He recibido un correo. Dice: "Como es sabido, la alcaldía de Valparaíso yano es concertacionista. Tengo que buscar trabajo en otra parte". Adjunto unCV. Me ha inspirado una profunda reflexión.
Tras ganarle a Hillary Clinton en la primaria, Barack Obama anunció quepelearía el voto de los 50 estados. Decían que era loco. En EE.UU. hayestados "rojos" (republicanos) y "azules" (demócratas). Las elecciones,decían los expertos, se ganan en los 7 estados "púrpuras". "Un demócrata nopuede ganar en Indiana, Carolina del Norte y Virginia", insistían. "¿Porqué botar plata haciendo campaña allí?". Obama no pestañeó: "No quiero serPresidente de los Estados Azules. Quiero ser Presidente de los EstadosUnidos". Apeló al ser norteamericano.
Ganó Virginia, Indiana y Carolina del Norte.
Tras años de politiquería en Valparaíso, ha llegado el momento. Volvamos alo esencial. No somos patrimonio de la Alianza. Ni de la Concertación. Somospatrimonio de la humanidad.
Mis primeras lecciones sobre esta materia las aprendí, hace 15 años, donde"La Pollita", almacén de la calle Papudo. Aparecía los viernes y sábados enlas mañanas, vestido de bata azul, pidiendo pan, huevos y avena tostada. Merecibía Pollita con otros vecinos más. Pasábamos las horas copuchando.Allí me enseñaron las virtudes y defectos de las mujeres chilenas; lo quehabía que buscar y lo que había que evitar. "El gringuito de los ojosazules" era un hijo más del barrio. Había que cuidarlo. Nunca me preguntaronsi era concertacionista o aliancista.
Hace 10 meses, la noche del 15 de enero, el apacible vecindario del Cerro La Cruz setransformó en el infierno. Cuando el joven Gabriel Lara llegó a la escenade la catástrofe, le daba lo mismo para quién habían votado los inquilinos.Era bombero de la 4ta compañía "Almirante Manuel Blanco Encalada". Se había jurado defender, con su vida si fuera necesario, a su ciudad, a su Puerto.Y así fue. Y a los 3.500 porteños que descendieron de los 43 cerros aacompañar el féretro del joven de 26 años, tampoco les importaba si Gabrielera de la Alianza o de la Concertación. Era el mártir número 68 de losbomberos de Valparaíso.
En mi casa tengo balcón con vista a la Subida Ecuador. Siempre llevo a mishijos a mirar los funerales de bomberos. Pero lo de Gabriel fue otra cosa.Centenares de antorchas. Sirenas de 34 carros bomba. Bocinazos de autos,micros, colectivos. Miles de porteños con sus pañuelos al aire. Miles. Cadafamilia de Valparaíso había perdido un hijo. Esto no pasa en ninguna otraparte. Gracias a Gabriel, todos recordamos el significado de "ser porteño".Le dije a mi hijo Nicholas: "Si alguien te pregunta por qué vivimos enValparaíso, cuéntales lo que vivimos esta noche". En un mundo indiferente,donde cada vez menos se siente el dolor ajeno, Valparaíso es un oasis en eldesierto.
Así, la próxima vez que te pregunten: "de qué lado eres", diles: "Soyporteño".
¿Entendiste?
domingo, 30 de noviembre de 2008
sábado, 15 de noviembre de 2008
Pasitos
Uno de mis grandes placeres es el que se produce cada día a las 6:40 a.m. A esa hora ya me despertaron las golondrinas del cerro San Juan de Dios. Deambulo un rato entre los últimos vestigios de mis sueños, hasta que se disipan como el vapor sobre un buen chocolate caliente. Allí viene. El sonido milagroso. El goce indescriptible. Pasitos. Viene mi hija de 4 años.
Pónganme un antifaz y háganme escuchar a 10 niñas de 4 años caminando sobre tablas de piso crujientes. Les apuesto: puedo identificar los pasitos de mi hija.
