“Píntame una manzana que parezca una manzana antes de pintarme una que no la parece”. Se trata de uno de las máximas favoritas de mi primer profesor de poesía, Michael Dennis Browne. Quiere decir que el derecho de experimentar se gana, no se regala.
Las grandes obras se caracterizan por su naturalidad. Da la sensación que nacieron caminando, enteros, con facciones bien definidas. Es mentira. Nacieron de sudor y lágrimas.
Veamos el caso de uno de los poemas más queridos de la literatura mundial, compuesto por nuestro vecino del cerro Bellavista:
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
La imagen del “cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza” nos sobresalta. Que exótico. Que surreal. Uno de los versos más bellos de la historia. Pero no nace de la nada. Tal maravillosa abstracción se sostiene sobre una exquisita narración de detalles, los cuales nos siguen deslumbrando en la siguiente estrofa:
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Solo quiero un descanso de piedras o de lana,
solo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Neruda nos está pintando una manzana. Imposible leer este poema sin transportarse a la calle Serrano en 1947, o su símil de París, Nueva York, o Helsinki. Y es precisamente esta manzana que le permite entregarnos el golpe “nocaut” en el siguiente estrofa:
Sucede que me canso de mi pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Volví a “Walking Around” el jueves a las 21:48. Bombardeado por imágenes de un Santiago amotinado, rodeado por los campanazos de las cacerolas en el cerro San Juan de Dios, sentí, por la primera vez en mis 19 años en Valparaíso, que Chile estaba navegando en un su propio mar de origen y ceniza.
Algo pasa en mi Chile querido. Más allá de las críticas banales—de las ambiciones de la Srta. Vallejo quien sueña con transformarse en la Gladys Marín del siglo 21; de los cínicos cálculos políticos de una oposición que ve una oportunidad de reivindicarse por no haber hecho nada en 20 años atacando otro por no haber hecho nada en 2—más allá de todo esto…
Algo está pasando.
Chile nos está pintando una manzana. Una manzana que dice que 30 años de crecimiento económico a todo dar no ha venido sin costo. Una manzana que dice que hay un Chile profundo “cansado de sus pies y sus uñas y su pelo y su sombra”, un Chile con 80% de sus habitantes endeudados hasta el cuello.
Las grandes transformaciones son igual a las grandes obras de arte. Se ganan, no se regalan. Así, independiente al color político de cada uno, me parece transcendental meditar esta manzana que Chile nos esta retratando. Ahora veamos si nuestros políticos—todos—están a la altura. A transformar esta prosa en verso. Algo bello, surreal, transformador, imperdurable.
domingo, 7 de agosto de 2011
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