Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

lunes, 9 de noviembre de 2009

Leyendo a "Li Po" en el cerro Panteón

El ex -Canciller, Alejandro Foxley, siempre se ha destacado por lo ecúanime y lo bien templado. Instalado hace un año como "Senior Fellow" del prestigioso centro de estudios "Carnegie Endowment", Foxley se declara asombrado con lo violento que es el tono de la política estadounidense. "Es terriblemente confrontacional", dijo en La Segunda hace unos días, "La oposición republicana es implacable con Obama...un factor negativo no solo para EE.UU sino para la mejor convivencia internacional".

Totalmente de acuerdo. Para quienes no siguen de cerca los vaivenes de la política de mi país, les resumo la táctica de la oposición republicana: Primero, un comité de elites determina tres o cuarto puntos donde creen poder tergivisar la opinion pública (por ejemplo: una provisión del proyecto de ley de reforma de salud que incentiva y subsidia la redacción de un testimonio le daría a Obama el poder de decidir si tu abuela vive o muere). Segundo, estos puntos, que ellos denominan "talking points", se distribuyen entre toda la delegación parlementaria y unos 300 "periodistas" cómplices. Tercero, durante meses, 24 horas del día, 7 días de la semana, en medios como "Fox News" y los shows de Glen Beck y Rush Limbaugh, se repite centenares de veces, con todos sus senadores y diputados como invitados, "Obama quiere matar a tu abuela. ¿Por qué Obama quiere matar a tu abuela?" Nadie se desvia del guión.

La situación me desvela. El mundo ama a Obama, pero, en EE.UU, gracias a la violencia antemenionada, su popularidad cae. Es más, el estilo pugnaz del partido del elefante ha abrumado a los demócratas, quienes, una e otra vez, caen en la trampa de creer que se puede negociar con una oposición que solo quiere deslegitimizar y no tiene ninguna intención de llegar a un acuerdo.

Sé que no me puede involucrar emocionalmente en esto. Sé que me hace mal. Pero no hay caso. Soy adicto. Soy un analista política frustrado.

Así, el otro día, mi cabeza zumbaba a mil. No me pude tranquilizar. Estaba contaminado. Hasta la soledad del Puerto no me entraba. Así, apague el internet, fui a mi biblioteca, y saque un libro: 100 Poems Chinos, escogido por Kenneth Rexroth. Un clásico.

Me despedí del gato y empecé a caminar. ¿Donde? No sabía. Mejor así. Una cuadra arriba de mi casa, en la esquina de Vicente Padín, vive el poeta Enrique Moro. ¿Estará? No estaba. Así, segui caminado. Bajé. Subí. Pareciera que mis pies buscaban un cementerio. Llegue, al fin, a la Calle Dinamarca. ¿Cual cementerio? Entré al Uno.

Allí, otro aire. La pesadilla descrita por mi amigo Foxley empezó a disiparse en el atardecer. Navigue los pasillos hasta llegar al mirador del costado poniente. Allí, bajo la silueta de la torre de la Iglesia Luterana, abrí mi libro y escogí un poema del gran Li Po (701-762):


Bebo solo, pues, no tengo ningún amigo alrededor.

Mi copa en la mano, le invito la luna

A mi fiesta. Ella y mi sombra. Seremos tres.

Pero la luna no toma vino.

Y mi sombra, disilusionada, se esconde.

domingo, 18 de octubre de 2009

El retorno del Jedi

La declaración de quiebre de los ascensores Monjas, Florida, y Mariposa rompió el espíritu de muchos, quienes ven en ella una metáfora de años de promesas no cumplidas. Un empresario me lo resumió así: “No estoy convencido que haya sido beneficioso para Valparaíso haber sido nombrado Patrimonio de la Humanidad.”

Cara de palo. A todos mis amigos, y a todos quienes aun no los son, les suplico: nos se desanimen. No podemos entender el renacimiento de Valparaíso como si fuera una línea recta o una simple curva siempre ascendiente. Esto no es una película, es una trilogía.

