Esta semana partió el invierno en el Puerto. Sobrevivimos nuestro primer temporal, nuestras primeras noches de frío y nuestro primer socavón en la Avenida España. Nobleza obliga. Sobre este último, puedo decir que mi hijo y yo, camino a Viña, a las 7:30 a.m. el viernes, tuvimos un lindo paseo, juntos con otros mil autos y una similar cantidad de micros, pues, a Carabineros de Chile no se le ocurrió nada mejor que canalizar la totalidad del tránsito entre las dos ciudades más importantes de la Quinta Región, en hora peak, por la angosta bajada Placeres del mismo cerro.
Después de los primeros 10 minutos parados en la mitad de dicha avenida, el caballero de adelante, con su camioneta blanca desbordante de lechugas y acelgas, no aguantó más. Había descubierto —sin necesidad de un postgrado en física— que las tres micros delante de él, apiladas una al lado de la otra, en una pista con no más de 6 metros de ancho, jamás iban a pasar por el pequeño intersticio que es la curva de Placeres entre las calles Amalia Paz y Malfati. Así, nuestro héroe puso su camioneta en marcha atrás, generando mi asombro, el de mi hijo y el de los doscientos automovilistas que venían detrás.
Ya eran las 8:24. A mi hijo, de 7 años, se le ocurrió que habían pasado más minutos que metros avanzados. Le dije, “Falta sólo una hora para llegar a la panadería ‘Los Placeres’”. Es una cuadra más arriba. “Te pasaré 500 pesos para que bajes a comprarme un café y un par de panes batidos”. El Nico me contesta: “Papá, si tomas un café vas a tener que hacer pipí.” Mi hijo es muy inteligente. Por eso estaba muy desilusionado al descubrir que yo había estado bromeando, sin desmerecer que el pan de “Los Placeres”, cuando lo comes calentito durante la mañana en un frío día de invierno, es de lo mejor que hay en el Puerto.
Al llegar a la esquina de la pintoresca calle Juan Elkins, recordé una carta que recibí hace 6 meses de una señora Leticia, que reside allí. “Soy fiel lectora de su columna y me encanta todo lo que escribe sobre Valparaíso. ¿Por qué no escribe sobre el cerro Placeres?”.
Al pasar Juan Elkins llegamos por fin a la panadería. Ya se vislumbraba la Universidad Santa María asomándose en la distancia. Si hay un lugar más lindo en todo Chile, no lo conozco. Diez minutos más tarde, al llegar a la próxima esquina, la calle Valdés, recordé otra carta que recibí de un caballero que vivía en el sector, cerca del pasaje Vista Naves, recordándome la belleza de las antiguas construcciones tipo ligures que hay en el lugar, y preguntando si sabía que una vez hubo un ascensor allí.
Sí lo sabía. Minutos después llegamos al lugar donde fusilaron a Diego Portales. Cultura, arquitectura, historia. A las 9:10, Nico y yo regresamos, por fin, a la Avenida España. La señora Leticia tenía toda la razón. El caballero de las acelgas no sabe lo que se perdió. Este cerro es muy lindo.
sábado, 27 de junio de 2009
domingo, 21 de junio de 2009
Jardineando
Un jardín es una metáfora para muchas cosas. El pasar de las estaciones. Nuestra humildad frente a la naturaleza. El círculo de la vida.
No es casualidad que personajes transcendentales como Ghandi, Da Vinci, Copérnico, Newton, Whitman, King, Churchill, Mandela, etc., jardineaban en su tiempo libre.
Ahora podemos agregar otro nombre a esta lista: Barack Obama. El 20 de marzo se inauguró la primera “hortaliza orgánica” en la Casa Blanca.
El proyecto nació gracias a la pasión de Alice Waters, dueña del legendario “Chez Panisse” en Berkeley, California. Waters es una apasionada proponente de la alimentación sana. Tal filosofía parte con en el uso de frutas, verduras y carnes libres de pesticidas, hormonas y antibióticos. Pero Waters va más allá. Promueve romper la barrera entre quienes producen la comida y quienes la consumen. En su restaurante agrega valor a sus platos destacando los granjeros, panaderos, cafeteros y ganaderos que la proveen, todos amigos de ella.
Ha creado huertos en una docena de colegios. Allí enseña las virtudes de escoger y cocinar lo que uno come. “La manera en que hemos estado comiendo nos está enfermando”, dice. En tales colegios ha bajado sustancialmente la obesidad. Pero no es ideóloga; es bon vivant. Cuando un tomate es verdadero—sin pesticidas ni transgénicos—lo mira como Van Gogh miraba la noche estrellada. Cuando camina por las calles de Berkeley, sus vecinos la acechan: una señora le muestra una baguette de higo y nueces, un caballero le regala un choclo.
Otro admirador es Gavin Newsome, alcalde de San Francisco. Le propuso crear una “Feria de comida sana” frente al municipio. Asistieron 85 mil personas. A partir de ahí era un paso lógico la creación del huerto orgánico municipal, predecesor del de Obama.
Ya saben a dónde voy. Quiero un huerto municipal para Valparaíso, y lo veo instalado en la Plaza Cívica. Es más, propongo que cada domingo se realice una feria orgánica en el lugar. Pongamos al seremi de Agricultura, Hugo Yávar, a elaborar una lista de proveedores orgánicos regionales: frutas, verduras, quesos, aceites, vinos, mieles, etc. Que nos señalen a aquellos microempresarios que producen pollos, cerdos, ovinos, jabalíes, avestruces sin químicos ni hormonas.
El Director de Sercotec, Washington Cárdenas, puede encargar un plan de negocios para la feria. Debe ser una atracción turística por supuesto. Pero más importante aún es que sea un encuentro entre quien produce nuestra comida y quien la consume. Gracias a tal encuentro, aparecerían paulatinamente, opciones más saludables en nuestros almacenes, panaderías y restaurantes.
Sé que a poco andar la “Feria Orgánica de Valparaíso” se convertiría en un fenómeno nacional. Agregaría vida, color y humanidad a la ciudad patrimonial.
Según Alice Waters, “hay que aprender a cultivar un paisaje comestible. Es un símbolo poderoso que demuestra cómo custodiaremos la tierra, cómo alimentaremos a la nación”.
No es casualidad que personajes transcendentales como Ghandi, Da Vinci, Copérnico, Newton, Whitman, King, Churchill, Mandela, etc., jardineaban en su tiempo libre.
Ahora podemos agregar otro nombre a esta lista: Barack Obama. El 20 de marzo se inauguró la primera “hortaliza orgánica” en la Casa Blanca.
