Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

viernes, 5 de marzo de 2010

Mi reino por un tomate

Estoy desesperado. No puedo encontrar un tomate. Por favor, no me digan que vaya a Limache ni al Jumbo ni al Mercado Cardenal. He ido. No hay.

He visto letreros que dicen "tomate". Debajo de estos hay algo que se ofrecen "400 x kilo" o "3 kilos x mil". Lamentablemente, estas "frutas" han sido tan genéticamente intervenidas que ya no merecen el calificativo de tomate. Son sucedáneos. Les quitaron el gen que les permite pudrirse, y, al lograr tal magna intervención, dejaron un cuerpo sin alma; algo pálido y arenoso; una "fruta" sin pulpa, sin sabor. No insultaría a las humitas de la Sra. Lorena acompañándolas de tales impostores.

Solidarizo con el científico californiano quien descubrió que era posible eliminar el gen del ablandamiento. Hasta imagino su deleite. "He descubierto un tomate capaz de sobrevivir un mes dentro de un barco sin cambiar de aspecto". ¿El problema? El momento de "ablandamiento", que da inicio al proceso de madurez, es justo cuando la fruta encuentra su sabor.

Igual, al ojo no experto, estos espejismos pintan como deliciosos.

Cuantas veces he llegado a mi casa emocionado: "es hora de preparar una ensalada caprese". Dejo sobre la mesa albahaca, queso mozzarella blanco, sal, aceite de oliva, un baguette de la "Guria" o "El Buen Gusto". Todo bien. Hasta que corto el primer "tomate". ¿Mi decepción? Inmediata e incontenible.

En EE.UU. están de moda los "orgánicos" y los "heirlooms". Los primeros han sido cultivados sin pesticidas y con procesos naturales. Está bien, pero si no puedes garantizar el origen de las semillas, da lo mismo el proceso. Los "heirlooms" son más interesantes. Son semillas cuya descendencia ha sido meticulosamente documentada. Son libres de intervención genética. Existen más de 30 razas de "heirlooms" en el mercado estadounidense—la mayoría cultivados por hippies y activistas. Así, les advierto: si, un día, mis lectores se espantan con un titular santiaguino "Gringo de Valparaíso arrestado en aeropuerto ingresando semillas para su huerta en cerro San Juan de Dios"—sabrán de lo que se trata.

El martes asistí a una degustación con micro-agricultores de la Región en la terraza del Hotel Gran Gervasoni. Había productores de quesos, hierbas, vinos orgánicos, longanizas caseras, huevos de codorniz, ajos, etc. Encuentro fascinante vincular a estos héroes del campo con nuestros héroes gastronómicos porteños. ¿El único problema? No había tomates.

Al sur oriente de Limache, en el camino a Huinganal, he visto un portón negro con un letrero que dice "tomates orgánicos". En tres ocasiones he parado para indagar. ¿Serían heirlooms originales? No hay timbre ni buzón. El letrero tampoco ofrece número telefónico. Escalo la reja, pero no veo ningún indicio de vida salvo un perro polvoriento que ladra sin cesar.

¿Cuándo volveré a mirar el atardecer sobre la iglesia Luterana con el jugo de un verdadero tomate corriendo por mi barbilla? Ayúdame, Dios. Mi reino por un tomate.

domingo, 14 de febrero de 2010

Anoche soñé

Eran las 8 de la mañana, el 17 de Abril de 2012. Aniversario del primer cabildo. La ciudanía porteña desayunaba con calma. Era el día del primer plebiscito abierto desde que, en Marzo de 2011, el Congreso había promulgado la “Ley Valparaíso”. Los porteños se preparaban para votar.

Ya en agosto de 2011, en cumplimiento a lo estipulado por la ley, se había constituido “La Corporación Ley Valparaíso”, un ente público privado encargado de administrar los US $50 millones que el gobierno acordó aportar cada año por 15 años. En Septiembre, el directorio fue elegido tras un fuerte proceso de participación ciudadana. Se contrató la pequeña planta ejecutiva vía concurso público. Los estatutos estipulan: “el gasto administrativo de la corporación no puede superar el 4% del presupuesto anual”—un número extremadamente bajo—los cuales deben incluir viajes y viáticos.