La primera entrega se llamó “La Postulación”. Se refiere a los años 1998-2003. Me encantó. En esta película, la ciudad de Valparaíso, sumergido en un trance de fatalismo y decadencia total, encarcelado por el abandono y el centralismo, empieza a despertar. Ya en ’98, surgieron las primeras notas en revistas y periódicos Santiaguinos: “Valparaíso sueña con ser Patrimonio de la Humanidad.” Los Santiaguinos se rieron a carcajadas. ¿Valparaíso en la misma lista de Praga, París, Venecia, y San Petersburgo? “Un bluf”, dijeron.

Pero poco a poco, la película “La Postulación” encontró sus personajes, sus héroes, su voz, su sueño. Se trató de una película épica, quijotesca, transversal. ¿Lo más lindo? Sus protagonistas no pertenecieron a ningún sector político ni a ninguna ideología en particular. Poco a poco, se conquistaría la imaginación de una ciudad, de un Presidente (Lagos), de un país.

Me encantó esta película. Terminó aquel mítico día de 2003, con los bocinazos de los barcos, con los fuegos artificiales. George Lucas no podría haberlo hecho mejor.

La segunda entrega de nuestra trilogía se llamó “La Desidia Contraataca”. Abre con un sorpresivo episodio: la caída de un alcalde todopoderoso. Llegaría un nuevo equipo al poder. Este prometería “borrón y cuenta nueva”. Pero, de a poco, se abrirían los apetitos y las ambiciones personales. Se daría la espalda a muchos héroes de la primera película. ¿Los pocos que quedaron? Se dividirían en distintas bandas. Esta película no es de mis favoritos. Pero era necesaria. Sin esta difícil segunda entrega, no habría sido posible llegar a la culminación que hoy día nos convoca.

Así, mis amigos porteños: no se desesperen. Estamos recién entrando la parte más importante de nuestra trilogía. Está llegando nuestro gran momento. La gran pelea nos acerca.

Nuestra tercera película se llamará “La Lucha para la Ley Valparaíso”. Se trata de convencer el país, ad portas del bicentenario de la nación, que Valparaíso, y no Santiago, está llamado a llevar Chile donde quiere ir. Inspirado por “La Joya del Pacífico”, veremos un Chile que no se define exclusivamente por la arrogancia del poder económico; veremos un Chile que se define por su alma, su gente, su historia, su espíritu, su ser. Chile, país marítima, será liderado una vez más por su Alma porteña. Así, ánimo compañeros. Estamos llamados a hacer historia.

Esta película recién comienza.

domingo, 11 de octubre de 2009

El pecado de no soñar

En ’93, mis amigos santiaguinos me informaron: “Si vas a vivir en Chile, tienes que tener un equipo de futbol”. Todos eran de Colo Colo, la Católica o la U. Así, en protesta, escogí a Deportes Temuco. Mis amigos se reían a carcajadas.

En esta época, había un solo torneo largo. Así, durante 6 meses, fui víctima de las embestidas, bromas, y tallas de amigos que se deleitaban en verme sufrir. Mi pobre equipo, que no contaba con ninguna figura relevante, agonizaba semana tras semana, tratando de meterse en la parte media de la tabla.

De repente, un milagro. Faltando 7 fechas, la defensa de Temuco se convirtió en una muralla imbatible. Pasaron 1, 2, 3, 4 partidos sin que les metieran un solo gol. Mis amigos no lo podían creer. El pequeño Deportes Temuco, “mi Deportes Temuco”, subía en la tabla. Faltando dos fechas, quedaba una leve chance matemática para clasificar a la liguilla de la Copa Libertadores. Temuco ganó las dos: 1-0 y 1-0. Clasificó. Mis amigos incrédulos. Disputaríamos un cupo en la Copa. ¿El rival? El poderoso Universidad Católica, finalista continental el año anterior.

Mi polola, Pilar, hoy día mi señora, me llevó al estadio San Carlos de Apoquindo. Me compré una pequeña bandera verde.

Durante 85 minutos, nos atacaban por todas las frentes. Temuco aguantaba. Yo sufría. Mientras nos acercábamos a los penales, me ilusionaba con ver la cara de mis amigos cuando apareciera el lunes en la Sala de Profesores con un diario en la mano: ¿El titular? “David derrota a Goliat”.

