soy experto en historia de la Ciudad Jardín ni pretendo serlo. Sin embargo, es indiscutible reconocer que en algún momento del siglo XX apareció la idea de “tomarse” esa apacible ciudad dormitorio, 10 minutos hacia el norte de Valparaíso, y posicionarla como un balneario internacional capaz de competir con Punta del Este y Mar de Plata.

Durante la segunda mitad de dicho siglo, Chile entero se entusiasmó con tal idea. Viña se convertiría en un proyecto país, un orgullo nacional. Como hubo voluntad política, se pudo inventar los instrumentos necesarios (casino, festival, concesiones, etc.) que permitirían financiar un proyecto ambicioso. Hoy, Viña tiene a su disposición una caja extra de aproximadamente US$ 33 millones al año, aparte de lo que recauda por permisos de construcción, patentes comerciales, etc. Es decir, tiene US$ 33 millones al año MÁS de lo que tiene su vecino. Bien por Viña.

Pero ahora Chile tiene otro proyecto, otra ciudad que se perfila como orgullo nacional, otra urbe ad portas de convertirse en ícono mundial. Se llama Valparaíso. Es patrimonio de la humanidad, capital cultural, capital legislativa. Según estadísticas del INE, durante los últimos 3 años, la tasa del crecimiento del turismo de larga distancia hacia Valparaíso es casi el doble de la tasa nacional.
Pensar que Valparaíso pueda competir con ciudades patrimoniales de la talla de Estambul, Praga, Budapest o San Petersburgo, con los recursos que recauda vía las patentes que pagan la panadería “Guria” y la fiambrería “Sethmacher”… Pensar que Valparaíso puede preservar su entorno patrimonial resistiendo la tentación de vender su alma a los grandes grupos inmobiliarios… Pensar que Valparaíso pueda aprovechar sus inmensas oportunidades turísticas con las migajas de presupuesto que tiene, es condenar a la ciudad chilena más valorada por los extranjeros al fracaso perpetuo.

Ha llegado la hora de invertir en Valparaíso. Ha llegado la hora de presentar al Congreso una “Ley Valparaíso”, un subsidio estatal que garantice a esta ciudad puerto un ingreso extraordinario anual equivalente a lo que recauda Viña del Mar.
Sé que algunos parlamentarios rechazarán tal idea. ¿Por qué Valparaíso? ¿Por qué no Temuco, Chillán, Valdivia?

Consideremos la Amazonia. El mundo reclama: “Protejámosla. De ella depende el oxígeno mundial.” Brasil dice: “Ok. Páguennos por preservarla. Compénsenos por lo que no recaudaremos al no explotar dicho recurso”.

Los chilenos dicen: “Protejamos el anfiteatro porteño. No lo llenemos de torres ni de grandes centros comerciales”. De acuerdo. Pero, ¿quién compensa al municipio por no recaudar recursos que sí pueden aprovechar los demás municipios de Chile?

Señores candidatos presidenciales, sabemos que estas elecciones serán reñidas. Sabemos que, electoralmente, Valparaíso está en juego. Así, concluyo esta carta con una sola pregunta:

¿Ustedes están o no de acuerdo o con una “Ley Valparaíso”?

Los porteños estarán atentos a su respuesta.

domingo, 8 de febrero de 2009

33 "palos verdes"


En una carta titulada “Marcadas diferencias”, un lector lamenta el deterioro de Valparaíso y lo compara con una Viña del Mar “moderna y futurista”. Concluye que Viña, a diferencia de Valparaíso, ha tenido buenas autoridades, quienes han optado por la modernidad. Termina recomendando la demolición de los inmuebles antiguos de Valparaíso a favor de nuevas construcciones “acordes al siglo que vivimos”.

Se le olvidó un pequeño detalle: los 33 “palos verdes”. Es lo que Viña recauda cada año por motivo del casino, las concesiones hoteleras y el Festival de la Canción. Quitémosle esta plata a la Ciudad Jardín durante 5 años e imaginemos si se vería tan bonita como hoy.


Ahora, ¿qué podría hacer Valparaíso con 33 “palos verdes” anuales? Hagamos un ejercicio a 5 años.

Primero, restaurar los 15 ascensores, más otros 5 abandonados hace décadas (13 US M).


Segundo, volar el Nudo Barón y hundir Errázuriz entre la Avenida Argentina y calle Edwards, creando un parque entre el barrio Brasil y el borde mar. (20 US M).


Tercero, crear un subsidio de 300 UF, con 2 mil cupos, para propietarios que arreglen sus casas y renueven sus sistemas eléctricos (20 US M).


Cuarto, potenciar el Festival de Cine y crear 3 bienales latinoamericanas nuevas —de literatura, arquitectura y plástica—, cada una capaz de copar nuestros hoteles y restaurantes durante 10 días cada año (7,5 US M).


Quinto, comprar, arreglar y equipar el Teatro Municipal (7 US M).


Sexto, transformar la Avenida Alemania desde el cerro Monjas hasta el cerro Alegre, plantando 500 árboles maduros, construyendo 5 miradores nuevos y convirtiendo la Plaza Bismark en un rosedal (10 US M).


Séptimo, inaugurar un nuevo mirador por año en otros cerros, con terminaciones al nivel del Gervasoni (10 US M).


Octavo, transformar la Avenida Argentina en el “Parque Bicentenario”, con esculturas monumentales, jardines y fuentes (12 US M).


Noveno, comprar un sitio aledaño a dicha avenida para reinstalar la feria con la infraestructura que corresponde (6 US M).


Décimo, reemplazar tierra por césped en el Parque Alejo Barrios para crear un pulmón verde en Playa Ancha (0,5 US M).


Undécimo, subsidiar la inversión en los sectores salud y educación media, para que la clase profesional del Puerto no necesite emigrar a Viña para contar con dichos servicios (7 US M).


Duodécimo, financiar 30 recitales anuales de la filarmónica regional en el Puerto (2 US M).


Decimotercero, abrir oficinas en EE.UU. y Europa para promover la ciudad (5 US M).


Decimocuarto, terminar la señalética turística del proyecto “Sendero Bicentenario”, que quedó extrañamente en el olvido (0,5 US M).


Decimoquinto, restaurar las iglesias de St. Paul, San Francisco y la Matriz (15 US M).


Decimosexto, transformar algún sitio eriazo en un centro deportivo de alto rendimiento (US 15 M).


Decimoséptimo, destinar 3 US M al año a paliar la pobreza…

Vaya. La columna se acabó, y aún nos quedan 10 “palos” para gastar. Invirtámoslos en Inverlink, pues.