sábado, 31 de mayo de 2008
Carta a Michelle Bachelet
Estimada Presidenta:
Mirar el amanecer desde el Paseo Gervasoni da la sensación de un mundo perfecto. ¿Mirar Valparaíso con calculadora en la mano? Es sencillamente escalofriante.
Valparaíso, con sus miles de kilómetros de escaleras, callejones, calles y pasajes puede ser tan hermoso como Lisboa o Praga. Pero sumemos todos estos m2 de estructura vial y dividámoslos por la cantidad de habitantes. Ahora hagamos lo mismo con Valdivia, Talca o Concepción. ¿Cuál tiene el mayor costo de mantención por habitante?
Valparaíso, con sus casas de postal. Valparaíso, con sus paseos y miradores. Valparaíso, con sus edificios históricos y barrios patrimoniales. Calculemos la inversión que se requeriría para poner todo a punto.
Ahora, establecido que la nuestra es la ciudad que más inversión requiere, consideremos la capacidad recaudadora de nuestro municipio. Las Condes tiene 7 malls que pagan millones de dólares en patentes cada año. ¿La fiambrería Sethmacher? ¿El almacén La Pollita? ¿El Cinzano? ¿La panadería Guria? Pagan, pero no se compara y su aporte a la ciudad va por otro camino. Es posible que los ingresos por permisos de construcción en Lo Barnechea sumen más que el presupuesto total de la I. Municipalidad de Valparaíso. ¿Pero si nos llenan de edificios? Me muero. Además nos quitarían el título patrimonial. ¿Qué nos puede recomendar, Sra. Presidenta?
Sé que hay ciudades con limitaciones similares. Guanajuato, Puebla, Oaxaca. Verona, Florencia, Pisa, Venecia. Toledo, Santiago de Compostela. Pero sus países son federalistas y generan millones vía impuestos municipales.
¿Atenas? ¿Estambul? ¿Cartagena de Indias? Reciben subsidios estructurales permanentes.
En Chile, hasta Viña —que no tiene ninguna restricción ni inmobiliaria ni comercial ni patrimonial— es subsidiada por un casino. Iquique y Punta Arenas son zonas francas.
Sé que tanto Ud. como su antecesor han generado incentivos especiales vía MINVU, CORFO, SERCOTEC, FOSIS. Se agradece. De verdad. Pero Valparaíso —musa de Neruda, Darío, Whistler y Darwin—, la única ciudad chilena que pertenece al mismo listado que Budapest, Cuzco y San Petersburgo… requiere más.
Hoy, Valparaíso es una postal de Chile. ¿Se imagina Ud. la capacidad que tendría un Valparaíso 100% recuperado, de ser el gran embajador cultural del país? ¿Se imagina Ud. que Valparaíso podría demostrarle al mundo que el vertiginoso crecimiento nacional no ha sido a costa de su alma y de su cultura nacional?
Para lograr lo anterior, Sra. Presidenta, mi Valparaíso, SU Valparaíso, nuestro Valparaíso requiere un compromiso que sea estructural y permanente.
¿Por qué no traspasar el 49,9% de la propiedad de EPV al municipio? ¿O que nos den un porcentaje de los impuestos aduaneros por todo lo que ingrese por acá? ¿O que nos dejen dos puntitos del IVA que se recauda en Valparaíso para la preservación y promoción de la ciudad?
Cuando se quiere se puede. Sin otro particular, se despide atentamente, el gringo.
viernes, 16 de mayo de 2008
Crepúsculo en Tono Piel y Verde, Valparaíso
El Museo Tate Modern se alberga dentro de lo que era la generadora eléctrica más importante de Londres, una inmensa fábrica de ladrillos rojos con una chimenea de 10 pisos. Visto desde el otro lado del Támesis, parece sacado de una novela de Charles Dickens: su sombra oscureciendo las aguas del rio en la medida en que va creciendo la tarde. Como sede del Tate, el edificio es un fiel homenaje a la Era Industrial que vio nacer las numerosas obras maestras que allí descansan: Degas, Monet, Gauguin, Cezanne, Matisse, Kandinsky, Renoir, etc.
Es en este sorprendente espacio donde descubrimos otro desconocido capítulo sobre Valparaíso.