Pero en el minuto ’87 llegó el gol de la Católica. Allí, aprendí una lección que me sigue inspirando hasta hoy: En futbol, como en la vida, el equipo que se dedica a defender, termina perdiendo.

Sé que suena superficial, pero me marcó. 5 años después, en 1998, durante mi primera entrevista tras crear la Fundación Valparaíso, dije: “Valparaíso me parece un equipo de futbol que se dedica a defender. Defendemos al Edificio Cousiño. Defendemos a los troles. Defendemos los ascensores. Es importante saber defender. Agradecemos a los defensores. Pero no se puede vivir defendiendo. Se agota. Hay que elaborar sueños, buscar recursos, gestar proyectos. Hay que salir a la cancha a marcar goles.”

Veamos el caso ascensores. La gran vergüenza de Chile no es no haberlos defendido. La gran vergüenza de Chile es no haberlos “soñado”, no haber entendido lo que pueden significar. Para Chile, los ascensores de Valparaíso deben ser Machu Pichu, la Torre de Pisa, el puente Golden Gate. En el caso ascensores, a Chile le faltó marcar el gol en la puerta del arco.

Una anécdota final: En ‘95, ya viviendo en el Puerto, fui a Playa Ancha para un partido Temuco-Wanderers. Durante el segundo tiempo, se anunció el ingresó de un jugador. El público aplaudió a rabiar. “¿Qué pasa?” pregunté a un amigo. “El cabro que acaba de ingresar es juvenil. Tiene 16 años”, me dijo. Era David Pizarro. Mi aventura con Temuco se acabó allí mismo.

Viva el Wanderito.

domingo, 4 de octubre de 2009

¿Que diría don Fernando?

Conocí a don Fernando Friedmann en 2000, cuando propuse regalarle un estudio integral sobre sus 9 funiculares. La idea era la siguiente: Hacer un diagnóstico sobre la condición de cada ascensor; calcular la inversión que se requería para la restauración integral; catastrar los bienes y activos asociados; entregar un diagnóstico financiero; desarrollar un plan de negocios sostenible; elaborar ante-proyectos para la recuperación de las estaciones; estudiar la factibilidad de negocios turísticos complementarios y, finalmente, explorar vías de financiamiento para implementar dicho plan.

“¿Y esta maravilla, cuánto me va a costar?”, me preguntó don Fernando. Con 90 años a cuestas, no tenía un pelo de tonto. “Cero”, le dije. Postularíamos a fondos CORFO por la mitad, Fundación Valparaíso (FV) la otra.

Con su visto bueno, armamos un equipo de 7 profesionales. Seis meses después entregamos nuestro informe de más de 300 páginas. ¿Conclusiones? Los funiculares tenían un potencial interesante. Pero la empresa estaba “patas pa’ arriba”. Por su avanzada edad, don Fernando se había alejado del día a día de la compañía. A consecuencia, el sindicato, representando a unos 70 empleados, virtualmente controlaba la empresa. Después de estudiar los acuerdos de negociación colectiva con empresarios expertos en la materia, llegamos a la conclusión de que ningún inversionista serio daría un peso por el negocio.

¿Peor aun? A pesar de ser 9 monumentos nacionales reconocidos como “uno de los 100 tesoros de la humanidad en mayor peligro de desaparecer”, ningún filántropo, ni ninguna fundación extranjera, podrían inyectarles recursos, aunque quisieran. ¿Por qué? Porque no se puede donar a empresas privadas; sólo a instituciones sin fines de lucro reconocidas como tales. Así, le propuse a don Fernando: “Si Ud. estuviera de acuerdo, yo podría explorar la factibilidad de que FV se hiciera cargo”. “Hágalo”, me dijo.

