En el pueblo navajo se cuenta la siguiente leyenda: Un bravo, hijo del cacique, parte a escalar los altos acantilados del desierto. Allí, en la cumbre de una gigantesca roca, encuentra un nido de águilas. ¿Adentro? Un huevo.
Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.
Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.
Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.
Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?
La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.
Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?
Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.
Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.
Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.
Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.
Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.
Se le ocurre una idea: ¿Por qué no impresionar a su papá regalándole un huevo de águila? Baja cuidadosamente, protegiendo su tesoro. Llega al pueblo y lo presenta a su papá, orgulloso. Pero el cacique no está contento. Está indignado. “Esta águila va a morir”, reprocha a su retoño. “Pero, por si acaso, pongámoslo en el gallinero”.
Nace el aguilucho. Pero se cree pollito. Picotea. Tiene amigos pollitos y una mamá gallina. Lo quieren bastante. Pero es un bicho raro. Los demás pasan el día rastreando por el suelo. Nuestro amigo mira hacia el cielo. Sus pares se ríen de él. Lo llaman el “volado”. Se preocupan: “¿Cómo va a aprender a comer maíz? Pasa todo el día soñando”.
Un día, nuestro héroe está haciendo lo de siempre, mirando para arriba. De repente, vislumbra un tremendo pájaro de alas largas, danzando en el aire, sobrevolando el desierto. “¿No sería fantástico”, le dice a su mamá, “volar así, libre, ver todo desde el cielo?”. Su mamá le contesta entre picoteos: “No estaría mal. Pero olvídalo; eres un pollo”.
Nuestro aguilucho, como ya supones, es Valparaíso. Su herencia, su ADN, es la misma de Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga o San Petersburgo. ¿Por qué Valparaíso vive mirando sus pies?
La leyenda navajo sirve para entender lo que somos. Es más, nos ilustra por qué los “liderazgos” anteriores fracasaron. Quisieron complacer a todos. Se sobrecargaron improvisando en todos los frentes —los perros, el aseo, el cableado, los ascensores, los rayados, los baches, el Palacio Baburrizza, la ex cárcel, el borde costero, etc. Con tanto picoteo no se logra ver el cielo. Las águilas se frustran comiendo maíz.
Hay que arreglar los problemas de la gente. Es cierto. Pero se necesita un líder que sepa enfocarnos hacia algo más grande que nuestros problemas... Budapest, Estambul, Cuzco, Lisboa, Praga, San Petersburgo y Valparaíso. Así nos ve el mundo. Valparaíso, ¿Qué ves tú cuando miras el espejo?
Para el nuevo alcalde no será fácil. La gente se le va tirar encima. “Hay que arreglar esto, eso y lo otro”. Pero ya hemos aprendido. Vivir de parche en parche no es liderazgo. Es picoteo.
Arreglemos las cosas. Pero enfoquémonos en una idea fuerza. Recuérdenos lo grande que somos; apunte hacia donde despegar.
Nuestro aguilucho tiene una decisión difícil. Si opta por volar, puede que sus amiguitos lo rechacen. En el futuro, tendrá amigos águilas. En el entretanto, habrá mucha soledad.
Con todo el respeto que me merecen, los problemas de Valparaíso no son los de Talca, San Felipe, Quillota o Curicó.
Valparaíso, despiértate. Recuerda lo que es mirar al mar desde lo alto. Solo desde arriba, serás capaz de negociar un nuevo trato con el país; uno que corresponda a tu investidura.