El lunes a las 19:20. Habíamos visto 142 de los 143 jardines participantes en el concurso “Un Jardín para Valparaíso”. Solo faltaba uno, el de don Osvaldo Abdul Nieto, población Villa Esmeralda Manzana H, cerro Mariposas.
A esta altura, habíamos calificado jardines en escaleras, pasajes, plazas, sitios eriazos, bandejones, techos, muros, y debajo ascensores. Habíamos visto jardines hechos con neumáticos, rosas vigilados por gnomos, y maceteros construidos con desechos reciclados. Habíamos visitado un verdadero parque atendido por un abuelito con muletas y un mirador transformado en paraíso por niños con Síndrome de Down y otras necesidades especiales. Habíamos descubierto dos jardines con tinas y otro donde los pájaros chapoteaban en un viejo lavamanos convertido en pileta.
Así, no les voy a mentir: el lunes más de un miembro del jurado pensaba que el 143 sería un saludo a la bandera. ¿Qué más podemos ver? ¿Qué puede haber allá, “en la punta del cerro”?
Habíamos intentado visitar el jardín de don Osvaldo en dos ocasiones. Desde Avenida Alemania tratamos de subir por Galleguillos y Pedro de Ona. Pero cada vez nos perdimos. Cuando la señorita del almacén de la calle Alberti dijo “No tengo idea”, nos rendimos.
Pero esta vez veníamos preparados. Habíamos hablado con don Osvaldo y nos dio las siguientes instrucciones: “Sube por la subestación Chilquinta hasta la punta del cerro. Cuando llega a la bifurcación toma al a izquierda. Cuando vean el pasaje El Rudo sube hasta que termine el pavimento”.
Llegamos hasta que terminara el pavimento. Habíamos arribado hasta la última casa del cerro Mariposas. “¿Dónde está el jardín?”
“Pasado la última casa a la derecha” nos contaron unos niños. Allí descubrimos una reja, de gran extensión, construido con tablas sobre la quebrada. Había una puerta de entrada rústica, con un letrero escrito a mano, “Santuario El Encanto, Un Jardín para Valparaíso”. Pasamos. Dos miembros del jurado, Héctor Correa y Juan Pablo Álvarez, dijeron: “No lo puedo creer”. Empezamos a descender un sendero, hecho a mano por don Osvaldo, que zigzagueaba por los pinos y eucaliptos, hasta la profundidad de la quebrada. En el camino, había pequeños descansos, miradores, una variedad de arreglos florales, y hasta una mini cancha de futbol para los niñitos del barrio.
A continuación los datos duros: Subimos de 78 a 143 jardines. Triplicamos los jardines en espacios públicos. Quintuplicamos la participación de colegios y jardines infantiles. Logramos entregar 39 premios, incluyendo varios que tuvimos que inventar al último momento para abarcar todos los casos especiales, como el de don Osvaldo, que desbordaron los parámetros originales del concurso.
Mi hija pregunta, “¿Papá, harás otra columna sobre jardines? Hace tiempo que no escribes sobre mi”. “Es que estos jardines son para ti, mi amor. Para ti y para todos los niñitos de Valparaíso. Desde la Escalera ’El Membrillo’ hasta la punta del cerro”.
domingo, 21 de noviembre de 2010
martes, 16 de noviembre de 2010
Secretos de golondrinas
El lunes 8, el jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso” inició su segunda jornada en los cerros Esperanza, Placeres, Barón, Polanco, y Rodelillo. En 2009, este trayecto nos regaló dos campeones: “La Plaza Petrohue” del Rodelillo, mejor jardín en espacio público hecho por una institución, y don Roberto Pérez Espejo, cerro Placeres, quien, con sus esculturas florales tipo “Eduardo Manos de Tijera”, fue flamante ganador del mejor jardín en espacio público apadrinado por un individuo.
¿Les cuento un secreto de golondrinas?
Moriré en Valparaíso, pero pueda que jubile en la Villa Berlín del cerro Placeres. Los cerros Alegre y Concepción se lo llevan en el turismo patrimonial, pero, si existiera un “turismo de la felicidad”, la Villa Berlín sería su epicentro. Sus pequeñas casitas emanan una paz infinita. Con más de un centenar de antejardines, esta villa es todo el furor entre las aves porteños. Venimos a ver jardines en la calles Essen, Encinas, y Limarí. Todos preciosos. Si te pierdas, siga a los colibrís, y si esto te falla, pregunta a cualquier vecino. Todos los habitantes de este barrio son un verdadero encanto.
En la Plaza María Eisler, (dobla a la izquierda subiendo Ave. Matta frente al almacén “La Chacrita”) llegamos la escuela especial F-288 “Luz de Esperanza”. Otra vez, descubrimos que “Un Jardín para Valparaíso” es mucho más que un concurso de flores. Es una visita al corazón del Valparaíso profundo, un brotar de la espiritualidad latente escondida en cada rincón del Pancho.
