Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

lunes, 28 de septiembre de 2009

Valparaíso florido


En 1962, el afamado paisajista inglés Roy Hay (1910-1989) se encontraba de vacaciones en Francia. Allí quedó maravillado por la cantidad de flores que crecían en el campo. Tras indagar sobre el origen de dicho fenómeno, descubrió que 3 años antes, el Presidente De Gualle había iniciado la campaña “Le Fleurissement de France”. Al terminar sus vacaciones, el paisajista se obsesionó con replicar la experiencia en Gran Bretaña.

Cuando propuso su idea a la Autoridad Turística Británica (BTA), ésta la apoyó a medias. “Estaríamos encantados de promover la idea de una ‘Inglaterra florida’”, le habrían dicho, “pero no contamos con presupuesto para financiar jardines”. Hay tendría que convencer a sus conciudadanos a asumir el trabajo. ¿Su idea? Un concurso, “Britain in Bloom”. Cada pueblo incentivaría a sus habitantes a mantener jardines. Daba lo mismo el método que cada alcalde empleara para dicho fin: premios, rifas, eliminación de cobros de aseo, etc. Lo importante era que, a fin de cada año, se destacaría a un pueblo como “el más florido de Inglaterra”. En el primer concurso, en 1963, participaron 14 ciudades.

47 años después, participan más de 400. Cada municipalidad pelea a muerte el título. Miles de turistas llegan a las ciudades ganadores en distintas categorías. Se calcula el aporte anual de “Britian in Bloom” a la economía nacional en más de mil millones de euros. Por algo, en 1970 Roy Hay fue condecorado con la “Orden al Mérito del Imperio Británico”, oportunidad en la cual se destacó su papel por “aumentar el orgullo cívico de centenares de pueblos británicos, logrando así una mejor convivencia entre los vecinos y un notable mejoramiento en el ornato nacional”. Antes de su muerte, Hay fue nombrado “Oficier de Merite Agricole” por los gobiernos de Bélgica y Francia.

Así, me enorgullece anunciar que a partir de mañana, 28 de septiembre de 2009, a las 12:30, nuestro Puerto Patrimonial contará con su propia versión de dicho concurso, bautizado “Un Jardín para Valparaíso”. El proyecto, ideado por la Fundación Valparaíso y organizado en conjunto con la Ilustre Municipalidad, TPS, DuocUC y El Mercurio de Valparaíso, repartirá una bolsa de 14 millones de pesos para los mejores jardines emplazados en los 42 cerros y el plan de nuestra ciudad. Los premios serán otorgados en 4 categorías, pudiendo participar agrupaciones comunitarias, colegios, jardines infantiles y simples vecinos. La invitación es a intervenir pasajes, paseos, quebradas, escaleras, plazas de los cerros y otras. Habrá sub-categorías para los más hermosos antejardines y balcones.

Esperamos que “Un Jardín para Valparaíso” se constituya rápidamente en un evento anual, un hito país y una tradición que devuelva a Valparaíso su orgullo de antaño.

Quienes no puedan asistir el lanzamiento en la Municipalidad, pueden retirar las bases, a partir del martes, en la oficina de Gestión Patrimonial, o en los sitios web: fundacionvalparaiso.org; munivalpo.cl, y jardinparavalparaíso.cl.

Que ganen los mejores.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Aldea universal

El miércoles, mi hija bailó su última cueca como alumna del Jardín Ave Fénix del cerro Alegre. Se veía tan guapa vestida de huasa elegante… En fiestas patrias anteriores, le había tocado bailar de chilota, tirana, y pascuense. Son 5 años que se me fueron volando. Después de aquellos zapateos exquisitos, sé que hubo, por lo menos, un gringo lagrimoso en “Pleasant Hill”. El próximo año, Elyse va al colegio.

Me pregunto, ¿cuando mis hijos tengan 30, o 40, o 50 años, cuáles serán sus recuerdos de haberse criado en Valparaíso? ¿Qué valor les habrá agregado?

No olvidaré nunca el día que mi hija trató de informarme de la muerte del famoso “pimiento” del Paseo Yugoslavo. Tenía 3 años. Cuando llegué a la casa me trató de explicar: “Murió un árbol papá. Todas las tías y mis compañeros estamos muy tristes”. No entendí de qué árbol se trataba. Tal vez, un árbol en el patio del jardín, sospeché. “Si, mi amor”, la consolaba, “todos los días mueren arboles”. Pero, una semana después, me tocó llevar unos parlamentarios suizos en un paseo por el cerro Alegre. Al bajar del Ascensor Peral, vi inmediatamente de qué árbol se trataba. No lo pude creer. ¿El pimiento? ¿Este pimiento? ¿El árbol más famoso de Valparaíso? ¿El árbol de las 8 generaciones de pololeos porteños? ¿Muerto? No puede ser.