El proyecto nació gracias a la pasión de Alice Waters, dueña del legendario “Chez Panisse” en Berkeley, California. Waters es una apasionada proponente de la alimentación sana. Tal filosofía parte con en el uso de frutas, verduras y carnes libres de pesticidas, hormonas y antibióticos. Pero Waters va más allá. Promueve romper la barrera entre quienes producen la comida y quienes la consumen. En su restaurante agrega valor a sus platos destacando los granjeros, panaderos, cafeteros y ganaderos que la proveen, todos amigos de ella.
Ha creado huertos en una docena de colegios. Allí enseña las virtudes de escoger y cocinar lo que uno come. “La manera en que hemos estado comiendo nos está enfermando”, dice. En tales colegios ha bajado sustancialmente la obesidad. Pero no es ideóloga; es bon vivant. Cuando un tomate es verdadero—sin pesticidas ni transgénicos—lo mira como Van Gogh miraba la noche estrellada. Cuando camina por las calles de Berkeley, sus vecinos la acechan: una señora le muestra una baguette de higo y nueces, un caballero le regala un choclo.
Otro admirador es Gavin Newsome, alcalde de San Francisco. Le propuso crear una “Feria de comida sana” frente al municipio. Asistieron 85 mil personas. A partir de ahí era un paso lógico la creación del huerto orgánico municipal, predecesor del de Obama.
Ya saben a dónde voy. Quiero un huerto municipal para Valparaíso, y lo veo instalado en la Plaza Cívica. Es más, propongo que cada domingo se realice una feria orgánica en el lugar. Pongamos al seremi de Agricultura, Hugo Yávar, a elaborar una lista de proveedores orgánicos regionales: frutas, verduras, quesos, aceites, vinos, mieles, etc. Que nos señalen a aquellos microempresarios que producen pollos, cerdos, ovinos, jabalíes, avestruces sin químicos ni hormonas.
El Director de Sercotec, Washington Cárdenas, puede encargar un plan de negocios para la feria. Debe ser una atracción turística por supuesto. Pero más importante aún es que sea un encuentro entre quien produce nuestra comida y quien la consume. Gracias a tal encuentro, aparecerían paulatinamente, opciones más saludables en nuestros almacenes, panaderías y restaurantes.
Sé que a poco andar la “Feria Orgánica de Valparaíso” se convertiría en un fenómeno nacional. Agregaría vida, color y humanidad a la ciudad patrimonial.
Según Alice Waters, “hay que aprender a cultivar un paisaje comestible. Es un símbolo poderoso que demuestra cómo custodiaremos la tierra, cómo alimentaremos a la nación”.
sábado, 13 de junio de 2009
El sueño de los justos
Hace 7 años, Fundación Valparaíso y Eurochile se juntaron para crear el gran Sendero Bicentenario (SB) en Valparaíso.
En estos días, el departamento de turismo promovía 4 circuitos. El alcalde Pinto reconocía los defectos de tal sistema. Que faltaban recursos. Que no existía señalética. Que la folletería daba pena. Los turistas requerirían de un doctorado en cartografía para ubicarse. Es más, el sistema obligaba generar una marca distinta para cada ruta. ¿Lo peor de todo? Las rutas dejaron centenares de joyas fuera. Si personas de la Iglesia San Francisco o la Avenida Gran Bretaña reclamaban, la única respuesta era “hay que inventar otra ruta”. Caos total.
Así, cuando mostramos el boceto del SB al Alcalde Pinto, apareció una sonrisa de oreja a oreja. Se generaría una sola ruta que cubriría toda la ciudad, igual que Boston y San Francisco. Tendría más de 30 kilómetros de extensión. Partiría en Torpederas. Zigzaguearía por todos los cerros hasta llegar Cerro Esperanza, donde bajaría hasta la Caleta Portales para volver por el Paseo Wheelwright, el plan, y Avenida Altamirano. Se dividiría en 15 etapas que se podía caminar en 90 minutos cada uno. Habría una sola marca, una sola señalética, una sola folletería.
Antes, si alguien tenía un restaurant en Cerro Florida o un B & B en Cerro La Cruz, estaban abandonados a su suerte. Ahora, estarían en la misma ruta del Paseo Gervasoni o el Paseo 21 de Mayo. “Hostal la Payita, en Cerro Lecheros, a pasos del kilometro 17 del Sendero Bicentenario.”
El proyecto postuló el Fondo de Desarrollo e Innovación (FDI) de la CORFO. Ganó. Constituimos una mesa de trabajo con los directores de turismo y patrimonio, la dirección regional de Sernatur, y una docena de académicos y otras autoridades.
Se trazó una ruta que incluía todos los monumentos nacionales. Es más, introducíamos un sinnúmero de joyas totalmente desconocidas—pasajes, iglesias, cites, conventillos. Cuando se lanzó el texto oficial, en inglés y español, escrita por Manuel Peña y asesorado por el Premio Nacional Alfonso Calderón y quien escribe, el Intendente Guastavino dijo: “Este libro debe ser lectura obligatoria para todos los porteños.” Se llamó a concurso nacional para desarrollar la marca y la señalética.
Con las platas CORFO, se alcanzó a hacer todo esto. Se publicó el libro con 150 imágenes. Se creó un hermoso sitio web. Hasta se instaló señalética en 2 secciones. Se capacitó un centenar de pymes y guías. El Intendente Marcos Núñez se comprometió a financiar la señalética que faltaba. Luego, se recibió un respaldo similar de Luis Guastavino.
Todo bien hasta que cambió el alcalde. En 4 años, Don Aldo Cornejo no me recibió una sola vez. Fuentes dentro del municipio me explicaban: “El Alcalde quiere hacer borrón y cuenta nueva”. En su defensa, contrató buenos profesionales en turismo. Pero estos mismos, cuando les tocaba viajar a ferias internacionales, me pedían copias de la guía del SB. “Es la mejor que hay”, me decían.
En estos días, el departamento de turismo promovía 4 circuitos. El alcalde Pinto reconocía los defectos de tal sistema. Que faltaban recursos. Que no existía señalética. Que la folletería daba pena. Los turistas requerirían de un doctorado en cartografía para ubicarse. Es más, el sistema obligaba generar una marca distinta para cada ruta. ¿Lo peor de todo? Las rutas dejaron centenares de joyas fuera. Si personas de la Iglesia San Francisco o la Avenida Gran Bretaña reclamaban, la única respuesta era “hay que inventar otra ruta”. Caos total.