Entre Septiembre 2011 y Marzo 2012 empezaron a llegar los proyectos. ¡Y qué manera de llegar proyectos! Se recibieron 54, de los cuales, más de la mitad (39) fueron avalados por el comité técnico. Estos 39 proyectos aparecerían en el balotaje de hoy.

Se habían recibido proyectos de 12 universidades, además de proyectos de corporaciones, tales como Ciudadanos por Valparaíso, el Comité Pro-Defensa de Valparaíso, la Junta de Vecinos del cerro Concepción, la del cerro Polanco, el Festival de Cine, la Fundación Neruda, la Fundación Valparaíso, y muchas más.

Había una propuesta para volar el Nudo Barón y hundir la Avenida Errazurriz entre Argentina y Edwards, creando un gran parque, avalado en US$ 18M. Otro restauraba los ascensores “Santo Domingo” y “El Litre” (US 2,5M). Otro: “Transformación de la Avenida Alemania con 500 árboles y 6 nuevos miradores”. Costaba US $4,1M.

Había proyectos para bienales internacionales de pintura, diseño, y arquitectura.

Para la Avenida Argentina se habían presentado 3 proyectos: El primero, promovido por los mismos feriantes, contemplaba el status quo con un leve upgrade cosmético. Estaba tasado en US $1,2M. El segundo abarcaba el traslado de la feria y lo reemplazaba con un bulevar bicentenario de jardines, fuentes, y esculturas. Se tasó en US $7,8M. El tercero reconocía el valor de la feria como patrimonio intangible, pero proyectaba una inversión importante para hermosearla, agregarle infraestructura, y transformarla en una atracción turística. Contemplaba estacionamiento subterráneo en el sector e incluía una solución subterránea integral para el abasto de los camiones. Costaba US $20M, pero la corporación financiaría solo 8,9, pues, habría un concesionario del estacionamiento.

Cada porteño votaría por 2 proyectos por categoría: patrimonio, obras viales, cultura, turismo, educación, etc. La corporación tendría 24 meses para implementar. El plebiscito se repetiría cada 2 años.

De repente, sentí unos lengüetazos. Era mi gato siamés. Me desperté.

domingo, 7 de febrero de 2010

Una caja de chocolates

La primera vez que recuerdo haber conocido a Pablo Peragallo fue el 2000. Pero como se trata de un personaje ubicuo en el paisaje porteño, es posible que lo haya conocido antes. Sólo recuerdo que un día de invierno compraba un diario bajo la sombra del Reloj Turri. Se me acerca un caballero. Me abraza como si me hubiera conocido mil años. "Cuando inaugures el nuevo campus de la Fundación te voy a visitar y te voy a regalar un pino. Es un ciprés que viene de Italia. Es primo directo de aquellos cipreses que vigilan el Cementerio No. 1 del cerro Panteón".

Me llegó el pino. Así, nació una linda amistad.

Pablo tiene 62 años, de los cuales 60 ha vivido en "La casa Peraga", el histórico castillo construido a pie del cerro Mariposas por Arnaldo Barison.

Allí están sus cuadros, recortes, libros, medallas, colecciones. Allí está el telegrama que redactó para Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov el 8 de octubre de 1986, enviado al hotel donde los dos se hospedaban durante su primera cumbre. Dice: "Mi amado Valparaíso cumple 450 años este año. No puedo imaginar un regalo más lindo para mi ciudad que un tratado de paz mundial. Les deseo suerte, Pablo Peragallo." Años después, la copia original del telegrama fue firmado por Gorbachov en Valparaíso.

En la misma casa están las fotos de Pablo con Luciano Benetton, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, y centenares de otros personajes. Allí está con el Dalai Lama. Me muestra una tela que el mismo tibetano le regaló, junto con un recorte de un diario internacional. En la foto, el Dalai Lama regala al Presidente Nicholas Sarkozy una tela idéntica a la que tiene Pablo.

