Moriré en Valparaíso

Moriré en Valparaíso
Mi nuevo libro con prólogo de Roberto Ampuero

domingo, 29 de noviembre de 2009

Inmortales

En 1990, don Salvador del Carmen Abarca plantó sus primeras rosas y cardenales en la calle Beethoven del cerro Concepción. Poco a poco, el pequeño jardín empezó a crecer. Los vecinos reaccionaron con asombro y admiración. 5 años después, el jardín alcanzaba la mitad de la cuadra. Aparecieron bancas, esculturas, piedras, barquitos, figuras.


Los pocos turistas que ambulaban por el Puerto en esos días asumieron que el parque era municipal. Al toparse con el abuelito picando y escarbando la tierra se preguntaron: ¿Será funcionario público?

Para don Salvador no tenía ninguna importancia; no buscaba ni fama ni gloria. Sencillamente, le encantan las flores. 19 años después, su jardín llega casi hasta la subida Almirante Montt. Una maravilla. Nada de esto sorprenderá a mis lectores. Saben de Valparaíso, saben del “abuelito de la calle Beethoven”. Es una leyenda.

Así, cuando constituimos el jurado del concurso “Un Jardín para Valparaíso”, la lógica indicaba que en la categoría 3, “mejor jardín en espacio público hecho por un particular”, la pelea sería por el segundo lugar. ¿Encontraríamos jardines fabulosos? Ojalá. ¿Descubriríamos a otro Salvador del Carmen Abarca? Difícil.

Recorrimos los cerros y encontramos cosas increíbles. Unos 6 jardines fueron sembrados en lugares donde antes había basurales. En la plaza Eleuterio Ramírez los residentes del cerro regaban las plantas con botellas. Descubrimos un dragón rojo que apareció de la nada en el cerro San Juan de Dios. Pero aun así la candidatura de don Salvador no temblaba.

De repente nuestro minivan se detuvo frente a una pequeña capilla en la Población “Héroes del Mar” del cerro Placeres. Bastó ver las caras de los primeros miembros del jurado bajando del vehículo. Sencillamente, no podían creer lo que veían, ni donde lo vieron.

Es un jardín de gran extensión, con arbustos y arbolitos meticulosamente esculpidos. Tales esculturas se entretejían con coloridos arreglos florales de numerosos especies. Parecía sacado de la película “Eduardo manos de tijera”. Es más, el jardín se encontraba en medio de un ruidoso barrio popular donde el olor a polvo embriaga, levantado por el centenar de micros que pasan a cada hora.

Acto seguido, apareció don Roberto Pérez. Nos encantó su sencillez, su humildad, su persistencia. Horas después, los 9 jueces entregaron su puntaje para cada uno de los numerosos jardines visitados.

¿Cómo se elige entre un Van Gogh y un Monet? Los dos son diferentes, los dos son inmortales.

Al día siguiente el jurado se reunió para analizar los resultados. Se ratificaron rápidamente los primeros 30 premiados. Quedó lo más difícil: determinar el ganador de la categoría 3. Don Roberto, la revelación, había superado a don Salvador, la leyenda, por dos décimas. Es un cliché: los dos merecían ganar; pero es la pura verdad.

Bueno, el concurso 2009 ya es historia; el concurso 2010 ya empezó. Ya sabemos: tenemos un Monet y un Van Gogh. ¿Aparecerá un Cezanne en el cerro Mariposas?

domingo, 22 de noviembre de 2009

Historias de jardines

Don Guillermo vive en la calle Los Chirimoyos 615 de cerro Esperanza. ¿El primer problema? La calle no aparece en el mapa oficial de la municipalidad. Llamamos al número que aparece en el formulario de postulación del concurso. Contesta una francesa. "Soy Todd Temkin del concurso 'Un Jardín para Valparaíso", le digo.

"¿Sabes con quién hablas?", me pregunta. Su voz me pareció familiar. "Soy la mamá de la Rayén."

Genial. Nuestros hijos eran amigos hace años en el jardín infantil. Pensé que se habían mudado a Europa. Estas cosas solo pasan en Valparaíso. "Natalie", le digo, "Como llegamos a tu casa".

"La casa es de mi suegro", me dice. "Busca la plaza. Allí, toma la calle a la derecha. Después, hay una calle que sube. No sé como se llama. Después, hay una calla que baja. Tampoco sé como se llama. Después baja otra vez. Por allí está la casa de mi suegro".

Felíz por haberme reencontrado con Natalie, y después de una media hora dando vueltas, llegamos a la calle Los Chirimoyos. ¿Nuestro premio por tanto esfuerzo? Una espléndida y sorprendente vista. "Ahora, solo hay que encontrar el 615", le dijo a Ignacio, el joven arquitecto que me acompañaba.