Así, cuando mostramos el boceto del SB al Alcalde Pinto, apareció una sonrisa de oreja a oreja. Se generaría una sola ruta que cubriría toda la ciudad, igual que Boston y San Francisco. Tendría más de 30 kilómetros de extensión. Partiría en Torpederas. Zigzaguearía por todos los cerros hasta llegar Cerro Esperanza, donde bajaría hasta la Caleta Portales para volver por el Paseo Wheelwright, el plan, y Avenida Altamirano. Se dividiría en 15 etapas que se podía caminar en 90 minutos cada uno. Habría una sola marca, una sola señalética, una sola folletería.
Antes, si alguien tenía un restaurant en Cerro Florida o un B & B en Cerro La Cruz, estaban abandonados a su suerte. Ahora, estarían en la misma ruta del Paseo Gervasoni o el Paseo 21 de Mayo. “Hostal la Payita, en Cerro Lecheros, a pasos del kilometro 17 del Sendero Bicentenario.”
El proyecto postuló el Fondo de Desarrollo e Innovación (FDI) de la CORFO. Ganó. Constituimos una mesa de trabajo con los directores de turismo y patrimonio, la dirección regional de Sernatur, y una docena de académicos y otras autoridades.
Se trazó una ruta que incluía todos los monumentos nacionales. Es más, introducíamos un sinnúmero de joyas totalmente desconocidas—pasajes, iglesias, cites, conventillos. Cuando se lanzó el texto oficial, en inglés y español, escrita por Manuel Peña y asesorado por el Premio Nacional Alfonso Calderón y quien escribe, el Intendente Guastavino dijo: “Este libro debe ser lectura obligatoria para todos los porteños.” Se llamó a concurso nacional para desarrollar la marca y la señalética.
Con las platas CORFO, se alcanzó a hacer todo esto. Se publicó el libro con 150 imágenes. Se creó un hermoso sitio web. Hasta se instaló señalética en 2 secciones. Se capacitó un centenar de pymes y guías. El Intendente Marcos Núñez se comprometió a financiar la señalética que faltaba. Luego, se recibió un respaldo similar de Luis Guastavino.
Todo bien hasta que cambió el alcalde. En 4 años, Don Aldo Cornejo no me recibió una sola vez. Fuentes dentro del municipio me explicaban: “El Alcalde quiere hacer borrón y cuenta nueva”. En su defensa, contrató buenos profesionales en turismo. Pero estos mismos, cuando les tocaba viajar a ferias internacionales, me pedían copias de la guía del SB. “Es la mejor que hay”, me decían.
lunes, 1 de junio de 2009
Monumentos a la soledad y la melancolia
Existe un centenar de edificios porteños que sufren una patología conocida. Nacieron bellos, pero el dueño falleció. ¿Los herederos? No están. O se pelearon. Paulatinamente, los inmuebles se fueron repartiendo en docenas de roles distintos.
Un vecino coloca una calamina de onda chica, otro una plancha de zinc cuadrado. Don Pepe instala ventanas de 2x3 con marco de fierro; la señora Gloria, quien tiene un sobrino regalón en la marina mercante, se inspira a colocar ventanas redondas tipo barco. De la misma manera van alterándose puertas, rejas y balcones. 30 años después, se requiere de un experto en arqueología urbana para detectar que, allí, escondido debajo de tal mosaico de calaminas torcidas, había una vez un inmueble noble y hermoso.
Cuelgan de los cerros. Enmarcan las quebradas. Todos los días, camino a mi casa en el cerro San Juan de Dios, veo un par de dichos inmuebles que dominan el paisaje debajo de la calle Dinamarca en el cerro Panteón. Sé que los has visto.
El gobierno ha hecho un interesante esfuerzo en Valparaíso. Pero ni los subsidios MINVU ni los aportes CORFO se aplican aquí. Hay demasiados roles. ¿Qué inversionista va a negociar con 20 vecinos distintos? Tampoco pueden hacerlo los propios vecinos. Tendrían que ponerse de acuerdo los 20. Imposible. Allí están, nuestros monumentos, pudriéndose cada día.
Uno de los primeros proyectos de la Fundación Valparaíso, en 1998, fue recuperar 3 inmuebles de este tipo. Decían que éramos locos. "¿Por qué invertir en hermosear inmuebles que no son tuyos?", nos preguntaron. "¿Cuál es el gato encerrado?"
Solo queríamos mostrar que, con creatividad, se puede. Intuíamos que, invirtiendo en un par de edificios emblemáticos, podíamos cambiar la fisonomía de la ciudad.
Los inmuebles escogidos se ubicaban en el sector del Museo a Cielo Abierto. El proyecto arquitectónico estuvo a cargo de Marcela Hurtado, Nina Hormazábal y Eduardo Emperanza. Participaron 23 familias y una treintena de obreros. Los días viernes, la señora Sofía, una de las vecinas, preparaba empanadas.
Una vez recuperadas las estructuras, invitamos a 81 alumnos de diseño de la Universidad de Valparaíso a competir para hacer un proyecto de colores. Se dividieron en 32 grupos. Un jurado redujo sus propuestas a 3 finalistas. Los vecinos escogieron al ganador.
La pintura fue donada por Tricolor. Un grupo de universitarios de intercambio de EE.UU se ofreció a pintar. ¿El precio del proyecto? Aproximadamente 100 millones de pesos.
Once años después, las casas pintadas del Museo a Cielo Abierto han dado la vuelta al mundo. Aparecen en postales y guías turísticas. La municipalidad coloca su imagen en letreros y campañas internacionales. Plata bien gastada.
Valparaíso es una ciudad diferente. Requiere soluciones diferentes. Así, pongámonos las pilas. Inventemos un instrumento que nos permita transformar, con la ayuda de todos, nuestros monumentos a la soledad y la melancolía
Un vecino coloca una calamina de onda chica, otro una plancha de zinc cuadrado. Don Pepe instala ventanas de 2x3 con marco de fierro; la señora Gloria, quien tiene un sobrino regalón en la marina mercante, se inspira a colocar ventanas redondas tipo barco. De la misma manera van alterándose puertas, rejas y balcones. 30 años después, se requiere de un experto en arqueología urbana para detectar que, allí, escondido debajo de tal mosaico de calaminas torcidas, había una vez un inmueble noble y hermoso.
Cuelgan de los cerros. Enmarcan las quebradas. Todos los días, camino a mi casa en el cerro San Juan de Dios, veo un par de dichos inmuebles que dominan el paisaje debajo de la calle Dinamarca en el cerro Panteón. Sé que los has visto.