Acto seguido viene “cachorrita regalona”, una importante tradición en la casa Temkin. Se trata de un abrazo eterno. Uno de esos que te recuerdan que da lo mismo si la economía, la política, el trabajo, todo, se va a la cresta. Tengo este momento, tan eterno como efímero. Tengo mi “cachorrita regalona”.
Pero hace 2 días mi vida cambió para siempre. Estaba en la cama. Cantaban las golondrinas. Esperaba mi cachorrita regalona. Aparece, pero, por primera vez, dice que no quiere. Negociamos. “Te doy 5 segundos”, ofrece. Exijo 60. Transamos en 30. Allí estamos, abrazados. De repente empieza a contar: 1, 2, 3, 4… Me muero.
En mis 10 años al mando de la Fundación Valparaíso (FV) he sufrido de todo, pero nunca esto. He sido emboscado y embestido. Se ha dicho: “El gringo compró todas las casas de la ciudad”. Habíamos comprado una. Cuando hermoseamos 23 casas en el sector del Museo a Cielo Abierto se dijo: “El gringo echó a todas las familias a la calle”. Al confirmarse que no era así, dijeron: “Cobra peaje a todos los que sacan fotos por allí”.
Se ha difundido que trabajo para Bush y para la CIA. Durante las elecciones presidenciales de ’98 corría el rumor de que pintamos la sede de la FV amarillo y azul porque me había pagado el candidato “del cambio”.
Todavía guardo, por nostalgia, unos 10 correos electrónicos que intercambié con un tal Ernesto, alrededor del 2000, momento de gran actividad en la FV: “Gringo de mierda”, partió el primero, “a ver si bajas del Olimpo a contestarme”. A continuación un compendio de insultos que despertarían a mi abuelita de su sueño eterno. Le invité a conversar, pero no quiso. Así, entramos en un diálogo cibernético. El acusaba, yo contestaba. El último correo de Ernesto lo recibí 3 meses después. Decía: “Todd. Asistí a escondidas la inauguración de tu último proyecto… He llegado a la conclusión de que no eres un mal tipo. Ojalá que pudieras ser más francés, menos yanqui. Pero no eres una mala persona. Por lo menos el vinito que ofreces a los vecinos es muchísimo mejor que el vino de caja que dan otros”.
Me encantó. Y es más. He hecho las paces con todo esto. Es parte del juego. ¿La vida? Un viaje. Hay que gozar, lento. De pasitos. Que digan lo que quieran.
Pero, ¿que mi hija cuente hasta 30? Esto no lo soporto. No. Pero hay esperanza. Tengo un osito a punto de cumplir 7. Es delicioso. Mejor aún, no cuenta hasta 30. Ay, Dios. Hay esperanza para mí.
domingo, 9 de noviembre de 2008
El Caer de una Ciruela
En el poema “Una de las vidas” el poeta norteamericano W.S. Merwin (1927) narra su experiencia tirado en una camilla, dentro de una granja, víctima de una fiebre que lo tiene al borde de la muerte, tiritando y con escalofríos, ”aunque me hayan envuelto en todas las frazadas de la casa”. El médico prepara su aguja. El bosque se asoma por la ventana. En su delirio, el poeta escucha algo. El caer de una ciruela.
Un ciruelo se demora 365 días en madurar su fruta. Son 3 millones de segundos. La ciruela se demora menos de un segundo en caer.
En “Una de las vidas”, nuestro afiebrado poeta pondera el hilo dorado que conecta nuestras vidas: “Si yo no hubiera conocido al colorín cuyo papá/ se quebró la pierna al aterrizar sobre Francia en paracaídas”, o “si hubiera escrito otra cosa en el espacio que decía ‘universidad preferida” en el formulario adjunto a la Prueba de Aptitud”, o “si hubiera adivinado de forma diferente las preguntas que desconocía”, o “si la chica de Kittanning no hubiese enseñado a mi papá a conducir/ para que pudiera trabajar como asistente del pastor en la ciudad”, o “si mi mamá no hubiera perdido ambos padres de niña”…
En fin. Basta que uno de tales eventos no hubiese ocurrido. Basta con eso. Nuestro poeta no habría estado tirado en esa camilla. No habría escuchado el caer de una ciruela.