Trabajé codo a codo con el Comité Calificador de Donaciones del MINEDUC para conseguir la aprobación y adquirir los ascensores vía Ley de Donaciones Culturales: un proyecto sui generis. Se portaron un siete. Después de unos meses, tuvimos la aprobación en la mano. Viajé a Miami, Nueva York, San Francisco, Los Angeles y Chicago, apoyado por los cónsules respectivos. Me reuní con filántropos y chilenos exitosos, y fui sumando apoyos. En el camino logré atraer el interés de empresarios locales para gestar proyectos turísticos complementarios. Después de 2 años, 20 mil kilómetros recorridos y unas mil horas de trabajo ad honorem, le hice una oferta para que FV adquiriera sus 9 ascensores.

“Estoy de acuerdo”, me dijo, “sólo falta la opinión de mis yernos”. Estos me dijeron: “Gracias, pero no. Nosotros nos vamos a hacer cargo”. Sentí una pena indescriptible, una pena que, 8 años después, vuelve a surgir. Don Fernando se nos fue. Ahora pido que el gobierno intervenga, para que los ascensores Florida, Villaseca, Monjas, y Mariposas no le sigan.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Valparaíso florido


En 1962, el afamado paisajista inglés Roy Hay (1910-1989) se encontraba de vacaciones en Francia. Allí quedó maravillado por la cantidad de flores que crecían en el campo. Tras indagar sobre el origen de dicho fenómeno, descubrió que 3 años antes, el Presidente De Gualle había iniciado la campaña “Le Fleurissement de France”. Al terminar sus vacaciones, el paisajista se obsesionó con replicar la experiencia en Gran Bretaña.

Cuando propuso su idea a la Autoridad Turística Británica (BTA), ésta la apoyó a medias. “Estaríamos encantados de promover la idea de una ‘Inglaterra florida’”, le habrían dicho, “pero no contamos con presupuesto para financiar jardines”. Hay tendría que convencer a sus conciudadanos a asumir el trabajo. ¿Su idea? Un concurso, “Britain in Bloom”. Cada pueblo incentivaría a sus habitantes a mantener jardines. Daba lo mismo el método que cada alcalde empleara para dicho fin: premios, rifas, eliminación de cobros de aseo, etc. Lo importante era que, a fin de cada año, se destacaría a un pueblo como “el más florido de Inglaterra”. En el primer concurso, en 1963, participaron 14 ciudades.

47 años después, participan más de 400. Cada municipalidad pelea a muerte el título. Miles de turistas llegan a las ciudades ganadores en distintas categorías. Se calcula el aporte anual de “Britian in Bloom” a la economía nacional en más de mil millones de euros. Por algo, en 1970 Roy Hay fue condecorado con la “Orden al Mérito del Imperio Británico”, oportunidad en la cual se destacó su papel por “aumentar el orgullo cívico de centenares de pueblos británicos, logrando así una mejor convivencia entre los vecinos y un notable mejoramiento en el ornato nacional”. Antes de su muerte, Hay fue nombrado “Oficier de Merite Agricole” por los gobiernos de Bélgica y Francia.

Así, me enorgullece anunciar que a partir de mañana, 28 de septiembre de 2009, a las 12:30, nuestro Puerto Patrimonial contará con su propia versión de dicho concurso, bautizado “Un Jardín para Valparaíso”. El proyecto, ideado por la Fundación Valparaíso y organizado en conjunto con la Ilustre Municipalidad, TPS, DuocUC y El Mercurio de Valparaíso, repartirá una bolsa de 14 millones de pesos para los mejores jardines emplazados en los 42 cerros y el plan de nuestra ciudad. Los premios serán otorgados en 4 categorías, pudiendo participar agrupaciones comunitarias, colegios, jardines infantiles y simples vecinos. La invitación es a intervenir pasajes, paseos, quebradas, escaleras, plazas de los cerros y otras. Habrá sub-categorías para los más hermosos antejardines y balcones.

Esperamos que “Un Jardín para Valparaíso” se constituya rápidamente en un evento anual, un hito país y una tradición que devuelva a Valparaíso su orgullo de antaño.

Quienes no puedan asistir el lanzamiento en la Municipalidad, pueden retirar las bases, a partir del martes, en la oficina de Gestión Patrimonial, o en los sitios web: fundacionvalparaiso.org; munivalpo.cl, y jardinparavalparaíso.cl.