El gobierno ha hecho un interesante esfuerzo en Valparaíso. Pero ni los subsidios MINVU ni los aportes CORFO se aplican aquí. Hay demasiados roles. ¿Qué inversionista va a negociar con 20 vecinos distintos? Tampoco pueden hacerlo los propios vecinos. Tendrían que ponerse de acuerdo los 20. Imposible. Allí están, nuestros monumentos, pudriéndose cada día.
Uno de los primeros proyectos de la Fundación Valparaíso, en 1998, fue recuperar 3 inmuebles de este tipo. Decían que éramos locos. "¿Por qué invertir en hermosear inmuebles que no son tuyos?", nos preguntaron. "¿Cuál es el gato encerrado?"
Solo queríamos mostrar que, con creatividad, se puede. Intuíamos que, invirtiendo en un par de edificios emblemáticos, podíamos cambiar la fisonomía de la ciudad.
Los inmuebles escogidos se ubicaban en el sector del Museo a Cielo Abierto. El proyecto arquitectónico estuvo a cargo de Marcela Hurtado, Nina Hormazábal y Eduardo Emperanza. Participaron 23 familias y una treintena de obreros. Los días viernes, la señora Sofía, una de las vecinas, preparaba empanadas.
Una vez recuperadas las estructuras, invitamos a 81 alumnos de diseño de la Universidad de Valparaíso a competir para hacer un proyecto de colores. Se dividieron en 32 grupos. Un jurado redujo sus propuestas a 3 finalistas. Los vecinos escogieron al ganador.
La pintura fue donada por Tricolor. Un grupo de universitarios de intercambio de EE.UU se ofreció a pintar. ¿El precio del proyecto? Aproximadamente 100 millones de pesos.
Once años después, las casas pintadas del Museo a Cielo Abierto han dado la vuelta al mundo. Aparecen en postales y guías turísticas. La municipalidad coloca su imagen en letreros y campañas internacionales. Plata bien gastada.
Valparaíso es una ciudad diferente. Requiere soluciones diferentes. Así, pongámonos las pilas. Inventemos un instrumento que nos permita transformar, con la ayuda de todos, nuestros monumentos a la soledad y la melancolía
sábado, 2 de mayo de 2009
La oscuridad que nos rodea

El poeta estadounidense William Stafford (1914-1993) era famoso por muchas cosas, entre ellas por ser muy prolífico. “Escribo un poema todos los días”, solía a decir. “¿Y qué pasa si te levantas con migraña, de malas pulgas, o ganas de morir?” le preguntaron una vez. “Fácil”, contestó, “este día bajo mis expectativas”.
Es que hay días y días. Aún en Valparaíso.
Amo tanto a esta ciudad que 9 días en 10 no me afecta que me rayen el auto, dejen un grafiti en mi portón, o se roben mi contenedor de basura—como pasó hace 5 días. Podría ser peor. Podría vivir en Santiago. Pero siempre hay un décimo día, como miércoles. Tomaba mi café y hojeaba mi matutino. De repente veo que, después de ser gobernado 4 años por un alcalde que almorzaba semana por medio con la Presidenta en el Cerro Castillo, después de haber liquidado el ciclodromo y el Parque Quintil, la deuda de nuestra ciudad no bajó. Subió. Casi en diez mil millones.
Hay tantas personas que “se la juegan” por esta ciudad. Vienen desde los 5 continentes y de cada rincón de Chile. Llegan, parten de cero, y dejan sudor y lágrimas. A veces este país no ha estado a la altura de esta gente.
Minutos después me encuentro con una señora en el banco. “Qué maravilla sobre Valparaíso va a escribir este semana,” me pregunta. “No sé”, le dije. ¿Qué iba a decir? ¿Qué en este momento tenía ganas de mandar todo a la cresta?
Pero justo me vino a la mente un verso de William Stafford: “Si tú no sabes la persona que soy/ y yo no sé la persona que tú eres/ un patrón hecho por otros prevalecerá en el mundo/ y siguiendo el Dios equivocado a casa perderemos nuestra estrella”.
Pensé en la señora y me di cuenta: Valparaíso no morirá. Aunque el país nos mantenga en el abandono absoluto, Valparaíso no morirá. No morirá porque esta ciudad se conoce a sí misma. No morirá por la inmensa humanidad que tiene.
Lo cual me recuerda otra cosa notable de William Stafford: su humildad. Una amiga editaba una revista para alumnos del pre-grado de una pequeña universidad. Eran 50 hojas fotocopiadas y corcheteadas. Un día William Stafford vino a recibir un doctorado “Honoris Causa”. Mi amiga escuchó su clase magistral y se quedó hasta que firmara el último libro. Después, se lo acercó tímidamente. Le mostró su pequeña revista y le invitó a publicar algunos poemas allí. Stafford la miró con sus ojos inmensos. “Señorita, no ando con ningún poema nuevo. Déjame sus datos y le mandaré algo cuando termine mi gira y regrese a Oregón.”
Sus amigos la aseguraban, “Jamás te escribirá”. Pero 3 semanas después, apareció un sobre en su casilla postal. Tenía 5 poemas inéditos de William Stafford y una nota escrita a mano: “Señorita, sé que todas las revistas tienen estandartes de calidad. Si estos poemas no le satisfacen te mandaré 5 más.”
Así, les dejo con otro verso de William Stafford: “Es importante que las personas despiertas se mantengan así/ la oscuridad que nos rodea es
profunda.”
Es que hay días y días. Aún en Valparaíso.
Amo tanto a esta ciudad que 9 días en 10 no me afecta que me rayen el auto, dejen un grafiti en mi portón, o se roben mi contenedor de basura—como pasó hace 5 días. Podría ser peor. Podría vivir en Santiago. Pero siempre hay un décimo día, como miércoles. Tomaba mi café y hojeaba mi matutino. De repente veo que, después de ser gobernado 4 años por un alcalde que almorzaba semana por medio con la Presidenta en el Cerro Castillo, después de haber liquidado el ciclodromo y el Parque Quintil, la deuda de nuestra ciudad no bajó. Subió. Casi en diez mil millones.
Hay tantas personas que “se la juegan” por esta ciudad. Vienen desde los 5 continentes y de cada rincón de Chile. Llegan, parten de cero, y dejan sudor y lágrimas. A veces este país no ha estado a la altura de esta gente.
Minutos después me encuentro con una señora en el banco. “Qué maravilla sobre Valparaíso va a escribir este semana,” me pregunta. “No sé”, le dije. ¿Qué iba a decir? ¿Qué en este momento tenía ganas de mandar todo a la cresta?
Pero justo me vino a la mente un verso de William Stafford: “Si tú no sabes la persona que soy/ y yo no sé la persona que tú eres/ un patrón hecho por otros prevalecerá en el mundo/ y siguiendo el Dios equivocado a casa perderemos nuestra estrella”.
