En 1994, para conmemorar el éxito de "Il Postino", el estudio Miramax editó un disco con Glenn Close, Julia Roberts, Madonna, Samuel L. Jackson, y Willem Dafoe recitando, cada uno, su poema favorito de Pablo Neruda.
Muy lindo. Nuestro vate ha sido traducido en más de 20 idiomas. Sus versos han inspirado piezas de jazz, blues, folk y lírica. Lo estudian en más de 5 mil universidades en unos 200 países. Si vas a EE.UU. y preguntas a los últimos 30 ganadores del Premio Pulitzer en Poesía, más de la mitad nombrarían al autor del "Canto General" entre sus influencias.
Un gringo que quiere leer "20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada" en inglés puede escoger entre seis traducciones distintas. Todas han agotado su primera edición y varias van en la quinta para arriba. Si prefieres "Obras Elementales" o "Residencia en la Tierra" el fenómeno se repite. Según Alistair Reid: "Neruda es el poeta más leído desde Shakespeare". Cada año, miles de peregrinos extranjeros ingresan al país exclusivamente para contemplar, tocar, oler y respirar a su poeta favorito. Muchos chilenos aún se niegan a verlo, pero el hijo de Parral inspira una devoción mundial reservada para figuras de la talla de Cervantes, Chaucer, Whitman, Rilke y Yeats.
Todo lo cual explica mi desesperación al pensar en los 44 honorables que derrotaron una de las grandes ideas de nuestros tiempos: la de rebautizar la principal entrada a Chile "Aeropuerto Internacional Pablo Neruda".
"Pablo Neruda" y "Valparaíso" son dos de las marcas más importantes que tiene Chile. Si agregas valor a estas marcas, enalteces la imagen del país. Fomentas nuestra universalidad. Chile crece. Por dentro y por fuera.
Lamentablemente, cada vez que alguien se atreve, aparece el tiro por la culata. La mitad de Chile lo sabotea.
Sencillamente, no lo entiendo. ¿Por el bien de tu país, cómo no vas a poder ver más allá de tus viejas rencillas? Les juro, cada vez que escucho el siútico argumento que "a Neruda le dieron el Nobel sólo porque era comunista", rezo por el alma de este país que tanto quiero.
Veamos el caso de nuestra otra gran marca: Valparaíso. Hace 12 años, un 90% de los chilenos no nos habría visitado aun si les pagaras el viaje.
12 años después, la única ciudad chilena protegida en la misma lista con Praga, Venecia, Budapest, y Cuzco, está de moda. Ahora sí, miles de chilenos vienen a pasear. Sin embargo, cada vez que uno de estos declara su amor al Puerto, en seguida aparece el "pero". Pero la basura. Pero los hoyos. Pero los porteños. Pero los perros.
Olvidémonos por un momento, de la obviedad de que Chile, si quisiera, podría invertir en Valparaíso para que estuviera a la altura de su investidura. El punto es otro. El punto es que una parte importante de Chile no quiere. Una parte importante preferiría no celebrar ni a Pablo Neruda ni a Valparaíso.
Así lo ve este extranjero que vino a Chile por Neruda, que se quedó por Valparaíso.
domingo, 23 de mayo de 2010
jueves, 6 de mayo de 2010
Tom's Burned-Down Café
Como alumno de la U. de Minnesota, solía escapar a la isla Madeline. Este pequeño islote sirve como puerta de entrada del Parque Nacional "Archipiélago Islas Apostales", en el Lago Superior, tres horas al norte de Minneapolis. Su pueblo está constituido de tres calles pobladas por artistas, pescadores, y granjeros. Como el parque nacional es cotizado por practicantes de vela y kayak, hay una pequeña marina y un terminal para el barquito que transporta los habitantes al continente.
Durante mis primeros veranos en la isla, frecuentaba a "Tom´s Café", un boliche lleno de curiosos adornos estilo "J.Cruz". En Tom’s se reunían las principales figuras de la fauna artística de la isla. Pero en 1990, una amiga me contó algo terrible. Tom´s se había incendiado.
El verano siguiente volví a la isla. Bajé del barquito. En el camino a mi hospedaje, me topé con una sorpresa. Efectivamente, donde una vez estaba Tom’s ya había sólo un casco carbonizado. Pero, al lado, había una docena de mesas al aire libre. Tirado entre las mesas, se encontraban todos los curiosos adornos rescatados del incendio: letreros de neón, botellas, instrumentos musicales, bancas de madera con miles de nombres tallados con cuchillo. Para entrar, había que pasar una reja de madera. Sobre la madera colgaban dos letreros escritos a mano. El primero decía "Tom’s Burn Down Café" (El café incendiado de Tom). ¿El otro? "Abierto". Estaba repleto.