Que ganen los mejores.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Aldea universal

El miércoles, mi hija bailó su última cueca como alumna del Jardín Ave Fénix del cerro Alegre. Se veía tan guapa vestida de huasa elegante… En fiestas patrias anteriores, le había tocado bailar de chilota, tirana, y pascuense. Son 5 años que se me fueron volando. Después de aquellos zapateos exquisitos, sé que hubo, por lo menos, un gringo lagrimoso en “Pleasant Hill”. El próximo año, Elyse va al colegio.

Me pregunto, ¿cuando mis hijos tengan 30, o 40, o 50 años, cuáles serán sus recuerdos de haberse criado en Valparaíso? ¿Qué valor les habrá agregado?

No olvidaré nunca el día que mi hija trató de informarme de la muerte del famoso “pimiento” del Paseo Yugoslavo. Tenía 3 años. Cuando llegué a la casa me trató de explicar: “Murió un árbol papá. Todas las tías y mis compañeros estamos muy tristes”. No entendí de qué árbol se trataba. Tal vez, un árbol en el patio del jardín, sospeché. “Si, mi amor”, la consolaba, “todos los días mueren arboles”. Pero, una semana después, me tocó llevar unos parlamentarios suizos en un paseo por el cerro Alegre. Al bajar del Ascensor Peral, vi inmediatamente de qué árbol se trataba. No lo pude creer. ¿El pimiento? ¿Este pimiento? ¿El árbol más famoso de Valparaíso? ¿El árbol de las 8 generaciones de pololeos porteños? ¿Muerto? No puede ser.

Mi hijo, por su parte, me pregunta, por lo menos 2 veces al mes, cuando nos toca la próxima “fiesta de San Juan”, todo un acontecimiento en nuestro cerro del mismo nombre. Se trata de una fiesta pequeña, pero transversal. Participan todos, sin barrera de edad. Nadie es aislado por su filosofía, su estilo de vida, su religión. Y los damascos secos que prepara mi vecina son espectaculares.

Mis amigos Viñamarinos admiran mi pasión por el Puerto, pero se preguntan si realmente vale la pena criar mi familia aquí. Me recuerdan: “los colegios top de Valparaíso hoy día están en la Ciudad Jardín”. “Aquí están las mejores clínicas y hospitales”. Otros abogan que Viña está más tranquila, que no tiene “perros feos” en todas partes, que los niños juegan tranquilos en las calles, En los barrios de mayor plusvalía, me han dicho, “encuentras todo la infraestructura que necesitas para criar una familia feliz.”

Puede que así sea, pero estamos convencidos que criar a mis hijos en Valparaíso es el mejor regalo que les puedo dar, aunque me cueste explicar exactamente por qué.

Igual, tengo mis teorías. Por ejemplo: Que vivir rodeado por valores universales enriquece el espíritu. ¿Otra? Que Valparaíso nos enseña que uno es rico no por lo que tiene; sino por lo que es. ¿Otra? Que, en Valparaíso, es imposible vivir abstraído del sufrimiento de los demás. Cuando muere la señora de un vecino, como nos tocó hace 2 años, todo el cerro sufre. Cuando se nos fue aquel árbol, no solo lloró mi hija. Lloraron miles de porteños en todo el mundo: en Toronto, Nueva York, Barcelona, Estocolmo, Sydney. Es el poder de un pimiento, el poder de vivir en una aldea universal.

lunes, 14 de septiembre de 2009

10 mil porteños a la Plaza de la Constituciòn

Nuestro Valparaíso se ha convertido en una tentación irresistible para los candidatos presidenciales. ¿Las razones? Que la ciudad tiene necesidades singulares. Que representa un orgullo nacional. Que se presta para la foto. Pero más importante es que la Joya del Pacífico está en juego. A diferencia de Vitacura o La Pintana o Viña del Mar, el Puerto no tiene un comportamiento electoral predecible. Aquí puede pasar cualquier cosa.