En 1998, Pablo sufrió un cuádruple bypass. Estuvo inválido. Al borde de la muerte. Durante dos años vivió en absoluta soledad. Aprendió a hablar desde cero. Su mente es lúcida, pero habla pausado. Acusa dislexia. Emana una luz impresionante. Clave en tal milagro fue el amor de su polola eterna, Angélica Vera. Se casaron en la Iglesia las Carmelitas del cerro Bellavista. Pablo mandó a hacer una copa de bronce. Dice: "Pablo Jesús Peragallo Silva 1948-1998. Jubileo 2000". Pablo había renacido.

En la película "Forrest Gump" de Robert Zemeckis, Tom Hanks interpreta a un adulto que ve la vida con la inocencia de un niño. No es capaz ni de la manipulación ni de la mentira. Siempre busca lo bueno en las personas. Los termina enalteciendo. Su vida se convierte en un hilo de milagros y bendiciones.

El 31 de diciembre de 2009, Pablo Peragallo, Hijo Ilustre de nuestra ciudad, asistió a la fiesta oficial en el Museo Lord Cochrane. A las 12, se acerca a la mesa del alcalde Castro y Sebastián Piñera. Se saludan. De repente se prenden las cámaras. Piñera levanta una copa desde la mesa y entrega su primer brindis del Bicentenario. Les invito a revisar las imágenes de tal brindis que salió en la tele. En la mano del Presidente electo, está aquella mítica copa de bronce, la de Pablo Peragallo.

La vida es como una caja de chocolates.

domingo, 31 de enero de 2010

Dulce herida

En su introducción a la antología “Los Mejores Poemas Norteamericanos de 2009” el poeta David Lehman reflexiona sobre el guerrero Filoctetes. Su potencia superaba a Odiseo. Como poseía el arco de Hercúleo, era invencible. Así, los griegos lo enlistaron para el combate contra Troya. Pero un día una serpiente lo mordió y la herida se le infectó. Sus compañeros no soportaban el olor. Abandonaron a Filoctetes en la isla de Lemnos. 10 años después, un oráculo reveló que la guerra “no se puede ganar” sin las flechas de Filoctetes. Mandan un despacho a la isla, pero al héroe ya no le interesa.


Lehman cita el hermoso poema “Carta a una herida” de W.H. Auden: “Estás tan tranquilo estos días que me pongo nervioso. Quito tu vendaje. Estoy a salvo. Estás aún allí”. Tras 10 años de soledad, la herida de Filoctetes se había convertido en su único amigo.

Hace días, el Presidente electo se reunió con 200 personas en el Museo Lord Cochrane. Tomé un asiento atrás. Se acercó el jefe de Protocolo de la Municipalidad y me invitó a hacer una pregunta. ¿Sobre cualquier cosa? Le pregunto. “Lo que tú quieras”, contestó.

Me reubicaron en la primera fila. Empecé a ordenar mis pensamientos. ¿Qué decir? Tras un breve discurso del Presidente electo, se inician las preguntas. ¿La primera? Nuestro alcalde. Hace la que yo tenía preparada: la anhelada Ley Valparaíso. Fantástico; pero ahora, ¿qué pregunto yo? Las siguientes indagaciones vendrían por parte de los alcaldes de Quilpue y San Antonio. Después, hubo dos preguntas de representantes de la salud y de la educación.

Finalmente me invitan a tomar el micrófono. Aún no me sentía preparado; así, partí con un chiste. Todos se rieron. Inspirado, me lancé al vacío. Divagué un minuto sobre otras ciudades que comparten la categoría patrimonial de Valparaíso: Praga, Budapest, Estambul, San Petersburgo. Tiré algunas cifras sobre el porcentaje de la población peruana que vive en Cusco, relativo a su aporte a la economía nacional y a la imagen país. Recordé la inversión que requieren nuestros ascensores, comparado con lo poco que rentan. Reflexioné acerca de cómo Quito, capital de un país mucho más pobre que Chile, recibe un subsidio de unos 50 millones de dólares al año exclusivamente para el uso turístico y patrimonial. “Otros países entienden que ciudades de nuestra categoría compiten en las grandes ligas, y que para competir en estas ligas no se puede cargar el peso de tal inversión al municipio. Chile, al parecer, no ha entendido esto”.