Todo el verano las mesas estuvieron copadas. ¿La onda? Increíble. Sin saberlo, Tom había transformado su desastre en un golpe de marketing. 20 años después, "Tom’s Burned Down Café" sigue igual. Es grito y plata. Es legendario. Tom ha agregado un centro cultural que recibe importantes escritores nacionales. Tocan legendarios músicos de blues de Chicago.
Pensé en Tom hace unos días, mientras caminaba desde el cerro Santo Domingo hasta Prat por calle Serrano. Allí, frente a la panadería del mismo nombre, me detuve. "Esta calle", pensé, "aún con su sitio eriazo y su casco incendiado, es hermosa". Me enamoré de ella por enésima vez.
Hace tiempo, un centenar de personajes se congregó en el Centro de Estudios de Desarrollo Urbano Contemporáneo (DUC) para discutir el futuro de esta transcendental artería. Expusieron representantes de cuatro universidades, la IMV, ICOMOS, y el Consejo de Monumentos.
¿Mi conclusión? Esta calle inspira grandes pasiones. Sin embargo, sin desmerecer la urgencia de contar con una solución urbana definitiva, me pregunto: ¿No sería posible buscar un destino tipo "Tom’s" mientras?
¿Por qué no dedicar el último viernes del mes para montar allí, en plena calle, una gran exposición de artistas porteños? Otro día se podría montar una feria de productos orgánicos elaborados por agricultores regionales. De a poco llegarían hordas de personas que, hoy día, sólo conocen el lugar por sus titulares tristes. Descubrirían un lugar chispeante, lleno de vida. Allí, entre las cenizas, aparecería un futuro diferente, deslumbrante.
Durante mis primeros veranos en la isla, frecuentaba a "Tom´s Café", un boliche lleno de curiosos adornos estilo "J.Cruz". En Tom’s se reunían las principales figuras de la fauna artística de la isla. Pero en 1990, una amiga me contó algo terrible. Tom´s se había incendiado.
El verano siguiente volví a la isla. Bajé del barquito. En el camino a mi hospedaje, me topé con una sorpresa. Efectivamente, donde una vez estaba Tom’s ya había sólo un casco carbonizado. Pero, al lado, había una docena de mesas al aire libre. Tirado entre las mesas, se encontraban todos los curiosos adornos rescatados del incendio: letreros de neón, botellas, instrumentos musicales, bancas de madera con miles de nombres tallados con cuchillo. Para entrar, había que pasar una reja de madera. Sobre la madera colgaban dos letreros escritos a mano. El primero decía "Tom’s Burn Down Café" (El café incendiado de Tom). ¿El otro? "Abierto". Estaba repleto.
Todo el verano las mesas estuvieron copadas. ¿La onda? Increíble. Sin saberlo, Tom había transformado su desastre en un golpe de marketing. 20 años después, "Tom’s Burned Down Café" sigue igual. Es grito y plata. Es legendario. Tom ha agregado un centro cultural que recibe importantes escritores nacionales. Tocan legendarios músicos de blues de Chicago.
Pensé en Tom hace unos días, mientras caminaba desde el cerro Santo Domingo hasta Prat por calle Serrano. Allí, frente a la panadería del mismo nombre, me detuve. "Esta calle", pensé, "aún con su sitio eriazo y su casco incendiado, es hermosa". Me enamoré de ella por enésima vez.
Hace tiempo, un centenar de personajes se congregó en el Centro de Estudios de Desarrollo Urbano Contemporáneo (DUC) para discutir el futuro de esta transcendental artería. Expusieron representantes de cuatro universidades, la IMV, ICOMOS, y el Consejo de Monumentos.
¿Mi conclusión? Esta calle inspira grandes pasiones. Sin embargo, sin desmerecer la urgencia de contar con una solución urbana definitiva, me pregunto: ¿No sería posible buscar un destino tipo "Tom’s" mientras?
¿Por qué no dedicar el último viernes del mes para montar allí, en plena calle, una gran exposición de artistas porteños? Otro día se podría montar una feria de productos orgánicos elaborados por agricultores regionales. De a poco llegarían hordas de personas que, hoy día, sólo conocen el lugar por sus titulares tristes. Descubrirían un lugar chispeante, lleno de vida. Allí, entre las cenizas, aparecería un futuro diferente, deslumbrante.
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