Bienvenidos, señores candidatos presidenciales, a la ciudad más heterogénea de Chile. Desde los burreros de Yerbas Buenas hasta los gastrónomos del cerro Concepción; desde los universitarios croqueando iglesias hasta las madres esperando la Esmeralda con su guagua en brazos.

Somos la Capital Cultural, por cierto, con toda nuestra casta de artistas e intelectuales. Pero también somos “la ciudad de los abuelitos”, aquellos tiernos personajes con los cuales compartimos el descanso en la escalera. Valparaíso con sus apellidos croatas, alemanes, escoceses y ligures. Valparaíso con sus encapuchados del 21 de Mayo. Valparaíso, sede de la Armada de Chile.

En otras urbes, pobres y ricos viven segregados. En Valparaíso compartimos la vereda, el vecindario, el anfiteatro.

Tal diversidad enloquece a los gurús políticos. Hace poco, éstos hablaban de la “imbatible máquina DC” montado por Hernán Pinto. 6 años después, la DC no tiene ni alcalde ni diputado ni senador en el Puerto. Es que Valparaíso tiene un espíritu indomable. Coqueteamos con todos, pero no pertenecemos a nadie.

Así mis queridos co-ciudadanos, les ruego, les imploro, les suplico: Independiente de quien sea tu candidato, no dejemos pasar en vano nuestros 15 minutos de fama. Hay que saber sacarles provecho. Hay que exigirles un compromiso con firma y timbre.

Pero esta vez no desparramemos los esfuerzos lloriqueando por lo de siempre. Los perros, el desempleo, los ascensores, el aseo, la seguridad. Importantes todos. Pero cuando uno reclama por todo, no escuchan nada. Este año hay que hacer algo diferente. Hay que consensuar nuestro pedido. Y esto, mis amigos, se resume en 6 palabras. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso.

No pierda ninguna oportunidad de exigirlo a gritos. Valparaíso, la única ciudad chilena que comparte categoría con Praga, Venecia, Cuzco, Budapest y Estambul, no puede cumplir con sus compromisos sociales, culturales y patrimoniales con las migajas que le llegan. No señor. Valparaíso exige un subsidio anual no menor a lo que recauda Viña por el casino, el Festival y las concesiones hoteleras. Son entre US$30 y 40 millones anuales. Sí señor.

Y no basta con exigirles un compromiso. Hay que mandar un mensaje: “Una vez instalados en el Patio de los Naranjos, nosotros, los porteños, les damos 7 meses. Si no hay proyecto de ley presentado al Congreso, tendrán 10 mil porteños —burreros, universitarios, abuelitos, madres, artistas, todos— acampados en la Plaza de la Constitución.

domingo, 30 de agosto de 2009

Gato encerrado

Un lector reclama: “¿A qué intereses representa Ud.? Con una columna semanal ocupa más espacio que todas las organizaciones a las cuales denosta.”

Tiene toda la razón.

Me recuerda un viejo chiste del Medio Este de EE.UU. En ello, un hombre, llamémoslo Pepe, devastado por una ruptura amorosa, se prepara para lanzarse de un puente al vacio. Se le acerca otro hombre, Mario, intento a salvarlo. “¿Ud. cree en Dios?” pregunta Mario al sufrido. “Si”, contesta Pepe, “soy cristiano”. “Yo también”, dice Mario, “¿Cual es su credo?”

“Soy protestante”, afirma Pepe. “¡Qué emoción!” contesta Mario, “yo también. ¿A qué iglesia pertenece?” “La luterana”, contesta Pepe. “No lo puedo creer”, dice Mario emocionado. “Yo, también soy luterano. ¿Qué corriente enseña su pastor?”

“Se bautizó en el Sínodo de Missouri”. A esta altura, Mario no puede creer su suerte. Se le caen las lágrimas. “¡La mía también es del Sínodo de Missouri, hermano!” Los dos se abrazan.

Al Mario le queda una sola pregunta: “¿Su Sínodo es el de la primera o segunda revisión?”
“Segunda”, contesta Pepe.

“Traidor”, dice Mario y empuja a Pepe al río.