Caminamos la calle Los Chirimoyos de punta a punta. Parte con el número 39; Termina en el 476. Ignacio se rasca la ceja. "Esto parece un dibujo de Lukas", le digo. Preguntamos a los vecinos. ¿Existe el 615? Nadie sabía. Era más facil encontrar el Caleuche.

"¿Por qué no buscamos el jardín mejor?", sugiere Ignacio. Y allí lo encontramos. Los Chirimoyos 615. Anidado entre el 387 y el 415. ¿El jardín? Super lindo. Vigilado por un simpatico gato gris, guatón. Allí apareció don Guillermo. Tierno. Amoroso. Nos mostró todo, con atención especial a sus copihues.

Postularon 78 jardines este primer año del concurso "Un Jardín para Valparaíso". Detrás de cada jardín, hay una historia. Después de recorrerlos todos, nos quedamos convencidos. Dentro de dos años, este concurso llegará a los 300 jardines.

¿Cual es el cerro con la mayor cantidad de jardines? "¿Concepción?", me dices. ¿Alegre? Es cierto. La mayor cantidad de postulantes venían de estos dos cerros. Pero donde vimos la mayor cantidad de jardines fue en cerro Placeres. Impresionante. Sobre todo en las villas de la parte alta del cerro. Hay muchos jardines hermosos. La mayoria no sabían del concurso. Ahora si.

Descubrimos jardines en los lugares más recónditos. Al lado de la vírgen en el cerro Mercéd. En la cuesta Colorado del cerro Las Delicias. En el pasaje General Jofré, arriba de la calle Progreso. Bajando por El Litre. Y, por supuesto, uno de los jardines que más nos encantó, la exquisita y adorable "Plaza Petrohue", hecho por la Junta de Vecinos de Rodelillo.

En Playa Ancha nos enamoramos de la escalera El Membrillo. Le falta unas plantas, si, pero el lugar es hermoso y lo han hecho con harto cariño y empeño. En un par de años, esto puede ser un verdadero jardín botántico. Una atracción turística de gran envergadura.

Este jueves premiaremos a nuestros primeros ganadores. Habrán sopresas. Y, lo que es más importante, habrán jardines para rato.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Jugando naipe bajo el sol

A raíz del concurso "Un Jardín para Valparaíso", volví al cerro Polanco. Hace más de un año que no iba a ese cerro. ¿Acaso había olvidado de sus encantos? ¿Los peldaños que desembocan en la callecita Bilbao? ¿El adoquinado del pasaje Pastene? No.

Pero no querría volver. Me hace mal. Me trastorna. No lo aguanto.

Partamos del inicio. No hay un barrio más lindo que el Polanco. Ni en Valparaíso. Ni en Chile. Ni en Sudamérica. ¿En Marruecos? Tal vez. Pero lo desconozco.

Olvidémonos, por un segundo, de su glorioso ascensor, este magnífico invento del gringo Federico Page. Olvidémonos que hay solo tres ascensores en el mundo con sus características. Olvidémonos que, si estuviéramos en Italia, el ascensor Polanco sería tratado de igual a la "Torre de Pisa".

Subimos a pie por la calle Recreo. Estos adoquines gastados, sobrevivientes de dos siglos de terremotos, deben ser de los más antiguos en el Puerto. Imposible no sentirse emocionado, transportado al cielo. En Recreo 171, un poco más arriba de la calle Roberto Chapi, descubrimos los balcones más impresionantes de la ciudad. Son tres pisos de balaustres. Ignoro de que madera son. Da lo mismo. Son humildes, austeros, maravillosos.

Este impresionante sector, con su olor a burro, tomó su nombre del regidor Santiago Polanco. Por estas calles han desfilado importantes personajes del Puerto: Juan Brown, Federico Costa, Mary Graham. A pocas cuadres de aqui, en la calle Manuel Valledor, se estableció Colombo Solari, patriarca de la comunidad Italiana de Valparaíso. En estas calles nació don Elias Figueroa.

Pero aqui estamos. Ad portas al bicentenario, a cinco cuadras del Congreso Nacional de la República de Chile, a seis años de la declaración UNESCO. Cerro Polanco, este impresionante patrimonio que Chile custodia para el mundo entero, esta botado. Absolutamente botado. ¿Cuantos senadores y diputados han paseado por cerro Polanco? Cuantos saben que existe, a 2 minutos de su despacho, este maravilla que se llama cerro Polanco?