Almorzamos haciendo picnic en la “Plaza del Mercado” del cerro Barón. Se lo recomiendo. Tras recorrer los demás cerros antemencionados, terminamos la segunda jornada en el cerro Cordillera, donde Rayen Scherping se convirtió en nuestra concursante titular más joven (8 años). Es más, les adelanto que la Plaza Eleuterio Ramírez luce absolutamente renovada. ¿Otra sorpresa? El recóndito pasaje Neptuno. Allí, una quincena de vecinos creó “un taller de reciclaje” construyendo docenas de maceteros utilizando materiales en desecho. Hermoso.
. . .
“Buenos días, les estaba esperando”, nos dijo la Señora Gloria Fuentes de la Calle Teniente Pinto del cerro Mariposas el viernes a las 8:40 de la mañana. Así, partió nuestra tercera jornada, la más loca de todas, pues, habíamos dejado para este todos los jardines más rebuscados, incluyendo Ramaditas, Placilla, Laguna Verde, y el enorme depositario de fanaticismo verde (¿jardines o Wanderers?) que es la República Independiente de Playa Ancha.
¡Qué emoción nos brindaron los 30 niñitos del Jardín Infantil Sol y Luna! El viernes, otros héroes incluyeron los repartidores de balones de gas, sin los cuales jamás habríamos encontrado joyas tan valiosas como los jardines de don Alejandro Pereira o el de doña María Georgina Céspedes, pasaje Jamaica con Detective Barahona.
Este jueves 18, en el DUOC UC, anunciaremos a los ganadores. ¿Quieres un adelanto? Pregúntales a las golondrinas.
¿Les cuento un secreto de golondrinas?
Moriré en Valparaíso, pero pueda que jubile en la Villa Berlín del cerro Placeres. Los cerros Alegre y Concepción se lo llevan en el turismo patrimonial, pero, si existiera un “turismo de la felicidad”, la Villa Berlín sería su epicentro. Sus pequeñas casitas emanan una paz infinita. Con más de un centenar de antejardines, esta villa es todo el furor entre las aves porteños. Venimos a ver jardines en la calles Essen, Encinas, y Limarí. Todos preciosos. Si te pierdas, siga a los colibrís, y si esto te falla, pregunta a cualquier vecino. Todos los habitantes de este barrio son un verdadero encanto.
En la Plaza María Eisler, (dobla a la izquierda subiendo Ave. Matta frente al almacén “La Chacrita”) llegamos la escuela especial F-288 “Luz de Esperanza”. Otra vez, descubrimos que “Un Jardín para Valparaíso” es mucho más que un concurso de flores. Es una visita al corazón del Valparaíso profundo, un brotar de la espiritualidad latente escondida en cada rincón del Pancho.
Almorzamos haciendo picnic en la “Plaza del Mercado” del cerro Barón. Se lo recomiendo. Tras recorrer los demás cerros antemencionados, terminamos la segunda jornada en el cerro Cordillera, donde Rayen Scherping se convirtió en nuestra concursante titular más joven (8 años). Es más, les adelanto que la Plaza Eleuterio Ramírez luce absolutamente renovada. ¿Otra sorpresa? El recóndito pasaje Neptuno. Allí, una quincena de vecinos creó “un taller de reciclaje” construyendo docenas de maceteros utilizando materiales en desecho. Hermoso.
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“Buenos días, les estaba esperando”, nos dijo la Señora Gloria Fuentes de la Calle Teniente Pinto del cerro Mariposas el viernes a las 8:40 de la mañana. Así, partió nuestra tercera jornada, la más loca de todas, pues, habíamos dejado para este todos los jardines más rebuscados, incluyendo Ramaditas, Placilla, Laguna Verde, y el enorme depositario de fanaticismo verde (¿jardines o Wanderers?) que es la República Independiente de Playa Ancha.
¡Qué emoción nos brindaron los 30 niñitos del Jardín Infantil Sol y Luna! El viernes, otros héroes incluyeron los repartidores de balones de gas, sin los cuales jamás habríamos encontrado joyas tan valiosas como los jardines de don Alejandro Pereira o el de doña María Georgina Céspedes, pasaje Jamaica con Detective Barahona.
Este jueves 18, en el DUOC UC, anunciaremos a los ganadores. ¿Quieres un adelanto? Pregúntales a las golondrinas.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Sobre descansos y alcayotas
El viernes a las 5:18 pm, bajando a pie por la calle Atahualpa desde la Plaza Bismark hasta la calle Elías, acompañado por los miembros del jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso”, me detuve debajo de una gigantesca alcayota.
Nos habíamos juntados a las 8:30 am. Conociendo a mis jueces—curiosos, juguetones y buenos para la talla—les tuve que rayar la cancha: Dado la enorme cantidad de jardines postulados, 143, el plan era promediar 4 jardines por hora durante 11 horas repetido por 3 días. Esto significa no quedarnos mucho rato copuchando con cada jardinero.
Sin embargo, bastaba una media hora para quedarnos absolutamente encaprichado, por ejemplo, con el nuevo parquecito hecho por José Ignacio Rubio debajo del Paseo Dimalow. En Montealegre 487, saludamos de paso a una de nuestros ganadores del año pasado en la categoría de balcones. “Hola Silvana, ¿Cómo está el gato? El balcón se ve precioso.” Seguimos corriendo. Sin embargo, al llegar a la Plazuela San Luis, las cosas cambiaron. Un grupo de alumnos del Colegio Luis Galdames, bajo la supervisión de la profesora María Loreto Fuentes González, habían construido un muro verde con materiales reciclados. Vaya a verlo.