Estaba desdoblado. Las 200 personas aplaudieron. El Presidente electo se vio un poco sorprendido. Se comprometió a estudiar el tema.

¿Y qué ocurrió con Filoctetes? Al fin, accedió a las súplicas. Volvió a la guerra y le dio muerte a Paris en el combate definitivo. Era su destino.
¿Y el destino de Valparaíso? Quién sabe. Solo sé que, igual a Filoctetes, algunos porteños han disfrutado de la compañía de sus heridas por demasiado tiempo.

domingo, 17 de enero de 2010

Un nuevo norte

El lunes en la tarde, el ex - Presidente Ricardo Lagos pareciera a punto de terminar su coloquio titulado “Valparaíso, ciudad entre dos siglos” en el Instituto de Sistemas Complejos de Valparaíso. Su discurso, hasta este momento, no me había deslumbrado. Durante media hora, Lagos repasó la apertura del Canal de Panamá, el impacto de la transformación del negocio marítimo a partir de los contenedores, el potencial del Puerto tras la declaración UNESCO. Ninguna novedad.


Pero el ex – Presidente tenía guardado un as bajo la manga. A las 14:25, recordó la visita de Stanford Ovshinsky a Chile. Ovshinsky, científico estadounidense, inventó la tecnología de los autos híbridos, una eminencia mundial del campo de las energías renovables. En su visita, visitó numerosas ciudades de Chile; entregó su opinión sobre la potencial solar del Atacama; y se reunió con sus pares nacionales. Al terminar su estadía, se reunió con Lagos.

“Sr. Ovshinsky”, Lagos le preguntó: “¿Ud. cree que podemos trabajar juntos con Chile?”.

“Si. Pero habría que partir con Valparaíso”, contestó el investigador.

“¿Por qué Valparaíso?” preguntó Lagos.

“Porque es una ciudad especial. Porque tiene una historia y un carácter patrimonial única. Y porque más de la mitad de los techos de la ciudad enfrentan al Norte. Valparaíso tiene una potencial espectacular para la energía solar. Por todo esto, Chile debe transformar a Valparaíso en la gran ciudad verde del hemisferio sur.”

Tras el discurso, fui a almorzar en el Bar Inglés. ¿Mi imaginación? Absolutamente prendida. Recordé numerosos talleres que había asistido cuando fui invitado a la conferencia de “Ciudades Sustentables” en Brisbane, Australia. Allí, la mayoría de los arquitectos estaban enfocados en tecnologías verdes, reciclaje de residuos, captación de aguas lluvias, muros verdes. Para estos innovadores, los techos no solamente servían para cubrir la casa. Servían para paneles solares, pero también para jardines y hortalizas orgánicas.

El próximo día fui a Santiago. El embajador de EE.UU. me había invitado a la recepción que organizaba para Arturo Valenzuela, chileno de nacimiento, y Subsecretario de Asuntos Hemisféricos del Presidente Obama. Allí, el embajador me presentó al subsecretario alabando mi trabajo en el Puerto. “¿Valparaíso?”, me dijo Arturo, sus ojos abiertos, “Valparaíso tiene el deber moral de transformarse en la primera ciudad verde de Chile.”

¿Sincronismo? No sé. Pero sentí escalofríos.

Así, hace 5 días, me mente no para. Revisito proyectos que me obsesionan hace años—el concurso de jardines, el “slow city”, una feria orgánica, la transformación del entorno del Mercado Cardinal en un barrio mayorista patrimonial y cultural (con estacionamiento y abasto subterráneo y con todos sus emporios restaurados)…

Valparaíso patrimonial. Valparaíso cultural. Valparaíso humano. Valparaíso universitario. Valparaíso turístico. Todo tendría nuevo sentido bajo el alero del proyecto Ciudad Verde.

¿Hoy? Chile elige a un Presidente. ¿Mañana? A trabajar señores.

domingo, 10 de enero de 2010

Sobre vates y demonios

¿Quieres ver sufrir a un poeta? Fácil. Pregúntale "¿sobre qué escribes?". De repente, desaparece el color de sus mejillas. Le empieza a doler la guata. Aparece el tic nervioso.