Aunque haya nacido en Massachusetts, existe debate sobre si el pintor más importante que ha producido EE.UU. era o no “americano”. James Whistler (1834-1903) rechazó el llamado al naturalismo americano pontificado por Whitman y Twain. Alcanzó a estudiar dos años en la Academia Militar de West Point, pero luego abandonó EE.UU. para irse a Europa, compartiendo su tiempo entre Londres, París y Glasgow. Allí, su creciente celebridad lo convertiría en uno de los artistas más cotizados de su época. Era conocido por su temperamento y sarcasmo. Una vez demandó a un crítico de arte por no haberle rendido homenaje. Durante una de sus famosas cenas en París, su amigo Oscar Wilde, encantado con un chiste de su anfitrión, habría dicho: “Ojalá yo hubiese dicho esto, James”. Whistler le habría contestado: “Lo harás, mi amigo; lo harás”.
Uno de los enigmas más curiosas para los expertos del Centro de Estudios Whistler de la Universidad de Glasgow ha sido explicar por qué este excéntrico artista, que no defendió a su propio país en la Guerra Civil, sí haya optado por subirse a un barco para defender a Chile —país con el cual no poseía ningún parentesco— contra el bombardeo español de 1866. Según el académico Nikolaus Pevsner, “la aventura de Whistler en Valparaíso debe entenderse dentro del mismo contexto en el que Degas viajó a Nueva Orleáns, Rousseau a México, Manet a Brasil y Gauguin a Tahití”.
Whistler recordó su decisión de viajar a Valparaíso así: “Londres estaba lleno de veteranos de guerra buscando aventuras. Allí apareció la noticia de una agresión española contra Chile y Perú. Mientras más se conversaba, más nos parecía que era correcto hacerlo. Todo se arregló durante una tarde”.
Una vez en Valparaíso, escribió: “Había una bahía en forma de herradura rodeada por hermosos cerros rocosos. Valparaíso estaba por un lado, los cerros por otro. En la entrada de la bahía estaba la flota española. Entre ella y la ciudad había barcos de EE.UU., Inglaterra, Francia y Rusia. En la madrugada los otros barcos zarparon a mar abierto, dejando a la armada española sola frente a la ciudad. Así empezó el bombardeo”.
Whistler pintó nueve cuadros durante sus seis meses en Valparaíso. Estos adornan los museos más importantes del mundo. El más importante, “Crepúsculo en Tono Piel y Verde, Valparaíso”, propiedad del Tate Modern, parece haber sido pintado desde el Paseo Gervasoni. Sobre la obra se ha escrito: “Los cuadros de Whistler en Valparaíso, con su predilección por el armonioso arreglo del color por encima del sujeto, pueden interpretarse como un puente que sirvió de inspiración para el incipiente movimiento impresionista”.
viernes, 9 de mayo de 2008
Baltimore, Barón, y Otros Demonios
En 2002, Fundación Valparaíso organizó un seminario: La Experiencia Baltimore. Asistió gran parte de la compleja fauna política, social y cultural del Puerto. El invitado, Paul Dombrowski, se explayó durante seis horas ante un auditorio repleto, explicando cómo se gestó la transformación del páramo industrial que era el borde costero de dicha ciudad, que terminó convertido en un complejo de paseos, explanadas, marinas, hoteles, parques, museos y restaurantes, más el Acuario Nacional de EE.UU. Hoy el “Baltimore Inner Harbor” recibe 20 millones de visitas anuales.
La presentación de Paul no defraudó y los asistentes aplaudieron a rabiar. Con distintos matices, todos concordaban: en el entorno del Muelle Barón se jugaría gran parte de la apuesta de nuestra ciudad. Mientras pasaban las diapositivas, crecía la euforia. Terminado el cóctel, me cayó encima un mar de felicitaciones.
Han pasado seis años y, hoy, el proyecto Puerto Barón (PB) tiene opositores por todos los flancos. ¿Lo más sorprendente? Buena cantidad de éstos son los mismos que me abrazaron en 2002. ¿Qué pasó? Nos guste o no, la respuesta revela mucho sobre nosotros y sobre el delicado ecosistema humano, intelectual y cultural que es Valparaíso.
En primer lugar, reconozcamos que la corriente anti-globalización ha ganado adeptos. Gran parte de la oposición cabe en esta categoría. En su versión más extrema esta ideología, convertida en religión, me provoca rechazo. Pero su contenido aplicado a Valparaíso —sobre todo aquello vinculado al valor de los negocios familiares y el patrimonio social— ha sido un verdadero aporte. Negar lo anterior es negar lo mejor que tenemos. Es menester que el Grupo Plaza tome esto en cuenta. Que ponga a su habilidoso equipo a trabajar en humanizar y hacer más verde PB. Los extremistas jamás se convencerán, pero da lo mismo. Se trata de tener el mejor proyecto posible.