Mis amigos protestantes me perdonarán, pero no se me ocurre otra anécdota para ilustrar las pequeñeces que separan tanta gente valiosa en Valparaíso.

Hoy, no basta haber trabajado codo a codo para sacar adelante la postulación ante la UNESCO; no basta haber compartido en simposios, conferencias, y programas de televisión. No basta haber luchado juntos, durante años, en un sinnúmero de causas. No basta haber gestado docenas de proyectos en beneficio del Puerto. Hoy, todo esto no vale. Solo importa que uno, tras larga contemplación, haya llegado a una conclusión distinta en uno de los proyectos emblemáticos que caracterizan nuestro debate. Basta con eso. Ya eres un vendido. Un traidor.

¿Lo más triste? Valparaíso necesita a todos sus luchadores. No sobra ninguno. El problema no es el diálogo. Es el tono. Es el apuro de descalificar.

Así, a mi lector descontento, le ahorraré un mal rato. No hace falta investigar “el gato encerrado” del Gringo. Aquí va. Los intereses que represento: A Isaac Newton, por haber descubierto, matemáticamente, la arquitectura invisible del universo. A Shakespeare, por Falstaff. A Mark Twain, por Huckleberry Finn. A Bob Dylan, por enseñarme que se pueden vivir docenas de vidas en una sola encarnación. A “Le Pont de Avignon”, por su crema de la estación. Al ingeniero Federico Page, por el Ascensor Polanco. A Rilke por haber escrito “El Hombre que Nos Mira”. Y a Copérnico, a quien, una vez, dedique los siguientes versos torpes: “es mejor ser un miracielos insignificante,/ un punto más dentro de la infinitud,/ la capital de nada, que aferrarse a ilusiones/ que desvanecen ante el impasible fulgor de las estrellas.”

sábado, 15 de agosto de 2009

La lluvia de Valparaíso

Esta semana preparaba un escrito sobre el Congreso y los dichos del ministro del Interior, el que defiende a los parlamentarios de la pistola acusatoria del juez de Casablanca. El que dice: “El Congreso no ha hecho nada por Valparaíso”.

“Estoy completamente de acuerdo”, había escrito. A continuación elaboré una seguidilla de insultos; pero justo me interrumpió la lluvia. La lluvia de Valparaíso.

Es que mis dos lluvias favoritas son la de Puyehue y la de Valparaíso. En la primera se escucha el murmullo de tepas, ulmos, mañíos y coigües. Se imagina el cantar de los musgos. Se siente la sangre crecer como las cascadas buscando el río. Las lluvias porteñas son diferentes. Parten anunciadas por el viento norte. De repente se siente chillar las bisagras, temblar los cristales, y llueve.

Caídas las primeras gotas, el viento vuelve cruzado. Hay un zumbido que huele a soliloquio: Algún marinero perdido; alguna mujer que éste dejó esperando en algún rincón del Puerto.
Hay algo sobre el tintineo de las gotas sobre los adoquines. Nos pone nostálgicos. En ello detecto el susurro de Pablo Neruda: “La mojada/ tarde me trae la voz, la voz deseada,/ de mi padre que vuelve y que no ha muerto”. Cuando llueve en el cerro San Juan de Dios dejan de cantar las avecillas. En su estruendoso vacío, siento los acordes de la guitarra del Gitano Rodríguez.
Imposible estar enojado cuando llueve en Valparaíso. La lluvia porteña nos limpia el cuerpo y el alma.

Así, volvamos a los parlamentarios, al ministro del Interior. Estimados honorables, señoras y señores… Les perdono. Les perdono que, en 20 años de sesionar en una de las ciudades más extraordinarias del mundo, no se hayan dado cuenta de nada. Lamento que no tengan idea de las maravillas que les envuelven. Su indiferencia es elocuente. Es obvio que no saben nada de Valparaíso.

