Tras varios años escondiendo lo obvio, me siento obligado a confesar mi secreto mejor guardado.
Soy fanático del golf. A través de este deporte voy aprendiendo mejor como manejar mis emociones. Junto con dicha revelación, debo mencionar mi agradecimiento para aquellos socios asiduos del Club de Campo Granadilla, quienes, habiendo sido testigos, en incontables ocasiones, del deplorable escándalo del “gringo” tirando sus palos y gritando al cielo, han conspirado entre si para mantener tales pataletas en secreto. Saben que aun perdura, en ciertos círculos, una imagen positiva de quien escribe como hombre serio, sabio, tranquilo, y contemplativo.
“No sufras tanto, Todd”, me han dicho una y otra vez. “Es solo un juego”. Pero no puedo dejar de sufrir. Es que ellos son Viñamarinos. Yo soy porteño.
El sufrimiento es parte integral de la experiencia porteña. Y no me refiero, exclusivamente, a los más de 450 años de terremotos, temporales, incendios, aluviones, socavones, bombardeos, plagas y explosiones que nos han asediado. Me refiero a las décadas de abandono y el fatalismo que este ha engendrado. Me refiero a la ilusión que, de repente, sentimos y que nos quitan a cada rato. Me refiero a los proyectos que presidente tras presidente anuncia sin que aparezca ninguno. Me refiero a los 30 años que hay que aguantar, en promedio, entre títulos del Wanderito.
Sufrimiento es lo que muchos sintieron tras el cierre del Café Vienes, el Riquet, el Emporio Echaurren. Es el frío que trae el viento norte. Es la lluvia que nos envuelve mientras el agua corre cerro abajo. Es el vacio que nos provoca descubrir que la casa donde pololearon nuestros abuelos haya sido demolida para construir un edificio. Es la sombra reflejada en la cara del bombero desfilando debajo de su antorcha.
Todo esto está en nuestro ADN. Nos da carácter. Identidad. Me gusta que sea así. No lo cambio por nada.
Mientras la mayoría de las ciudades modernas optan por el modelo yanqui del “ocio y el esparcimiento”, Valparaíso sigue siendo el auténtico pueblo idóneo para trabajar, contemplar, amar, y llorar. El carácter del porteño tiene su origen en el esfuerzo: nuestra permanente guerra contra la gravedad, y el espíritu de solidaridad que esto nos inspira.
Viña del Mar, por su parte, es una típica ciudad “gringa” dedicada al tiempo libre. Su maravillosa cancha de golf, (una de las 10 mejores de Sudamérica, por si acaso), es un verdadero paraíso. La seguiré visitando. Y les pido disculpas a mis amigos golfistas si, de repente, contamino su silencio con mis agónicos gritos que perturban los pinos y espantan a las loicas mientras cantan su opera prima al aire. Grito. Celebro. Reclamo. Sufro. Gozo. Soy porteño. Soy así.
domingo, 20 de junio de 2010
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