Valparaíso es la única ciudad donde los perros cruzan por el paso de cebra, mientras las señoras cruzan por cualquier parte. En el Puerto, nada es lo que parece. Conducir una ciudad así hacia su despertar definitivo no es fácil. Requiere otro tipo de liderazgo. Otra sensibilidad.
Como poeta tuve la fortuna de haber sido formado por grandes maestros: Jon Engman, Michael Dennis Browne, Charles Simic. Jon me enseñó la humildad. Era un payaso, pero escribía como los dioses. “Tienes talento, Todd; pero te tomas demasiado en serio. Nadie soporta un poeta pedante”. Michael me inculcó pasión y asombro. Cuando nos recitaba un poema uno veía cómo sus ojos brillaban ante la enormidad del universo que se le abría por dentro. Daban ganas de sentir lo mismo.
De Charlie no hay mucho que decir. Es uno de los grandes de la actualidad, un genio de talla universal. Me tocó estar con él en el momento de su despegue definitivo. Impresionante ver su mente en acción: un niño dándole vueltas a las cosas. El arte era su salvación. ¿Su lema? Una verdadera obra de arte tenía que ser más grande, más inteligente, más sorprendente que la persona que la creó. Otra vez reaparece la humildad.
Un hilo los conecta a los tres. Se llama “el poema debajo del poema”. ¿La idea? Uno parte pensando que está escribiendo sobre algo, pero en realidad, escondido debajo de este algo hay otro algo mucho más grande que quiere escribirte a ti. Y debajo de éste puede que haya otro. Los seudo-poetas están demasiado contentos con su primer borrador. Se quedan allí. Nunca alcanzan a excavar profundo. No toman riesgos. La historia no los recordará.
¿Qué tiene que ver esto con Valparaíso?
Todo, pues, Valparaíso es la cebolla de las mil capas. Es el gran poema escondido. Quien reclama que conoce la ciudad te está mintiendo. Es otro seudo-poeta que el mundo no recordará. Los porteños me dicen: “Ojalá que supiera tanto como tú”. Pero lo que yo sé no es ni el 1% de lo que hay. Voy de un despertar a otro, pero la ciudad nunca llega a su fin.
El otro día me vino a ver un periodista del Canal 13. Se había quedado muy impresionando con una columna que escribí semanas atrás. Me dijo: “Quiero que me muestres el atardecer sobre la iglesia Luterana. Quiero que me muestres el Pasaje Edén. Quiero conocer el famoso ganso”.
Partimos a buscar el ganso. Lo descubrimos donde siempre, sorprendido, contento por tanta atención. De repente aparece don Mario, un pescador de la caleta Portales. Vive al frente. Dice tener 70 años pero demuestra 40. Sus ojos brillan como los de Michael Dennis Browne. Nos cuenta todo su historia, y lo del ganso.
“Se llama Saturnino”, nos dice. “Llegó hace 12 años y se quedó como un vecino más. Pero no es ganso; es un pato. La gente dice ganso porque es grande. Es un pato grande”.
Así, escondido debajo del ganso había un pato. Y escondido debajo del pato estaba don Mario. Y escondido detrás de don Mario, otro Valparaíso. Y debajo de ése, mil Valparaísos más.
3 comentarios:
el pato grande escondió al ganso que llevaba dentro para darse cuenta que en la muralla lo único real entre el y la escalera era él.
me ha encantado su columna, la siento tan personal al dar con los lugares comunes de mi puerto.
Estimado Dionisio,
Muy lindo tu comentario. Te agradezco de corazón.
saludos,
el gringo
Este es 1 comentario al aire:
Esrcito por el chileno sr. Roberto Ampuero en un parrafo del diario LA TERCERA, Domingo 19 octubre(me faltó la página), y dice así....:
"eso te pasa por dártelas de gringo filantrópico en America Latina. Déjate de romanticismo, vende al mejor postor y amplía mejor tu casa..."
.....aahÁ!!!!!!!!!!!.....
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