El gran himno de la música soul, “A Change Is Gonna Come”, compuesto y grabado por Sam Cooke en 1965, es considerado uno de los clásicos de la música contemporánea. Inspiró a Ray Charles, Otis Redding, Al Green, James Brown, Marvin Gaye, Steve Wonder, Aretha Franklin, y legiones de otras leyendas. Según el crítico Greil Marcus, se trata de la canción más importante de su género. Pero, en 1965, año de las protestas por los derechos civiles en Selma, año de los motines de Watts en Los Angeles, año en lo cual las tropas estadounidenses en Vietnam aumentaron desde 30 mil a 170 mil, “A Change Is Gonna Come” no superó el puesto 31 en el ranking. ¿Más extraño aun? Fue lanzado póstumamente, pues, Sam Cooke—cuyas canciones han sido cubiertas desde entonces por centenares de artistas, incluyendo a John Lennon, Simon y Garfunkel, Cat Stevens, Rod Stewart, Van Morrison, y todas las leyendas afroamericanas antes mencionadas, había sido asesinado el mes anterior por la manager de un hotel en Los Angeles.
Volveré a Sam Cooke en un momento. Ahora, un par de observaciones sobre el bicentenario.
Mientras Chile, con sus 200 años a cuestas, mira el futuro con pavoneo y un deslumbrante optimismo, Valparaíso lo enfrenta con trepidación.
Por su parte, Chile está a punto de lograr su anhelado “desacoplamiento”. Ya no depende, exclusivamente, de las vicisitudes de la economía norteamericana. Crece a tasas envidiables aunque el país del norte se mantenga postrado en la UTI.
Valparaíso, por su parte, da la bienvenida al tercer siglo de Chile con un suspiro de alivio: “que sea mejor que el segundo” decimos todos. El siglo 1910-2010 partió con la apertura del canal de Panamá y la caída del negocio salitrero. Desde allí en adelante más bien parecía una letanía de chistes de mal gusto: desastres, explosiones, incendios, aluviones, terremotos, todo lo anterior culminando en el despoblamiento de su casco histórico y el desprestigio de la ciudad en los ojos de gran parte del país. Todo esto, se puntualizó, de forma magistral, con el cierre de varios ascensores y el dantesco incendio que destruyo nuestro querido “Pancho” a pocos días de llegar al bicentenario.
Para Valparaíso, “A Change Is Gonna Come”, sería un himno apropiado.
Así, volvemos a Sam Cooke. Mientras uno de los mejores discos de todos los tiempos languideció sin poder superar el puesto 31 de ventas, ¿cuál fue el número 1? “Downtown”, de Petulia Clark. Se trata de una canción pegajosa, pero poco transcendente en la vida de las personas. Hoy, 45 años más tarde, “A Change Is Gonna Come” crece en estatura, influyendo cada nueva generación. “Downtown”, una vez una superventas, quedó en el olvido.
La anterior me parece un interesante espejo para ver la difícil relación entre Chile y su capital cultural. En pocos días inauguraremos aquí el Fórum de las Culturas. El mundo entero celebrará su amor por Valparaíso.
Chile, al parecer, estará en otra.
domingo, 19 de septiembre de 2010
domingo, 5 de septiembre de 2010
Aullido
Aquel nefasto 31 de julio apenas descansaban los carros tras la última bajada del ascensor Cordillera -los 51 segundos más tristes de los que se tenga memoria- cuando mi celular empezó a sonar. A poco andar tenía mensajes de dos matutinos capitalinos más CHV, TVN, y CNN Chile.
Llegó el primer periodista. ¿Primera pregunta? "Da la sensación que los porteños no cuidan a su patrimonio, ¿Qué opinas?" Bastó el frío fruncir de mis cejas rusas para que entendiera que no mordería tal venenosa carnada. Es más, durante 20 minutos, hice lo posible para convencerle que la pregunta estaba mal planteada. Me explayé en como la recuperación de otras ciudades patrimoniales de la misma categoría de Valparaíso viene fuertemente subsidiados por sus respectivos gobiernos. Expliqué que más del 60% de las casas de Valparaíso están exentas de pago de contribución por lo antiguas. Ninguna otra ciudad chilena tiene esta mochila. Le recordé que la ciudad, con su asombroso laberinto de calles, escaleras, y callejones, tiene tres veces más estructura vial per cápita que cualquier otra ciudad de Chile. Le informé que los ascensores requieren 15 veces más inversión de lo que venden. "No lo que rentan", le dije. "Lo que venden".
"El gobierno de Ecuador", continuaba, "invierte US $50 millones al año para la recuperación patrimonial de Quito."