Quien comete tales crímenes contra nuestros vates no tiene idea de su pecado. Al contrario, se considera una persona educada, "polite". ¿Lo más probable? Nunca ha conocido un poeta de carne y hueso.

Tal vez recuerda haber visto una apolillada foto de William Butler Yeats mirando por la ventana de su casa de campo en las afueras de Dublín. La imagen demuestra al poeta hurgando la neblina por la palabra precisa, y, al encontrarla, mojando meticulosamente la punta de su pluma en un pozo de tinta. Dado tal contexto, "¿sobre qué escribes?" parecería una indagación lógica.

Pero para al poeta contemporáneo tal inocente interrogación le parece invasiva y espantosa. Se basa en un montón de supuestos incorrectos. ¿Lo más grave? Que los grandes poetas controlan sus escritos.

"Un poema es un niño", decía Michael Dennis Browne. "El poeta, igual como la mujer, tiene un huevo adentro. Pero el huevo no puede tomar vida si una fuerza externa no lo fertiliza. El poema, ya fertilizado, no le pertenece al poeta. Puede que éste le de forma; puede que lo guíe, pero no le pertenece."

Los grandes poetas ya no escriben sobre temáticas preconcebidas. Escriben imágenes. De tales imágenes nacen otras imágenes. ¿Y las imágenes? Se descubren con palabras.

"Las palabras hacen el amor como moscas en el sopor del verano", ha escrito Charles Simic,"el poeta es un mero espectador intrigado".

"Los pintores pintan colores, los poetas escriben palabras", ha dicho Donald Hall, otro grande. William Stafford comparó su proceso poético con "descubrir en la oscuridad un hilo dorado fino y delgado". Para Stafford, encontrar este hilo en la negrura del subconsciente constituía la primera tarea del poeta. ¿El segundo? Saber tirarla tan suavemente que avanzara hacía el, "sin que rompe y desaparece para siempre".

Me nacen estas reflexiones a partir de una interesante carta recibida. El lector, un tipo inteligente, rechaza "tanto el optimismo ciego (se entiende quien escribe) como el pesimismo a ultranza". Continúa: "Señor Temkin, su propia subjetividad, transida por la poesía del lugar, no es la medida para juzgar la realidad de Valparaíso".

Absolutamente de acuerdo. Sólo quisiera aclarar que no considero mí responsabilidad juzgar a Valparaíso. ¿Quién soy yo para juzgar a Valparaíso? Sólo escribo lo que me llega. Cada uno saca sus propias conclusiones.

Otra persona, al enterarse que un importante editorial publicará prontamente una colección de mis columnas en este Diario, me preguntó: "¿De qué se trata el libro?". "No tengo idea", le contesté. "No creo, de todos modos, que se trate sólo de Valparaíso". Solo sé que esta ciudad posee una extraña poder sobre mí. Encanta e hipnotiza. Asusta y espanta. En palabras del Gitano Rodríguez, "agarra como el hambre".

domingo, 3 de enero de 2010

Conversación en un ascensor

Esta semana recibí en el cerro San Juan de Dios un gran amigo de mi niñez, junto con su señora y tres hijos. Richard vive, hace 20 años, en San Francisco. El miércoles en la tarde, salimos a caminar por Pancho.

Faltaban 30 horas para la gran fiesta del bicentenario. El jolgorio ya se respiraba. Descendiendo por la escalera Placilla, desembocamos en una Subida Ecuador repleta de gente. Un joven le mostraba a su polola su nuevo peinado Mohawk. El hijo mayor de mi amigo se probó un batido en "La Campezana". Los demás compartimos damascos que se ofrecían "500 por kilo, 2 por 700" en la verdulería "La Esperanza".

La calle Pirámide, como es su costumbre, era un remolino de gente. Recuerdo haber visto numerosas cartas en este diario reclamando el caos de tal lugar. Pero el miércoles, por primera vez, solté a mis prejuicios. Lo vi a través de los ojos de mis amigos del otro Pancho, el Valparaíso del norte.

Wilma, la señora de Richard, me consultó por las longanizas colgando desde el cielo de la fiambrería "San Pancracio". Casi se tentó por una balanza de choritos que se pesaba en plena calle. Nos deslumbró un caballero fileteando una corvina.

