Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

sábado, 2 de agosto de 2008

La vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad

Partimos nuestra columna sobre Valparaíso hablando de la Universidad de Middlebury.

Imaginen un pueblo universitario fundado en 1800 entre los faldeos de la Cordillera Verde de Vermont. Ambientada con una arquitectura inglesa ad hoc, matizada por enredaderas verdes.

Agreguen cafés, delicatesen, teatros y galerías de arte. Una ferretería familiar de cinco generaciones al lado de una sala de meditación zen. Una calle principal rodeada por olmos, maples y robles. Bucólicos pueblerinos acostumbrados a convivir con filósofos, artistas y académicos de categoría mundial. Un alumnado que abarca todos los continentes y colores.
Imaginen que cada verano este pueblo recibe la conferencia de escritores más importante del mundo. ¿Esa señora comprando tomates? Toni Morrison. ¿Los caballeros con las manzanas verdes? Phillip Roth y Mario Vargas Llosa.

Bienvenido a Middlebury.

Ahora viene lo asombroso. Los alumnos de este idílico lugar están soñando con Valparaíso.

Y mucho, sí. Me tocó el jueves acompañar, por tercera vez, a un grupo de 23 de estos jóvenes por los recovecos de los pasajes Gálvez, Apolo, Fischer y Pastor Schmidt. Conversamos sobre William Wheelwright y la Pacific Steam Navigation Company. Sobre la burra lechera. Sobre las peripecias de Harrison y Schiavon y su viaje desde Trieste a Valparaíso. Sobre las anécdotas detrás de la construcción de la iglesia de St. Paul y sus 14 asientos. Sobre David Trumbull, el USS Essex y el Cementerio de Disidentes. Sobre el papel que jugó Valparaíso en promover la libertad de culto.

Estaban maravillados. Nadie reclamó ni el aseo ni el evidente abandono de ciertos lugares ni los desperdicios caninos.

Lo anterior me confirmó, por enésima vez, que el principal problema de Valparaíso no es ni el desaseo ni los perros callejeros ni el estado del Palacio Baburrizza ni el proyecto Niemeyer ni Puerto Barón ni las patentes de alcoholes.

Es la infelicidad. Este es el gran personaje escondido. No tiene color político ni pertenece a una banda u otra. Es ubicuo. Aparece y reaparece, desde las sesiones del Concejo Municipal “con huevos” hasta nuestros soliloquios más íntimos y bizantinos.

Promover a Valparaíso debe ser fácil. Quedan pocas ciudades en el mundo tan auténticas, tan interesantes. Tan capaces de inspirar la inflexión. Sólo en Valparaíso podemos sentir un contacto tan profundo con la cotidianidad que lo humano —inducido por nuestro potente cóctel de mar, laberintos, rincones, y neblinas— transciende en una experiencia con lo divino.

Para promover a Valparaíso basta con irradiar el regalo que sentimos cada día viviendo en ella.

Basta con eso. ¿Y si no te sientes capaz? Te apoyamos. Escápate a unas termas con una buena antología de Ranier Maria Rilke: “Aquí no hay ningún lugar que no te mire. Hay que cambiar tu vida.” Pero dejemos a Valparaíso fuera.

Es que Thomas Jefferson tenía razón. No se puede legislar sobre la felicidad. Pero mucho más difícil es legislar bien sin ella.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Todd:

te felicito por tu trabajo y por tus generalmente entretenidas y acertadas columnas.

Con respecto a la última, sin embargo, quisiera dejarte un comentario:

Dices: "Lo anterior me confirmó, por enésima vez, que el principal problema de Valparaíso no es ni el desaseo ni los perros callejeros ni el estado del Palacio Baburrizza ni el proyecto Niemeyer ni Puerto Barón ni las patentes de alcoholes."

Creo que el aseo, los perros, y lo demás sí es un problema importante de Valparaíso. Un desaeo no es netamente imagen superficial, sino refleja en cierto grado el interior y además puede invadir ese interior de las personas. La infelicidad se alimenta de y a la vez nutre el desaseo.
Trabajando al lado del mercado Cardonal, sé de que hablo.

Reitero mis felicitaciones y te saludo atentamente,
Jan
-heinberg at web.de-

El Gringo dijo...

Jan,

Gracias por tu comentario. Tengo otros amigos que me han comentado lo mismo. Así, reconozco que, a lo mejor, no me quedó muy claro. No es que estoy diciendo que los demás temas (perros, aseo, etc.) NO SEAN importantes. De hecho, lo son, y lo he aludido en otras columnas. Mi punto es otro. Hay que vivir ahora. No se puede vivir diciendo, "Estaré feliz cuando..."

Es una trampa.

Es tan facíl entrar en un espiral de fatalismo. Que todo esta mal. Etc. Etc. Quien ha estudiado algo sobre el liderazgo sabe que es imposible seguir un líder así. Ve todo mal.

En resumen, hay que arreglar las numerosas patologias de la ciudad, pero, no debemos postergar nuestra felicidad hasta este momento. Hay que gozar ahora. Si no, caimos en la trampa de vivir siempre persiguiendo la zanahoria.

Anónimo dijo...

Hola Todd,

Es primera vez que leo algo tuyo y me parece que para ser un gringo no lo haces nada mal pero quizás hay algo que se te escapa. Creo que la tristeza o pesadumbre del chileno y porteño está en su esencia y que somos felices siendo así. Es nuestra forma de felicidad que se siente en algún lugar tan profundo y es tan apreciada y querida que se guarda en secreto como una joya. Ese es nuestro secreto que cuando el extranjero no lo ve nos desprecia y el que lo percibe como tú lo cautiva.
A lo mejor soy muy romántica y no sé por qué creo que tengo algo que decir, pero pienso que Valparaíso tiene vida propia y hay que dejarla vivir sin forzarla al cambio. Si algún día debe morir que sea siendo ella misma y si debe cambiar que sea por sus propios habitantes. Su crácter es el contraste entre la belleza profunda y escondida y lo gris que lo cubre todo como su neblina.

Así la veo yo.
saludos,