Volvamos a Valparaíso. Ciudad de milagros. Ciudad de ciruelas. Demasiadas veces, éstas pasan inadvertidas. Está el tironcito del ascensor Concepción. Lo sentí por primera vez en 1993. Subí hace dos días y era exactamente igual. Está la niñita saltando la cuerda sobre la vereda del pasaje Guimera. Están los niñitos de la calle Bernardo Vera corriendo tras la pelota que se les escapó, otra vez, cerro abajo. Está el burro que se estaciona, día por medio, bajo el letrero que dice “reservado para el gerente de la Bolsa de Valores”. Milagros sencillos. El caer de una ciruela.
E, igual a W.S. Merwin, cada uno tiene una historia que le trajo aquí. Historias de padres y abuelos; amores y desamores; tonterías y trivialidades. “Si hubiese doblado a la derecha y no a la izquierda.” Pero no lo hiciste. Llegaste a Valparaíso. Llegaste aquí.
Y fue en Valparaíso donde tu humilde columnista lloró hace 5 noches. Y no fue, como podrías imaginar, en el momento en que un hombre apareció sobre el escenario del Parque Grant en Chicago. No. Fue un minuto después. Al escuchar la quebrantada voz de otro de mis héroes, el congresista de Georgia, John Lewis, el mismo que, a los 15 años, fue apaleado por la policía mientras cruzaba un puente en Selma, Alabama, desfilando al lado de SU héroe, Martin Luther King. Al escuchar a John Lewis decir: “Sí, podemos”, lloré.
Y volví a leer, por enésima vez, las palabras de W.S. Merwin: “Me desperté, como de un sueño, desde las horas más oscuras,/ a escuchar el caer de las ciruelas, pensando ‘sé lo que soy’ al escucharlas caer”.
Un ciruelo se demora 365 días en madurar su fruta. Son 3 millones de segundos. La ciruela se demora menos de un segundo en caer.
En “Una de las vidas”, nuestro afiebrado poeta pondera el hilo dorado que conecta nuestras vidas: “Si yo no hubiera conocido al colorín cuyo papá/ se quebró la pierna al aterrizar sobre Francia en paracaídas”, o “si hubiera escrito otra cosa en el espacio que decía ‘universidad preferida” en el formulario adjunto a la Prueba de Aptitud”, o “si hubiera adivinado de forma diferente las preguntas que desconocía”, o “si la chica de Kittanning no hubiese enseñado a mi papá a conducir/ para que pudiera trabajar como asistente del pastor en la ciudad”, o “si mi mamá no hubiera perdido ambos padres de niña”…
En fin. Basta que uno de tales eventos no hubiese ocurrido. Basta con eso. Nuestro poeta no habría estado tirado en esa camilla. No habría escuchado el caer de una ciruela.
Volvamos a Valparaíso. Ciudad de milagros. Ciudad de ciruelas. Demasiadas veces, éstas pasan inadvertidas. Está el tironcito del ascensor Concepción. Lo sentí por primera vez en 1993. Subí hace dos días y era exactamente igual. Está la niñita saltando la cuerda sobre la vereda del pasaje Guimera. Están los niñitos de la calle Bernardo Vera corriendo tras la pelota que se les escapó, otra vez, cerro abajo. Está el burro que se estaciona, día por medio, bajo el letrero que dice “reservado para el gerente de la Bolsa de Valores”. Milagros sencillos. El caer de una ciruela.
E, igual a W.S. Merwin, cada uno tiene una historia que le trajo aquí. Historias de padres y abuelos; amores y desamores; tonterías y trivialidades. “Si hubiese doblado a la derecha y no a la izquierda.” Pero no lo hiciste. Llegaste a Valparaíso. Llegaste aquí.