Llegamos a la Plaza Lord Cochrane. En el Hamburgo, nos asomamos. Quisiera saludar a mis meseras regalonas, mostrarle a Richard la colección de campanas de barco, y darle un cariñito al gato. Estaba lleno. Es más, en tres mesas, me tope con gente conocida, una situación que se repetiría dos veces más mientras caminábamos los 100 metros del bulevar hasta la fuente Neptuno.

Bajo las palmeras de la plaza, mi hija buscaba peces que imaginaba escondidos bajo el tridente. Le mostré a Richard: "Puedes venir 10 veces a este plaza y verás siempre el mismo perro tomando siesta allí". Era una noche perfecta en Valparaíso. Lleno de estrellas. La gente contenta. Todos sus personajes presentes.

Subimos por la calle Cumming hasta el Pasaje Elías, depositando 8 monedas de 100 pesos sobre el mostrador del Ascensor Reina Victoria. El carro andaba lleno. Escuché a un par de señoras del cerro Concepción copuchando su desencanto por tanta gente dando vuelta. Al percatarse de la presencia de su humilde columnista, me saludaron tibiamente. "Ud. también tiene un grado de culpa por todo esto", me dice uno, "por promover tanto a Valparaíso en todo el mundo".

"Buenas tardes señoras", les dije. "Me encantaría conversar el tema con ustedes, pero temo que es demasiado complejo para abarcar en los 15 segundos que dura el ascensor".

Tras media hora disfrutando cuadros de artistas porteños como Ilabaca, Mena, y el Loro Coirón, nos instalamos en la Filou de Montpelier. Wilma probaba feliz cada plato en la mesa. Yo estaba silencioso. Tras haber visto miles de porteños y turistas gozando juntos, no pude dejar de sufrir por las dos señoras del ascensor. Richard, por su parte, mandaba un texto a otro amigo en USA, "Comiendo con Todd en Valparaíso. Esta ciudad es fantástica."

domingo, 29 de noviembre de 2009

Inmortales

En 1990, don Salvador del Carmen Abarca plantó sus primeras rosas y cardenales en la calle Beethoven del cerro Concepción. Poco a poco, el pequeño jardín empezó a crecer. Los vecinos reaccionaron con asombro y admiración. 5 años después, el jardín alcanzaba la mitad de la cuadra. Aparecieron bancas, esculturas, piedras, barquitos, figuras.


Los pocos turistas que ambulaban por el Puerto en esos días asumieron que el parque era municipal. Al toparse con el abuelito picando y escarbando la tierra se preguntaron: ¿Será funcionario público?

Para don Salvador no tenía ninguna importancia; no buscaba ni fama ni gloria. Sencillamente, le encantan las flores. 19 años después, su jardín llega casi hasta la subida Almirante Montt. Una maravilla. Nada de esto sorprenderá a mis lectores. Saben de Valparaíso, saben del “abuelito de la calle Beethoven”. Es una leyenda.

Así, cuando constituimos el jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso”, la lógica indicaba que en la categoría 3, “mejor jardín en espacio público hecho por un particular”, la pelea sería por el segundo lugar. ¿Encontraríamos jardines fabulosos? Ojalá. ¿Descubriríamos a otro Salvador del Carmen Abarca? Difícil.

Recorrimos los cerros y encontramos cosas increíbles. Unos 6 jardines fueron sembrados en lugares donde antes había basurales. En la plaza Eleuterio Ramírez los residentes del cerro regaban las plantas con botellas. Descubrimos un dragón rojo que apareció de la nada en el cerro San Juan de Dios. Pero aun así la candidatura de don Salvador no temblaba.

De repente nuestro minivan se detuvo frente a una pequeña capilla en la Población “Héroes del Mar” del cerro Placeres. Bastó ver las caras de los primeros miembros del jurado bajando del vehículo. Sencillamente, no podían creer lo que veían, ni donde lo vieron.