Mientras avanzaba la tarde disipaba nuestra disciplina. Cuando descubrimos que Úrsula Franco Mayorga había limpiado todo el basural de la escalera Rudolph del Museo a Cielo Abierto, sembrando un jardín de excelente factura frente al mural de Nemesio Antúnez, no había otra opción. Había que entrar su restaurant, el Amaya, a saludarla.
En el pasaje Dighero, Avenida Alemania a la altura del cerro La Loma, descubrimos a don Hipólito Morales, otro quijote que hace pebre a aquella narrativa que dice: “Los porteños no cuidan Valparaíso”. Hace años don Hipólito ha transformado su pasaje en un santuario de la naturaleza. Ahora, basta que el municipio venga a instalar un par de bancas y Valparaíso tendrá un nuevo mirador de excelente factura.
Llegamos por fin a la Plaza de Descanso, cerro Cárcel. Para ser justo, esto es mucho más que un jardín. Es de los proyectos urbanos más estimulantes que se ha hecho. Y no me refiero a Valparaíso sino al país entero. Aquí, aproximadamente 700 jóvenes, leyeron bien, 700, bajo la conducción del Rodrigo Burgos Loyola, han transformado una plazuela abandonada en un gigantesco mosaico. Rodrigo, uno de los principales autores de otro de las grandes hazañas urbanas de los últimos tiempos, la Plaza de los Sueños, es un personaje que vale la pena descubrir. Su metodología de trabajo comunitario no solo transforma los espacios, sino hace que la comunidad se impregna de ellas. Para mí, es hijo ilustre.
A las 5:17, habíamos visto 39 de los 143 jardines y nuestro éxtasis ya era incontenible. “¿Que sorpresa nos espera la próxima semana?” pensaba. Justo apareció la alcayota de la calle Atahualpa, colgando desde 5 metros de altura. “Amo mi vida”, pensé. Nada más que decir.
Nos habíamos juntados a las 8:30 am. Conociendo a mis jueces—curiosos, juguetones y buenos para la talla—les tuve que rayar la cancha: Dado la enorme cantidad de jardines postulados, 143, el plan era promediar 4 jardines por hora durante 11 horas repetido por 3 días. Esto significa no quedarnos mucho rato copuchando con cada jardinero.
Sin embargo, bastaba una media hora para quedarnos absolutamente encaprichado, por ejemplo, con el nuevo parquecito hecho por José Ignacio Rubio debajo del Paseo Dimalow. En Montealegre 487, saludamos de paso a una de nuestros ganadores del año pasado en la categoría de balcones. “Hola Silvana, ¿Cómo está el gato? El balcón se ve precioso.” Seguimos corriendo. Sin embargo, al llegar a la Plazuela San Luis, las cosas cambiaron. Un grupo de alumnos del Colegio Luis Galdames, bajo la supervisión de la profesora María Loreto Fuentes González, habían construido un muro verde con materiales reciclados. Vaya a verlo.
Mientras avanzaba la tarde disipaba nuestra disciplina. Cuando descubrimos que Úrsula Franco Mayorga había limpiado todo el basural de la escalera Rudolph del Museo a Cielo Abierto, sembrando un jardín de excelente factura frente al mural de Nemesio Antúnez, no había otra opción. Había que entrar su restaurant, el Amaya, a saludarla.
En el pasaje Dighero, Avenida Alemania a la altura del cerro La Loma, descubrimos a don Hipólito Morales, otro quijote que hace pebre a aquella narrativa que dice: “Los porteños no cuidan Valparaíso”. Hace años don Hipólito ha transformado su pasaje en un santuario de la naturaleza. Ahora, basta que el municipio venga a instalar un par de bancas y Valparaíso tendrá un nuevo mirador de excelente factura.
Llegamos por fin a la Plaza de Descanso, cerro Cárcel. Para ser justo, esto es mucho más que un jardín. Es de los proyectos urbanos más estimulantes que se ha hecho. Y no me refiero a Valparaíso sino al país entero. Aquí, aproximadamente 700 jóvenes, leyeron bien, 700, bajo la conducción del Rodrigo Burgos Loyola, han transformado una plazuela abandonada en un gigantesco mosaico. Rodrigo, uno de los principales autores de otro de las grandes hazañas urbanas de los últimos tiempos, la Plaza de los Sueños, es un personaje que vale la pena descubrir. Su metodología de trabajo comunitario no solo transforma los espacios, sino hace que la comunidad se impregna de ellas. Para mí, es hijo ilustre.
A las 5:17, habíamos visto 39 de los 143 jardines y nuestro éxtasis ya era incontenible. “¿Que sorpresa nos espera la próxima semana?” pensaba. Justo apareció la alcayota de la calle Atahualpa, colgando desde 5 metros de altura. “Amo mi vida”, pensé. Nada más que decir.
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