Y fue en Valparaíso donde tu humilde columnista lloró hace 5 noches. Y no fue, como podrías imaginar, en el momento en que un hombre apareció sobre el escenario del Parque Grant en Chicago. No. Fue un minuto después. Al escuchar la quebrantada voz de otro de mis héroes, el congresista de Georgia, John Lewis, el mismo que, a los 15 años, fue apaleado por la policía mientras cruzaba un puente en Selma, Alabama, desfilando al lado de SU héroe, Martin Luther King. Al escuchar a John Lewis decir: “Sí, podemos”, lloré.
Y volví a leer, por enésima vez, las palabras de W.S. Merwin: “Me desperté, como de un sueño, desde las horas más oscuras,/ a escuchar el caer de las ciruelas, pensando ‘sé lo que soy’ al escucharlas caer”.
sábado, 8 de noviembre de 2008
A Plum Falls (English version, Spanish to appear Sunday)
In “One of the Lives,” the poet W.S. Merwin (1927) narrates from an iron cot in an old stone farm house, “shivering with fever though wrapped in everything around the house.” The doctor prepares his “unctuous needle.” Nature beckons beyond the window. In his delirium, the poet detects a sound. A plum falls to the forest floor.
It takes 365 days for a plum tree to prepare and ripen its fruit. More than 3 million seconds. It takes less than a tenth of second for a plum to fall.
It takes 365 days for a plum tree to prepare and ripen its fruit. More than 3 million seconds. It takes less than a tenth of second for a plum to fall.
In “One of the Lives,” the feverish Merwin ponders the golden thread that connects our lives:
“If I had not met the red-haired boy whose father/ had broken a leg parachuting into Provence to join the resistance in the final stage of the war/ and so had been killed there as the Germans were moving north/ out of Italy”
or:
“If I had written anything else at the top/ of the examination form where it said/ college of your choice”
or:
“if the questions that day had been put differently”
or:
“if a young woman in Kittanning/ had not taught my father to drive at the age of twenty/so that he got the job with the pastor of the big church/ in Pittsburgh where my mother was working and if/ my mother had not lost both parents when she was a child/so that she had to go to her grandmother’s in Pittsburgh"
If just one of those events hadn’t occurred. Just one. Our poet would not have been in that iron cot. He would not have heard the plum fall.
Back to Valparaiso. City of miracles. City of plums that fall. Too many times we walk right by. There is that characteristic “tug” of the funicular in Concepción Hill. I first felt that tug on a January eve in 1993. I rode it 2 days ago and the exact same tug was still there. There is the pony-tailed school girl jumping rope in the Guimera Passage Way. The boys on Bernardo Vera Street chasing after the soccer ball that escaped down the hill, again. There is the donkey parked every other day next to the sign that says, “Reserved for the CEO of the stock exchange.” Simple miracles.
Plums that fall.
And just like W.S. Merwin, each of us has a story that brought us here. Stories of parents and dead relatives we never knew; stories of love consummated and shattered; stories of things mundane, forgotten, trivial. “If I had turned right that day and not left.”
But you didn’t. You made it to Valparaiso. You made it here.
And it was in Valparaiso that your humble columnist broke into tears five nights ago. And it wasn’t, as you might imagine, when a man took to the stage in Chicago’s Grant Park. No. It was several moments later. When I heard the cracked voice of another one of my heroes, Georgia Congressman John Lewis, the same John Lewis who, at 15, at been pummeled by an angry mob as he marched through Montgomery, Alabama, at the side of HIS hero, Martin Luther King. Upon hearing John Lewis say, “Yes, we can,” I wept.
And I read, for perhaps the hundredth time, the words of W.S. Merwin. And I knew that, for one still moment, I had wakened, “hearing plums fall in the small hours, thinking I knew where I was as I heard them fall.”
“If I had not met the red-haired boy whose father/ had broken a leg parachuting into Provence to join the resistance in the final stage of the war/ and so had been killed there as the Germans were moving north/ out of Italy”
or:
“If I had written anything else at the top/ of the examination form where it said/ college of your choice”
or:
“if the questions that day had been put differently”
or:
“if a young woman in Kittanning/ had not taught my father to drive at the age of twenty/so that he got the job with the pastor of the big church/ in Pittsburgh where my mother was working and if/ my mother had not lost both parents when she was a child/so that she had to go to her grandmother’s in Pittsburgh"
If just one of those events hadn’t occurred. Just one. Our poet would not have been in that iron cot. He would not have heard the plum fall.