Pensé en la señora y me di cuenta: Valparaíso no morirá. Aunque el país nos mantenga en el abandono absoluto, Valparaíso no morirá. No morirá porque esta ciudad se conoce a sí misma. No morirá por la inmensa humanidad que tiene.
Lo cual me recuerda otra cosa notable de William Stafford: su humildad. Una amiga editaba una revista para alumnos del pre-grado de una pequeña universidad. Eran 50 hojas fotocopiadas y corcheteadas. Un día William Stafford vino a recibir un doctorado “Honoris Causa”. Mi amiga escuchó su clase magistral y se quedó hasta que firmara el último libro. Después, se lo acercó tímidamente. Le mostró su pequeña revista y le invitó a publicar algunos poemas allí. Stafford la miró con sus ojos inmensos. “Señorita, no ando con ningún poema nuevo. Déjame sus datos y le mandaré algo cuando termine mi gira y regrese a Oregón.”
Sus amigos la aseguraban, “Jamás te escribirá”. Pero 3 semanas después, apareció un sobre en su casilla postal. Tenía 5 poemas inéditos de William Stafford y una nota escrita a mano: “Señorita, sé que todas las revistas tienen estandartes de calidad. Si estos poemas no le satisfacen te mandaré 5 más.”
Así, les dejo con otro verso de William Stafford: “Es importante que las personas despiertas se mantengan así/ la oscuridad que nos rodea es

domingo, 19 de abril de 2009
De que hablamos cuando hablamos de Valparaíso
Un nuevo estudio gringo confirma lo que ya intuíamos: La mayoría de los personajes públicos sufren algún grado de narcisismo. Para validar su hipótesis, los sicólogos aplicaron un conocido test sobre la materia a actores, políticos, artistas, escritores, etc. Después, compararon los resultados contra aquellos sacados de personas “normales”. Los resultados fueron abrumadores.
Que los poetas sean incluidos en tal ignominiosa lista no sorprendió a mi señora. Me ama y me tolera. Pero sabe que, cuando de narcicismo se trata, el único Temkin que me hace peso es Mischa, nuestro gatito siamés. Basta ver que tenemos visita y este último salta a la mesa y empieza su rutina, “las 5 poses de los dioses egipcios”. No se detiene hasta que la conversación se centra en él. De tal palo tal astilla. Por lo menos Mischa puede morir en paz sabiendo que jamás se ha buscado en Google.
En mi defensa, sugiero que el narcicismo no solamente aflige a las personas. También caracteriza a ciertas ciudades. Los Neoyorkinos, por ejemplo. No los soporto. Mi mamá aún recuerda a cierta dama de Manhattan que le expresó su asombro al enterrarse que había una carretera que conecta Milwaukee, que tiene un millón y medio de habitantes, con Chicago, que tiene seis. “Por lo menos no te preguntó si tenemos luz y agua”, le dije.
Los de San Francisco no son mejores. Estos sí saben que hay otras ciudades. Sólo no creen que sea necesario bajar del Olimpo a conocerlas. “¿Has visto el atardecer sobre el Golden Gate?”, te preguntan. Que sea cierto no te da licencia a ser pedante. Así, tampoco los soporto.
Sobre el narcicismo parisino se ha escrito bastante. Y lo de otras ciudades también, lo cual me hace reflexionar: ¿existe algún narcismo porteño?, y si hay, ¿cómo se manifiesta?
Personalmente, creo que este aún está en formación. Para ser narcisista, hay que creerse el centro del Universo, como Mischa. El Puerto tiene gente narcisista, por cierto. Por ejemplo, están los empresarios gastronómicos que te dicen: “tal vez te tengo una mesa para 4 el 23 de abril. Pero en 2011”.
Aun así, Valparaíso, como ciudad, no cree su propio cuento. Ojalá que lo creyera.
Lo que sí hay son muchos incapaces de abstraerse de su propia Valparaíso. Es un narcicismo menos encantador, más peligroso. Vivir en una ciudad que tiene mil interpretaciones sería una virtud en cualquier parte. Pero, aquí, por alguna razón, siempre llegamos a combos.
Lo cual nos desemboca en el título de hoy, un “homenaje” a un cuento del gran Raymond Carver, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Cuatro personajes pasan una tarde conversando. Hay 2 botellas de Gin. Cada uno cuenta una experiencia que, se supone, ejemplifica el amor. Pero las historias sugieren más dudas que respuestas. A lo largo, se empieza a sospechar que ninguno de los cuatro sabe. Las botellas se vacían y el sol se pone. El cuento termina con los 4 personajes a oscuras.
Que los poetas sean incluidos en tal ignominiosa lista no sorprendió a mi señora. Me ama y me tolera. Pero sabe que, cuando de narcicismo se trata, el único Temkin que me hace peso es Mischa, nuestro gatito siamés. Basta ver que tenemos visita y este último salta a la mesa y empieza su rutina, “las 5 poses de los dioses egipcios”. No se detiene hasta que la conversación se centra en él. De tal palo tal astilla. Por lo menos Mischa puede morir en paz sabiendo que jamás se ha buscado en Google.
En mi defensa, sugiero que el narcicismo no solamente aflige a las personas. También caracteriza a ciertas ciudades. Los Neoyorkinos, por ejemplo. No los soporto. Mi mamá aún recuerda a cierta dama de Manhattan que le expresó su asombro al enterrarse que había una carretera que conecta Milwaukee, que tiene un millón y medio de habitantes, con Chicago, que tiene seis. “Por lo menos no te preguntó si tenemos luz y agua”, le dije.
Los de San Francisco no son mejores. Estos sí saben que hay otras ciudades. Sólo no creen que sea necesario bajar del Olimpo a conocerlas. “¿Has visto el atardecer sobre el Golden Gate?”, te preguntan. Que sea cierto no te da licencia a ser pedante. Así, tampoco los soporto.
Sobre el narcicismo parisino se ha escrito bastante. Y lo de otras ciudades también, lo cual me hace reflexionar: ¿existe algún narcismo porteño?, y si hay, ¿cómo se manifiesta?
Personalmente, creo que este aún está en formación. Para ser narcisista, hay que creerse el centro del Universo, como Mischa. El Puerto tiene gente narcisista, por cierto. Por ejemplo, están los empresarios gastronómicos que te dicen: “tal vez te tengo una mesa para 4 el 23 de abril. Pero en 2011”.
Aun así, Valparaíso, como ciudad, no cree su propio cuento. Ojalá que lo creyera.