Es un jardín de gran extensión, con arbustos y arbolitos meticulosamente esculpidos. Tales esculturas se entretejían con coloridos arreglos florales de numerosos especies. Parecía sacado de la película “Eduardo manos de tijera”. Es más, el jardín se encontraba en medio de un ruidoso barrio popular donde el olor a polvo embriaga, levantado por el centenar de micros que pasan a cada hora.

Acto seguido, apareció don Roberto Pérez. Nos encantó su sencillez, su humildad, su persistencia. Horas después, los 9 jueces entregaron su puntaje para cada uno de los numerosos jardines visitados.

¿Cómo se elige entre un Van Gogh y un Monet? Los dos son diferentes, los dos son inmortales.

Al día siguiente el jurado se reunió para analizar los resultados. Se ratificaron rápidamente los primeros 30 premiados. Quedó lo más difícil: determinar el ganador de la categoría 3. Don Roberto, la revelación, había superado a don Salvador, la leyenda, por dos décimas. Es un cliché: los dos merecían ganar; pero es la pura verdad.

Bueno, el concurso 2009 ya es historia; el concurso 2010 ya empezó. Ya sabemos: tenemos un Monet y un Van Gogh. ¿Aparecerá un Cezanne en el cerro Mariposas?

domingo, 22 de noviembre de 2009

Historias de jardines

Don Guillermo vive en la calle Los Chirimoyos 615 de cerro Esperanza. ¿El primer problema? La calle no aparece en el mapa oficial de la municipalidad. Llamamos al número que aparece en el formulario de postulación del concurso. Contesta una francesa. "Soy Todd Temkin del concurso 'Un Jardín para Valparaíso", le digo.

"¿Sabes con quién hablas?", me pregunta. Su voz me pareció familiar. "Soy la mamá de la Rayén."

Genial. Nuestros hijos eran amigos hace años en el jardín infantil. Pensé que se habían mudado a Europa. Estas cosas solo pasan en Valparaíso. "Natalie", le digo, "Como llegamos a tu casa".

"La casa es de mi suegro", me dice. "Busca la plaza. Allí, toma la calle a la derecha. Después, hay una calle que sube. No sé como se llama. Después, hay una calla que baja. Tampoco sé como se llama. Después baja otra vez. Por allí está la casa de mi suegro".

Felíz por haberme reencontrado con Natalie, y después de una media hora dando vueltas, llegamos a la calle Los Chirimoyos. ¿Nuestro premio por tanto esfuerzo? Una espléndida y sorprendente vista. "Ahora, solo hay que encontrar el 615", le dijo a Ignacio, el joven arquitecto que me acompañaba.

Caminamos la calle Los Chirimoyos de punta a punta. Parte con el número 39; Termina en el 476. Ignacio se rasca la ceja. "Esto parece un dibujo de Lukas", le digo. Preguntamos a los vecinos. ¿Existe el 615? Nadie sabía. Era más facil encontrar el Caleuche.

"¿Por qué no buscamos el jardín mejor?", sugiere Ignacio. Y allí lo encontramos. Los Chirimoyos 615. Anidado entre el 387 y el 415. ¿El jardín? Super lindo. Vigilado por un simpatico gato gris, guatón. Allí apareció don Guillermo. Tierno. Amoroso. Nos mostró todo, con atención especial a sus copihues.

Postularon 78 jardines este primer año del concurso "Un Jardín para Valparaíso". Detrás de cada jardín, hay una historia. Después de recorrerlos todos, nos quedamos convencidos. Dentro de dos años, este concurso llegará a los 300 jardines.

¿Cual es el cerro con la mayor cantidad de jardines? "¿Concepción?", me dices. ¿Alegre? Es cierto. La mayor cantidad de postulantes venían de estos dos cerros. Pero donde vimos la mayor cantidad de jardines fue en cerro Placeres. Impresionante. Sobre todo en las villas de la parte alta del cerro. Hay muchos jardines hermosos. La mayoria no sabían del concurso. Ahora si.

Descubrimos jardines en los lugares más recónditos. Al lado de la vírgen en el cerro Mercéd. En la cuesta Colorado del cerro Las Delicias. En el pasaje General Jofré, arriba de la calle Progreso. Bajando por El Litre. Y, por supuesto, uno de los jardines que más nos encantó, la exquisita y adorable "Plaza Petrohue", hecho por la Junta de Vecinos de Rodelillo.