En segundo lugar, ha crecido el escepticismo sobre el estilo de intervención que se hace en nuestra urbe universal. Nadie duda de que el Paseo Wheelwright es un aporte. ¿Pero sus terminaciones?, duras. Tan poco verde. Tanto hormigón. Una vez pasada la novedad, sencillamente no invita. Veo que las maquetas de PB ostentan enormes plazas de cemento. Entiendo por qué algunos no se emocionan.
Tercero: Más allá de los anti-globalización y los escépticos, hay otro grupo, entre los cuales me incluyo, que sencillamente soñaba con algo más osado: canales de agua, una isla, un museo o acuario de categoría internacional, una línea férrea subterránea.
¿Otro autogol? La palabra mall no ayuda. El aeropuerto de Santiago es una concesión pública con un fuerte componente comercial. Pero nadie lo llama mall y es un orgullo de muchos chilenos. Nunca antes se ha visto que a los bordes costeros de Baltimore, Génova, Barcelona o Ciudad del Cabo se les denomine mall.
Después de todo, discrepo de los furibundos que reclaman que PB será la muerte de la ciudad. Confío en el diálogo; confío en que el proyecto se puede mejorar. Pero los opositores deben entender que, aunque el giro comercial del Grupo Plaza sean grandes centros comerciales, esto no significa que sus ejecutivos sean seres humanos inferiores o incapaces de entender a Valparaíso. Demonizarlos sólo contribuye a la ruptura. Esto dañará el proyecto; esto dañará a Valparaíso.
La presentación de Paul no defraudó y los asistentes aplaudieron a rabiar. Con distintos matices, todos concordaban: en el entorno del Muelle Barón se jugaría gran parte de la apuesta de nuestra ciudad. Mientras pasaban las diapositivas, crecía la euforia. Terminado el cóctel, me cayó encima un mar de felicitaciones.
Han pasado seis años y, hoy, el proyecto Puerto Barón (PB) tiene opositores por todos los flancos. ¿Lo más sorprendente? Buena cantidad de éstos son los mismos que me abrazaron en 2002. ¿Qué pasó? Nos guste o no, la respuesta revela mucho sobre nosotros y sobre el delicado ecosistema humano, intelectual y cultural que es Valparaíso.
En primer lugar, reconozcamos que la corriente anti-globalización ha ganado adeptos. Gran parte de la oposición cabe en esta categoría. En su versión más extrema esta ideología, convertida en religión, me provoca rechazo. Pero su contenido aplicado a Valparaíso —sobre todo aquello vinculado al valor de los negocios familiares y el patrimonio social— ha sido un verdadero aporte. Negar lo anterior es negar lo mejor que tenemos. Es menester que el Grupo Plaza tome esto en cuenta. Que ponga a su habilidoso equipo a trabajar en humanizar y hacer más verde PB. Los extremistas jamás se convencerán, pero da lo mismo. Se trata de tener el mejor proyecto posible.
En segundo lugar, ha crecido el escepticismo sobre el estilo de intervención que se hace en nuestra urbe universal. Nadie duda de que el Paseo Wheelwright es un aporte. ¿Pero sus terminaciones?, duras. Tan poco verde. Tanto hormigón. Una vez pasada la novedad, sencillamente no invita. Veo que las maquetas de PB ostentan enormes plazas de cemento. Entiendo por qué algunos no se emocionan.
Tercero: Más allá de los anti-globalización y los escépticos, hay otro grupo, entre los cuales me incluyo, que sencillamente soñaba con algo más osado: canales de agua, una isla, un museo o acuario de categoría internacional, una línea férrea subterránea.
¿Otro autogol? La palabra mall no ayuda. El aeropuerto de Santiago es una concesión pública con un fuerte componente comercial. Pero nadie lo llama mall y es un orgullo de muchos chilenos. Nunca antes se ha visto que a los bordes costeros de Baltimore, Génova, Barcelona o Ciudad del Cabo se les denomine mall.
Después de todo, discrepo de los furibundos que reclaman que PB será la muerte de la ciudad. Confío en el diálogo; confío en que el proyecto se puede mejorar. Pero los opositores deben entender que, aunque el giro comercial del Grupo Plaza sean grandes centros comerciales, esto no significa que sus ejecutivos sean seres humanos inferiores o incapaces de entender a Valparaíso. Demonizarlos sólo contribuye a la ruptura. Esto dañará el proyecto; esto dañará a Valparaíso.
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