Back to Valparaiso. City of miracles. City of plums that fall. Too many times we walk right by. There is that characteristic “tug” of the funicular in Concepción Hill. I first felt that tug on a January eve in 1993. I rode it 2 days ago and the exact same tug was still there. There is the pony-tailed school girl jumping rope in the Guimera Passage Way. The boys on Bernardo Vera Street chasing after the soccer ball that escaped down the hill, again. There is the donkey parked every other day next to the sign that says, “Reserved for the CEO of the stock exchange.” Simple miracles.
Plums that fall.
And just like W.S. Merwin, each of us has a story that brought us here. Stories of parents and dead relatives we never knew; stories of love consummated and shattered; stories of things mundane, forgotten, trivial. “If I had turned right that day and not left.”
But you didn’t. You made it to Valparaiso. You made it here.
And it was in Valparaiso that your humble columnist broke into tears five nights ago. And it wasn’t, as you might imagine, when a man took to the stage in Chicago’s Grant Park. No. It was several moments later. When I heard the cracked voice of another one of my heroes, Georgia Congressman John Lewis, the same John Lewis who, at 15, at been pummeled by an angry mob as he marched through Montgomery, Alabama, at the side of HIS hero, Martin Luther King. Upon hearing John Lewis say, “Yes, we can,” I wept.
And I read, for perhaps the hundredth time, the words of W.S. Merwin. And I knew that, for one still moment, I had wakened, “hearing plums fall in the small hours, thinking I knew where I was as I heard them fall.”
sábado, 1 de noviembre de 2008
Gato en una caja
Me he topado 3 veces con Jorge Castro. Hace 9 años, almorzaba en la picada “Los Deportistas” del cerro O’Higgins. Fundación Valparaíso recién tomaba vuelo. Muchos se preguntaban cuál era mi “gato encerrado”. Pilar y yo degustábamos nuestras empanadas. Entra un hombre canoso. Me ve y se me acerca. “Gracias por todo lo que está tratando de hacer por Valparaíso”, me dice. Fueron 3 segundos, pero me llamó la atención.
Cuatro años después, yo doblaba a la izquierda desde Beltrán a Yerbas Buenas cuando choco con un colectivo que bajaba con sorprendente velocidad. En el colectivo iban 2 señoras y una señorita con síndrome de Down. El colectivero estaba furioso; las señoras histéricas; la señorita lloraba. Me sentí sobrepasado.
De repente aparece una mano en mi hombro, y una familiar, serena, tranquilizadora. “Hola Todd, ¿cómo estás? ¿Ok?”. Era Jorge Castro. Parecía que nos conocíamos por décadas, cuando en realidad nos habíamos saludado una sola vez, hacía 4 años.
“No te preocupes. Vivo al frente y veo los colectivos bajando a cada rato. Sé cómo bajan. Quédate tranquilo; voy a atender a las señoras y después hablo con el conductor. Quédate tranquilo; yo me encargo”.
Atiende a las 3 señoras, constata sus lesiones que, gracias a Dios, eran menores. En pocos minutos el pánico se había disipado. Habla con el colectivero. Este se tranquiliza. Llegan los carabineros y cumplimos los trámites. Jorge se queda hasta el último momento.
¿Tercer encuentro? Hace 2 años. Me suena el teléfono. “Hola Todd. Jorge Castro. ¿Cómo estás?” Una vez más, parecía que nos conocíamos de toda la vida. “Estoy organizando un encuentro de poetas para la Cumbre del Tango. Me encantaría que participaras”.
3 encuentros en 15 años.
Sabemos que nuestra ciudad es un puzzle; que está llena de “cachos”. Cada vez que arreglamos uno, aparecen 5 más. Un maestro me lo explicó así: “Trate de meter un gato en una caja. Si lo hace a la fuerza, no hay caso. Pero coloque el gato en una habitación y luego ponga la caja al centro. Dése una vuelta por ahí, y cuando vuelva, le apuesto que el gato estará haciendo su siesta dentro de la caja”.