No saben, por ejemplo, que el día después de la lluvia se ve el Aconcagua en todo su esplendor. Maria Graham lo vio. Igual Charles Darwin y Whistler, que lo pintó. Pero Uds. no lo han visto. Curioso. Tampoco han probado el salame polaco de “Sethmacher”, o hecho la fila para comprar en la “Guria”. No han visitado el taller del Loro Coirón, a tomar un café con él mientras atardece sobre la torre de la Matriz, que queda tan cerca de su balcón que da la sensación que puedes extender una mano y tocarla. No han vivido señores y señoras.

No conocen ningún ascensor que no lleve al “Turri”. Nunca han visto como la luna llena aparece anaranjada sobre el cerro Barón. No han pololeado en el jardín “Liguria”, debajo del mirador Camogli. En “La Mangiata”, no preparan ninguna pizza con sus nombres. Qué pena. Qué pena para Uds.

Pero hay esperanza, señores honorables. Sólo hay que bajar un poco “la velocidad” en la vida. La lluvia porteña les espera.

sábado, 1 de agosto de 2009

Escondites

¿Se acuerdan del banderero de la calle Villaseca? Lo extraño mucho. Nos veíamos cada vez que paseaba por Playa Ancha. Mi ruta contemplaba la Avenida Gran Bretaña con sus casas neogóticas y sus torreones “sombrero de bruja”. Estaba el pasaje Harrington, la casa del “Gitano”, el “Museo del Automóvil” y el inmenso nogal que vigila la casona construida por Luis Alberto González, el primer alcalde de Valparaíso. Pero lo que más me fascinaba era perderme entre las calles Necochea, Patricio Lynch, Santa María y Argomedo. Allí se encuentra la casa de los 8 querubines (Necochea 495). Llego al lugar y mi ajetreo mental se desvanece. ¿Problemas? ¿Estrés? Allí te envuelve la brisa que sube desde San Mateo. Tranquilidad total.

Es un barrio con muchas casitas de adobe, la mayoría de un piso y con fachada continua. Pero en la calle Santa María sorprenden los melancólicos caserones ingleses, sus antejardines guardados por pinos, araucarias y un par de matas de flor de la pluma. Postularía tales matas como monumentos nacionales.

Pero el progreso, dicen algunos, es inevitable. Oponerse a ello es como oponerse a la ley de gravedad. Así, cuando algún genio decidió que la calle Villaseca, tal vez mi calle favorita en Valparaíso, debía convertirse solamente en bajada, no recuerdo ningún escándalo en los diarios. Sencillamente, de un día para otro, apareció un letrero que decía “No doblar”, abajo, en la esquina de Taqueadero.

Tal vez era obvio. Es estrechísimo. Los adoquines no soportan más. La calle tiene más de 120 años. Serpentea entre los oxidados pilares de un funicular centenario. ¿Qué turista resistiría quedarse congelado admirando tal espectáculo? La posibilidad de un choque frontal es real.

Pero nunca pasaba nada, pues siempre tuvimos a nuestro fiel banderero acampado en la última curva, esperando a la sombra del ascensor. Por la módica suma de una sonrisa (y una moneda a elección), el desenlace feliz estaba asegurado.

Así, en honor a mi desaparecido amigo, propongo que cada porteño empiece a elaborar su propia lista de escondites: lugares mágicos, lugares que tengan un significado especial, lugares que no deberían desaparecer.

Ojalá que no sean tan obvios. ¿Paseo Yugoslavo? ¿Pasaje Bavestrello? ¿Atkinson y Gervasoni? Ya están protegidos. Pero Valparaíso tiene miles de escondites más.

Nuestro alcalde es un fiel admirador del gigantesco gomero de la Avenida Brasil, esquina Eleuterio Ramírez. Me parece fantástico. Tengo una vecina que cuida el pasaje Chopin. En la calle Prefecto Lazo del cerro Florida, todos los vecinos participan. Allí, las luces de Navidad son un espectáculo. Las flores cuelgan de cada balcón.

Ojalá que el progreso no descubra nunca la Plaza del Cerro Yungay, escondida entre Enrique Budge y Voltaire. ¡Que cada porteño plante una flor en este lugar!

El patrimonio se cuida mejor gozándolo. Así, adiós Sr. Banderero. Te extrañamos mucho. Dios está en los detalles.