En Playa Ancha nos enamoramos de la escalera El Membrillo. Le falta unas plantas, si, pero el lugar es hermoso y lo han hecho con harto cariño y empeño. En un par de años, esto puede ser un verdadero jardín botántico. Una atracción turística de gran envergadura.

Este jueves premiaremos a nuestros primeros ganadores. Habrán sopresas. Y, lo que es más importante, habrán jardines para rato.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Jugando naipe bajo el sol

A raíz del concurso "Un Jardín para Valparaíso", volví al cerro Polanco. Hace más de un año que no iba a ese cerro. ¿Acaso había olvidado de sus encantos? ¿Los peldaños que desembocan en la callecita Bilbao? ¿El adoquinado del pasaje Pastene? No.

Pero no querría volver. Me hace mal. Me trastorna. No lo aguanto.

Partamos del inicio. No hay un barrio más lindo que el Polanco. Ni en Valparaíso. Ni en Chile. Ni en Sudamérica. ¿En Marruecos? Tal vez. Pero lo desconozco.

Olvidémonos, por un segundo, de su glorioso ascensor, este magnífico invento del gringo Federico Page. Olvidémonos que hay solo tres ascensores en el mundo con sus características. Olvidémonos que, si estuviéramos en Italia, el ascensor Polanco sería tratado de igual a la "Torre de Pisa".

Subimos a pie por la calle Recreo. Estos adoquines gastados, sobrevivientes de dos siglos de terremotos, deben ser de los más antiguos en el Puerto. Imposible no sentirse emocionado, transportado al cielo. En Recreo 171, un poco más arriba de la calle Roberto Chapi, descubrimos los balcones más impresionantes de la ciudad. Son tres pisos de balaustres. Ignoro de que madera son. Da lo mismo. Son humildes, austeros, maravillosos.

Este impresionante sector, con su olor a burro, tomó su nombre del regidor Santiago Polanco. Por estas calles han desfilado importantes personajes del Puerto: Juan Brown, Federico Costa, Mary Graham. A pocas cuadres de aqui, en la calle Manuel Valledor, se estableció Colombo Solari, patriarca de la comunidad Italiana de Valparaíso. En estas calles nació don Elias Figueroa.

Pero aqui estamos. Ad portas al bicentenario, a cinco cuadras del Congreso Nacional de la República de Chile, a seis años de la declaración UNESCO. Cerro Polanco, este impresionante patrimonio que Chile custodia para el mundo entero, esta botado. Absolutamente botado. ¿Cuantos senadores y diputados han paseado por cerro Polanco? Cuantos saben que existe, a 2 minutos de su despacho, este maravilla que se llama cerro Polanco?

Pero no le cuentan nada de esto a Cecilia Fernández, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Hace años, Cecilia hace milagros con las fuerzas vivas del sector. Les anima a no rendirse antes la delicuencia; les inspira a no bajar los brazos ante la indiferencia.

"Estamos buscando un jardín", le preguntamos a una señorita. "¿El de la Señora Cecilia?" nos preguntó de vuelta. Como la quieren. Juntos, hermosean pasajes, peldaños, plazuelas. Y hay otra artista importante en el barrio: Isabel Klotz, quien ha convertido su casa en un importante centro de tertulias.

A ver estos heroicos personajes abandonados a su suerte, no me puedo quedar indiferente. Volver a cerro Polanco me recuerda, por enésima vez, que Chile no esta a las alturas de Valparaíso. Para Chile, Valparaíso le quedó grande.

Hay un extasis que siento en este mítico lugar. Pero no lo aguanto. Como lo sufro. Como me hace mal. ¿Por qué tuve que volver a pisar estos pasajes de ensueño? ¿Por qué me perdí, otra vez, en su laberíntica escalera al cielo? ¿ Por qué me quede congelado, otra vez, debajo de su Torre de Pisa? Chau. Me voy. No me quedaré ni un minuto más. Bueno, tal vez un minuto. Un minuto a conversar con don Lucho, un viejito con sombrero de gaucho, que juega naipe bajo el sol.