A don Aldo Cornejo le sobra inteligencia. Tal vez le faltó sabiduría. Heredó un municipio quebrado. Le tocó la tragedia de la calle Serrano, el incendio del cerro La Cruz. Ha sufrido mucho. Le deseamos lo mejor. Ahora, ¿qué piensa Jorge Castro de los perros callejeros, el aseo, la seguridad? ¿Cómo rescatará los ascensores? ¿Qué pasará con el Baburizza; con nuestras iglesias y palacios? ¿Cómo enfrentará el polarizado ambiente? ¿Nos pondrá a punto para el Foro de las Culturas? ¿Sabrá manejar los conflictos entre residentes y turistas en el cerro Concepción?
No tengo idea. Sólo sé lo que he visto. Que le gustan las personas. Que confía en ellas. Que enfrenta los conflictos con aplomo y serenidad. Vamos. Démonos una vuelta con este “Negro” y veamos dónde está el gato a nuestro regreso.
Cuatro años después, yo doblaba a la izquierda desde Beltrán a Yerbas Buenas cuando choco con un colectivo que bajaba con sorprendente velocidad. En el colectivo iban 2 señoras y una señorita con síndrome de Down. El colectivero estaba furioso; las señoras histéricas; la señorita lloraba. Me sentí sobrepasado.
De repente aparece una mano en mi hombro, y una familiar, serena, tranquilizadora. “Hola Todd, ¿cómo estás? ¿Ok?”. Era Jorge Castro. Parecía que nos conocíamos por décadas, cuando en realidad nos habíamos saludado una sola vez, hacía 4 años.
“No te preocupes. Vivo al frente y veo los colectivos bajando a cada rato. Sé cómo bajan. Quédate tranquilo; voy a atender a las señoras y después hablo con el conductor. Quédate tranquilo; yo me encargo”.
Atiende a las 3 señoras, constata sus lesiones que, gracias a Dios, eran menores. En pocos minutos el pánico se había disipado. Habla con el colectivero. Este se tranquiliza. Llegan los carabineros y cumplimos los trámites. Jorge se queda hasta el último momento.
¿Tercer encuentro? Hace 2 años. Me suena el teléfono. “Hola Todd. Jorge Castro. ¿Cómo estás?” Una vez más, parecía que nos conocíamos de toda la vida. “Estoy organizando un encuentro de poetas para la Cumbre del Tango. Me encantaría que participaras”.
3 encuentros en 15 años.
Sabemos que nuestra ciudad es un puzzle; que está llena de “cachos”. Cada vez que arreglamos uno, aparecen 5 más. Un maestro me lo explicó así: “Trate de meter un gato en una caja. Si lo hace a la fuerza, no hay caso. Pero coloque el gato en una habitación y luego ponga la caja al centro. Dése una vuelta por ahí, y cuando vuelva, le apuesto que el gato estará haciendo su siesta dentro de la caja”.
A don Aldo Cornejo le sobra inteligencia. Tal vez le faltó sabiduría. Heredó un municipio quebrado. Le tocó la tragedia de la calle Serrano, el incendio del cerro La Cruz. Ha sufrido mucho. Le deseamos lo mejor. Ahora, ¿qué piensa Jorge Castro de los perros callejeros, el aseo, la seguridad? ¿Cómo rescatará los ascensores? ¿Qué pasará con el Baburizza; con nuestras iglesias y palacios? ¿Cómo enfrentará el polarizado ambiente? ¿Nos pondrá a punto para el Foro de las Culturas? ¿Sabrá manejar los conflictos entre residentes y turistas en el cerro Concepción?
No tengo idea. Sólo sé lo que he visto. Que le gustan las personas. Que confía en ellas. Que enfrenta los conflictos con aplomo y serenidad. Vamos. Démonos una vuelta con este “Negro” y veamos dónde está el gato a nuestro regreso.
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