Mi hijo, por su parte, me pregunta, por lo menos 2 veces al mes, cuando nos toca la próxima “fiesta de San Juan”, todo un acontecimiento en nuestro cerro del mismo nombre. Se trata de una fiesta pequeña, pero transversal. Participan todos, sin barrera de edad. Nadie es aislado por su filosofía, su estilo de vida, su religión. Y los damascos secos que prepara mi vecina son espectaculares.

Mis amigos Viñamarinos admiran mi pasión por el Puerto, pero se preguntan si realmente vale la pena criar mi familia aquí. Me recuerdan: “los colegios top de Valparaíso hoy día están en la Ciudad Jardín”. “Aquí están las mejores clínicas y hospitales”. Otros abogan que Viña está más tranquila, que no tiene “perros feos” en todas partes, que los niños juegan tranquilos en las calles, En los barrios de mayor plusvalía, me han dicho, “encuentras todo la infraestructura que necesitas para criar una familia feliz.”

Puede que así sea, pero estamos convencidos que criar a mis hijos en Valparaíso es el mejor regalo que les puedo dar, aunque me cueste explicar exactamente por qué.

Igual, tengo mis teorías. Por ejemplo: Que vivir rodeado por valores universales enriquece el espíritu. ¿Otra? Que Valparaíso nos enseña que uno es rico no por lo que tiene; sino por lo que es. ¿Otra? Que, en Valparaíso, es imposible vivir abstraído del sufrimiento de los demás. Cuando muere la señora de un vecino, como nos tocó hace 2 años, todo el cerro sufre. Cuando se nos fue aquel árbol, no solo lloró mi hija. Lloraron miles de porteños en todo el mundo: en Toronto, Nueva York, Barcelona, Estocolmo, Sydney. Es el poder de un pimiento, el poder de vivir en una aldea universal.

lunes, 14 de septiembre de 2009

10 mil porteños a la Plaza de la Constituciòn

Nuestro Valparaíso se ha convertido en una tentación irresistible para los candidatos presidenciales. ¿Las razones? Que la ciudad tiene necesidades singulares. Que representa un orgullo nacional. Que se presta para la foto. Pero más importante es que la Joya del Pacífico está en juego. A diferencia de Vitacura o La Pintana o Viña del Mar, el Puerto no tiene un comportamiento electoral predecible. Aquí puede pasar cualquier cosa.

Bienvenidos, señores candidatos presidenciales, a la ciudad más heterogénea de Chile. Desde los burreros de Yerbas Buenas hasta los gastrónomos del cerro Concepción; desde los universitarios croqueando iglesias hasta las madres esperando la Esmeralda con su guagua en brazos.

Somos la Capital Cultural, por cierto, con toda nuestra casta de artistas e intelectuales. Pero también somos “la ciudad de los abuelitos”, aquellos tiernos personajes con los cuales compartimos el descanso en la escalera. Valparaíso con sus apellidos croatas, alemanes, escoceses y ligures. Valparaíso con sus encapuchados del 21 de Mayo. Valparaíso, sede de la Armada de Chile.

En otras urbes, pobres y ricos viven segregados. En Valparaíso compartimos la vereda, el vecindario, el anfiteatro.

Tal diversidad enloquece a los gurús políticos. Hace poco, éstos hablaban de la “imbatible máquina DC” montado por Hernán Pinto. 6 años después, la DC no tiene ni alcalde ni diputado ni senador en el Puerto. Es que Valparaíso tiene un espíritu indomable. Coqueteamos con todos, pero no pertenecemos a nadie.

Así mis queridos co-ciudadanos, les ruego, les imploro, les suplico: Independiente de quien sea tu candidato, no dejemos pasar en vano nuestros 15 minutos de fama. Hay que saber sacarles provecho. Hay que exigirles un compromiso con firma y timbre.

Pero esta vez no desparramemos los esfuerzos lloriqueando por lo de siempre. Los perros, el desempleo, los ascensores, el aseo, la seguridad. Importantes todos. Pero cuando uno reclama por todo, no escuchan nada. Este año hay que hacer algo diferente. Hay que consensuar nuestro pedido. Y esto, mis amigos, se resume en 6 palabras. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso. Ley Valparaíso.

No pierda ninguna oportunidad de exigirlo a gritos. Valparaíso, la única ciudad chilena que comparte categoría con Praga, Venecia, Cuzco, Budapest y Estambul, no puede cumplir con sus compromisos sociales, culturales y patrimoniales con las migajas que le llegan. No señor. Valparaíso exige un subsidio anual no menor a lo que recauda Viña por el casino, el Festival y las concesiones hoteleras. Son entre US$30 y 40 millones anuales. Sí señor.

Y no basta con exigirles un compromiso. Hay que mandar un mensaje: “Una vez instalados en el Patio de los Naranjos, nosotros, los porteños, les damos 7 meses. Si no hay proyecto de ley presentado al Congreso, tendrán 10 mil porteños —burreros, universitarios, abuelitos, madres, artistas, todos— acampados en la Plaza de la Constitución.