Pero no le cuentan nada de esto a Cecilia Fernández, egresada de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Hace años, Cecilia hace milagros con las fuerzas vivas del sector. Les anima a no rendirse antes la delicuencia; les inspira a no bajar los brazos ante la indiferencia.

"Estamos buscando un jardín", le preguntamos a una señorita. "¿El de la Señora Cecilia?" nos preguntó de vuelta. Como la quieren. Juntos, hermosean pasajes, peldaños, plazuelas. Y hay otra artista importante en el barrio: Isabel Klotz, quien ha convertido su casa en un importante centro de tertulias.

A ver estos heroicos personajes abandonados a su suerte, no me puedo quedar indiferente. Volver a cerro Polanco me recuerda, por enésima vez, que Chile no esta a las alturas de Valparaíso. Para Chile, Valparaíso le quedó grande.

Hay un extasis que siento en este mítico lugar. Pero no lo aguanto. Como lo sufro. Como me hace mal. ¿Por qué tuve que volver a pisar estos pasajes de ensueño? ¿Por qué me perdí, otra vez, en su laberíntica escalera al cielo? ¿ Por qué me quede congelado, otra vez, debajo de su Torre de Pisa? Chau. Me voy. No me quedaré ni un minuto más. Bueno, tal vez un minuto. Un minuto a conversar con don Lucho, un viejito con sombrero de gaucho, que juega naipe bajo el sol.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Leyendo a "Li Po" en el cerro Panteón

El ex -Canciller, Alejandro Foxley, siempre se ha destacado por lo ecúanime y lo bien templado. Instalado hace un año como "Senior Fellow" del prestigioso centro de estudios "Carnegie Endowment", Foxley se declara asombrado con lo violento que es el tono de la política estadounidense. "Es terriblemente confrontacional", dijo en La Segunda hace unos días, "La oposición republicana es implacable con Obama...un factor negativo no solo para EE.UU sino para la mejor convivencia internacional".

Totalmente de acuerdo. Para quienes no siguen de cerca los vaivenes de la política de mi país, les resumo la táctica de la oposición republicana: Primero, un comité de elites determina tres o cuarto puntos donde creen poder tergivisar la opinion pública (por ejemplo: una provisión del proyecto de ley de reforma de salud que incentiva y subsidia la redacción de un testimonio le daría a Obama el poder de decidir si tu abuela vive o muere). Segundo, estos puntos, que ellos denominan "talking points", se distribuyen entre toda la delegación parlementaria y unos 300 "periodistas" cómplices. Tercero, durante meses, 24 horas del día, 7 días de la semana, en medios como "Fox News" y los shows de Glen Beck y Rush Limbaugh, se repite centenares de veces, con todos sus senadores y diputados como invitados, "Obama quiere matar a tu abuela. ¿Por qué Obama quiere matar a tu abuela?" Nadie se desvia del guión.

La situación me desvela. El mundo ama a Obama, pero, en EE.UU, gracias a la violencia antemenionada, su popularidad cae. Es más, el estilo pugnaz del partido del elefante ha abrumado a los demócratas, quienes, una e otra vez, caen en la trampa de creer que se puede negociar con una oposición que solo quiere deslegitimizar y no tiene ninguna intención de llegar a un acuerdo.

Sé que no me puede involucrar emocionalmente en esto. Sé que me hace mal. Pero no hay caso. Soy adicto. Soy un analista política frustrado.

Así, el otro día, mi cabeza zumbaba a mil. No me pude tranquilizar. Estaba contaminado. Hasta la soledad del Puerto no me entraba. Así, apague el internet, fui a mi biblioteca, y saque un libro: 100 Poems Chinos, escogido por Kenneth Rexroth. Un clásico.

Me despedí del gato y empecé a caminar. ¿Donde? No sabía. Mejor así. Una cuadra arriba de mi casa, en la esquina de Vicente Padín, vive el poeta Enrique Moro. ¿Estará? No estaba. Así, segui caminado. Bajé. Subí. Pareciera que mis pies buscaban un cementerio. Llegue, al fin, a la Calle Dinamarca. ¿Cual cementerio? Entré al Uno.

Allí, otro aire. La pesadilla descrita por mi amigo Foxley empezó a disiparse en el atardecer. Navigue los pasillos hasta llegar al mirador del costado poniente. Allí, bajo la silueta de la torre de la Iglesia Luterana, abrí mi libro y escogí un poema del gran Li Po (701-762):


Bebo solo, pues, no tengo ningún amigo alrededor.

Mi copa en la mano, le invito la luna

A mi fiesta. Ella y mi sombra. Seremos tres.

Pero la luna no toma vino.

Y mi sombra, disilusionada, se esconde.