Lo que sí hay son muchos incapaces de abstraerse de su propia Valparaíso. Es un narcicismo menos encantador, más peligroso. Vivir en una ciudad que tiene mil interpretaciones sería una virtud en cualquier parte. Pero, aquí, por alguna razón, siempre llegamos a combos.
Lo cual nos desemboca en el título de hoy, un “homenaje” a un cuento del gran Raymond Carver, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”. Cuatro personajes pasan una tarde conversando. Hay 2 botellas de Gin. Cada uno cuenta una experiencia que, se supone, ejemplifica el amor. Pero las historias sugieren más dudas que respuestas. A lo largo, se empieza a sospechar que ninguno de los cuatro sabe. Las botellas se vacían y el sol se pone. El cuento termina con los 4 personajes a oscuras.
domingo, 12 de abril de 2009
Otra vez el apocalipsis
En 1997, el Gobierno preparaba las licitaciones portuarias. Después de un exhaustivo análisis, optó por un sistema mono-operador. Se anunció el fin de mundo. Se tomaron el congreso. Colapsó la Avenida Pedro Montt. Día por medio, La Avenida Errazurriz amanecía debajo del humo de neumáticos quemados. “El Puerto”, decían, “morirá”.
Pero el Gobierno no pestañeó y, en ’99, un nuevo operador, TPS, asumió el control del Terminal 1. El concesionario adelantó sus inversiones. Llegaron 2 grúas pórtico y después 2 más. En 2004, vino una gestión que cambiaría la historia de Valparaíso, causando, a su vez, un terremoto en el mapa portuario nacional. Dos gigantescos armadores, MSC y Hamburg Sud, anunciaron que dejarían a San Antonio en favor de Valparaíso. De un pincelazo, Valparaíso sumaría más de 100 recaladas nuevas al año. El crecimiento del Puerto de Valparaíso duplicaría la tasa nacional. Hoy, lejos de “morir”, Valparaíso supera a San Antonio en contenedores movilizados. Es un verdadero milagro.
¿Y cómo se ha portado nuestro concesionario como ciudadano patrimonial?
Subsidia 15 colegios municipalizados. Entrega una impresionante cantidad de becas de educación superior a los hijos de portuarios. Está presente en todas las actividades deportivas. Ayudó a recuperar el Teatro Deutsches Haus en el Cerro Concepción. Ha financiado “La Pérgola de las Flores”, la “Opera en el Mar” y otros proyectos importantes. Cuando el Wanderito tocó suelo, se la jugó para levantarlo.
¿Y que pasa con aquellas personas que anunciaban el apocalipsis? ¿Acaso alguno ha dicho “me equivoque”? Ni uno. Dos años después de la “guerra portuaria” estaban en otra. Ya tenían otro “leitmotiv”: evitar a todo costo que se levantara un pequeño Santa Isabel cerca de la Iglesia de la Matriz.
Otra vez, la sangre llegó al río. Se anunciaba que, por culpa de dicho proyecto, moriría el Barrio Puerto. Reclamaban, “El historicismo falso transformaría a Valparaíso en una Disneylandia patrimonial”. Insistían, “Si se aprueba, ES SEGURO que la UNESCO le quitaría a Valparaíso su título patrimonial”.
Allí esta, hace 2 años, el pequeño supermercado. Ninguna de las “7 plagas de Egipto” nos ha caído. ¿Y sus detractores? Ni una palabra. Ya estaban en otra. Venía otro apocalipsis en el horizonte: Puerto Barón (PB).
Está bien. Hay que luchar por sus valores. Lo aplaudo. Pero si quieren mi respeto, hay que ser capaz de reconocer los errores. Hay que saber ganar y hay que saber perder.
TPS supo ganar con humildad. Entendió la importancia de hacer la ciudad “socia” de sus éxitos. En mi opinion, esto será el principal desafío del Grupo Plaza. Con PB, no bastará alcanzar a las expectativas. Hay que superarlas. Debe ser bello. Sus espacios públicos deben inspirar e invitar. Hay que redoblar la infraestructura cultural. Esta debe deleitarnos con alegría y arte.
Con buenas obras ganarán la confianza de 90% de la ciudad. ¿El 10% que falta?
No se preocupen. Encontrarán otro apocalipsis en el camino.
Pero el Gobierno no pestañeó y, en ’99, un nuevo operador, TPS, asumió el control del Terminal 1. El concesionario adelantó sus inversiones. Llegaron 2 grúas pórtico y después 2 más. En 2004, vino una gestión que cambiaría la historia de Valparaíso, causando, a su vez, un terremoto en el mapa portuario nacional. Dos gigantescos armadores, MSC y Hamburg Sud, anunciaron que dejarían a San Antonio en favor de Valparaíso. De un pincelazo, Valparaíso sumaría más de 100 recaladas nuevas al año. El crecimiento del Puerto de Valparaíso duplicaría la tasa nacional. Hoy, lejos de “morir”, Valparaíso supera a San Antonio en contenedores movilizados. Es un verdadero milagro.
¿Y cómo se ha portado nuestro concesionario como ciudadano patrimonial?
Subsidia 15 colegios municipalizados. Entrega una impresionante cantidad de becas de educación superior a los hijos de portuarios. Está presente en todas las actividades deportivas. Ayudó a recuperar el Teatro Deutsches Haus en el Cerro Concepción. Ha financiado “La Pérgola de las Flores”, la “Opera en el Mar” y otros proyectos importantes. Cuando el Wanderito tocó suelo, se la jugó para levantarlo.
¿Y que pasa con aquellas personas que anunciaban el apocalipsis? ¿Acaso alguno ha dicho “me equivoque”? Ni uno. Dos años después de la “guerra portuaria” estaban en otra. Ya tenían otro “leitmotiv”: evitar a todo costo que se levantara un pequeño Santa Isabel cerca de la Iglesia de la Matriz.
Otra vez, la sangre llegó al río. Se anunciaba que, por culpa de dicho proyecto, moriría el Barrio Puerto. Reclamaban, “El historicismo falso transformaría a Valparaíso en una Disneylandia patrimonial”. Insistían, “Si se aprueba, ES SEGURO que la UNESCO le quitaría a Valparaíso su título patrimonial”.
Allí esta, hace 2 años, el pequeño supermercado. Ninguna de las “7 plagas de Egipto” nos ha caído. ¿Y sus detractores? Ni una palabra. Ya estaban en otra. Venía otro apocalipsis en el horizonte: Puerto Barón (PB).
Está bien. Hay que luchar por sus valores. Lo aplaudo. Pero si quieren mi respeto, hay que ser capaz de reconocer los errores. Hay que saber ganar y hay que saber perder.