Repetí más o menos el mismo guión con los demás periodistas. Todos parecieron impresionados. Pero no es fácil revertir una narrativa cuando viene incubándose hace años. Es más, para los santiaguinos, el cliché, "los porteños no saben cuidar su patrimonio", es conveniente. Les permite lavarse las manos. Así, imagínense mi disolución cuando los 5 reportajes salieron con la narrativa de siempre.
Lo cual nos trae al dantesco acontecimiento del jueves pasado.
El terremoto, el fraude, el cierre de los ascensores. Ahora esto. No se puede creer. En Valparaíso, cualquier columna de humo negro provoca pánico. Pero, para miles, la imagen de llamas emanando desde el reloj de nuestro "Pancho" era diferente. Era demasiado. Ninguna ciudad puede tener tan mala suerte. Me acosté con ganas de vomitar.
Pero el viernes amaneció con otra vibra. La empresa constructora, al parecer, tendría seguros y capaz que éstos alcancen para reconstruir todo. Es más, tanto el intendente como el alcalde parecen haber encontrado su voz. No solamente reconstruiremos la iglesia. Recuperaremos el barrio. Este mismo día empezó a dibujarse una solución temporal para reabrir algunos ascensores.
El viernes en la tarde, tomando la temperatura del ánimo porteño en Twitter, me nació la siguiente idea: El próximo 4 de octubre, día de "San Francisco de Asís", armemos una gran fiesta en la calle Setimio frente a la Iglesia. Apoyemos a la congregación y las monjas. Llevemos nuestras mascotas. Pero, más importante, demostremos a todo Chile quienes somos. No se trata de una letanía de amargura, sino una señal de unidad. Nosotros, los porteños, no seremos vencidos.
Llegó el primer periodista. ¿Primera pregunta? "Da la sensación que los porteños no cuidan a su patrimonio, ¿Qué opinas?" Bastó el frío fruncir de mis cejas rusas para que entendiera que no mordería tal venenosa carnada. Es más, durante 20 minutos, hice lo posible para convencerle que la pregunta estaba mal planteada. Me explayé en como la recuperación de otras ciudades patrimoniales de la misma categoría de Valparaíso viene fuertemente subsidiados por sus respectivos gobiernos. Expliqué que más del 60% de las casas de Valparaíso están exentas de pago de contribución por lo antiguas. Ninguna otra ciudad chilena tiene esta mochila. Le recordé que la ciudad, con su asombroso laberinto de calles, escaleras, y callejones, tiene tres veces más estructura vial per cápita que cualquier otra ciudad de Chile. Le informé que los ascensores requieren 15 veces más inversión de lo que venden. "No lo que rentan", le dije. "Lo que venden".
"El gobierno de Ecuador", continuaba, "invierte US $50 millones al año para la recuperación patrimonial de Quito."
Repetí más o menos el mismo guión con los demás periodistas. Todos parecieron impresionados. Pero no es fácil revertir una narrativa cuando viene incubándose hace años. Es más, para los santiaguinos, el cliché, "los porteños no saben cuidar su patrimonio", es conveniente. Les permite lavarse las manos. Así, imagínense mi disolución cuando los 5 reportajes salieron con la narrativa de siempre.
Lo cual nos trae al dantesco acontecimiento del jueves pasado.
El terremoto, el fraude, el cierre de los ascensores. Ahora esto. No se puede creer. En Valparaíso, cualquier columna de humo negro provoca pánico. Pero, para miles, la imagen de llamas emanando desde el reloj de nuestro "Pancho" era diferente. Era demasiado. Ninguna ciudad puede tener tan mala suerte. Me acosté con ganas de vomitar.
Pero el viernes amaneció con otra vibra. La empresa constructora, al parecer, tendría seguros y capaz que éstos alcancen para reconstruir todo. Es más, tanto el intendente como el alcalde parecen haber encontrado su voz. No solamente reconstruiremos la iglesia. Recuperaremos el barrio. Este mismo día empezó a dibujarse una solución temporal para reabrir algunos ascensores.
El viernes en la tarde, tomando la temperatura del ánimo porteño en Twitter, me nació la siguiente idea: El próximo 4 de octubre, día de "San Francisco de Asís", armemos una gran fiesta en la calle Setimio frente a la Iglesia. Apoyemos a la congregación y las monjas. Llevemos nuestras mascotas. Pero, más importante, demostremos a todo Chile quienes somos. No se trata de una letanía de amargura, sino una señal de unidad. Nosotros, los porteños, no seremos vencidos.
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