Mi diccionario define “inmigrante” como “una persona que llega a un país o región diferente de su lugar de origen”. A nivel mundial, un 95% de estos caben en dos categorías: los refugiados y los marginados. Los primeros escapan de la persecución étnica, ideológica o religiosa; los segundos, de la pobreza endémica.
Curioso. Valparaíso es la ciudad chilena de inmigrantes por excelencia. Pero la mayoría de los nuestros no son ni de uno ni del otro tipo. Los nuestros son el 5%. ¿Qué caracteriza a los inmigrantes porteños?
En primer lugar, son aventureros. Sus pioneros imaginaron la “Joya del Pacífico” como una especie de “Far West” al fin del mundo. Un lugar lleno de intriga y oportunidades. ¿De qué otra manera se explica que, hace 190 años, se estableciera en el cerro Cordillera la familia noruega de los Lund?
Otra característica es la pasión que les nace por su nuevo hogar. Mi amigo Pablo Peragallo es así. Proviene de varias generaciones de ligures. Es camogliano de tomo y lomo. Pero su ciudad es Valparaíso. Vive en una casa diseñada por Barison y Schiavon. De allí no lo sacas. Nunca.
¿Tercero? No se contentan con asimilarse. Quieren apoyar; quieren hacer ciudad. Construyen casas, colegios, iglesias, miradores, restaurantes y hoteles; obras de beneficencia, universidades, hospitales.
En el caso de mis compatriotas, los estadounidenses, se han destacado en áreas tan diversas como el comercio (Wheelwright), la arquitectura (Harrington), la educación (Trumbull) y la filantropía (Brown Duffin).
La última característica que define nuestro inmigrante porteño es lo más importante: su “Joie de Vivre”: llegan y se quedan. Están fascinados con su Puerto. Están felices aquí. Era así hace 200 años. Es así hoy en día.
Pregúntenle a Anne Hansen, la danesa que aterrizó en el cerro Alegre para fundar la Biblioteca Nórdica Infantil. O al fascinante arquitecto austriaco Michel Bier.
La próxima vez que te hablen del “poeta gringo” no asumas que sea quien escribe estas líneas. Puede ser Ken Rivkin, un canadiense que, hace años, organiza eventos literarios en los pubs universitarios.
Y no nos olvidemos de nuestros normandos ilustres: el “Loro Coirón”, cuyos grabados desnudan la universalidad de los habitantes del barrio Puerto; y Philipe Grande George, quien no se cansa de deleitarnos con sus maravillas culinarias a un precio regalado. ¡Viva “Le Filou de Montpellier”!
En el cerro Artillería se encuentra “The Yellow House”. Su propietario es Martin Turner, un australiano. Renunció a una exitosa carrera como alto ejecutivo en una multinacional. Hoy se dedica a Valparaíso. Le pregunté: “¿Sabes que difícilmente ganarás tanta plata en tu B & B como la que ganabas antes”. Me contestó: “Hay cosas más importantes que el dinero, Todd”.
¿Qué dices? ¿No sabes dónde están “The Yellow House” o “Le Filou de Montpellier”? No hay ningún problema. Pregúntale al director del Departamento de Turismo de la Municipalidad. Se llama Milos, un serbio a servicio de tu ciudad.
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