TPS supo ganar con humildad. Entendió la importancia de hacer la ciudad “socia” de sus éxitos. En mi opinion, esto será el principal desafío del Grupo Plaza. Con PB, no bastará alcanzar a las expectativas. Hay que superarlas. Debe ser bello. Sus espacios públicos deben inspirar e invitar. Hay que redoblar la infraestructura cultural. Esta debe deleitarnos con alegría y arte.
Con buenas obras ganarán la confianza de 90% de la ciudad. ¿El 10% que falta?
No se preocupen. Encontrarán otro apocalipsis en el camino.
domingo, 5 de abril de 2009
Dios salve a Juanito
“Juanito” ama a Valparaíso. Apuesta por él y tiene un sueño, así que desarrolla un proyecto y va por conseguir financiamiento.
Presenta su joyita al alcalde. Al alcalde le encanta y deriva a Juanito al Departamento de Obras. Este pide el visto bueno de Patrimonio. Patrimonio hace un par de observaciones. “Encantado”, dice Juanito. “Lo que sea por el bien de mi ciudad”.
Una vez acogidas las observaciones de los departamentos de Obras y Patrimonio, Juanito lleva su carpeta al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). Este es un cuerpo colegiado, compuesto por individuos con criterios heterogéneos. Así, a Juanito le espera un contencioso debate. Tras varios meses e innumerables votaciones postergadas, el proyecto sale aprobado: 7 votos a favor, 5 en contra, una abstención. Pero le piden 2 cambios más.
No importa, dice Juanito. “Estoy herido, pero vivo”. Ahora viene el Concejo Municipal.
El pobre Juanito no tiene idea la pesadilla que le viene encima. ¿Por qué? Tanta discusión en el CMN ha despertado el interés de los “poderes fácticos”. Estos son grupos “ciudadanos” que se auto imponen la responsabilidad de hablar en nombre del resto.
Reconozco que soy amigo de varios de ellos. Son apasionados, cultos, interesantes. Manejan al dedillo el tema de Valparaíso. Tomar un capuchino con cualquiera es fascinante. ¿Pero si alguno de estos grupos decide que, por a, b, o c razón, el proyecto de Juanito no es de su gusto?
Que Dios salve a Juanito.
Los poderes fácticos tirarán un par de abogados “pro bono” encima. Harán una campaña en los diarios. Denunciarán sus intenciones; lo acusarán de trabajar de espaldas de la comunidad. Enturbiarán el ambiente.
A esta altura, la única esperanza que tiene nuestro amigo es que el Concejo Municipal apruebe su proyecto en primera instancia. Lamentablemente, cuando aparecen los poderes fácticos, la posibilidad de que esto ocurra disminuye sustancialmente.
El Concejo Municipal pide informar y, basado en dichos informes, que se demoran 5 meses, solicita 3 cambios al proyecto. A esta altura, Juanito se pregunta si no sería mejor llevar su joyita a Caleta Tortel o Panguipulli. Pero ama a Valparaíso, así que sigue adelante.
Incorpora las 3 observaciones solicitadas por el Concejo Municipal y asume, ingenuamente, que con esto se acabó el trámite. Pobre Juanito. No sabe que los poderes fácticos han mandado un informe técnico a 3 miembros del CMN que ellos consideran “influenciables”. Dicho oficio reclama: “el proyecto original ha sufrido tantos cambios que ya no corresponde al proyecto aprobado por Uds.” Si el CMN acoge esta idea, puede que Juanito tenga que volver a foja cero.
En 1999, Gonzalo Rojas, flamante Premio Cervantes, dijo: “No basta con amar a Valparaíso; hay que merecerlo”. ¿Pero qué pasa con Juanito? No le bastó amarlo ni merecerlo.
Dios salve a Juanito.
Presenta su joyita al alcalde. Al alcalde le encanta y deriva a Juanito al Departamento de Obras. Este pide el visto bueno de Patrimonio. Patrimonio hace un par de observaciones. “Encantado”, dice Juanito. “Lo que sea por el bien de mi ciudad”.
Una vez acogidas las observaciones de los departamentos de Obras y Patrimonio, Juanito lleva su carpeta al Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). Este es un cuerpo colegiado, compuesto por individuos con criterios heterogéneos. Así, a Juanito le espera un contencioso debate. Tras varios meses e innumerables votaciones postergadas, el proyecto sale aprobado: 7 votos a favor, 5 en contra, una abstención. Pero le piden 2 cambios más.
No importa, dice Juanito. “Estoy herido, pero vivo”. Ahora viene el Concejo Municipal.
El pobre Juanito no tiene idea la pesadilla que le viene encima. ¿Por qué? Tanta discusión en el CMN ha despertado el interés de los “poderes fácticos”. Estos son grupos “ciudadanos” que se auto imponen la responsabilidad de hablar en nombre del resto.
Reconozco que soy amigo de varios de ellos. Son apasionados, cultos, interesantes. Manejan al dedillo el tema de Valparaíso. Tomar un capuchino con cualquiera es fascinante. ¿Pero si alguno de estos grupos decide que, por a, b, o c razón, el proyecto de Juanito no es de su gusto?
Que Dios salve a Juanito.
Los poderes fácticos tirarán un par de abogados “pro bono” encima. Harán una campaña en los diarios. Denunciarán sus intenciones; lo acusarán de trabajar de espaldas de la comunidad. Enturbiarán el ambiente.
A esta altura, la única esperanza que tiene nuestro amigo es que el Concejo Municipal apruebe su proyecto en primera instancia. Lamentablemente, cuando aparecen los poderes fácticos, la posibilidad de que esto ocurra disminuye sustancialmente.
El Concejo Municipal pide informar y, basado en dichos informes, que se demoran 5 meses, solicita 3 cambios al proyecto. A esta altura, Juanito se pregunta si no sería mejor llevar su joyita a Caleta Tortel o Panguipulli. Pero ama a Valparaíso, así que sigue adelante.
Incorpora las 3 observaciones solicitadas por el Concejo Municipal y asume, ingenuamente, que con esto se acabó el trámite. Pobre Juanito. No sabe que los poderes fácticos han mandado un informe técnico a 3 miembros del CMN que ellos consideran “influenciables”. Dicho oficio reclama: “el proyecto original ha sufrido tantos cambios que ya no corresponde al proyecto aprobado por Uds.” Si el CMN acoge esta idea, puede que Juanito tenga que volver a foja cero.
En 1999, Gonzalo Rojas, flamante Premio Cervantes, dijo: “No basta con amar a Valparaíso; hay que merecerlo”. ¿Pero qué pasa con Juanito? No le bastó amarlo ni merecerlo.
Dios salve a Juanito.
sábado, 28 de marzo de 2009
Las águilas no comen maíz

En el pueblo navajo se cuenta la siguiente leyenda: Un bravo, hijo del cacique, parte a escalar los altos acantilados del desierto. Allí, en la cumbre de una gigantesca roca, encuentra un nido de águilas. ¿Adentro? Un huevo.
Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.
Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.
Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.
Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?
La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.
Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?
Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.
Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.
Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.
Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.
Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.
Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.
Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.
Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.
Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?
La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.
Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?
Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.
Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.
Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.
Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.
Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.
domingo, 22 de marzo de 2009
Un gringo màs, un gringo menos
Durante una soleada tarde de 2000, El Presidente Lagos subió a un improvisado podio rodeado por 2 mil porteños en el sector del espigón. Prometió apoyar con todo la postulación ante la UNESCO. Se explayó sobre el proyecto Merval. Adelantó la recuperación de la Avenida Altamirano y el Paseo Wheelwright. Finalmente, miró hacía el sector Barón y extendió su famoso dedo. Argumentó que si Barcelona, Buenos Aires, Baltimore y Ciudad de Cabo podían reinventar sus bordes costeros, ¿por qué no podía hacerlo Valparaíso? Prometió que antes de terminar su mandato, Valparaíso se reencontraría con el mar en el sector Barón. El público aplaudió a rabiar.
La EPV licitó el Plan Maestro. El consorcio ganador trabajó con autoridades ministeriales y municipales. Convocó “focus groups” con gremios, ONGs, juntas vecinales y ciudadanos. Se debatió sobre las alturas, los posibles usos, la inclusión o no de viviendas, si valía la pena o no recuperar la bodega Simón Bolívar, etc. Al fin, se entregó un Plan Maestro.
La EPV recibió el estudio e hizo algunas modificaciones. Al fin se preparó una licitación, que fue postergada una y otra vez.
Termina Lagos. Entra Bachelet. Por fin se licita. La Presidenta, acompañada por el alcalde Cornejo, anuncia a los ganadores: el Grupo Plaza. No habría rascacielos. Sí habría comercio, hotel, paseos, plazas y explanadas. Se prometió 2.500 puestos de trabajo. Puros aplausos y abrazos.
¿El problema? Se había tardado 6 años en diseñar y licitar la transformación más ambiciosa de los últimos 50 años en Valparaíso. En el entretanto, la dinámica había cambiado. Atrás quedaba la ciudad “unida” tras la postulación UNESCO. En su lugar quedó un complejo mosaico de agrupaciones con ideologías cruzadas. Hoy, cada vez que se intenta mover una piedra en el Puerto aparecen 3 grupos para defenderla.
Mientras la convivencia porteña se volvía cada vez más hostil, veíamos a Aldo Cornejo absolutamente sobrepasado. Su discurso sobre Puerto Barón (PB) se hundía en un mar de matices. Al fin, nadie supo si estaba a favor o en contra. Así, nadie se sorprendía cuando la votación se postergaba una y otra vez.
Mientras las sesiones del Concejo se deterioraban por los gritos de los ciudadanos a favor y “la señora que tira huevos”, parecía que los más adultos en este proceso eran el Grupo Plaza. Les han dicho de todo. Les han pedido mil y un cambios. Han hecho mil y un cambios. Dicen estar expuestos a mil cambios más. Sólo necesitan una cosa: un metro ochenta más de altura.
Yo mido un metro ochenta y uno. El Grupo Plaza necesita menos de “un gringo” más. ¿Lo más loco de todo? PB ya ha sido aprobado. Lo que se está votando ahora no es PB. Lo que se está votando es un metro ochenta más.
Estimados concejales: Sabemos que hay 100 argumentos a favor y 100 argumentos en contra. Nadie les dijo que sería fácil. Pero nadie les obligó a postularse tampoco. Ha llegado el momento de votar. O están a favor o están en contra. ¿Abstenerse? No es una opción.
La EPV licitó el Plan Maestro. El consorcio ganador trabajó con autoridades ministeriales y municipales. Convocó “focus groups” con gremios, ONGs, juntas vecinales y ciudadanos. Se debatió sobre las alturas, los posibles usos, la inclusión o no de viviendas, si valía la pena o no recuperar la bodega Simón Bolívar, etc. Al fin, se entregó un Plan Maestro.
La EPV recibió el estudio e hizo algunas modificaciones. Al fin se preparó una licitación, que fue postergada una y otra vez.
Termina Lagos. Entra Bachelet. Por fin se licita. La Presidenta, acompañada por el alcalde Cornejo, anuncia a los ganadores: el Grupo Plaza. No habría rascacielos. Sí habría comercio, hotel, paseos, plazas y explanadas. Se prometió 2.500 puestos de trabajo. Puros aplausos y abrazos.
¿El problema? Se había tardado 6 años en diseñar y licitar la transformación más ambiciosa de los últimos 50 años en Valparaíso. En el entretanto, la dinámica había cambiado. Atrás quedaba la ciudad “unida” tras la postulación UNESCO. En su lugar quedó un complejo mosaico de agrupaciones con ideologías cruzadas. Hoy, cada vez que se intenta mover una piedra en el Puerto aparecen 3 grupos para defenderla.
Mientras la convivencia porteña se volvía cada vez más hostil, veíamos a Aldo Cornejo absolutamente sobrepasado. Su discurso sobre Puerto Barón (PB) se hundía en un mar de matices. Al fin, nadie supo si estaba a favor o en contra. Así, nadie se sorprendía cuando la votación se postergaba una y otra vez.
Mientras las sesiones del Concejo se deterioraban por los gritos de los ciudadanos a favor y “la señora que tira huevos”, parecía que los más adultos en este proceso eran el Grupo Plaza. Les han dicho de todo. Les han pedido mil y un cambios. Han hecho mil y un cambios. Dicen estar expuestos a mil cambios más. Sólo necesitan una cosa: un metro ochenta más de altura.
Yo mido un metro ochenta y uno. El Grupo Plaza necesita menos de “un gringo” más. ¿Lo más loco de todo? PB ya ha sido aprobado. Lo que se está votando ahora no es PB. Lo que se está votando es un metro ochenta más.
Estimados concejales: Sabemos que hay 100 argumentos a favor y 100 argumentos en contra. Nadie les dijo que sería fácil. Pero nadie les obligó a postularse tampoco. Ha llegado el momento de votar. O están a favor o están en contra. ¿Abstenerse? No es una opción.
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